4.12.10

Los huéspedes secretos de Pío XII

A las 12:30 AM, por Alberto Royo
Categorías : Hitler, Pio XII

PÍO XII Y LOS REFUGIADOS EN LA CIUDAD DEL VATICANO DURANTE LA OCUPACIÓN NAZI

 

Eva María Jung era una joven alemana de 22 años, de carácter fuerte, hija rebelde de una familia severa con mezcla de prusiana y luterana. Habiendo llegado a convertirse en una convencida antinazi, había conseguido huir de la red que poco a poco la atenazaba en Alemania, llegando a Roma en 1943 como empleada del hogar de la familia de un diplomático alemán. Pero en la Urbe los nazis dieron con ella y había tenido que esconderse en el convento de las hermanas Salvatorianas, sobre el monte Gianicolo. Un eclesiástico de su tierra, Mons. Kaas, que huyendo del nazismo se había exiliado en Roma donde trabajaba como secretario de la llamada “Fábrica de San Pedro”, le ofreció un trabajo como archivera de dicho ente, pero no la pudo alojar en su casa por miedo a los nazis.

De hecho, aunque el papel de este monseños alemán en el Vaticano era más bien modesto, él mantenía relaciones con la iglesia alemana y también había tenido sus contactos con la resistencia antihitleriana: Había sido contactado por Joseph Müller, jefe de una conspiración contra Hitler, para que hiciese de contacto con los británicos. También le puso en contacto con el padre Leiber, el jesuita alemán colaborador del Pontífice, que le proporcionó una entrevista con Pío XII. Cuenta O. Chadwick en su libro sobre Inglaterra y el Vaticano durante la guerra, que el Papa, después de un día de reflexión, se prestó a transmitir a los británicos los mensajes de los conjurados contra Hitler.

Eva María Jung, encontrada por fin por la Gestapo, había recibido la orden de presentarse en la embajada alemana, lo cual para ella suponía el final, como sabía bien. Consiguió refugio en la casa de Luciana Frassati, adinerada hija del fundador del periódico “La Stampa” y mujer de un diplomático polaco, que tenía un apartamento junto al Vaticano. La Frassati era una mujer muy activa, que había trabajado desinteresadamente por el bien de los polacos durante la guerra, viajando con este fin a Polonia varias veces durante la contienda. Con este fin se había entrevistado primero en la Secretaría de Estado con Mons. Montini (futuro Pablo VI) y después con el mismo Pío XII, el cual le ofreció gustoso su colaboración.

En la casa de Luciana se escondió Eva Maria Jung hasta que la Gestapo sospechó algo y un día de febrero de 1944 se presentaron a registrar la casa del diplomático. Con la buena suerte que Eva María tuvo el tiempo suficiente para meterse en un coche que la llevó dentro de los muros del Vaticano. Allí, con el permiso de Montini, se escondió en casa del embajador Polaco, que también estaba refugiado allí. Poco después, también Luciana Frassati se tuvo que refugiar dentro de los muros leoninos. La Jung fue contratada en el Colegio Teutonico (seminario para sacerdotes alemanes dentro del Vaticano y en cuyo exterior se encuentra un famoso cementerio) como ayudante de la cocinera. Conocedores del riesgo que corría, las autoridades vaticanas la dejaron quedarse el tiempo que quisiese y allí estuvo hasta la liberación de Roma.

Refugiarse en el Vaticano era el sueño de muchos: Lo era para los prisioneros de guerra aliados y habían conseguido liberarse. Lo fue también para la familia real italiana, pues cuando después del 8 de septiembre de 1943 el rey Victor Manuel III huyó de Roma con su mujer y el heredero Umberto, se dejaron en la ciudad algunos de los miembros más jóvenes de la familia, concretamente los hijos de la princesa Mafalda, que fueron llevados al Vaticano sin previo aviso, para que allí los protegiesen, y fue el mismo Montini el que les recibió a la entrada de los muros. Estuvieron allí varias semanas hasta que la madre, Mafalda (que acabó sus días en el campo de concentración de Buchenwald), los recogió para llevárselos fuera de Roma por miedo a que los alemanes invadieran el Vaticano.

En el Colegio Teutónico, Eva María Jung se dio cuenta de que no era la única que se refugiaba allí: Había unas 50 personas, entre las cuales sacerdotes, familias judías y de otras religiones, personas alemanas e italianas, pero era difícil saber quién era quién porque los nombres eran falsos y se ocultaba el porqué estaban allí. Nadie hacía preguntas y nadie parecía querer tampoco responderlas, pues existía bien fuerte el miedo a los espías alemanes, que podían estar también allí. Estaba también alojada en dicho Colegio la princesa Elvina Pallavicini que, como había hecho una importante labor procurando documentos falsos a los perseguidos por la Gestapo, decidió en un cierto momento dejar su palacio cercano al Quirinal y esconderse pues antes o después la habrían pillado. Allí se encontraba el famoso Mons. Oflaherty, eclesiástico irlandés que se dedicó con el conocimiento de Pío XII a organizar una red clandestina de ayuda a los prisioneros aliados, y sobre el cual se hizo años atrás una película. Encontrábase en el Colegio también el famoso historiador eclesiástico Hubert Jedin, del que se dice que salía poco a Roma por miedo a sus connacionales.

Se temía una invasión de los alemanes y los huéspedes habían organizado turnos de vigilancia de noche, con un plan de evacuación a través de los jardines vaticanos, que están a corta distancia del Colegio. La Jung, encargada de comprar la leche cada mañana en el economato vaticano, atravesaba buena parte de la ciudad papal, dándose cuenta de lo poblada que estaba, pues había muchos diplomáticos refugiados. Veía también pasar a Sor Pascualina, la secretaria del Papa, a la que Pío XII había encargado organizar un almacén de alimentos y otros bienes para los refugiados y otros muchos en la ciudad de Roma y sus alrededores, cosa que la religiosa alemana hizo con gran eficiencia.

Hacía mucho frío dentro del Vaticano porque el Papa, por solidaridad con los sufrimientos de los romanos, había pedido que no hubiese calefacción en las dependencias de la ciudad papal no porque no hubiese carbón suficiente, sino porque no quería que fuese un lugar de confort en dichas circunstancias en que tantos pasaban frío. Y si bien el invierno de 1943-1944 fue muy frío, con temperaturas de 5 grados, tuvieron que aguantar el frío, incluidos cardenales y Papa. Al final, el 25 de enero de 1944, ante la protesta de algunos de los diplomáticos refugiados, se dio permiso para usar discretamente la calefacción, pero no en los apartamentos papales ni en los del Scretario de Estado o el Sustituto.
Según las cuentas que el Sustituto compiló poco antes de la liberación de Roma, los refugiados en el Vaticano habían sido casi 200, de los cuales 120 se habían alojado en las viviendas de los canónigos, otros en el Colegio Teutónico y en el Colegio Etíope (otro seminario en el interior de la ciudad papal). Entre ellos hubo algunos políticos italianos caídos en desgracia por haberse posicionado contra Mussolini, alrededor de 50 judíos, de los cuales algunos se habían hecho católicos, los diplomáticos refugiados antes mencionados, etc.

Otros muchos perseguidos por los nazis y Mussolini fueron escondidos en lugares pertenecientes a la Santa Sede pero situados fuera de los muros vaticanos, como fueron el Palacio Lateranense, el palacio de San Calixto en el Trastévere (donde se refugiaron unas 70 personas) o la Universidad Gregoriana, en la que los Jesuitas hicieron una labor admirable dirigidos por el entonces rector, P. Dezza (después cardenal), y a los que Pío XII animó, pidiéndoles solamente que no alojaran a militares por las consecuencias peligrosas que podía traer al ser dichos edificios relacionados con el Vaticano etc. Se sabe que algunos judíos vivieron en los almacenes del Pontificio Instituto Bíblico (dirigido por Bea), otros en la misma Gregoriana y que Dezza firmó un documento según el cual el coronel italiano Montezemolo (de las familias más nobles de Roma), perseguido por los nazis, era un empleado de la Gregoriana, con nombre falso.

En toda esta labor se implicaron prácticamente todas las fuerzas vivas del Vaticano en aquellos momentos, como por ejemplo el Cardenal Marchetti, Mons. Montini o Mons. Ottaviani (después Cardenal), que fue acusado ante las autoridades alemanas de actividad clandestina por firmar certificados de bautismo falsos a judíos para evitar que fueran deportados. Fue acusado también de organizar escondrijos para judíos en varios inmuebles vaticanos de la ciudad de Roma, cosa que sin duda hizo, si bien indirectamente, con ayuda de otros, por lo que no se le pudo probar nada, entre otras cosas porque raramente salió de la ciudad del Vaticano durante la ocupación. Algunos de estos eclesiásticos, famosos años después por sus diferencias, supieron colaborar unidos en aquellos momentos de tanta necesidad, arriesgando su propia vida.

Eva María Jung falleció en el 2007, convertida en historiadora de la Iglesia después de la guerra, falleció en 2007 y fue enterrada en el cementerio del COlegio Teutónico vaticano.