El tiempo le ha dado la razón a Pablo VI

Alberto Royo Mejía

 

Sobre la polémica suscitada por el documento, recordaba el cardenal Ratzinger en 1995: «Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio se ha convertido en signo de contradicción como esta encíclica, que Pablo VI escribió a partir de una decisión tras múltiples sufrimientos.»

11/01/11 5:59 PM


 

La polémica que siempre ha rodeado a la figura de Pablo VI ha tenido como uno de sus ingredientes principales las encontradas reacciones ante su encíclica Humanae Vitae. Pocos documentos pontificios han tenido en la historia una lluvia internacional de críticas como tuvo dicha encíclica... y sin embargo tenía razón. Se pueden criticar si se quiere las bases antropológicas y teológicas que usó el Papa para escribirla, que para gustos se hicieron los colores y es lógico que los que no tienen fe no acepten ciertas premisas, pero lo que ya hoy en día, a distancia de más de 40 años, no se puede negar, es que sus predicciones eran ciertas y se han cumplido incluso en aquello que Pablo VI no llegó a mencionar, concretamente el tema de la relación entre la anticoncepción y el aborto, que después explicitó Juan Pablo II.

No soy yo quien lo dice, sino un estudio realizado en España que muestra la relación entre aumento del uso de anticonceptivos e incremento de la tasa de aborto. Hemos leído estos días en los medios de comunicación que los autores del estudio han publicado sus conclusiones en la revista Contraception: Entre 1997 y 2007 el número de las mujeres de nuestro país que utilizaron métodos anticonceptivos aumentó del 49,1% al 79,9% y, paralelamente, la tasa de aborto en el país aumentó de un 5,52 al 11,49 por cada 1000 mujeres.

Leemos en Infocatólica que los investigadores, que se habían planteado como objetivo recopilar información sobre el uso de la anticoncepción para reducir el número de abortos, quedaron completamente perplejos por los resultados. Escriben que los resultados fueron “interesantes y paradójicos”, y sugieren que el aumento de la tasa de aborto puede deberse a “un uso inadecuado o inconsistente” de los anticonceptivos. También dicen que podría deberse a que se ha informado que ha habido más abortos, incluidos los abortos “clandestinos” y los de personas extranjeras. “Los factores responsables del aumento en la tasa de aborto voluntario necesitan más investigación”, afirma la conclusión del resumen.

Todo esto, sin cifras claro está, lo había vaticinado Pablo VI y por decirlo le montaron una escandalera de órdago a nivel mundial. Tanto sufrió el Pontífice que en los diez años que le quedaron de papado no volvió a escribir una encíclica (recuérdese que en los 5 años anteriores había escrito nada menos que 7 encíclicas). No en vano se habló de auténtico martirio del Papa. “La mañana del 25 de julio de 1968 -recordaría años más tarde el Cardenal Casaroli, entonces Secretario de Estado-, Pablo VI celebró la Misa del Espíritu Santo, pidió luz de lo Alto... y firmó: firmó su firma más difícil, una de sus firmas más gloriosas. Firmó su propia pasión”.

La Humanae Vitae era la conclusión de un largo trabajo comenzado en 1963 por Juan XXIII al constituir una “Comisión para el estudio de problemas de población, familia y natalidad”. Pablo VI, al sucederle en el Pontificado, asumió el reto lanzado por su predecesor, sabiendo desde el principio que ésta sería una de las cruces más pesadas que le tocaría llevar. En efecto, ya en tiempos de Juan XXIII, al tiempo de constituir la Comisión de estudio, un grupo de moralistas había comenzado una intensa campaña a favor de la contracepción, que se agudizó con la indiscreta publicación del informe 'secreto' escrito para uso del Papa por la referida Comisión. Este informe recogía la posición de los diversos especialistas sobre el tema y se dividía en tres elocuentes partes: el informe de la 'mayoría' que se inclinaba notoriamente por una mitigación de la doctrina de la anticoncepción, el de la 'minoría' que sostenía la doctrina tradicional, y finalmente la 'respuesta' de la mayoría a la minoría; el mismo esquema revelaba la tendenciosa influencia que se intentaba ejercer sobre el Papa en orden a la permisión moral de los anticonceptivos; su publicación intentó -probablemente- aumentar la presión.

Con la publicación de la Encíclica llegó la parte más dura para Pablo VI: no sólo la incomprensión de muchos individuos y grupos ajenos a la Iglesia sino la violenta oposición de influyentes grupos de teólogos católicos y la ambigua posición de algunas Conferencias Episcopales (como los episcopados austríaco, belga, canadiense, francés, etc.) que por una parte daban la razón al Pontífice y por otra intentaban mitigar su enseñanza. Sobre la polémica suscitada por el documento, recordaba el cardenal Ratzinger en 1995: “Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio se ha convertido en signo de contradicción como esta encíclica, que Pablo VI escribió a partir de una decisión tras múltiples sufrimientos.”

Para explicar el disenso y las reacciones polémicas intervinieron muchos factores, del clima cultural de la época a los enormes intereses económicos implicados. A pesar de ello el Papa Montini no cambió su posición. Su actitud costó al Pontífice grandes sufrimientos, especialmente por la incomprensión de muchos católicos confundidos por las reacciones de amplios sectores de la teología católica, que se reflejaban en revistas y periódicos. Se ha hablado mucho también de las reacciones negativas de algunas Conferencias Episcopales, si bien en este tema, el padre Marcelino Zalba, jesuita, en su estudio “Las Conferencias Episcopales ante la Humanæ vitæ”, deja claro que fueron muchas más las Conferencias episcopales que aceptaron claramente la encíclica, que aquellas que se mostraron más o menos reticentes o a la defensiva, como si la encíclica fuera a ser causante de graves problemas de conciencia en los fieles. Si se mira el número de obispos de las diversas Conferencias, se aprecia que fueron muchos más los obispos que aceptan claramente la inmoralidad absoluta de la contracepción que aquellos que se muestran reservados o reticentes: “Hemos calculado grosso modo, unos 1300 frente a unos 300-350”. De todos modos, no es despreciable el número de obispos contestatarios.

Entre las reacciones de los teólogos, la primera fue la Declaración firmada por 87 teólogos de la zona de Washington, sólo dos días más tarde de la publicación de la Encíclica; en ella se dirige al Papa la grave acusación de haberse opuesto al Concilio Vaticano II identificando la Iglesia con la Jerarquía, contra el ecumenismo ignorando el testimonio de los hermanos separados, contra la actitud de apertura al mundo contempo-ráneo, y llega así a afirmar que los católicos pueden tranquilamente ignorar la Encíclica. Por aquellos días fue publicada parte de esta declaración en el “New York Times” como publicidad, invitando a los fieles católicos a no hacer caso al magisterio pontificio, sino al de estos teólogos.

Más grave todavía, por la autoridad de sus firmantes, por el contenido y por el posterior desarrollo, fue la Declaración de 20 teólogos europeos al término de dos días de estudio y discusión tenidos en Amsterdam del 18 al 19 de setiembre de 1968; sus firmantes fueron J.M. Aubert, A. Auer, T. Beemer, F. Böckle, W. Bulst, R. Callewaert, M. De Wachter, S.J., E. Mc Donagh, O. Franssen, S.J., J. Groot, L. Janssens, W. Klijn, S.J., F. Klosternann, O. Madr, F. Malmberg, S.J., S. Pfürtner, O.P., C. Robert, P. Schoonenberg, S.J., C. Sporken, R. Van Kessel. También tuvo particular repercusión e influencia el artículo de K. Rahner, S.J., publicado en Die Welt el 26 de agosto de 1968 y traducido en “Il Regno”, que comenzaba con algunas profecías sobre la eficacia y la suerte de la Encíclica que se cumplieron exactamente al revés; afirmaba, por ejemplo, que “la mayoría de los católicos considerará de hecho la norma de la Encíclica no sólo como 'doctrina reformabilis' (doctrina reformable) sino incluso como 'doctrina reformanda' (doctrina que debe ser reformada)”

Es decir, como doctrina errónea. A los cónyuges católicos, Rahner reconocía no sólo la amplia posibilidad de seguir en buena fe una norma que el Magisterio condena (lo cual nadie discute cuando se trata de conciencia invenciblemente errónea), sino que establecía para cada persona el derecho-deber de seguir los dictámenes de la propia conciencia en oposición a las enseñanzas del Papa cuando “después de un maduro examen de conciencia, cree llegar, con toda cautela y espíritu autocrítico, a una opinión que derogue la norma establecida por el Papa”. Rahner -por su prestigio e influencia en aquel momento- abrió las puertas a un craso subjetivismo moral de gravísimas consecuencias para la vida de los fieles.

Incluso mucho más recientemente, con ocasión del 40 aniversario de la “Humanae vitae” ha reaparecido las viejas reacciones. El mismo día del aniversario fue publicada como inserción publicitaria en el “Corriere della Sera” una carta abierta al Papa que atacaba radicalmente la encíclica de Pablo VI. Sin embargo hoy en día pocos dudan que la “Humanae Vitae” fuera una encíclica profética. Pablo VI advertía en el n. 17 de la Encíclica de los tres grandes peligros que la anticoncepción acarrearía para la sociedad: el camino fácil y amplio para la infidelidad conyugal y la degradación de la moralidad; la pérdida del respeto a la mujer que pasaría a ser considerada como simple instrumento de goce egoístico; y, finalmente, el poner un instrumento peligroso en manos de autoridades despreocupadas de las exigencias morales.

¿Qué relación tienen estas previsiones con el fenómeno del aborto? Fue Juan Pablo II el que, en la encíclica “Evangelium Vitae”, indicaba que la cultura pro aborto es especialmente fuerte dondequiera que se rechace la enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción. Aun reconociendo la diferencia en naturaleza y en gravedad moral entre la anticoncepción y el aborto, el Santo Padre indicaba, sin embargo, que “anticoncepción y aborto están con frecuencia íntimamente conectados, como frutos de un mismo árbol”. Y añadía que “la invitación a la anticoncepción como una supuesta forma 'inofensiva' de relación entre los sexos no es sólo una negación insidiosa de la libertad moral del hombre. Fomenta una comprensión despersonalizada de la sexualidad que se reduce al momento y promueve, en último análisis, esa mentalidad de la que el aborto nace y de la que se nutre continuamente (...) La vida que podría resultar de un encuentro sexual se vuelve así un enemigo a evitar a toda costa, y el aborto se vuelve la única respuesta decisiva posible a los fallos de la anticoncepción”.

No es algo que Juan Pablo II se sacase de la manga. Ya muchos antes de la “Evangelium Vitae”, concretamente en marzo de 1972, el suplemento de International Planned Parenthood Federation News (“Noticias de la IPPF”), la conocida red internacional de clínicas abortivas revelaba: “En los países en los que existe un programa nacional del planificación familiar, o en los que hay una tendencia a tener familias menos numerosas, los abortos (legales o ilegales) aumentan”. Y continuaba diciendo: “El aborto deliberado es una lógica consecuencia de la anticoncepción a voluntad”.

Y esto es lo que ha pasado, y sigue pasando sin que haya indicios que la cosa vaya a remitir. Fue Pablo VI el que advirtió del peligro de la nueva mentalidad, Juan Pablo II sacó las consecuencias que dicho modo de pensar podía tener, y ahora son las estadísticas las que cantan y dicen que ambos pontífices tenían razón.

 

P. Alberto Royo Mejía, sacerdote