12.01.11

Diez Mandamientos

A las alturas en la que estamos todo el mundo sabe eso del penúltimo comunicado de la banda terrorista ETA acerca de un alto el fuego o algo así.

Sabemos, también las mismas personas, que tal banda de terroristas llevan unas cuantas décadas dedicándose a infringir, como poco, el quinto Mandamiento de la Ley de Dios que dice “No matarás”.

Hace ya mucho tiempo que la sangre de otra persona, Abel, también clamó al cielo e hizo que Dios preguntase a Caín dónde estaba su hermano (Gn 4:10: “Entonces Yahvé le dijo: ‘¿Qué has hecho? Clama la sangre de tu hermano y su grito me llega desde la tierra’

Pero, de forma inmediata le vienen a uno a la mente muchas ideas y no todas ellas buenas, por desgracia para mi proceder pecador. Hacer tal cosa supone, sobre todo, una falta de algo sin lo cual, francamente lo digo, es muy difícil vivir o, al menos, se vive de una forma mala y negra.

Lo que, en realidad, ha faltado (y viene faltando desde hace muchos años, exactamente los mismos que van desde que se creó la nefasta serpiente etarra hasta hoy) aquí es una palabra, su contenido y esencia, que dice mucho (o poco) de quien no la lleva a la práctica porque supone una falta de conciencia humana: el Amor (con mayúscula porque grande es el de Dios por su criatura)

Hay un texto de las Sagradas Escrituras que, por decirlo así, centra a la perfección, el tema del que, ahora, escribo. Es del Evangelio de San Juan (Jn 15: 9-17) y dice lo siguiente:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros
”.

Por lo tanto se refiere, explícitamente, al mandamiento más importante que, además, es citado así por Jesucristo a lo largo del Nuevo Testamento: el del Amor.

El Amor es, digamos, una realidad propia de la Ley natural pues de forma natural una persona ha de sentirlo por los demás. No es propio de un ser humano que sienta odio por un ser de la misma especie, humana, a la que, por bondad de Dios, pertenece. Otra cosa ha de suponer una especie de perversión básica que debería ser estudiada por algún psiquiatra o algún psicólogo.

Podemos, pues, hacernos, legítimamente, una pregunta: ¿Qué consecuencias puede tener la falta de tal sentimiento hacia el prójimo?

Es claro que cuando lo que, en realidad, pasa es que se odia a otros seres humanos por el hecho de serlo o por aplicarles algún tipo de distintivo especial, se tergiversa la realidad según la cual el ser humano es digno por ser el simple echo de serlo (quien no comprenda esto está, verdaderamente, perdido para la humanidad) Por tanto, cuando se desprecia la vida ajena como se ha hecho en los casos en los que se ha visto implicado la banda terrorista ETA y en todas las que, el mundo, existen, lo que se tiene es una mentalidad deformada por una ideología que desprecia al otro porque, seguramente, no entiende lo que el otro significa para el devenir de la humanidad. O sea, que se trata de odio puro.

Y, entonces, ¿Cómo ha de ser el amor al prójimo?

Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo

Con estas palabras, Benedicto XVI nos muestra (en su primera Encíclica Deus caritas est 18) lo que, al parecer, falta en la banda terrorista ETA:

-Amar a la persona que no me agrada…
-Mirar al prójimo con los ojos y sentimientos de Cristo…
-Amar a la persona que no conozco…

Y también,

saber que el otro es tan digno como yo…

Los dichos estados del alma requerirían, por tanto, haber confiado en Dios y haberlo recibido en sus vidas; haber conocido al Padre a través del Hijo; haber visto sufrir a Cristo y no hacer daño a los que le inferían el sufrimiento; haber reconocido, en la figura de Jesús, la misericordia del Creador; haber sabido hacer uso de la razón y de la fe como un solo instrumento; haber cumplido, con todo esto, la voluntad del Padre, haber…

Y tantas cosas que no parecen que concurran en según qué tipo de mentalidades, más proclives a odiar que a amar, son las que se podrían citar aquí sin temor alguno a equivocarnos.

Esto hace imposible otro tipo de pensamiento y acción que no sea la manifestación de ira y de rabia contra quien no merece ni la ira ni la rabia de tan nefasto proceder por ser contrario a lo justo religioso, a la justicia de Dios, a su voluntad (que no es matar)

Omnia vincit amor, dice Virgilio en las Bucólicas —el amor todo lo vence—, y añade: “et nos cedamus amori”, rindámonos también nosotros al amor”. Esto lo dice Benedicto XVI en la Carta Encíclica, Deus caritas est (4) citada arriba, y nos ofrece la posibilidad, única, de saber a qué es posible y razonable amoldarse: al Amor que, en realidad, puede romper todas las barreras y acabar con todas las separaciones tendiendo puentes de entendimiento válidos y adecuados en los que el odio no pueda más que, aunque sea, la mínima fraternidad.

Y, además, sólo al Amor vale la pena rendirse.

El Génesis, inmediatamente después del texto citado supra dice algo que es, verdaderamente terrible si contemplamos el caso actual de De Juana: “En adelante serás maldito, y vivirás lejos de este suelo fértil que se ha abierto para recibir la sangre de tu hermano, que tu mano ha derramado” (Gn 4:11)

Por eso me pregunto, ahora mismo, cuando aún están muy presentes las muertes de aquellas personas inocentes que la banda terrorista ETA ha producido a lo largo de su negra historia, hasta dónde puede llevar la falta de Amor de ciertas personas y, sobre todo, cuánto más tendrá Dios que perdonar y suplir nuestra, muchas veces, falta de paciencia humana ante tales actos y hechos y, también, hasta cuándo van a seguir manipulando a la opinión pública disimulando sobre las verdaderas intenciones de las imposibles treguas (pues aquí no hay dos bandos).

Para mí, todo lo demás, faltando lo básico, francamente, sobra.

Eleuterio Fernández Guzmán