12.01.11

Buster Keaton entre rejas

 

Estamos en el año 2011 después de Cristo. En toda la Belgique está permitida la eutanasia… ¿En toda? ¡No! En las cárceles, los presos no pueden.

Jeanne Smits cuenta el sugerente caso de los centros penitenciarios belgas. En 2010, tres presidiarios han solicitado la eutanasia formalmente y un gran número extraoficialmente, según reconoce el Jefe de los Servicios Sanitarios, Francis Van Mol. La solicitud no fue resuelta afirmativamente en ninguno de los supuestos. A uno de los presos, condenado por abusos de menores, se le aplicó algo parecido al tercer grado por motivos de salud, y, ya en la calle, pudieron eutanasiarle en su domicilio. Padecía una enfermedad muscular incurable, y cumplía los criterios que exige la ley belga.

A los otros dos les fue también denegada, ya que el motivo alegado era «insoportable sufrimiento a nivel psicológico a causa de su encarcelamiento» Van Mol se lamenta de las limitaciones, unas restricciones que plantean interesantes planteamientos éticos y ponen de manifiesto la tremenda hipocresía de la eutanasia, ya que como señala el criminólogo Snacken Sonja, el sufrimiento derivado de la privación de libertad debe ser considerado parte de la pena impuesta.

Si se aplicase la ley de eutanasia, condenas largas, cercanas a la perpetua, se tornarían en condenas a muerte de modo indirecto. Como señalan los expertos, esas situaciones llevan aparejadas unos estados depresivos profundos que habitualmente están acompañados de deseo de muerte como liberación.

Sin embargo, la actuación en esos casos es distinta, y se les acompaña psicológica y psiquiátricamente (cómo me gusta el eufemismo del acompañamiento). Se plantea el dilema de por qué en este caso sí tiene razón de ser un auxilio que ayude al paciente a dar sentido a su vida, aún en contra de su voluntad, y en los otros casos no.

Al menos, para que los adalides de la eutanasia se lo piensen.