ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 5 de febrero de 2011

Jornadas Mundiales de la Juventud

Abecedario de la Jornada Mundial de la Juventud 2011

Foro

Cuba, la urgencia de un nuevo pacto social

Ni laicismo ni fundamentalismo

Conciencia cristiana y cultura política en san Josemaría Escrivá

Iglesia viva, Iglesia perseguida

Iesu Communio, nuevo carisma en y para la Iglesia


Jornadas Mundiales de la Juventud


Abecedario de la Jornada Mundial de la Juventud 2011
 
MADRID, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Presentamos el abecedario de la Jornada Mundial de la Juventud 2011 que ha publicado la comisión organizadora de Madrid (http://www.madrid11.com).

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Acogida

Existen dos modelos de alojamiento: en grandes espacios (colegios, parroquias, polideportivos, etc.) para grupos grandes de peregrinos, o en casas de familias, más indicado para grupos pequeños 

Benedicto XVI

«Intentad acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchadle como al verdadero Amigo con quien compartir el camino de vuestra vida. Con Él a vuestro lado seréis capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, los problemas, también las desilusiones y los fracasos.»

Catering

 

Los inscritos con manutención recibirán cheques de comida, que se canjean en más de mil restaurantes en toda la Comunidad adscritos a la JMJ. Muchos establecimientos ofrecerán también la comida o la cena para llevar.

 

Días en las Diócesis

 

El programa va del 11 al 15 de agosto.  Para participar hay que inscribirse en la JMJ y señalar la diócesis elegida. A la práctica totalidad de las diócesis españolas se han sumado la diócesis francesa de Bayona y Gibraltar.

 
Euros

La JMJ se autofinancia: las autoridades públicas no aportan dinero a la JMJ. Las inscripciones son la principal fuente de financiación de la JMJ; el resto es cubierto por empresas y particulares.


Festival de la Juventud

Madrid será una fiesta internacional, con actividades musicales, artísticas, históricas y tradicionales españolas y de todos los rincones del planeta. Los actos culturales de la JMJ tendrán lugar del 15 al 19.


Gobierno

El Gobierno de España, la Comunidad de Madrid y Ayuntamiento de Madrid colaboran eficazmente en los temas de su competencia, para que esta cita juvenil mundial sea un gran éxito para España y para Madrid.


Hoteles

La organización no se ocupa de aquellos peregrinos que desean alojarse en hoteles, y delega la gestión en Viajes El Corte Inglés, la agencia oficial de viajes.


Inscripciones

La inscripción es online. Todas las modalidades de inscripción incluyen seguro de accidente, transporte público, mochila y acceso prioritario a los actos centrales.


Jóvenes voluntarios


Son la columna vertebral de la JMJ. Se necesitarán 20.000 voluntarios: quien desee participar ha de inscribirse a través de la página web.


Kairós

La JMJ contará con una Feria de las Vocaciones, ubicada en el Parque del Retiro. Todos los movimientos y realidades eclesiales están invitados a participar en esta muestra de la riqueza espiritual de la Iglesia.


 Liturgia

 El tesoro de la liturgia, cuidada con esmero  hasta los más pequeños detalles (en los ornamentos sagrados, la atención a las rúbricas, la música, la distribución de la comunión, etc.) ayudará a de scubrir la belleza de la fe a muchos jóvenes.



Mochila

La mochila contiene un Evangelio, el Libro del Peregrino (para seguir las ceremonias), la Guía de la JMJ (con el programa, la agenda cultural, etc.), el catecismo YouCat, la camiseta de la JMJ, una gorra, un abanico y un rosario.
 

 

Números

La Jornada Mundial de la Juventud es el encuentro de jóvenes más numeroso del planeta. Por los datos que llegan de distintos países, la edición de Madrid tendrá una participación multitudinaria.


 

Obispos

Numerosos obispos de todo el mundo -casi un cuarto del episcopado mundial- participarán en la JMJ 2011, junto al Papa y acompañando a los jóvenes de sus diócesis. En esos días, Madrid será el centro de la Cristiandad.

Prensa

La participación de medios nacionales e internacionales alcanzará números muy altos: se espera acreditar a más de 5.000 profesionales de la información.

 

Quién es quién

La JMJ depende del Pontificio Consejo de Laicos, organismo de la Santa Sede presidido por el cardenal Stanislaw Rylko; y del Comité organizador local, presidido por el Cardenal Antonio María Rouco Varela.

 
Reconciliación

Para acercar a los jóvenes el sacramento de la reconciliación, el Parque del Retiro acogerá una ‘Fiesta del perdón', donde los asistentes a la JMJ dispondrán de varios cientos de sacerdotes que escucharán confesiones en muchos idiomas.


Solidaridad

El Fondo de Solidaridad sirve para permitir que participen en la JMJ jóvenes de países en guerra o serias dificultades económicas. Al inscribirse se pide un donativo de 10€ a cada uno de los jóvenes.

 


Transporte

La red de transporte de Madrid es una de las más completas del mundo. El abono de transporte está incluido en la inscripción, y facilitará la movilidad por toda la Comunidad.


 

Universal

La JMJ es una muestra de la universalidad de la Iglesia Católica. Se esperan peregrinos de prácticamente la totalidad de países del mundo.


 

Visados   

  
El  Gobierno de España estudia la concesión de visados gratuitos, siguiendo un protocolo que los facilite los peregrinos que vengan con instituciones eclesiales, y garantice al mismo tiempo que no se genera inmigración ilegal.


Website

La página www.madrid11.com es la primera y principal fuente de información acerca de este acontecimiento: programa y horario de los actos, modalidades de inscripción, audiovisuales y carteles promocionales descargables, etc.

 

XX

Los inscritos tendrán un pase del peregrino, que les asignará un lugar reservado en los actos centrales,  y les dará acceso gratuito a las actividades culturales del Festival de la Juventud.


YouCat

YouCat, abreviación de Youth Catechism, un catecismo escrito para jóvenes, prologado por Su santidad Benedicto XVI, y que será entregado a los participantes.


Zonas

Las zonas de los actos centrales, divididas en sectores para garantizar el orden, la atención y la seguridad de todos, se asignan en función de la proveniencia de los inscritos y de la fecha en que formalicen completamente su inscripción. Cuanto antes se inscriban, más cerca se estará del Papa.

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Foro


Cuba, la urgencia de un nuevo pacto social
Análisis de la publicación del Consejo Arquidiocesano de Laicos de La Habana
LA HABANA, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Presentamos el análisis que ha publicado "Espacio laical", revista del Consejo Arquidiocesano de Laicos de La Habana con el título "La urgencia de un nuevo pacto social".

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Desde hace tiempo se han venido desdibujando los elementos que han integrado el pacto social que hubo en Cuba durante el último medio siglo.

Esta realidad no ha implicado aún una pérdida de la gobernabilidad en el país. Tampoco ha conseguido que importantes sectores pierdan afinidad con el imaginario -sobre todo el original- que hizo posible la Revolución cubana. Sin embargo, dicho proceso de fractura sí ha dañado cuotas de legitimidad que poseía el proyecto oficial, ha perjudicado el consenso mínimo a partir del cual debe desarrollarse todo el universo de relaciones en el país, y ha generado un clima sostenido de crisis. Esto, por supuesto, ha atentado contra el esfuerzo mancomunado que demandan el equilibrio y el progreso nacional. 

El país contaba con un contrato social que emanaba de ciertos consensos en relación con la posibilidad de una educación general y gratuita, de un tipo de acceso a la cultura, del disfrute de un sistema de salud también general y gratuito, del derecho al trabajo, de determinadas cuotas de seguridad social, de una férrea defensa de la soberanía nacional y de la esperanza de poder democratizar, cada vez más, los modelos político y económico. Como es lógico, nunca dejó de existir una pluralidad de opiniones críticas acerca de cómo debían marchar estas realidades. Incluso, un sector nacional ha aborrecido de plano todas esas políticas. No obstante, la inmensa mayoría sentía seguridad y compromiso con el desempeño de estas realidades.

De ese universo de acuerdos, que imbricaba a la ciudadanía con el gobierno, hoy quedan en pie únicamente los consensos acerca de la defensa de la soberanía, así como del acceso a la educación y a la salud; no sin grandes insatisfacciones por el deterioro de estos dos servicios y por la existencia en el país de una diversidad amplia de opiniones acerca de cómo reestructurarlos. Sobre las otras cuestiones, es tan grande el abismo entre los diversos criterios, que al respecto se hace difícil hablar de consensos.

Son múltiples las visiones que existen en la ciudadanía acerca de todas estas realidades: sobre cómo enrumbar el desempeño espiritual y cultural de la nación, sobre cómo refundar nuestra democracia social, económica y política. Y es muy grande la distancia que existe entre muchos aspectos de estos imaginarios, así como entre ellos y los de una buena cantidad de funcionarios que van formulando, con sus actitudes, la política oficial.

Cuba ha vivido en los últimos tiempos un proceso creciente de diversificación de las identidades sociales. La distancia entre la inmensa mayoría de la juventud del país y los contenidos del pasado pacto social cubano ha comenzado a ahondarse progresivamente. Un número nada despreciable de ciudadanos, que gozan de una buena educación y cultura, se ha dedicado a formular nuevos imaginarios. De este quehacer han emanado "diversas Cubas", que hoy son constatables en la sociedad insular. Esta amalgama de proyectos, al parecer, sería fácil de consensuar porque tiene en común el anhelo de una libertad responsable, el disfrute de todos los derechos -tanto individuales como sociales-, la defensa de la soberanía, el despliegue de la iniciativa económica y el diseño de un modelo político capaz de incrementar sistemáticamente las cuotas de participación y protagonismo ciudadano. Es plural el criterio acerca de cómo poder  materializar estas realidades, pero los evidentes puntos de contacto entre ellos podrían facilitar el diálogo y el consenso.

Según sus propias declaraciones, el presidente Raúl Castro tiene conciencia de este gran desafío y pretende contribuir, hasta donde le sea posible, a la articulación de un camino de conciliación nacional. Como es de suponer, intenta hacerlo desde sus criterios y perspectivas, que necesariamente no coinciden con los de la totalidad de los ciudadanos. Sin embargo, el gobierno logrará avanzar hasta donde le exige su responsabilidad histórica si consigue incluir y articular a la mayoría de los criterios presentes en la sociedad cubana. Parece que el Presidente no tiene prejuicio en hacerlo, pues en reiteradas ocasiones ha convocado a respetar, escuchar y tener en cuenta las opiniones de todos. Y para avanzar en ese camino, que inevitablemente será un proceso largo y complejo, invitó a toda la ciudadanía a debatir acerca de un nuevo proyecto económico para Cuba.

No obstante, la marcha de este proceso de diálogo sobre temas económicos indica la existencia de actitudes que, en cualquier circunstancia, pueden hacer fracasar dicho camino. Entre estos indicadores se encuentran sectores que actualmente no son afines al gobierno y manifiestan una incapacidad enorme para reconocerle su legitimidad y dialogar con el mismo; la apatía y la desconfianza de amplios segmentos de la población acerca de la posibilidad de ser realmente tenidos en cuenta; unos medios de comunicación incapaces de explicarle al pueblo la propuesta de la alta dirección del país, así como reflejar de manera real y con amplitud los criterios de la ciudadanía; y un funcionariado oficial que, en muchos casos, recela de todo cambio y, por tanto, rechaza cualquier opinión novedosa, incluso propuestas del Proyecto de Lineamientos para el VI Congreso del PCC, e intenta asfixiar el debate.

Resulta imprescindible y patriótico comprender que los cubanos debemos participar en un diálogo sobre diversos temas que nos atañen a todos. Solo así nos abriremos al bienestar que podemos ofrecernos mutuamente.

Resulta estratégico brindar confianza política y contribuir, críticamente, a la construcción de un nuevo pacto social que articule la diversidad de criterios presentes en nuestra nación.

Pero, además, debemos comprender que ante la crisis actual, tenemos poco tiempo para lograrlo, so pena de adentrarnos en un escenario muy difícil. Vivimos el tiempo preciso para, por encima de las diferencias existentes, contribuir mancomunadamente a la búsqueda de una Cuba donde quepamos, definitivamente, todos.

 



 

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Ni laicismo ni fundamentalismo
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "Ni laicismo ni fundamentalismo".

 


 

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VER

Siguen las incomprensiones tendenciosas. La publicación de un partido político se atreve a afirmar que la jerarquía católica "pretende que el Estado ponga en práctica acciones que violen el respeto de los derechos humanos y adopte como práctica la discriminación y la persecución por motivos de diversidad sexual". Uno de sus líderes dice que no aceptarán ni tolerarán "la intentona de una iglesia que pretende imponerle a los mexicanos su visión única sobre la forma de organización social, política y religiosa". Acusan a las autoridades religiosas de violar "flagrantemente el artículo 130 constitucional, la convivencia pacífica y la vida democrática. La Iglesia católica mexicana pretende imponer una visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para todos, exigiendo que las leyes se amolden a sus posiciones doctrinales, a través de la coacción y el uso indebido del credo". ¡No han entendido lo que pedimos: sólo el derecho a ser escuchados y que se revisen algunas leyes, violatorias de derechos humanos!

El artículo 130 de nuestra Carta Magna indica que los ministros de culto "no podrán en reunión pública, en actos de culto o de propaganda religiosa, ni de carácter religioso, oponerse a las leyes del país o a sus instituciones". Depende qué se entienda por oponerse. Nosotros no tenemos facultades para impedir que se cumpla una ley, aunque nos parezca inmoral e injusta. Oponerse sería, en este caso, impedir que se cumpla la ley. Eso no lo podemos hacer. Pero si oponerse implica que no podamos expresar nuestra opinión sobre esa ley, esto violaría nuestro derecho a la libertad de expresión, consagrado también en la Constitución.

Es lo que afirma el líder de otro partido político: "La laicidad del Estado no significa callar las voces disidentes a lo que dice el gobierno en turno; la laicidad del Estado es precisamente que todos puedan expresarse sin cortapisas, sin más límites que el mantenimiento del orden público".

JUZGAR

Dijo el Papa Benedicto XVI, en el Angelus del 1 de enero: "Hoy asistimos a tos tendencias opuestas, dos extremos igualmente negativos: por una parte el laicismo, que a menudo solapadamente margina la religión para confinarla a la esfera privada; y por otra el fundamentalismo, que en cambio quisiera imponerla a todos con la fuerza. En realidad, Dios llama a sí a la humanidad con un designio de amor que, implicando a toda la persona en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser, individual y comunitario.

Donde se reconoce de forma efectiva la libertad religiosa, se respeta en su raíz la dignidad de la persona y, a través de una búsqueda sincera de la verdad y del bien, se consolida la conciencia moral y se refuerzan las instituciones y la convivencia civil. Por eso la libertad religiosa es el camino privilegiado para construir la paz... La paz no se alcanza con las armas, ni con el poder económico, político, cultural y mediático. La paz es obra de conciencias que se abren a la verdad y al amor".

ACTUAR

¡Es tiempo de escucharnos en forma civilizada! La democracia se basa en la verdad, la justicia y la libertad. Nunca intentaremos imponer nuestro credo a quien no lo acepte.

Imponer una religión, la que sea, sería violatorio de derechos humanos; sería fundamentalismo, que reprobamos, aquí y en países asiáticos y africanos que castigan con pena de muerte la disidencia religiosa. Si en tiempos de la Inquisición eso se hizo, ya pasaron siglos de ello y fueron los gobiernos quienes usaron causales religiosas para impedir la democracia y la libertad. Hoy sólo exigimos que se reconozca el derecho de los ministros de culto, de cualquier denominación, a expresar nuestras creencias, sin las cortapisas que mantienen algunas leyes. No se nos debe callar por el hecho de ser ministros de culto. Somos tan mexicanos como cualquiera, y no es justo que se nos restrinjan derechos fundamentales, como es el derecho a la plena libertad religiosa, que no se reduce a la libertad de culto y de creencia.

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Conciencia cristiana y cultura política en san Josemaría Escrivá
Por monseñor Ángel Rodríguez Luño
BARCELONA, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos la ponencia "Conciencia cristiana y cultura política en las enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer", que pronunció monseñor Ángel Rodríguez Luño, decano de la facultad de Teología de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), en las 46 Jornadas de Cuestiones Pastorales, celebradas del 25 y 26 de enero en Castelldaura.



 

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1. La formación de la conciencia en materia social y política

         Conviene aclarar inicialmente qué significado puede tener la expresión "cultura polí­tica" en las presentes reflexiones. En los escritos de San Josemaría Escrivá de Balaguer no se encuen­tran lo que comúnmente llamamos "ideas u opiniones políticas", es decir, consideraciones dirigidas a proponer o a sugerir una solución concreta a un determinado problema político, en concurrencia con otras soluciones posibles y legítimas para un ciudadano católico. En este sentido afirmó más de una vez: «Yo no hablo nunca de política»[1], y siempre se negó a intervenir en el juego de las opiniones que suelen determinar la adscripción de los ciudada­nos a un determinado partido político, a un sindicato, a un movimiento cultural, etc., con el propósito de contribuir noblemente a la configuración política del propio país. Nunca per­mitió que sus palabras o su actividad fuesen interpretadas en sentido político, ni quiso in­fluir en modo alguno sobre los demás en ese plano. Tampoco preguntó a nadie por sus pre­ferencias políticas. Más adelante quedarán claras las importantes razones a las que respon­de esta línea de conducta.

         Los escritos de San Josemaría contienen, en cambio, abundantes enseñanzas acerca de la acción social y política de los ciudadanos, que se dirigen a exponer los puntos capita­les de la ética social y política, así como de la doctrina social de la Iglesia, en cuanto que tales enseñanzas forman parte «de los medios espirituales necesarios para vivir como bue­nos cristianos en medio del mundo»[2]. Se trata, escribía una vez,  de enseñar a «com­portarse como buenos cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo»[3]. Conviene precisar que la actividad de San Josemaría no tuvo como finalidad directa la consecución de objetivos concretos de justicia social y política. Sus enseñanzas constituyen más bien una apremiante llamada «a una plenitud de vida cristiana que, por verificarse en medio del mundo, connota constantemente frutos de transformación social, de instauración de la justicia, de fraternidad y de paz»[4]. Queda siempre bien claro que la llamada a la plenitud de vida cristiana trasciende las realizaciones en el plano social y político, que vienen a ser «como efectos que advienen a modo de redundancia o añadidura, respecto a la realidad central: la radical identificación con Cristo»[5].

         El modo de armonizar la legítima libertad política de los ciudadanos con la forma­ción ético-social que constituye como el común denominador de la cultura política de los católicos, nos parece una nota muy característica de San Josemaría, cuya adecuada com­prensión requiere un breve esclarecimiento de las relaciones que existen entre la fe cristia­na y la política.

2. Fe y política

Las relaciones entre fe cristiana y política han de colocarse en un cuadro teológico fundamental[6]. Éste es, para San Josemaría, la llamada universal a la santidad, dinamismo profundo de la vida moral cristiana, que comporta una intensa concentración cristológi­ca. Cornelio Fabro, autor de uno de los mejores estudios teológicos sobre los escritos de San Josemaría, advierte en ellos la presencia constante y unificante de «una comprensión singularmente rica y coherente del misterio de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre», que permite encontrar en la «Encarnación del Verbo el fundamento perennemente actual y operativo de la transformación cristiana del hombre y, a través del trabajo humano, de to­das las realidades creadas»[7]. La coexistencia armónica de la plenitud divina y humana en Cristo se convierte en paradigma de la armonía de lo sobrenatural y de lo humano en la existencia y actividades del cristiano. Glosando un pasaje de la Epístola a los Colosenses (1, 19-20), San Josemaría afirma: «Hablando con rigor, no se puede decir que haya realidades -buenas, nobles, y aun indiferentes- que sean exclusivamente profanas, una vez que el Verbo de Dios ha fijado su morada entre los hijos de los hombres, ha tenido hambre y sed, ha trabajado con sus manos, ha conocido la amistad y la obediencia, ha experimentado el do­lor y la muerte»[8]. No sólo no hay contraposición entre la vida de relación con Dios y el empeño por colaborar con los demás en la construcción del bien común, sino que este empeño se convierte en camino de unión con Dios, sea porque se trata de un deber cívico de todos los ciudadanos que en los cristianos queda asumido también por la caridad, sea porque los ciudadanos cristianos lo ejercen de acuerdo con su conciencia informada por los valores evangélicos, que de este modo producen resultados concretos en el ámbito social[9].

         Si San Josemaría rechaza cualquier visión del cristianismo que no perciba «su rela­ción con las situaciones de la vida corriente, con la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por remediar las injusticias»[10], rechaza con no menos fuerza cualquier planteamiento que olvide la trascendencia de la fe cristiana y de la misión de la Iglesia respecto a las diferentes síntesis político-culturales concretas presentes en el mundo a lo largo de la historia. Los fieles laicos están llamados a «santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la Redención»[11], pero su cometido en la tierra, precisa San Josemaría, no se puede pensar como «el brotar de una corriente político-religiosa -sería una locura-, ni siquiera aunque tenga el buen propósito de infundir el es­píritu de Cristo en todas las actividades de los hombres»[12]. Identificar plenamente la fe cristiana con una concreta síntesis cultural o con un determinado proyecto político, por muy bueno que fuese, sería algo en sí mismo ajeno a la verdad enseñada por Cristo, y tarde o temprano causaría un gran mal a la Iglesia y a las almas.

         La cuestión tiene otro importante aspecto que conviene considerar. San Josemaría te­nía una clara conciencia de que las actividades sociales y políticas no son simples enuncia­ciones de principios perennes, sino concretas realizaciones de bienes humanos y sociales en un contexto histórico, geográfico y cultural determinado, marcadas por una contingen­cia al menos parcialmente insuperable, que por otra parte es característica de todo lo prácti­co. Por eso, afirmaba que «nadie puede pretender en cuestiones temporales imponer dog­mas, que no existen. Ante un problema concreto, sea cual sea, la solución es: estudiarlo bien y, después, actuar en conciencia, con libertad personal y con responsabilidad también personal»[13]. Pero con esto no pretendía decir que todos los asuntos sociales son contingen­tes, ya que propagaba a los cuatro vientos, sin respetos humanos, las exigencias éticas uni­versalmente válidas. Su pensamiento queda claramente reflejado en estas palabras: «No me olvides que, en los asuntos humanos, también los otros pueden tener razón: ven la misma cuestión que tú, pero desde distinto punto de vista, con otra luz, con otra sombra, con otro contorno. -Sólo en la fe y en la moral hay un criterio indiscutible: el de nuestra Madre la Iglesia»[14].

         Por esta razón, San Josemaría afirmó y defendió el derecho y el deber de la Jerarquía de la Iglesia de pronunciar juicios morales sobre asuntos temporales, cuando ello era exigi­do por la fe o la moral cristianas[15]. Es más, enseñó constantemente que los fieles tienen en­tonces la obligación moral de aceptar esos juicios doctrinales[16], e incorporó a sus enseñan­zas orales y escritas los contenidos fundamentales del magisterio pontificio y episcopal en materia social. Esta función del magisterio eclesiástico se refiere a los principios dogmáti­cos y morales, y a los hechos o proyectos que entran claramente en contradicción con ellos, pero no se extiende -salvo en alguna circunstancia de gravedad excepcional- a la elec­ción de una opción política determinada si existen varias que son perfectamente compati­bles con la conciencia cristiana.

         De este modo queda claro que cuanto se dirá a continuación no mira a sugerir opcio­nes políticas concretas, sino a subrayar algunos principios de ética social y política que in­forman la conciencia cristiana.

3. Participación y solidaridad

         La concentración cristológica antes mencionada determina la visión que San Josema­ría tiene de lo que significa para un cristiano estar en el mundo y vivir en el mundo o, con otras palabras, su concepción de la secularidad. Ésta se traduce en el imperativo de la res­ponsabilidad y de la participación: vivir en el mundo significa sentirse responsable de él, asumiéndose la tarea de participar en las actividades humanas -profesionales, cultura­les, sociales y políticas- para configurarlas de acuerdo con la justicia, la libertad y los de­más valores evangélicos. Y así escribe: «Como cristiano, tienes el deber de actuar, de no abste­nerte, de prestar tu propia colaboración para servir con lealtad, y con libertad perso­nal, al bien común»[17]. El trabajo en favor del bien común requiere empeño y generosidad, por lo que la pasividad, la pereza, el "dejar hacer", son tentaciones siempre al acecho ante las que un cristiano no debe ceder. «Los hijos de Dios, ciudadanos de la misma categoría que los otros, hemos de participar ‘sin miedo' en todas las actividades y organizaciones ho­nestas de los hombres, para que Cristo esté presente allí. Nuestro Señor nos pedirá cuenta estrecha si, por dejadez o como­didad, cada uno de nosotros, libremente, no procura inter­venir en las obras y en las decisiones humanas, de las que dependen el presente y el futuro de la socie­dad»[18].

         Al hablar de participación, San Josemaría no se refería sólo a los ciudadanos, siem­pre pocos, que se dedican profesionalmente a la política, ni tampoco quería decir que con­venía dedicarse a ella, lo que no sería bueno para los que carecen de las aptitudes necesa­rias; pensaba simplemente en el ciudada­no que cumple sus deberes cívicos y ejercita sus derechos, y tanto en un caso como en el otro es co­herente con su concepción del mundo, del hombre y del bien común político, asociándose libremen­te con quienes  -cristianos o no- comparten esas ideas y están dispuestos a realizarlas. En este sentido lamentaba que es frecuente «aun entre católicos que parecen responsables y piadosos, el error de pensar que sólo están obligados a cumplir sus deberes familiares y religiosos, y apenas quieren oír hablar de deberes cívicos»[19].

         En realidad no se trata de un deber específico de los cristianos, sino de un deber ge­neral de todos los ciudadanos, que los cristianos deben santificar. Los sistemas políticos ac­tuales presuponen la participación de los ciudadanos, y sin ella no pueden funcionar ade­cuadamente. La expansión exagerada del aparato estatal, o el predominio de soluciones que no responden al sentir común, sino a la opinión de una minoría de activistas, se debe en buena parte «a la inhibición de los ciudadanos, a su pasividad para defender los derechos sagrados de la persona humana. Esta inactividad, que tiene su origen en la pereza mental y en la voluntad inerte, se da también en los ciudadanos católicos, que no acaban de ser conscientes de que hay otros pecados -y más graves- que los que se cometen contra el sexto precepto del Decálogo»[20].

         Parte muy importante de la participación en la vida social y política es el trabajo de promoción social, la lucha contra la injusticia, la corrupción, la violencia y la falta de equi­dad en la distribución de los bienes económicos y culturales. «Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos in­quietos de quienes, con un alma naturalmente cristia­na, no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, toda­vía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo en los ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar. Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, ence­rrados en ce­náculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vie­nen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística»[21]. San Jose­maría estimuló a muchas personas para que dedicasen su actividad profesional a tareas de promoción social de carácter educativo, sanitario, asistencial, etc.,[22] dando útiles sugeren­cias para que esas tareas se desarrollasen de modo eficaz, valorizando los recursos locales y la dignidad de cuantos se benefician de ellas.

4. Libertad, responsabilidad y pluralismo

El principio de libertad, junto con el de participación a que nos acabamos de referir, ocupa un lugar central en las enseñanzas de San Josemaría. Él ve la libertad como un bien humano y cristiano de la máxima importancia. «Repito y repetiré sin cesar que el Señor nos ha dado gratuitamente un gran regalo sobrenatural, la gracia divina; y otra maravillosa dádiva humana, la libertad personal, que exige de nosotros -para que no se corrompa, convirtiéndose en libertinaje- integridad, empeño eficaz en desenvolver nuestra conducta dentro de la ley divina, ‘porque donde está el Espíritu de Dios, allí hay libertad' (2 Cor III, 17). [...] Algunos de los que me escucháis me conocéis desde muchos años atrás. Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabi­lidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas: es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante»[23].

         Amar la libertad implica necesariamente amar «el pluralismo que la libertad lleva consigo»[24]. Pluralismo no es sinónimo de conflicto o de tensión: «El hecho de que alguno piense de distin­ta manera que yo -especialmente cuando se trata de cosas que son objeto de la libertad de opinión- no justifica de ninguna manera una actitud de enemistad perso­nal, ni siquiera de frialdad o de indiferencia. Mi fe cristiana me dice que la caridad hay que vivirla con to­dos, también con los que no tienen la gracia de creer en Jesucristo»[25]. Un cris­tiano no considera al adversario político como un enemigo, no le odia ni le maltrata, le deja hablar, le escucha, y en ningún caso recurre a la difamación ni a la calumnia, así como tampoco utiliza cuestiones privadas irrelevantes para el bien común como un arma política.

San Josemaría ve siempre la libertad acompañada por la responsabilidad. En un texto que se ha hecho célebre por su claridad, afirmaba que a un ciudadano cristiano bien inten­cionado «jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas [...]. Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verda­dera mentalidad laical, que ha de llevar a tres conclusiones: a ser lo suficientemente honra­dos, para pechar con la propia responsabilidad personal; a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen -en materias opinables- soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene; y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas»[26].

         Esta última consideración, cuya sustancia ha sido recogida por el Código de Derecho Canónico del 1983[27], merecería un amplio comentario, que aquí no podemos hacer. Quizá alguien piense que ese modo de proceder llevaría a debilitar la presencia de los cristia­nos -y de los valores que para los cristianos son importantes- en la vida social y políti­ca. Pero en realidad sucede lo contrario. Querer imponer una única opinión sobre asuntos contingentes, llevaría a desunir a los cristianos en lo que, en cambio, es verdaderamente irrenunciable. «Así ocurre con frecuencia -escribía en una ocasión- que se ven católicos que sienten con mucha más fuerza la afinidad ideológica con otros hombres -aun enemi­gos de la Iglesia- que el mismo vínculo de la fe con sus her­manos católicos; y que, a la vez que disimulan las diferencias en lo esencial que les sepa­ran de personas de otras reli­giones, o sin religión ninguna, no saben aprovechar el denomi­nador común que tienen con los demás católicos, para convivir con ellos y no exasperar las posibles diferencias de opi­nión en lo contingente»[28].

5. Libertad y formación cristiana

El énfasis en el principio de libertad y de responsabilidad personales presupone en el ciudadano cristiano la preocupación de adquirir una sólida formación, de manera que su actividad constituya efectivamente una positiva contribución al recto orden de la vida social. San Josemaría sentía vivamente la necesidad de proporcionar a todos esa formación. «Os diré, a este propósito, cuál es mi gran deseo: querría que, en el catecismo de la doctrina cristiana para los niños, se enseñara claramente cuáles son estos puntos firmes, en los que no se puede ceder, al actuar de un modo o de otro en la vida pública; y que se afirmara, al mismo tiempo, el deber de actuar, de no abstenerse, de prestar la propia colaboración para servir con lealtad, y con libertad personal, al bien común. Es éste un gran deseo mío, porque veo que así los católicos aprenderían estas verdades desde niños, y sabrían practicarlas luego cuando fueran adultos»[29]. Ese deseo hoy se ha hecho realidad, pues el Catecismo de la Iglesia Católica y diversos catecismos nacionales conceden la debida atención a los temas sociales y políticos[30]. El problema es de capital importancia, porque de la adecuada formación de los fieles depende que su presencia en la vida pública dé como resultado la ordenación cristiana del mundo, y no la «secularización» de los cristianos.

         Cuando se habla aquí de formación, no se entiende propiamente la comunicación de soluciones concretas prefabricadas e irreformables, cerradas al diálogo constructivo. Formar es más bien promover una sensibilidad hacia las exigencias del bien común, así como estimular un pensamiento que, a la luz de la fe, permita progresar en la comprensión de la realidad y del cambio social. San Josemaría Escrivá de Balaguer veía en esta formación una fuente y un motivo de solidaridad, es decir, de participación solidaria en la empresa colectiva de búsqueda de la verdad. «En este ayudarse los unos a los otros ocupa un puesto importante el contribuir a conocer, a descubrir, la verdad. Nuestra inteligencia es limitada, sólo podemos -con esfuerzo y dedicación- llegar quizá a distinguir una parcela de la realidad, pero son muchas las cosas que se nos escapan. Una manifestación más de la solidaridad entre los hombres es hacer comunes los conocimientos, participar a los otros las verdades, que hemos llegado a encontrar, hasta constituir así ese patrimonio común que se llama civilización, cultura»[31].

6. Verdad y caridad

            En la vida social puede existir, además del pluralismo de opciones políticas, una di­versidad de creencias religiosas y de ideas morales: en un mismo Estado, en una misma ciudad, en el seno de una misma familia, frecuentemente conviven y colaboran personas que tienen creencias religiosas o morales diferentes de las que en conciencia consideramos verdaderas. Esta convivencia puede crear y crea de hecho ten­siones y problemas de varia naturaleza. La doctrina de la Iglesia Católica sobre el derecho a la libertad religiosa[32], sobre la cooperación al mal[33] o sobre el comportamiento ante las leyes injustas[34], por ejemplo, constituye un criterio de acción para algunas de las situaciones que pueden plantearse.

         Los problemas históricamente ligados a las diferencias religiosas y morales, junto con factores de tipo ideológico, han originado la mentalidad, muy extendida en algunos ambientes, de que la convicción de que existe una verdad sobre el bien de la persona y de las comunidades humanas acaba traduciéndose en injustas relaciones de dominio o de vio­lencia entre los hombres. De esa idea, que ahora no nos detenemos a valorar, pueden surgir diversas actitudes: unos consideran que una cierta dosis de agnosticismo o de relativismo es un bien, o al menos un mal menor necesario para la convivencia democrática[35], por lo que piensan que de las verdades últimas es mejor no hablar en el ámbito público, llegando a veces a exigir, como condición para cualquier forma de diálogo, la disponibilidad del interlocutor a renunciar o, al menos, a poner entre paréntesis las convicciones constitutivas de la propia identidad; si alguien no está dispuesto a hacerlo, lo acusan de ser un mal ciudadano, un enemigo de la convivencia. Ante esta perspectiva, otros se cierran al diálogo, porque no quieren o no saben dar ciertas explicaciones, por miedo o porque se sienten sometidos a un chantaje moral, o bien entienden que el diálogo es un bien por el que vale la pena ceder, es decir, renunciar, al menos externa y tácticamente, a la propia identidad, aunque esta actitud implique una cierta doblez, poco leal tanto hacia las propias convicciones como hacia los mismos interlocutores.

Es éste un problema hacia el que San Josemaría demostró una sensibilidad muy deli­cada. Dos enseñanzas neotestamentarias están en la base de sus reflexiones: la advertencia del Señor de que no existe un verdadero dilema entre lo que se debe a Dios y lo que se debe al César[36], y la enseñanza de San Pablo de que la verdad ha de ser expuesta con cari­dad, sin herir[37]. Siguiendo esta enseñanza paulina, él no tenía dificultades para armonizar el derecho a mantener su propia identidad intelectual y espiritual y el deber de hablar sencillamente o de colaborar con quien tiene ideas diferentes. «Siempre suelo insistir, para que os quede bien clara esta idea, en que la doctrina de la Iglesia no es compatible con los errores que van contra la fe. Pero ¿no podemos ser amigos leales de quienes practiquen esos errores? Si te­nemos bien firme la conducta y la doctrina, ¿no podemos tirar con ellos del mismo carro, en tantos campos?»[38].

Sin duda pensaba que la colaboración con personas de diversas creencias podía ser en muchas ocasiones una oportunidad de difundir la verdad y de disipar prejuicios y ma­lentendidos. En todo caso, era imperativo mantener una línea de conducta evangélica; de ahí «la cristiana preocupación por hacer que desaparezca cualquier forma de intolerancia, de coacción y de violencia en el trato de unos hombres con otros. También en la acción apostólica  -mejor: principalmente en la acción apostólica-, queremos que no haya ni el menor asomo de coacción. Dios quiere que se le sirva en libertad y, por tanto, no sería recto un apostolado que no respetase la libertad de las conciencias»[39].

Distinguió con extrema claridad la relación íntima de la conciencia personal con la verdad de la relación entre personas. La primera está presidida por el poder normativo de la verdad, porque nunca es honrado no ser coherente con lo que en conciencia se juzga verda­dero; la segunda, por la justicia y por las exigencias inalienables de la dignidad de la perso­na. Y por eso hablaba, pensando en la primera de esas dos relaciones, de la santa intransi­gencia, término con el que denominaba la coherencia, la sinceridad, a la que se opone la villanía, es decir, la actitud de quien estando convencido de que dos más dos son cuatro dice que son tres y medio por debilidad o por comodidad. Pero siempre añadía que la in­transigencia referida a un aserto doctrinal no es santa si no va unida a la transigencia ama­ble con la persona que sostiene una posición diversa de la nuestra y que consideramos erró­nea[40].

         Su actitud en este punto era firme y clara, y no admitía excepciones. Consideraba la intolerancia una injusticia ante la que se debía reaccionar. «Por eso, cuando alguno intenta­ra maltratar a los equivocados, estad seguros de que sentiré el impulso interior de ponerme junto a ellos, para seguir por amor de Dios la suerte que ellos sigan»[41]. Supo vivir de modo práctico estas enseñanzas; ello es un hecho histórico, pues en 1950 obtuvo el permiso de la Santa Sede para que el Opus Dei admitiese como cooperadores a hombres y mujeres no ca­tólicos y no cristianos[42], y así se ha hecho desde entonces.

Todo esto hace ver, en definitiva, que amaba el diálogo abierto, leal y sincero. Creía en él como medio de cohesión social y como ocasión de entendimiento y de apostolado. Sin duda advertía que el bien común de la sociedad, y sobre todo de una sociedad compleja como la actual, exige relacionar adecuadamente un conjunto de instancias y puntos de vista diferentes, que no deben cerrarse en sí mismos ni obrar de modo puramente autoreferen­cial. Pero veía sobre todo que la condescendencia demostrada por Dios al querer que su Verbo eterno se hiciese también palabra humana, hacía del diálogo humano un criterio de conducta vinculante para la conciencia cristiana.        ­

         Los escritos de San Josemaría tratan también otros aspectos de la vida social (como son, por ejemplo, la opinión pública, la libertad de enseñanza, etc.), sobre los que ahora no podemos detenernos. Pensamos sin embargo que los temas tratados son suficientemente representativos de lo que era para él la cultura política propia de la conciencia cristiana.

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[1] San Josemaría Escrivá, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 11ª ed., Rialp, Madrid 1976, n. 48; cfr. también Id., Es Cristo que pasa. Homilías, Rialp, Madrid 1973, n. 183.

[2] Conversaciones, cit., n. 27.

[3] Ibid., n. 27.

[4]   A. De Fuenmayor - V. Gómez-Iglesias - J.L. Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei. Histo­ria y defensa de un carisma, Eunsa, Pamplona 1989, p. 59

[5] Ibidem.

[6] En estas páginas retomamos con abundantes modificaciones lo que ya tratamos en A. Rodríguez Luño, Cultura política y conciencia cristiana. Ensayos de ética política, Rialp, Madrid 2007, pp. 51-86. Sobre estos aspectos del mensaje de San Josemaría puede verse J.M. Pero-Sanz - J.M. Aubert - T. Gu­tiérrez Calzada, Acción social del cristiano. El beato Josemaría Escrivá y la Doctrina social de la Igle­sia, Palabra, Madrid 1996 (con amplia bibliografía).

[7] C. Fabro, La tempra di un padre della Chiesa, en C. Fabro - S. Garofalo - M. A. Raschini, Santi nel mondo. Studi sugli scritti del beato Josemaría Escrivá, Ares, Milano 1992, p. 115.

[8] Es Cristo que pasa, cit., n. 112.

[9] Cfr. Ibid., n. 125.

[10] Ibid., n. 98.

[11] Ibid., n. 183.

[12] Ibid., n. 183.

[13] Conversaciones, cit., n.77.

[14] San Josemaría Escrivá, Surco, Rialp, Madrid 1986, n. 275.

[15] Cfr. Conversaciones, cit., n. 11.

[16] Cfr. Ibid.,n. 29.

[17] San Josemaría Escrivá, Forja, 13ª ed., Rialp, Madrid 2003, n. 714.

[18] Ibid., 715; cfr. también nn. 717-718.

[19] Carta 9-I-1932, n. 46, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., p. 76.

[20] Carta 9-I-1959, n. 40, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., p. 77.

[21] Es Cristo que pasa, cit., n. 111.

[22] Cfr. por ejemplo las iniciativas mencionadas en Conversaciones, cit., n. 71.

[23]  Es Cristo que pasa, cit., n. 184.

[24]  Conversaciones, cit., n. 98.

[25]  Ibidem.

[26]  Ibid., n. 117.

[27] Código de Derecho Canónico, c. 227: «Los fieles laicos tienen derecho a que se les reconozca en los asuntos terrenos aquella libertad que compete a todos los ciudadanos; sin embargo, al usar de esa libertad, han de cuidar de que sus acciones estén inspiradas por el espíritu evangélico, y han de prestar atención a la doctrina propuesta por el Magisterio de la Iglesia, evitando a la vez presentar como doctri­na de la Iglesia su propio criterio, en materias opinables».

[28] Carta 30-IV-1946, n. 21, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., p. 71.

[29]  Carta 9-I-1932, n. 45, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., pp. 71-72.

[30] Una preocupación semejante se advierte en Juan Pablo II, Exhort. Apost. Christifideles laici, 30-XII-1988, nn. 59-60.

[31] Carta 24-X-1965, n. 17, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., pp. 72-73

[32] Cfr. Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, 7-XII-1965.

[33]  Cfr. por ejemplo Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 74.

[34] Cfr. Ibid., nn. 71-73.

[35]  Cfr. la valoración crítica de esa tesis contenida en la Enc. Centesimus annus, n. 46.

[36]  Cfr. Mt  22, 15-22.

[37]  Cfr. Ef  4, 15; Forja, n. 559.

[38] Carta 16-VII-1933, n. 14, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., p. 83.

[39] Carta 9-I-1932, n. 66, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., pp. 83-84.

[40] Cfr. Carta 16-VII-1933, nn. 8 y 12; citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., pp. 84-85.

[41] Carta 31-V-1954, n. 19, citado en Cultura política y conciencia cristiana, cit., p. 70.

[42] Cfr. Conversaciones, cit., n. 29; cfr. también el n. 22.

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Iglesia viva, Iglesia perseguida
Por monseñor Juan del Río Martín

MADRID, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Juan del Río Martín, arzobispo castrense de España, con el título "Iglesia viva, Iglesia perseguida".



 

* * *

El pensamiento ilustrado siempre ha vaticinado el fin del cristianismo, ya que parte de un principio falso de que la religión, sea cual sea, es, por naturaleza irracional, además su lectura de la historia de la  fe cristiana está llena de prejuicios. La posmodernidad es heredera de esas mismas tesis y ve a la Iglesia Católica como un enemigo a destruir, o al menos a desactivar o silenciar, porque es el gran colectivo global y organizado que se resiste el pensamiento único relativista y secularizador. De ahí, todo intento mediático de acallar su labor humanitaria, samaritana y docente en favor de la sociedad. A la vez, que se persiste en la leyenda negra de tiempos pasados y redimensiona los pecados, delitos y faltas de algunos de sus miembros.

Esta corriente ha calado en grandes sectores de la sociedad que piensa que  al cristianismo le queda "tres telediarios" en Occidente. También algunos grupos de cristianos han sucumbido a esta mentalidad y se han convertido en "profetas de calamidades" que impregnan el tejido eclesial de un pesimismo contagioso que impide ver la santidad, la belleza y la bondad en el seno de "su propia madre", la Iglesia Católica. Pero como dice el refrán tan conocido: "no hay peor ciego que el que no quiere ver".

Lo cierto es que nuestra fe en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, no contradice ninguna verdad racional, no exige al hombre la renuncia de todo aquello que lo hace verdaderamente hombre, para ser cristiano. No es aceptable la idea de que también el cristianismo es una religión fundamentalista, ya que la interpretación de la Biblia a luz la Tradición y del Magisterio de la Iglesia preserva a los cristianos de las excesivas sujeciones políticas nacionales -auténticos subjetivismos colectivos-  como se da en otros credos (Cf. Benedicto XVI, Verbum Domini, 36-38).

Es más, la realidad moderna de la laicidad tiene su origen precisamente en el cristianismo, que desde sus inicios es una religión universal y no identificable con el Estado (cf. Lc 20,25). Para los cristianos ha sido siempre claro que la religión y la fe no están en la esfera política, sino en la realidad humana. El Papa en su Mensaje para la Jornada de la Paz de este año, así como en su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, ha descrito como en la actualidad hay dos tendencias opuestas, dos extremos fundamentalistas y socialmente nocivos: el laicismo excluyente en el mundo occidental y los fanatismos islamistas e hindúes que quieren imponer su credo por la fuerza. Tanto en un caso como el otro, hay una carencia y falta de respeto por la libertad religiosa, poniendo en peligro la seguridad y la paz de los pueblos.

Mientras tanto la Iglesia Católica camina en medio del mundo entre "tribulaciones y consolaciones del Señor" (S. Agustín). Ella es "joven y tiene vida". Su acción benefactora hacia los más pobres y necesitados, nace del Evangelio que anuncia, celebra y vive. Ella no es una multinacional de servicios sociales, sino "maestra en humanidad", que ofrece y no impone la salvación integral del hombre. Su carta de presentación no es otra que el "amor a Dios y al prójimo" como Cristo nos enseñó. En esta síntesis está la clave de la felicidad personal y el motor de una sociedad más humana.

Por eso la Iglesia "no cesa de convocar hombres de toda raza y cultura... y abre a todos las puertas de la esperanza" (Plegaria eucarística V/d). ¿Creéis que si la Iglesia no estuviera viva se le iba a perseguir como está sucediendo en la actualidad? ¡Qué verdad es el axioma popular!: "A los muertos se les entierra, a los vivos se les combate". Por eso mismo, sólo el año pasado fueron asesinadas en el mundo 150.000 cristianos por animadversión religiosa. A ello hay que añadir 200 millones de cristianos perseguidos  y otros 150 millones discriminados por sus convicciones. (Cf. Informe de libertad religiosa en el mundo 2010, Roma,  P.C. Justicia y Paz).

Viene bien que nunca olvidemos aquella máxima de Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos" (Apologético 50,13).Por nuestra parte, oremos sin cesar por la Iglesia perseguida; crezcamos en vida interior para no devolver mal por mal; perseveremos en nuestra ayuda a los más pobres; estemos prestos al  diálogo interreligioso y busquemos siempre lo que más nos une que aquello que nos separa (Cf. Juan XIII).

                  

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Iesu Communio, nuevo carisma en y para la Iglesia
Por monseñor Francisco Gil Hellín
BURGOS, sábado, 5 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, con motivo de la misa de acción de gracias del nuevo instituto religioso Iesu Communio (Cf. Aspectos principales de la aprobación del instituto "Iesu Communio"), de religiosas contemplativas, que tendrá lugar el 12 de febrero.

 


 

 

El próximo sábado, 12 de febrero, tendrá lugar en nuestra Catedral, a las cinco de la tarde, una Misa de Acción de gracias del nuevo instituto religioso Iesu Communio. Yo mismo tendré el gusto de concelebrarla junto con el señor Nuncio de Su Santidad en España, con algún otro obispo y no pocos sacerdotes. Se trata de dar gracias a Dios por el reconocimiento oficial de un nuevo carisma que el Espíritu Santo ha suscitado para el bien de la Iglesia. Es más que obligado dar gracias a Dios, por el reconocimiento oficial de la Iglesia. Por otra parte, nuestra diócesis, que ha tenido el privilegio de ser el ámbito en el que esto ha tenido lugar y en el que ha nacido, es lógico que quiera unirse a la acción de gracias al Señor.

El nuevo Instituto es de carácter contemplativo, no activo, y femenino. Es decir, sus miembros son religiosas y se dedican, primordialmente, a la oración y a la penitencia, y viven en comunidad. Son también de clausura, si bien ésta no es papal sino según las Constituciones del nuevo Instituto. Por este motivo, no viven entre rejas y hacen apostolado en sus propios conventos.

Hasta ahora la gente las conocía como ‘las Clarisas de Lerma', debido a que tanto la madre Verónica, que es la fundadora, y la mayoría de las demás hermanas proceden del monasterio de Lerma. De ahora en adelante deberemos llamarlas por su nuevo nombre y tener presente que no son monjas clarisas sino religiosas de Iesu Communio.

El nuevo Instituto es un fenómeno que llama la atención. No es frecuente ni normal que, en un momento de escasez vocacional religiosa en España y en Europa, florezcan comunidades llenas de religiosas y que éstas sean en su mayoría jóvenes y universitarias. De hecho, en este momento se aproximan a dos centenares y hay un número importante de chicas que desean ingresar.

El nuevo Instituto no es una refundación o una adaptación del carisma de las monjas Clarisas. Este carisma clariano no necesita ningún aggiornamento para seguir dando abundantísimos frutos de santidad en la Iglesia. Iesu Communio es otra cosa, una realidad nueva. A la hora de comprenderlo, lo más oportuno es inscribirlo en la acción permanente que el Espíritu Santo realiza en la Iglesia. Él, sin negar lo que anteriormente se ha mostrado fecundo y rico en santidad, suscita nuevos modos con los que responder a las nuevas necesidades y sensibilidades del mundo y de la Iglesia. Por eso, Iesu Communio es una célula nueva que nace en el tejido del cuerpo eclesial, uniéndose a las demás células y formando con ellas un solo cuerpo, aunque cumpliendo su misión propia y específica.

El nuevo Instituto es una planta que acaba de nacer. Es verdad que el modo de vida que ahora ha aprobado la Santa Sede lo venían viviendo desde hace bastantes años. Pero esto no obsta para ver en él una planta que es todavía muy tierna y necesita del cariño y de la oración de todos los que nos sentimos hijos de la Iglesia. Si ésta es un Cuerpo, en el que la vitalidad de cada miembro repercute en los demás y se beneficia de ellos, nada más lógico ni coherente que estas religiosas pidan y se sacrifiquen por nosotros y nosotros les paguemos con la misma moneda. En última instancia, lo que importa es que Dios sea cada vez más conocido y amado y que los miembros de la Iglesia seamos cada vez mejores y más apostólicos.

 

 

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