1.01.11

Dos antropologías en conflicto (3)

A las 1:18 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Doctrina Social y Política
 

3. Dos visiones de la sociedad

Según la antropología cristiana, el hombre es por esencia un ser individual y social a la vez. Para el ser humano, la sociedad no es un mal necesario, sino un bien. El hombre no existe para sí mismo, para buscar un disfrute egoísta de la vida, sino para dar gloria a su Creador (que es Amor), amando a Dios y al prójimo. Los dogmas de la comunión de los santos y del pecado original indican los lazos misteriosos pero reales que unen entre sí a todos los individuos humanos. Si alguien se eleva moralmente, eleva en cierto modo a la humanidad entera; y si alguien se degrada moralmente, degrada en cierto modo a toda la humanidad.

La doctrina social católica supone la existencia, no sólo de los bienes de los individuos, sino también de un “bien común” de la sociedad. El logro o el aumento del bien común favorece, aunque de modos diversos, a todos los miembros de una sociedad. La vida social no es como un “juego de suma cero”, donde si alguien gana es porque otro u otros pierden.

La misma doctrina sostiene los dos principios (correlativos) de solidaridad y de subsidiariedad.

El principio de solidaridad establece que, en definitiva, todos somos responsables de todos. No me es lícito dejarme dominar por la indiferencia hacia los demás, ni desentenderme absolutamente de la suerte de mi prójimo, como hizo Caín, el primer fratricida: “Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»” (Génesis 4,9).

El principio de subsidiariedad establece que la solidaridad social no debe ejercerse de un modo desordenado, como si cualquiera se entrometiera en cualquier asunto ajeno, sino dentro de un orden en el que se respete adecuadamente el ámbito de libertad de cada persona y organización. De este principio resulta por ejemplo: que el Estado no debe absorber las responsabilidades que corresponden a las personas, las familias, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil, etc.; que el gobierno nacional no debe hacer lo que pueden hacer mejor los gobiernos locales; que una comunidad de naciones no debe atropellar la soberanía de las naciones que la integran; etc.

La sociedad cristiana ideal es, según una bella expresión del Papa Pablo VI, una “civilización del amor”, donde cada miembro de la sociedad, actuando de modo solidario y subsidiario, procura, no sólo su propio bien, sino el bien de su familia, de su empresa, etc. y el bien común de su nación y de toda la humanidad. “No hay libertad sin solidaridad”. “Y no hay solidaridad sin amor”.

Según la antropología individualista, el ser humano existe para sí mismo y los demás seres humanos son en cierto modo sus adversarios. Se suele decir que “mi libertad termina donde empiezan las libertades de los demás”. Esta frase tan común implica una noción individualista de la libertad. Si yo busco maximizar mi libertad, y los otros limitan mi libertad, la aparición de los otros es una mala noticia para mí. El filósofo existencialista y marxista Jean Paul Sartre sintetizó esta visión individualista en una frase famosa: “El infierno son los otros”.

Veamos qué implica el individualismo cuando se aplica a escala social. Thomas Hobbes, el pensador inglés del siglo XVII que sentó las bases de la filosofía política absolutista, partió de este principio antropológico pesimista: “Homo homini lupus” (“El hombre es el lobo del hombre”). Los seres humanos somos por naturaleza enemigos los unos de los otros. Por lo tanto, en el “estado de naturaleza” los hombres se dañaban y devoraban los unos a los otros. Para poner fin a ese peligroso estado de anarquía, los hombres realizaron el “contrato social”, renunciando a sus libertades individuales a favor del monarca absoluto, quien a cambio garantizó el orden y la seguridad.

Jean-Jacques Rousseau partió de una antopología optimista (el “mito del buen salvaje”): el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe y esclaviza. No obstante, Rousseau llegó a una conclusión parecida a la de Hobbes. Según Rousseau, en el “contrato social” el individuo debe ceder sus derechos a la “voluntad general”, que es infalible, para alcanzar así la verdadera libertad. El “pueblo” de Rousseau ocupa el lugar del rey absoluto de Hobbes. Se va sembrando la semilla de los modernos totalitarismos.

En la perspectiva individualista de Hobbes, Rousseau y otros pensadores, la sociedad es un mal necesario, y el “contrato social” es un intento de balancear la libertad y la seguridad de los individuos. Es importante notar que gran parte de la “derecha” y de la “izquierda” políticas comparten esta misma premisa individualista. La “derecha” intenta maximizar la libertad a expensas de la seguridad, mientras que la “izquierda” busca maximizar la seguridad a expensas de la libertad.

Para el individualista, el amor verdadero, la búsqueda desinteresada del bien ajeno, no es más que una quimera. Por eso la sociedad individualista no es una “civilización del amor”, sino un acuerdo, convencional, trabajoso y en cierto modo contra natura, que intenta lograr el equilibrio de los distintos intereses de los individuos, necesariamente contrapuestos entre sí. (Continuará).

Daniel Iglesias Grèzes

PD: ¡Feliz Año Nuevo!