12.01.11

El final del Papa Rey

A las 11:08 PM, por Alberto Royo
Categorías : Papas

PÍO IX Y EL FINAL DEL ESTADO PONTIFICIO

 

El año 1792 vio la luz en la ciudad italiana de Senigallia el Conde Giovanni Maria Mastai Ferretti, que con el paso de los años llegaría a Papa y tomaría el nombre de Pío IX. Eran años difíciles para la Iglesia, especialmente en Francia, pero por influjo de la revolución francesa, también en el resto de Europa. Fue concretamente en verano de dicho año cuando las leyes del país galo obligaron a cerrar los últimos conventos que habían sobrevivido a los años anteriores y se declararon ilegales las procesiones y el uso del hábito talar.

Objeto de otro artículo podrían ser las consecuencias de la revolución francesa en la Iglesia gala, pero conviene aquí recordar que dicho fenómeno político y social hizo, bajo el conocido lema de “libertad, igualdad, fraternidad” que en un solo año muriesen más cristianos de los que habían muerto en los siglos anteriores a manos de la terrible Inquisición. No fue en 1789, año en que una buena parte del clero acogió positivamente los ideales de la revolución y al constituirse en Versalles la Asamblea Nacional, en ella participaron cuatro obispos y 149 sacerdotes. En la noche del 4 al 5 de agosto de dicho año el clero renunció a sus privilegios y la supresión de las diferencias sociales fue celebrado con un Te Deum.

Pero esta connivencia no podía durar por el cariz anticlerical que la revolución mostró enseguida, con la enajenación de los bienes eclesiásticos -aunque se prometió el mantenimiento del culto y del clero- que privaba a la Iglesia de su libertad de acción. En protesta el clero abandonó la Asamblea Nacional y famosa es la respuesta de Voltaire, enemigo jurado de la Iglesia: “écrasez l’infame”. El culmen vino con la nueva constitución de 1790, que abolía el catolicismo como religión de estado y hablaba solamente de un “ser supremo” genérico. El estado pidió a los ciudadanos que quisieran ejercer una actividad pública (como el clero) jurar dicha constitución, cosa que Pío VI (1775-1799), después de titubear mucho, rechazó, pidiendo a los sacerdotes que no jurasen o que lo renegasen si ya habían jurado. Entre 1792 y 1793, año en que en Francia fue abolido oficialmente el cristianismo, fueron asesinados la friolera de 22.938 sacerdotes, por no hablar de religiosos y religiosas.

Pero volvamos a Italia, donde la familia Mastai Ferretti era conocida por sus gustos liberales, lo cual se vio a las claras cuando el joven eclesiástico, con 35 años de edad, el 21 de mayo de 1827 fue nombrado arzobispo de Spoleto y consagrado por el cardenal Francesco Saverio Castiglioni, después papa Pío VIII. De esta etapa destaca la amnistía que logró para los que participaron en una fallida revolución que, en 1831, se había extendido a aquella ciudad. Este hecho y sus simpatías por la causa italiana le hicieron ganar la fama de liberal. Al año siguiente de ese suceso, fue trasladado al prestigioso obispado de Imola manteniendo el cargo de arzobispo ad personam. Fue nombrado Cardenal in pectore el 23 de diciembre de 1839 y hecho público el 14 de diciembre del año siguiente.

Seis años después, a la muerte de Gregorio XVI, la inestable situación política italiana determinó la celebración de un cónclave peculiar en el que varios cardenales extranjeros decidieran no asistir a él, por lo que, a su comienzo, sólo estaban presentes 46 de los 62 cardenales.

Los conservadores apoyaban al cardenal Luigi Lambruschini, secretario de Estado del papa Gregorio XVI, mientras que los liberales, apoyaban alternativamente a dos candidatos: a Tommaso Pasquale Gizzi, cardenal del título de Santa Pudenziana y antiguo nuncio apostólico el el reino de Cerdeña, y al cardenal Mastai Ferretti. En la primera votación, Mastai Ferretti obtuvo quince votos y los demás votos fueron para Lambruschini y Gizzi. Muchos pensaban que si Lambruschini no resultaba elegido, lo sería Gizzi con toda probabilidad.

Llegado el cónclave a un punto muerto a causa del desacuerdo, los liberales y moderados decidieron votar por Mastai Ferretti, una decisión que fue contraria al sentir de buena parte de los gobiernos de Europa. El segundo día del cónclave, el 16 de junio de 1846, Mastai Ferretti fue elegido papa con una mayoría de 36 votos, mientras que Lambruschini sólo obtuvo diez; Gizzi no recibió ningún voto. Dado que era de noche, no se realizó ningún anuncio formal, exceptuando la fumata blanca. Muchos católicos asumieron que Gizzi había sido escogido como sucesor de San Pedro y, de hecho, empezó a haber celebraciones en su ciudad natal, Ceccano. A la mañana siguiente, se anunció la elección del cardenal Mastai Ferretti ante lo que debió ser una sorprendida multitud de católicos.

El nuevo Pontífice hizo varios gestos que confirmaron su fama de hombre liberal: Concedió la amnistía a los detenidos políticos, quiso que Roma tuviese una Constitución y un consejo ciudadano, cada jueves recibía a los fieles en audiencia pública. También abolió el antiguo gueto judío de Roma. Para sus propósitos liberalizadores tuvo que pugnar arduamente con la propia curia romana, hasta el punto que en dos años tuvo no menos de siete secretarios de Estado. Todo esto llevó a que Austria, que durante el Congreso de Viena había asumido el papel de protectora del papado, mirase con desconfianza al nuevo Papa y reforzase la presencia de tropas en el país.

Pero llegó también el momento en que el Papa Mastai Ferretti tuvo que enemistarse con los liberales por el bien de la Iglesia. Él, que en un primer momento había visto con buen ojo el movimiento de la reunificación de Italia, de manera que Giuseppe Mazzini le invitó a ser la cabeza de dicho movimiento, se tuvo que echar atrás cuando los liberales, además de la libertad de prensa y la creación de un ejército ciudadano, exigieron la expulsión de los Jesuitas.

La situación se deterioró aún más en 1848, cuando Carlos Alberto de Saboya declaró la guerra a Austria y la gente recibió la noticia al grito de “¡Fuera los extranjeros! Pío IX declaró que su cargo era de pastor universal y por lo tanto no podía tomar partido en contra de una nación católica, lo que llevó a que unos revolucionarios respondiesen asesinando el 15 de noviembre en Roma al primer ministro del Estado Pontificio, Pellegrino Rossi. Al día siguiente asediaron la residencia papal del Quirinal, pidiendo que el Pontífice aprobase la guerra contra Austria y proclamase la unidad de Italia. Cuando el Papa se negó y comenzaron los disparos contra el palacio papal, Pío IX, para evitar un derramamiento de sangre, aprobó la lista de ministros que le presentaban los liberales y, vestido como un ciudadano normal, huyó a Gaeta, en el reino de las dos Sicilias, en una carroza puesta a disposición por la embajada bávara. En Roma fue proclamada la República y se dio por concluido el reinado de los Papas.

Pío IX, que seguía teniendo bien clara su misión de pastor de la Iglesia universal, desde el destierro de Gaeta mandó a los obispos de la Iglesia la carta en la que pedía su opinión sobre la conveniencia de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que recibió una respuesta abrumadoramente positiva. Mientras tanto, en los territorios del Estado Pontificio los ejércitos de Napoleón III Bonaparte (descendiente del que había secuestrado a Pío VII) protegían los intereses del Papado y restablecían su poder temporal, por lo que Pío IX pudo volver a Roma.

Poco le duró a Pío IX el reconquistado poder temporal, pues en 1861 fue proclamado Víctor Manuel II rey de Italia y su primer ministro, el Conde de Cavour instó al Papa a reconocer el nuevo estado y renunciar a Roma, a lo que el Papa se negó. Pero ahora no pudo disponer de los franceses para proteger al Papado, pues en 1870 estalló la guerra franco-prusiana y las tropas galas se tuvieron que retirar de Italia. Al año siguiente, Roma fue conquistada por los ejércitos del rey Víctor Manuel, dirigidos por el general Raffaele Cadorna. Cruzaron la frontera papal el 11 de septiembre y avanzó lentamente hacia Roma, esperando que la entrada pacífica pudiera ser negociada. Sin embargo, el ejército italiano alcanzó la Muralla Aureliana el 19 de septiembre y sitió Roma. El Papa siguió siendo intransigente y forzó a sus Zuavos a oponer una resistencia más que simbólica, ante la imposibilidad de la victoria. El 20 de septiembre, después de tres horas de bombardeos, el ejército italiano consiguió abrir una brecha en la Muralla Aureliana (Breccia di Porta Pia). Los Bersaglieri marcharon por la Vía Pía, después llamada Vía del XX de septiembre. 49 soldados italianos y 19 zuavos murieron en combate, y, tras un plebiscito, Roma y el Lacio se unieron a Italia. El Papa excomulgó a los ejércitos atacantes, lo cual no impidió que el nuevo gobierno se quedase con el palacio papal del Quirinal y el Pontífice se tuviese que retirar a su residencia contigua a la Basílica de San Padro, en el Vaticano

Víctor Manuel le ofreció al Papa como compensación una indemnización y mantenerle como gobernante del Vaticano. Pero el Papa, que quería mantener el poder terrenal de la Iglesia, se negó, pues eso hubiera supuesto reconocer oficialmente al nuevo estado italiano y se declaró prisionero en el Vaticano. Además, sabiendo la influencia que tenía sobre los católicos, les prohibió a todos los católicos italianos votar en las elecciones del nuevo reino.

Pío IX rechazó toda ayuda del nuevo estado italiano hasta el final de su vida, en 1878. Conocido es su deseo de enterrarse en la Basílica de San Lorenzo Extramuros y como, cuando tres años después de su muerte el cortejo fúnebre trasladó sus restos desde las grutas vaticanas a la lejana Basílica, apunto estuvieron dichos restos de acabar en el fondo del Tiber, por la furia de los radicales que veían en Pío IX la encarnación del antiguo régimen desaparecido. De hecho, durante más de un siglo se ocultó el lugar exacto de la sepultura del Papa dentro de la capilla sepulcral (pagada por las naciones católicas y las órdenes religiosas, como se puede ver en los mosaicos de las paredes), por miedo a profanaciones. Hoy en día, tras su polémica Beatificación junto a Juan XXIII, pasadas ya las pasiones de antaño, su cuerpo se puede venerar en la citada capilla.