15.01.11

El Cordero de Dios

A las 12:46 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el II Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

San Juan designa a Jesús como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (cf Jn 1,29). Alude así al sacrificio redentor de Cristo. Jesús es el verdadero “Siervo de Yahvé” (cf Is 49,3-6), que viene al mundo para hacer la voluntad del Padre. El servicio y el sacrificio - dos palabras poco gratas a los oídos contemporáneos - están incluidos en el simbolismo del Cordero.

¿Qué significa “servicio”? En la Biblia, el “servicio” puede ser algo bueno o algo malo. Puede tratarse de la sumisión del hombre a Dios o bien de la sujeción del hombre por el hombre; es decir, de una forma de esclavitud. Se trata de acepciones antagónicas de un mismo término.

En el mundo pagano el esclavo, el servidor, no era considerado ni siquiera como una persona; era visto como una propiedad, una cosa, algo semejante a un animal. En la Ley de Israel, no obstante, el esclavo no deja de ser hombre y hasta puede llegar a ser alguien de confianza e incluso heredero (cf Gn 24,2).

Servir a Dios no es ser esclavo. Es todo lo contrario: se trata de un título de nobleza. Pero este servicio se ha de concretar en el culto y en la conducta, en el sacrificio ritual y en la obediencia.

Muchas veces, pretendiendo ser completamente autónomos, plenamente independientes de Dios, nos convertimos en esclavos: De los demás, de la moda, de los intereses dominantes o incluso de nuestras pasiones.

Jesús ha venido a servir, a cumplir la voluntad del Padre. La negativa de los hombres a servir a Dios es reparada por la obediencia de Cristo. Servir es dar la vida, entregándola hasta las últimas consecuencias. No somos “menos” hombres por ser “más” de Dios. Es justamente al revés: Cuanto más seamos de Dios, más somos. En la medida en que seamos sus servidores, seremos libres.

Dios no esclaviza, sino que solicita nuestra libertad. Jesús es el hombre libre por antonomasia, aunque esa libertad, esa independencia de los intereses creados y de la servidumbre de este mundo, le costase, literalmente, la sangre.

Jesús muere en la cruz como un esclavo, pero su muerte es la muerte del más libre de los hombres; es la muerte del Hombre que sólo sirve a Dios, que nada antepone a Dios, ni siquiera el propio egoísmo.

Por su obediencia, Jesús se dio a sí mismo en expiación, reparando por nuestras faltas y satisfaciendo al Padre por nuestros pecados (cf Catecismo 615). Él es el Redentor, aquel que nos libera de la esclavitud del pecado.

Para nosotros, los cristianos, “servir a Cristo es reinar” (LG 36). Por su servicio y su sacrificio, el Señor se convierte para todos nosotros en la “Luz de las naciones” (cf Is 49, 3-6). Seguirle significa hacer propia su actitud básica de obediencia, de entrega a la voluntad del Padre, tal como expresa el Sal 39: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Guillermo Juan Morado.