5.02.11

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro

 

De las más diversas formas la Virgen María se hace presente en todos aquellos lugares donde son necesarias unas manos divinas y un corazón tierno de Madre. Así sucedió en Haití, tierra más que necesitada de la ayuda del Cielo y de Quién puede hacer lo bueno haciéndolo siempre.

Por eso, como Haití es tierra pobre y, además, azotada por los fenómenos naturales parecen gustar cebarse con aquella pequeña nación americana, ya en 1881 una epidemia de viruela afectó, gravemente, a la población haitiana. Epidemia que estaba causando miles de afectados y que amenazaba, de forma tremenda, con dejar entristecida aquella isla americana.

Una piadosa señora tenía en su poder una reproducción del cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Pero, para entonces, aún no se conocía tal devoción y difícilmente podían haberse dirigido a la Madre de Dios para pedir su intervención y su intercesión.

Entonces, el abad Kersuzan que era, a la sazón, párroco de la catedral de Puerto Príncipe, capital de Haití, pensó que sería buena idea llevar la citada imagen a Bel-Air. Así lo hizo, con solemnidad, a fin de instar el fin de la epidemia.

Corría el 5 de febrero de 1882 cuando solicitó el párroco a su obispo, Monseñor Guillaux, que la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se llevara a la parte más alta de una colina y se hiciera, sobre la capital de Haití, la señal de la cruz, digamos. Se buscaba, con ello, o invocaba, la protección de la Virgen María.

Si la cosa no hubiera pasado de ahí, a lo mejor alguno podría haber pensado que se trataba de algún tipo de acto supersticioso y que poco se podía esperar del mismo sino la propia satisfacción de quien así actuaba.

Sin embargo, las personas que asistían, entonces, a tal petición de auxilio, tenían fe y estaban en la seguridad de que sus súplicas serían escuchadas.

Fue a la Virgen del Perpetuo Socorro a la que dirigieron sus oraciones y sus peticiones de salud. No les defraudó porque, por muy extraño que pudiera parecer, aquella epidemia dejó de causar estragos de forma extraordinaria o milagrosa.

En efecto, al mes siguiente la epidemia desapareció por completo.

Como no podía ser de otra forma, y por agradecimiento a lo sucedido, el padre Kersuzan mostró un fervor notable y una admiración entendible por aquella imagen pero, sobre todo, por lo que representaba: la Madre de Dios bajo una advocación esencialmente auxiliadora.

Entonces, tomaron la decisión de nombrarla patrona de Haití.

Pero las desgracias parece que no quieren dejar aquella tierra porque hace pocos días se cumplió un año (enero 2010) que un terrible terremoto asolara las tierras haitianas.

Por otra parte, Benedicto XVI, aprovechando el recuerdo que, precisamente, del primer aniversario de la catástrofe citada se ha hecho pidió a los haitianos que se encomienden a la patrona de Haití porque “desde el cielo no permanece indiferente a las oraciones“.

Pidamos, por nuestra parte, a María, Madre de Dios y Madre nuestra por nuestros hermanos:

Madre de los haitianos:
Vela por los fallecidos, por los supervivientes,
por los heridos, por los desamparados,
por los que lo han perdido todo, hasta la esperanza,
por los que más sufren, por los hambrientos,
por los enfermos, los gobernantes, los religiosos,
por los cooperantes y el óptimo reparto de las ayudas,
por los que buscan, por los que no encuentran,
por los desconsolados…
Que hallen en Ti y en tu Hijo crucificado
el consuelo y la respuesta a tanto sufrimiento.

Salve…

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ruega por Haití y por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán