Pide disculpa por el sufrimiento que haya podido causa el cambio

La Hna Verónica Berzosa explica el proceso que ha llevado a la fundación de Jesu Communio

 

El Boletín Digital Masdecerca se ha hecho eco de la carta que la Hna. Verónica Berzosa, fundadora del nuevo instituto de derecho pontificio Jesu Communio, dirigió la víspera de navidad a las hermanas clarisas. En la misma, la Hna. Verónica ofrece sus explicaciones a las hermanas sobre los asuntos que han girado en torno al proceso seguido en la aprobación del instituto, sobre algunos temas que han ido saliendo a la luz pública en forma de acusaciones y que dañaban el nombre de esta nueva realidad.

17/01/11 8:26 AM


 

(Mas de Cerca/InfoCatólica) Sor Verónica Berzosa da testimonio de los apoyos recibidos, las vocaciones que fueron llegando y su obediencia a la voz del Espíritu. A su vez, ofrece sus excusas por el ”sufrimiento que, sin pretenderlo, o a causa de nuestra fragilidad, os hayamos causado”.

Por su interés, reproducimos íntegra esta carta:

Iesu communio

La Aguilera-Lerma, 24 de diciembre de 2010

Queridas hermanas: La Madre Presidenta me invitó a escribiros; le agradezco sinceramente esta invitación que tanto deseaba. Dejo en sus manos esta carta para que ella os la transmita. Deseo abriros el corazón y dirigiros esta carta en tono familiar y más confidencial que la nota informativa que salió en la prensa, dirigida a los que, movidos por el amor que nos tienen, solicitaban una información amplia de lo que estamos viviendo.

Quiero compartir sencillamente con vosotras que la reciente decisión de la Santa Sede viene a reconocer y confirmar una forma de vida que ha recorrido antes un largo camino que se ha ido configurando paulatinamente. Cuando alguien se propone escribir acerca de un designio de Dios, no encuentra palabras con las que expresar tanto bien recibido, sin mérito alguno. Explicar este hoy sería como pretender explicitar detalladamente la llamada al seguimiento de Jesucristo. Una sólo sabe reconocer que su corazón ha sido robado por el amor entregado de Dios, y que, encontrado el Tesoro incomparable, ya no puede más que avanzar en el camino que Él va indicando.

Siempre me han impactado las palabras de H. Urs von Balthasar, cuando sintió la llamada de Dios: «Tú no tienes que elegir nada, has sido elegido. Se te dará la vocación como tarea a desarrollar. No necesitas nada, se te necesita a ti. No tienes que hacer planes, eres una piedrecita de un mosaico ya existente. Todo lo que yo tenía que hacer era simplemente dejarlo todo y seguirle, sin hacer planes, sin el deseo de experimentar intuiciones particulares. Sólo debía estar allí, sencillamente quedarme quieto para que Él me tomara».

En verdad siento que el camino recorrido no ha sido fácil. Tampoco ha estado exento de cruz, pero ha sido necesario, porque el grano de trigo tenía que caer en tierra y morir para que despuntara y floreciese el fruto que Dios quería. A la luz de este momento, releo cómo nuestra forma de vida se tejía en el silencio de Nazaret. Es verdad que hoy estamos llenas de gozo, pero siento que es el mismo gozo que teníamos ayer y siempre, porque la alegría consiste en estar en la voluntad de Dios día tras día.

Un día, leyendo el artículo de Mons. Jesús Sanz Montes, franciscano, El lugar eclesial del carisma de Santa Clara, encontré estas palabras: «Ni Clara, ni Francisco sabían más. Por eso señala el biógrafo con gran agudeza: Francisco la conducirá al monasterio benedictino de San Pablo, no porque fuera ése el locus charismaticus de Clara, sino porque representaba un lugar seguro de espera donec aliud provideret Altissimus —hasta que el Altísimo dispusiera otra cosa— (LegCl 8)». Confieso que al principio sentí alivio… ¿quizás sería esto lo que nos estaba pasando? Pero luego me dije: «No, esto no ha sido así para nosotras».

Santa Clara estaba cierta de que ése no era su lugar; y de hecho, su estancia allí fue muy breve. Nosotras hemos abrazado de corazón el carisma franciscano, sin duda en medio de mucha fragilidad. Puedo afirmar que no hemos buscado «un lugar seguro hasta que el Altísimo dispusiera otra cosa»; en verdad no ha sido así. Lo que alcanzo a discernir en este hoy es que Él ha querido que esta forma de vida, Iesu communio, tuviese su cuna en la Orden Franciscana, y estamos muy agradecidas a Dios por este don; sólo Él sabe por qué, y quizá más tarde, e incluso posteriores generaciones, comprenderán. Hemos tenido la gracia de beber intensamente en las fuentes de la espiritualidad franciscanoclariana, pero también es verdad que hemos sido formadas en el conocimiento de los Padres de la Iglesia.

Además, ha sido muy decisiva en nuestra formación la persona y el Magisterio de nuestros Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, así como la rica tradición espiritual del patrimonio de santidad de la Iglesia, y los escritos de teólogos como Joseph Ratzinger, Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac, etc., quienes nos han ayudado a profundizar en nuestra experiencia concreta y en nuestro peregrinar en la fe.

Debo mi perseverancia a la Madre Clara. Tras veintisiete años desde mi entrada en el monasterio, me atrevo a afirmar que debo mi perseverancia en la vocación a la Madre Clara; en ella veo realizado el sueño de Dios sobre una mujer formada esposa y madre según el corazón de Cristo. Ella me ha confirmado con su vida que la sed esponsal de Cristo, que Él hizo arder en mi interior desde mi juventud, sólo se colma en Jesús, Vida nuestra, nuestro inseparable vivir. Sus cartas han sellado en mí la certeza de que la consagración es un camino de plenitud, de bienaventuranza, vivido en un «amor incomparable» (Sta. Clara, Carta III), y esta certeza inquebrantable me ha sostenido en mi perseverancia. Francisco y Clara me han mostrado el gozo del seguimiento a Cristo en una libertad envidiable. «Pero ¿por qué no nos habéis informado antes?», nos preguntáis muchos Nos han llegado constantes ecos y algunas cartas, preguntando: «¿Por qué no nos habéis informado antes?» Quiero deciros con toda sinceridad que nosotras ni siquiera nos hemos propuesto informar o no informar, sino que hemos dejado que la vida transcurriese, tratando de secundar siempre lo que Dios quería de nosotras.

El día 31 de mayo de 2010, como sabéis, vinieron las hermanas de nuestros monasterios de Burgos, y en ese encuentro les expusimos el momento que estábamos viviendo. Incluso sor María Javier, de Castil de Lences, hizo una crónica que se publicó en la revista Hermanas Menores. Como comprenderéis, no se podía explicar íntegro el contenido de la forma de vida presentada al Dicasterio, porque, una vez que la cuestión estaba sometida a su estudio, era obligado guardar reserva para no prevenir el juicio de la Santa Sede ni interferir en él. Por tanto, ni a la Madre Presidenta, ni al Padre Asistente, ni a los demás miembros de la Orden pudimos informar de la marcha de este estudio, que ni siquiera nosotras conocíamos.

Desde abril hasta finales de noviembre han sido meses de silencio por parte de la Congregación y, en consecuencia, también por nuestra parte, hasta que hablaron con nuestro Sr. Arzobispo D. Francisco Gil Hellín, el cual nos comunicó que la Congregación para la Vida Consagrada, con el beneplácito del Santo Padre, aprobaba lo que estábamos viviendo como un nuevo Instituto Religioso de derecho pontificio llamado Iesu communio (Comunión de Jesús). Quiero aclarar que la comunidad entera sí conocía íntegramente todo lo que se presentó en Roma; se leyó y explicó punto por punto con todo detenimiento en el Capítulo presidido por el Sr. Arzobispo, incluso a las novicias y postulantes.

Después todas las hermanas votaron en secreto. Todos los votos fueron favorables para que fuera presentado a la Congregación lo que allí se exponía, quedando totalmente abierto a su discernimiento. Todas las hermanas compartíamos la disposición de obedecer a la Iglesia, fuera cual fuera la resolución, para avanzar en la voluntad de Dios. Otra pregunta insistente y dolorosa: «¿Por qué no repartís?» Al ser cada vez mayor el número de hermanas, insistentemente nos llegaban voces desde dentro de la Iglesia: «¿Por qué no repartís? Algunos monasterios se extinguen por falta de vocaciones, ¿por qué no los ayudáis para que no se cierren? ¿Acaso queréis crear algo diferente?» Hubo quienes incluso nos aconsejaban que no recibiésemos más vocaciones, si en verdad amábamos a las jóvenes, mientras no tuviésemos claro qué íbamos a vivir… Estas voces, día tras día, a la vez que nos hacían sufrir, nos han hecho mucho bien, porque nos han ayudado a arrodillarnos con la súplica de san Francisco: «Señor, que realicemos tan sólo tu simple y puro querer», sin pretensión que lo empañe o eclipse. En conciencia, no podíamos repartirnos, sencillamente porque no era la voluntad de Dios, y creo que está claro a la luz de este hoy. Pero creedme que lo que más nos ha hecho sufrir era el reproche que algunos expresaban en términos semejantes a estos: «Vosotras no hacéis bien a las Clarisas, porque no mostráis su verdadero rostro…»

Y quizá tenían razón, pero nosotras no podíamos dar ningún paso si el Espíritu de Jesús no lo indicaba. Quiero confiaros, para que estéis informadas de primera mano, e incluso podáis responder a quienes os preguntan, que nos ha sorprendido dolorosamente oír no pocas veces que hemos recibido a nuestras hermanas de Briviesca y de Nofuentes para quedarnos con su patrimonio, y que nos hemos aprovechado del Santuario de La Aguilera. La sencilla verdad es que nuestras hermanas de Briviesca y Nofuentes fueron informadas de lo que estábamos viviendo y de lo que nosotras conocíamos hasta el día que vinieron. Nos parecía un deber de conciencia explicárselo con toda claridad antes de dar el paso; y ellas, con humildad y libre decisión, insistieron en venir a nuestra comunidad. En cuanto al Santuario de La Aguilera, en el Comunicado se explican brevemente las condiciones en que pudimos comenzar a usarlo, y estamos agradecidas a los Hermanos Franciscanos, que se avinieron primero a cederlo y, posteriormente, a vendérnoslo. Duda de las jóvenes vocacionadas: «¿Por qué aquí sí y no en otro lugar?» Creo que es oportuno daros a conocer lo que una tras otra expresábamos en conciencia antes de dar el paso a la profesión, porque «el corazón sangraba» al no acabar de identificarse con la forma de vida en la que habíamos entrado. Las nuevas jóvenes vocacionadas, que llamaban a nuestra casa acuciadas por la sed de Cristo, pronto manifestaban: «¿Por qué siento la llamada a consagrarme únicamente aquí?, ¿por qué veo en vosotras lo que quiero vivir y ponéis nombre a lo que yo tengo en el corazón? Sólo sé que tengo esta certeza —decían—, pero no sabría responder a la pregunta que tantos me hacen: “Si te sientes llamada a ser Clarisa, podrías vivir en cualquier monasterio de Damas Pobres…”, pero la realidad no es así».

Durante los años en que he sido maestra de novicias, era testigo de cómo las hermanas se entregaban gozosas el día de su Profesión Solemne con un «sí» para siempre a Cristo y a su voluntad, pero es verdad también que me decían: «Yo profeso lo que vivimos, esta realidad, pero no me identifico con la Regla y las Constituciones de las Hermanas Clarisas»… Yo les decía: «Hija, nosotras somos Clarisas, llevamos este hábito y hemos profesado esta Regla, esto es lo que hay; si quieres, lo tomas y si no… puedes irte». Jamás se ha sostenido a nadie hablándole de la posibilidad de comenzar un nuevo camino. Lo más bello es que profesaban en total libertad, tras haber abierto con transparencia a los superiores y sacerdotes sus inquietudes. Nosotras, sin más, confiábamos en que era Él mismo, y a su tiempo, el que tenía que desvelarnos a todas y a cada una lo que ya estaba realizando.

Es verdad que Dios no pone ningún deseo en el corazón que no vaya a cumplir, pero es necesario saber esperar. Se trataba de dejar a Dios que hiciese su camino; a nosotras nos tocaba arrodillarnos y secundar lo que Él quería, dejar nuestra vida en sus manos y vivir en obediencia sencilla cada día, con la confianza de que Él nos mostraría lo que quería de nosotras. Nos queda una gran paz, porque Dios siempre ha tomado la iniciativa Al leer hoy nuestra historia de salvación concreta, me llena de gozo ver que la iniciativa y el tiempo siempre han sido de Dios. Éstos son, en síntesis, los pasos sucesivos de este peregrinar. Como sabéis, a partir de 1994 el crecimiento de hermanas fue muy rápido y «amenazaban con estallar» las paredes de nuestro monasterio de Lerma, que podía albergar, como mucho, a treinta y tres hermanas, y en el que hemos llegamos a vivir hasta ciento treinta y una hermanas. Tras muchas «noches de búsqueda» de un lugar para acoger a las hermanas presentes y a las que insistentemente mendigaban a nuestra puerta vivir junto a nosotras, sólo se nos abrió con realismo un lugar. Digo «con realismo», porque un bienhechor, de forma espontánea, prometió ayudarnos a reconstruir este convento concreto de La Aguilera (Burgos), Santuario de San Pedro Regalado.

Así se manifestó el camino de la Providencia, que suponía tener las dos casas en nuestra propia diócesis de Burgos. Estábamos ya deseando venir a vivir a La Aguilera. Llevábamos casi 3 años en obras preparando este lugar. El paso, que era «obligado dar» por el número de hermanas, exigía pedir un permiso al Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, Cardenal F. Rodé, en orden a que nos concediese «ser una única comunidad Lerma-La Aguilera en dos sedes diferentes con un solo gobierno». En este momento vino a visitarnos nuestro Sr. Arzobispo; no puedo dudar que fue movido por el Espíritu Santo. Hoy nos parece ver cómo Dios tomó la iniciativa en la persona del pastor que Dios había dispuesto para ser guiadas y que, desde el primer momento, se volcó en ayudarnos. Era mayo y, con ocasión de administrar el Sacramento de la Confirmación en la parroquia de Lerma a algunos jóvenes, quiso visitar los tres monasterios de clausura del pueblo y manifestó el deseo de verme a solas con motivo de mi reciente elección de Abadesa en marzo, para alentarme en la nueva andadura. Estuvimos dialogando menos de media hora, y sólo puedo decir que, por designio de Dios, mi corazón descansó en él, porque pude abrir lo que estaba sucediendo en nuestro monasterio de un modo, creo, que hasta entonces Dios no había querido que abriese; os confieso que había hecho algunos otros intentos, pero todo, una vez más, me confirma que el tiempo y la hora son de Dios. Me insistió en que era un tiempo en el que había que orar intensamente para saber discernir en verdad qué quería el Señor de nosotras en este acontecer concreto.

Su invitación a orar y a esperar en Dios me llenó de alegría, y vuelvo a afirmar que, sobre todo, el corazón descansó. Sin duda que en este camino y en este momento necesitábamos más que nunca ser acompañadas, porque sólo en obediencia podríamos seguir avanzando en el designio de Dios, bajo el impulso del Espíritu de Jesús, en total transparencia y filial confianza ante la Madre Iglesia, en cuyo seno hemos nacido y queremos vivir. En este nuevo paso, llevábamos bien grabadas a fuego las palabras de santa Clara: «Vivid siempre fieles y sujetas a los pies de la Madre Iglesia». El 27 de junio llegó la contestación del Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. Nos llenó de gozo su respuesta paternal y llena de caridad. En ella nos decía: «Este Dicasterio ha decidido acoger la instancia en espera de que la Comunidad llegue serenamente a una mayor claridad respecto a lo que se sienten llamadas a realizar. Tal concesión es válida por tres años, con el ruego de enviar anualmente una relación a este Dicasterio». Volvimos a tener un encuentro, y el Sr. Arzobispo me manifestó su gozo por esa acogida del Dicasterio a nuestra petición, y con más fuerza me insistió en la necesidad de ir definiendo lo que estábamos viviendo, y me dijo: «Madre, creo que esta realidad nos desborda; necesitaríamos un buen canonista de la Madre Iglesia que nos ayude a dar forma y a expresar esta “realidad ya hecha cuerpo”… Sois muchas hermanas y la Congregación, ante “una solicitud muy particular”, como os decía en su respuesta, os pide que os vayáis definiendo… Si quieres, me pongo en camino y llamo a la puerta de un canonista en el que he pensado».

Ante ellos, Madre Blanca y yo, en la medida que el Espíritu nos permitía, abrimos con sencillez nuestro corazón, ciertamente no buscando discernimiento sobre nuestra vida personal, sino sobre lo que Dios estaba obrando en la comunidad. Ellos no trataron más que de ayudarnos a buscar la voluntad de Dios en este peregrinar bajo el soplo del Espíritu. A lo largo de este año hemos tenido los encuentros necesarios con el Sr. Arzobispo. Él me repetía: «Sin prisa, Madre, pero hay que trabajar y avanzar en este discernimiento». Yo le preguntaba con mucho temor y respeto: «¿Usted cree que es la hora de presentar esto, padre?» Y para que en nada nos buscáramos a nosotras mismas, seguimos dejando este discernimiento abierto a nuestra amadísima Iglesia, a quien debemos todo lo que somos y tenemos, sin pretensión ni prisa, porque nada nos impedía ya, en el hoy de su gracia, ser de Cristo y querer cada día más su voluntad. Como veis, creemos que en esta realidad en la que nos hemos visto inmersas no ha habido ninguna planificación previa, sino que hemos querido ir dando respuesta a lo que el Señor iba y va haciendo. Primero la «obligación» de vivir en otro lugar por el número de hermanas y, por tanto, de escribir a la congregación; y después ni siquiera fuimos nosotras las que llamamos a la puerta de nuestro Sr. Arzobispo pidiéndole discernimiento en este momento; creo que ni nos atrevíamos, aunque lo deseábamos con todo el corazón. Todo pertenece a Jesucristo, también el tiempo de espera. Era necesario que su designio sobre nosotras fuera madurando. Nosotras somos las primeras sorprendidas por este designio de Dios Como ya sabéis, junto a la afluencia de vocaciones, a la vez se fue dando otro fenómeno. Sobre todo a partir de 1994, comenzaron a venir, sin convocarlos, numerosos grupos, peregrinos sedientos en cuyo corazón ardía un deseo: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21); querían compartir la fe y, por ello, los locutorios del monasterio se abrían para dar testimonio, y también se invitaba a la oración. De Roma nos pidieron hacer una estadística de este acontecer, y calculamos que en seis meses habían pasado catorce mil personas, sin contar las visitas privadas de las hermanas; la mayor parte de ellos eran jóvenes en búsqueda.

Ahora entendemos mucho más por qué nos han impactado siempre estas palabras de Juan Pablo II pronunciadas en Ávila a las contemplativas en 1982: «Consientan vuestros monasterios en abrirse a los que tienen sed. Vuestros monasterios son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando una vida sencilla y transparente en contraste de la que les ofrece la sociedad de consumo». Sentimos que nuestra llamada es ser por entero esposas de Cristo, consagradas, con la misión de ser una casa abierta, posada del Buen Samaritano, para hacer presente, en la comunión, a Jesús Resucitado a tantos peregrinos que llaman día y noche a nuestra puerta, y así los que están sedientos y heridos puedan encontrarse con Jesucristo Redentor y experimentar que han sido acogidos en la oración y presentados al Padre, esperados como hijos por la Madre Iglesia; queremos ser lugar de encuentro para avivar en comunión nuestra fe, hasta hacer arder el deseo de santidad como plenitud de vida. Y este peregrinar de gente sigue sucediendo cada vez más. Nosotras no hemos elegido el modo de dar la vida.

En nada sentimos negación de un carisma radiante Creemos firmemente en la vocación íntegramente contemplativa; es más, creemos que es la corriente subterránea que sostiene todo vivo y cuida el florecer de todas las realidades de la Iglesia; esto, hemos tenido el privilegio de verlo y vivir en ello. Es imposible sentir la negación de un carisma radiante como es el de las Damas Pobres de Santa Clara, que en su seno ha generado grandes santos en la Iglesia; no se trata de una negación, sino de una afirmación de un designio concreto de Dios sobre nosotras. Sólo tenemos agradecimiento por todo el bien recibido A nosotras mismas, pobrecillas, no deja de sorprendernos esta llamada y, sobrecogidas y agradecidas, nos sentimos impulsadas a corresponder al don de Dios.

Por ello, nos postramos conscientes de la gran responsabilidad que conlleva este momento, pero vivimos en la plena confianza de que el que inició esta obra, Él mismo la llevará hasta el fin. Suplicamos vivamente vuestra oración, para que no malogremos su designio sobre nosotras y nos dejemos siempre hacer por Él. Sólo tenemos agradecimiento hacia la Orden Franciscana por todo el bien recibido, agradecimiento que esperamos saber transmitir a las futuras generaciones, porque en la voluntad de Dios no hay ruptura de corazón. Perdonadnos el sufrimiento que, sin pretenderlo, o a causa de nuestra fragilidad, os hayamos causado. Pedimos a Dios seguir viviendo en comunión, ofreciéndonos unos por otros. Que la Virgen María, Madre y Maestra nuestra, interceda por todos. Gracias, Jesucristo, gracias, Madre Iglesia, gracias, hermanas. Siempre una vida: Jesús y su voluntad, Hermana Verónica Mª