11.12.10

Deporte

A las 11:00 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

No tengo yo gran competencia para hablar del deporte. Es un asunto sobre el que mi interés resulta más bien limitado. La actividad física, el entrenamiento, la sujeción a las normas de una competición constituyen aspectos de lo real que nunca he puesto en primer plano, quizá por incapacidad personal para valorarlos.

Las sospechas que, con fundamento o sin él, se ciernen periódicamente sobre algunos deportistas en el fondo no me sorprenden. Y no por desconfianza hacia esas personas en concreto, contra quienes no tengo nada – más aun, espero que puedan defenderse y probar su inocencia - , sino por un cierto “sentido del límite”. El cuerpo da de sí lo que da de sí y para poder superar ciertas metas habría que ser más que humano. Mientras no se produzca algo parecido a un “salto evolutivo”, no creo que quepa esperar el ir siempre “más allá”.

Unos ideales más modestos podrían, tal vez, reconciliarme teóricamente con el deporte. En la práctica, no cabe reconciliación alguna. En la práctica, jamás he hecho deporte; a lo sumo, lo he padecido como una imposición absurda – clases de Educación Física, ejercicios en el período de instrucción militar y torturas similares - . Jamás perpetradas con mi aquiescencia.

No se le puede negar al deporte, en principio, la belleza. El cuerpo sabiamente cultivado es bello, como puede serlo un jardín. En el jardín, frente a la selva, se conciertan el ímpetu de la naturaleza y el control de la razón. En el jardín, la naturaleza se hace “lógica” y, en cierta forma, más proporcionada, más armónica.

Pero la armonía se ve continuamente amenazada por la presión del exceso. La armonía, como la belleza, es entre nosotros débil y contingente. No es bello un cuerpo fofo pero tampoco lo es un cuerpo que sustituya la carne y la sangre por el acero o por el caucho.

La Escritura dice que Dios creó al hombre “apenas inferior a un dios” y que lo coronó “de gloria y de esplendor” (Sal 8). La referencia a la Escritura, al proyecto creador, es la referencia al límite. Dentro de él, es posible que el cuerpo despliegue toda su potencialidad y belleza. Traspasando ese límite, el cuerpo se convierte en monstruoso, en no verdadero, en máscara, en algo fantástico que causa espanto.

Al final - da igual que hablemos del cuerpo o del alma, del deporte o de la ética - llegamos a una idéntica conclusión: La necesidad de una justa medida, de un equilibrio que no identifique de modo grosero los medios con los fines.

Guillermo Juan Morado.