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Servicio diario - 12 de febrero de 2011

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Intolerancia religiosa y antirreligiosa

Palabra de Dios y compromiso en el mundo

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Intolerancia religiosa y antirreligiosa
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, viernes, 11 de febrero de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el análisis que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "Intolerancia religiosa y antirreligiosa".


 

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Tuvimos la reunión ordinaria cuatrimestral del Consejo Interreligioso de Chiapas, que integramos los obispos católicos del Estado y los representantes legales de diversas confesiones evangélicas. Uno de los puntos que siempre está en la agenda es analizar si hay casos de intolerancia religiosa, para ver qué podemos hacer y así colaborar a la paz y la fraternidad. Salvo casos muy puntuales, coincidimos en que no hay situaciones propiamente de intolerancia religiosa en Chiapas, sino conflictos intracomunitarios, por la tierra, la madera, por invasión de poderes y por divisiones políticas. Nuestro compromiso es trabajar por el respeto entre las diferentes confesiones, aunque muchas veces las decisiones de las asambleas ejidales nos rebasan; de todos modos, estamos convencidos de que debe haber no sólo tolerancia religiosa, sino fraternidad cristiana y evangélica.

Por otra parte, hablamos también en el Consejo Interreligioso que hay sectores de la sociedad, particularmente legisladores de diversos partidos, que son intolerantes y antirreligiosos, porque persisten en su postura de no permitir mayor libertad religiosa para los ciudadanos y para los ministros de culto. Por ejemplo, no toleran que se puedan cambiar las leyes que nos impiden poseer estaciones de radio o de televisión; se resisten a quitar los impedimentos legales para que podamos difundir nuestra fe sobre posturas de gobernantes, de partidos o de sus candidatos a puestos públicos que están en contra de nuestro credo. Nos tachan de meternos en lo que no nos compete. Nos amenazan de llevarnos a los tribunales porque dicen que violamos el Estado laico. No quieren abrir las puertas; parecen temerle a la libertad, aunque hablen de democracia.

JUZGAR

El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este 1 de enero, advierte: "Se siguen constatando en el mundo persecuciones, discriminaciones, actos de violencia y de intolerancia por motivos religiosos". Habla de lo que sucede en países de Asia y Africa, pero que se puede aplicar a algunos casos entre nosotros: "Las víctimas son principalmente miembros de las minorías religiosas, a los que se les impide profesar libremente o cambiar la propia religión a través de la intimidación y la violación de los derechos, de las libertades fundamentales y de los bienes esenciales, llegando incluso a la privación de la libertad personal o de la misma vida". Cuando esto suceda entre nosotros, no lo podemos tolerar ni aprobar, mucho menos incentivar. Si grupos católicos no permiten que minorías protestantes vivan conforme a su fe, cometen un abuso arbitrario, que nuestras diócesis no promueven ni solapan. Esperamos que, donde predomina otra confesión no católica, no haya intolerancia contra los católicos, ni de unos grupos evangélicos contra otros, como también sucede.

Dice el Papa: "Las minorías religiosas no constituyen una amenaza contra la identidad de la mayoría, sino que, por el contrario, son una oportunidad para el diálogo y el recíproco enriquecimiento cultural. Su defensa representa la manera ideal para consolidar el espíritu de benevolencia, de apertura y de reciprocidad con el que se tutelan los derechos y libertades fundamentales".

Y agrega: "Se dan también formas más sofisticadas de hostilidad contra la religión, que en los Países occidentales se expresan a veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos. Son formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las instituciones". Quienes dicen que, con mayor libertad religiosa, se viola el Estado laico, no han entendido lo que pedimos, ni lo que significa la democrática laicidad.

ACTUAR

Legisladores: ¡Abran las puertas a la plena libertad religiosa! No somos enemigos del Estado, ni de la sociedad. No ambicionamos poder político o económico. Sólo queremos más libertad, para que haya justicia, democracia y armonía social.

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Palabra de Dios y compromiso en el mundo
Cardenal Peter K.A. Turkson   

MADRID, sábado, 12 de febrero de 2011 (ZENIT.org). Publicamos la conferencia que pronunció el cardenal Peter Kowdo Appiah Turkson, presidente del Consejo Pontificio "Justicia y Paz", el 9 de febrero, durante la clausura del Congreso "La Sagrada Escritura en la Iglesia", promovido por la Conferencia Episcopal Española.


 

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INTRODUCCIÓN:

Saludo cordialmente a Su Eminencia, a los Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos, a los muy apreciados Sacerdotes, y a todos ustedes: mis Hermanos y Hermanas en la llamada única a seguir a Jesús como discípulos.

Porto conmigo los saludos y los mejores deseos en la oración del Pontificio Consejo "Justicia y Paz". Confío en que vuestras jornadas aquí, reflexionando sobre la Sagrada Escritura como Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, hayan sido muy fructíferas. Aunque ya existen muchas versiones de la Biblia en castellano[1], esta ha sido una ocasión para la presentación de la espléndida nueva Biblia de la Conferencia Episcopal Española[2]. Esperamos que el gran trabajo realizado en la elaboración de esta versión, mejorando su fidelidad a los textos originales, la haga más "comunicativa con la cultura moderna", y contribuya a que los cristianos vivan adecuadamente sus compromisos en el mundo.

Esta mañana, desearíamos dirigir, para clausurar este congreso, la consideración de la Palabra de Dios en la Escritura, no sólo como fuente de vida y alimento de la Iglesia, sino también como fuente y contenido de la misión misma de la Iglesia y de su actividad en el mundo.

PRIMERA PARTE

La Palabra de Dios como Revelación del Compromiso de Dios en el mundo

Queremos advertir en primer lugar que la Palabra de Dios es fuente y contenido del compromiso de la Iglesia en el mundo, porque es, primeramente y ante todo, revelación del propio compromiso de Dios en el mundo. Y así, a grandes rasgos, podemos inmediatamente contemplar, cómo la Palabra de Dios revela su compromiso con el mundo:

como palabra de la creación en los primeros capítulos de la Biblia.

como palabra de la llamada y de la alianza en la historia de la vocación de la salvación de Abrahán y de Israel

como palabra de la llamada, de la presencia y de la salvación en la encarnación, ministerio, pasión y resurrección de Jesús, y

como palabra de la llamada misionera (evangelización) y del ministerio en Pentecostés y en la vida de la Iglesia a través de los siglos. Este último punto coincide explícitamente con el tema que me ha sido asignado para esta mañana: el compromiso de la Iglesia en el mundo

1. La Palabra de la Creación:

La primera instancia de la revelación de la Palabra de Dios al mundo, fue en realidad, en la creación. La serie de expresiones "Dios dijo" (ר מ א י ו) realizaron "la irrupción en el silencio de la nada"[3] para producir la realidad creada. La Palabra de Dios ("y Dios dijo: hágase...") transformó el "caos" en los albores de la creación en un "cosmos", un ordenado sistema mundial, capaz de sustentar la vida humana.

El prólogo del Evangelio de Juan expresa bellamente este primer compromiso de la palabra de Dios con el mundo como "creación": "Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe" (Jn 1, 3; cfr. Is 45, 12. ss; Job 38,4; Neh 9,6 etc.). Lo que ha sido llamado a la existencia por la Palabra de Dios era "vida". La Creación nace de la Palabra de Dios que supera la nada y crea vida.

La Creación, sin embargo, no es un encuentro fugaz de la Palabra de Dios con el mundo. Creación denota más específicamente un sostenido encuentro de su Palabra con el mundo, que continúa en la existencia, porque Dios continúa a sostenerlo con su Palabra. Dios está siempre comprometido con la creación, obra de sus manos; y es éste el sentido de la creación como cosmos, el que mejor ilustra el poder sustentador de su palabra en la creación. "Cosmos" (κοσμέω --- cfr. cosméticos) describe el mundo creado como un ordenado y adornado sistema. Ello connota belleza y bondad, porque hay orden; y esto es en lo que la Palabra de Dios ha transformado el caos (el tohu wabohu) en la creación. Así, el caos ante la presencia de y con la Palabra de Dios se convierte en un cosmos. Por el contrario, el cosmos privado de, y sin la Palabra de Dios se revertirá en caos. La continuada existencia y evolución del cosmos, por lo tanto, se debe al poder creador y transformador de la Palabra de Dios siempre presente en el mundo. Así fue dicho por el profeta: "(Dios) no la creó caótica, sino que para ser habitada la plasmó" (Is 45, 18).

El compromiso de Dios para el mundo, como un sistema creado, es revelado no sólo por el sustento de la Palabra y la permanencia de la creación en el ser; es también dado a conocer por el cumplimiento del designio de Dios en el mundo por medio de su Palabra (Is 55, 10ss). En este sentido, para el mundo sería una situación crítica y arriesgada el hecho de estar sin la Palabra de Dios, ya sea a causa de sus propios pecados (Amós 8, 11) ya sea por la falta de profetas y sacerdotes (Sal 74, 9).

Por tanto, los relatos de la creación, nos muestran a Dios que actúa en el mundo como fuente de vida y amante de la vida, estableciendo, de este modo, orden y belleza, y disipando el caos y la confusión; la confusión de roles e identidades conduce al caos. Dios es, pues, promotor y amante de la vida.

2. La palabra de la Llamada y de la Alianza

La segunda instancia de la revelación de la Palabra de Dios en el mundo, como una expresión del compromiso de Dios con lo que ha creado, es la historia de la salvación del ser humano, la cual también tomó la forma de una "llamada" (la palabra de la llamada). Ésta inicia con la vocación de Abrahán, que luego condujo a la llamada de Israel como pueblo de Dios. En Abrahán y en su descendencia, el pueblo de Israel, la Palabra de Dios, de llamada se tradujo en promesa y bendición, por la cual Dios se compromete con Abrahán y su descendencia por medio de una serie de alianzas, gratuitas iniciativas de Dios, que les ofrece su amistad y los invita a la comunión y a la fraternidad.

Así, Dios llamó a Abrahán en Ur de los Caldeos, le prometió hacer de él una gran nación, un gran nombre, y que sería una bendición para todas las familias de la tierra (Gn 12, 1-3). La vida de los patriarcas Isaac y Jacob supuso el inicio de la realización de los contenidos de las promesas incluidas en la primera palabra de la llamada dirigida a Abrahán

Esta primera palabra de la llamada condujo a una segunda palabra de la llamada, la que sacaría de Egipto a los hijos de Israel. "De Egipto llamé a mi hijo" (Os 11,1; Ex 3,6 ss). Nuevamente, Dios, de acuerdo con esta llamada, se comprometió con los hijos de Israel en un pacto sobre el Monte Sinaí (Ex 19-20; 24; Dt 5, 2; 29; Jr 11, etc.): "Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo". Esta fue la idea-clave de aquella alianza; y Dios se estableció con Israel en "la tierra prometida".

El surgimiento de los Jueces y de los Reyes -sobre todo la elección de David (2 Sam 7), a quien Dios prometió "mantener siempre una lámpara encendida delante de él en Jerusalén"-, la unción real y la vocación profética pertenecen al ámbito del compromiso de Dios con Israel como su pueblo y heredad.

A través de su palabra, como palabra de la llamada y como palabra de la alianza, Dios se comprometió con la descendencia de Abrahán, el pueblo de Israel, con una serie de alianzas que fueron introduciéndolo en la comunión con Dios, aun cuando Israel daba muestras de ser indigno de ello. La iniciativa era siempre de Dios. Su amor y su misericordia, y no los méritos de Israel, sostenían su llamada y su alianza con él.

En esta fase de la historia de Israel, el compromiso de Dios toma la forma de la revelación de la absoluta gratuidad de su condescendiente iniciativa de comprometerse a sí mismo con la humanidad en alianzas, proyectándola en la amistad y la comunión. En la consiguiente relación, Dios revela el amor, la misericordia, la compasión y la fidelidad con la cual se compromete con el mundo y la humanidad, mientras que mantiene ante el mundo las virtudes de la paz, la justicia, la seguridad, la fraterna preocupación, la honestidad y la fidelidad, enseñando a cultivarlas. La historia de las "alianzas" (conduciendo a la "nueva y eterna alianza en la sangre de Cristo") es la historia del incansable compromiso y vinculación de Dios con el hombre y con su mundo. Como en la proverbial "madre" de la profecía de Isaías (Is 49, 15), Dios no puede olvidar a "su hijo pequeño", el mundo y el hombre que Él ha creado.

El exilio de Babilonia concluye esta fase de la existencia de Israel en la "tierra prometida"; pero esto fue para conducir a otra palabra de la llamada a través de la cual Dios restauraría a su pueblo en la "tierra prometida". En efecto, cuando Dios "tomó de la mano derecha, a Ciro, lo ungió y lo llamó por su nombre" (Is 45, 4; 48, 15), lo cual era para el bien de Israel, su elegido; era "para erigir la ciudad de Dios y realizar el propósito de Dios sobre Babilonia" (Is 48, 14b).

En el período del post-exilio y en cumplimiento de la completa liberación de su pueblo para servirle sólo a él y en santidad, Dios llamó a su siervo y abrió su oído para que escuchara el mensaje dirigido a su pueblo y posteriormente también para las naciones (Is 50, 4-5). "Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones" (Is 42, 6). En la unción y el poder del Espíritu de Dios, el siervo de Dios fue enviado no sólo para portar buenas nuevas y anunciar el año de gracia de Dios (Is 61, 1-2), sino para identificarse con los pecados de su pueblo. En solidaridad con ellos, él sufrió vicariamente por sus pecados para hacerlos justos (Is 53, 11-12). Esta fue otra llamada; y fue la llamada del Mesías.

Ya en el contexto de las relaciones de la alianza, Dios realizó ciertos signos de su bendición para con el mundo referidos a personas individuales. Abrahán fue como un signo de bendición para Abimelec; y José lo fue de igual modo para la tierra de Egipto. De modo semejante, Dios instituyó a Moisés como representante corporativo del pueblo, asumiendo en él mismo la suerte y el destino del pueblo (Ex 17, 10 ss.; 32, 32). Dios elegiría ciertos individuos y pueblos para ejercer roles través de los cuales Él mostrará su compromiso con el mundo y realizará sus propósitos en la vida de su pueblo, aun cuando esos roles fueran de meros intermediarios y representantes.

En la llamada y la misión del Siervo de Yahvé, en la profecía de Isaías, esta ulterior forma de compromiso de Dios con el mundo, en concreto, a través de figuras representativas y corporativas llegó a ser prominente. En la figura del Siervo de Yahvé, Dios preparó y dispuso a su Siervo, que no solo actuó en nombre de Dios, sino que también actuó vicariamente en nombre del pueblo de Dios para justificarlo (Is 52, 13-53,12): "Mi servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos" (Is 53, 11).

La actividad vicaria del Siervo de Yahvé forma parte del compromiso y vinculación de Dios con el mundo, pues muestra cómo un individuo puede, en nombre de Dios, llevar a cabo el plan de Éste para con el mundo, lo cual ha servido de preparación para la venida y la misión de Jesucristo, el Mesías: Él es la definitiva y plena revelación del compromiso de Dios para con el mundo.

3. La "Palabra" se hace carne: la presencia de Dios que salva

En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios descendió a la tierra, tomó carne y habitó entre los hombres. Como palabra-hecha-carne, la Palabra de Dios continua llamando a la humanidad a la vida y a la verdad que conduce a la vida; y llega a ser además presencia de Dios entre los hombres. Así, en Jesús, la palabra encarnada, la revelación del compromiso de Dios en el mundo y para el hombre fue expresada como una presencia: la presencia de Dios que sana, consuela, enseña, palpa y es palpada; la presencia que expulsa los demonios, perdona los pecados, y redime o salva; es la presencia que revela el infinito amor paternal de Dios. Pues "Dios ha amado tanto al mundo que envió a su hijo", palabra de vida eterna (Jn 6, 68), para que sus hijos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).

Jesús, la palabra-hecha-carne, continúa su llamada, que fue inicialmente dirigida a sus discípulos, sus primeros seguidores. Aquellos que vinieron para estar con Jesús y a quienes Él envió a predicar en su nombre. Para su bien, Jesús se santificó a sí mismo, para que también ellos pudieran ser santificados. (Jn 17, 19). Él los protegió en el nombre del Padre y veló por ellos (Jn 17, 12): "Padre Santo, protégelos en tu nombre, [el nombre] que tú me has dado" (Jn 17, 11). El aseguró a sus seguidores que estaría con ellos hasta el fin, y oró para que "aquelosa a quienes él ha revelado el nombre del Padre" (Jn 17, 6) puedan estar con Él donde él está, para ver su gloria (Jn 17, 24). Así, el amor del Padre por el Hijo y el Hijo mismo estarían con ellos.

De hecho, "Jesús amó siempre a los suyos que estaban en el mundo, y los amó hasta el final" (Jn 13, 1)[4]; y Él mostró la profundidad de su amor por sus discípulos cuando se reclinó con ellos en la mesa de la última cena. Ahí, Jesús actuó su compromiso con sus seguidores en dos sentidos: Él se mostró a sí mismo como servidor de todos, lavando sus pies ("Yo estoy entre vosotros como uno que sirve"); y a través de los signos sacramentales del pan partido y el vino ofrecido. Él se entregó a sí mismo como oblación por sus seguidores, y les ofreció esta oblación como comida (alimento). Pero esto no acabó ahí. Jesús hizo que este acto de total oblación fuera presencia permanente suya por medio de la institución de la Eucaristía en la última cena. "Si el mundo antiguo había soñado que, en el fondo, el verdadero alimento del hombre -aquello por lo que el hombre vive- era el Logos, la sabiduría eterna, ahora este Logos se ha hecho para nosotros verdadera comida como amor".[5]

Con el nacimiento de Jesucristo, la Palabra de Dios asumió la carne, se hizo un hombre y una presencia en el mundo. Al hacerse hombre, Jesús fue reconocido como quien ha "tomado la condición de un esclavo" (Flp 2, 7), se ha hecho "cordero de Dios" (Jn 1, 36) además de "sacerdote y víctima de sacrificio" (Hb 9-10); se identificó con los pecadores, aceptando su bautismo (Mt 3, 13); asumió sus pecados y murió por el pueblo (Jn 18, 12); se hizo como uno "sin hogar" para estar junto los que no tienen hogar (Mt 8, 20; Lc 9, 58). El compromiso de Dios en el mundo asumió - en la "Palabra de Dios hecha carne"- una característica y significativa forma de solidaridad con la humanidad. Como presencia en la carne, Jesús se abrazó a los pequeños en una muestra de afecto. Él tocó a los enfermos, los sanó y los consoló, y ellos se acercaron a Él y lo tocaron. Él visitó a los enfermos y a los compungidos. Mostró su compasión, hacia las necesidades físicas de los hambrientos, hacia los ignorantes y hacia los entendidos, atendiendo las necesidades espirituales del perdón de los pecados, de la reconciliación y de la liberación de los espíritus inmundos. En síntesis, la vida y la misión de Jesús, la Palabra encarnada de Dios, revela el compromiso de Dios en el mundo en la múltiple forma de gestos, acciones y servicios que, estando centrados en Dios, van dirigidos a procurar el bienestar del hombre y su mundo.

Y lo más importante, Jesús percibió la exigencia de su misión, por ello eligió a sus seguidores (discípulos), preparándolos y dándoles poder para dicha misión. Con ellos, celebró la primera Eucaristía y la confió a ellos como un signo efectivo de su permanente e indefectible presencia, la máxima revelación del permanente compromiso de Dios con el mundo.

4. La palabra de la llamada misionera a evangelizar

A través del encargo misionero que Jesús confió a sus seguidores, como apóstoles, el Logos, palabra de la llamada de Dios, continúa su obra, pero ahora como "palabra de la llamada misionera", y difundiéndose entre "todos aquellos que a través de su [apóstoles] palabra llegarán a creer en Él [Jesús]" (Jn 17, 20). Estos podrían ser "las otras ovejas que nos son de este redil; también a ésas debo conducir; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, bajo un solo pastor" (Jn 10, 16).

En Pentecostés, esto comienza a suceder. La Palabra de Dios que acompañó la predicación de Pedro hasta reunir tres mil personas de distintas procedencias en torno a los discípulos de Jesús, da origen a la Iglesia. Ahí, a través de la Palabra de Dios, la oración, la fracción del pan y la fraternidad, la presencia de Dios con su pueblo fue celebrada y continúa celebrándose hasta nuestros días. "Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos" (Mt 18, 20). La presencia del Señor que actúa entre sus seguidores los hace testigos suyos, extensión de su ministerio en el mundo hasta el final de los tiempos, y por tanto, extensión de la revelación en Jesús del compromiso del Padre para con el mundo, su creadora y convocadora palabra de salvación. El compromiso de la Iglesia en el mundo debe ser una continuación y un signo del propio compromiso de Dios revelado en Jesús. Se deriva de Cristo, su cabeza, y es predicación suya. Así, la Palabra de Dios en su forma preeminente e inspirada, que es la Escritura, y en sus formas derivadas en las enseñanzas de la Iglesia, constituye la fuente de todas las formas de compromiso de la Iglesia en el mundo.

El compromiso de la Iglesia en el mundo, por lo tanto, puede ser solo de un tipo - de hecho un sacramento - el del compromiso de Dios revelado en la Palabra.

SEGUNDA PARTE: PALABRA DE DIOS Y COMPROMISO EN EL MUNDO

La consideración de nuestro compromiso en el mundo, inspirado por la Palabra de Dios, como Iglesia y como cristianos, puede asumir diversos enfoques. En Jesús, la palabra encarnada, Pablo ha identificado la "manifestación de la gracia de Dios", la cual nos "enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias del mundo, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús" (Tito 2, 11-13). Relatando esta visión de Pablo respecto la función que él atribuye a la Escritura, a saber: "Toda la Escritura está inspirada por Dios, y es útil para enseñar y para argüir, para corregir y para educar en la justicia" (2 Tim 3,16), se podría aquí identificar la promoción de la conversión personal y el crecimiento en la espiritualidad como nuestra tarea en el mundo.

La Exhortación Apostólica Postsinodal "Verbum Domini", por su parte, dedica nueve números (99-108) a discurrir sobre varios servicios o actividades que constituyen el ministerio social de la Iglesia: "Así pues, la misma Palabra de Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad ante Cristo, Señor de la Historia"[6]. A la vez que, "el Sínodo ha recordado que el compromiso por la justicia y la transformación del mundo forma parte de la evangelización."[7]

Tan cierto como esto es que la misma Palabra de Dios (la palabra de la evangelización) insta a la Iglesia y a sus hijos a construir una ciudad terrena a través de las diversas formas de su compromiso y de sus ministerios sociales que son una anticipación y una prefiguración de la ciudad de Dios[8] En efecto, "las comunidades cristianas, con su patrimonio de valores y principios [deben contribuir] mucho a que las personas y los pueblos hayan tomado conciencia de su propia identidad y dignidad, así como a la conquista de instituciones democráticas y a la afirmación de los derechos del hombre con sus respectivas obligaciones."[9] Los "ministerios sociales" no esperaron hasta que la Iglesia estuvo propiamente establecida hacia el año 300 después de Cristo; no, los ministerios - y sus repercusiones - tuvieron su origen casi inmediatamente (véanse los primeros capítulos de los Hechos de los Apóstoles) después de Pentecostés y muy pronto fueron causa de persecuciones, al igual que hoy en día. Por tanto ahora, en todas las diferentes culturas y circunstancias, ¿cómo pueden la Iglesia y los cristianos contribuir del modo más apropiado a edificar sociedades más justas, más reconciliadas, más pacíficas, más conscientes de los derechos humanos, más conscientes de la dignidad de las personas y más conscientes del bien común?

La más autorizada y completa respuesta disponible en la actualidad puede descubrirse en la encíclica Caritas in veritate, la cual reúne muchos recursos de la Escritura y de nuestra tradición social católica y los coloca a la base de las cruciales cuestiones sociales de nuestros días: los inicios del siglo veintiuno. La encíclica reformula - y adecuadamente sitúa- nuestra preocupación por el compromiso en el mundo de la siguiente manera: ¿Cómo estamos nosotros "dando forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios?[10]

¿Cómo actúa, por tanto, el ser humano, como ciudadano del aquí y del ahora, así como también de la ciudad celeste, en razón de su nuevo nacimiento por medio de la imperecedera semilla de la Palabra de Dios (1 Pe 1, 23), cómo realiza su compromiso y lleva a cabo su contribución a favor de la edificación de una ciudad humana que refleje con fidelidad la ciudad de Dios? A esta gran interrogante, la Escritura responde: es por la gracia y el poder de la Palabra de Dios por medio de los cuales Él lleva a cumplimiento todos sus designios; y es a través de la Palabra de Dios como se convierte en principio de nuestra vida, tal como señala San Pablo: "Que la Palabra de Dios viva en vuestros corazones". A esta misma cuestión, la Caritas in veritate ofrece una respuesta sintética: "La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes, sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión" (CiV 6). Es cuestión de restablecer las relaciones rotas por la violencia y de promover unas relaciones más constructivas. En el pasado, la Iglesia se proyectó a sí misma en las estructuras del Estado - cuius regio, eius religio-, pero nosotros comprendemos ahora la sana y real separación (!aunque compleja!) en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Pero cuando nosotros hablamos de "edificación", por favor notemos que los arquitectos, los constructores, los habitantes, son TODOS seculares, nosotros NO edificamos ciudades cristianas del hombre![11]

En un breve párrafo de sólo ciento trece palabras, el Santo Padre detalla las cualidades y virtudes necesarias para que construyamos una Ciudad del Hombre de una manera que sea más conforme con nuestra dignidad, con nosotros, sus amadas Criaturas renacidas mediante Su Palabra, y que refleja y prefigura la Ciudad de Dios:

Nos preocupa justamente la complejidad y gravedad de la situación económica actual, pero hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor. La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada[12].

El Santo Padre no prescribe plan o receta alguna, ni tampoco políticas o soluciones. En cambio, recomienda la Palabra de Dios como nuestra herramienta de discernimiento. El Santo Padre parece establecer un enfoque conjunto que invita - de hecho insta - a continuar la labor de la Palabra en el mundo, un proceso o dinámica que en sí misma incorpora y refleja en el tiempo la propia Palabra de Dios de compromiso: creativa, convocante, vinculante, presente y salvadora, misionera y evangelizadora, continuadora de la historia de la salvación, "hasta el final de los tiempos", mientras edifica la ciudad del hombre con cualidades más cercanas a la Ciudad de Dios. El enfoque se puede resumir en estas cinco competencias o cualidades inter-relacionadas:

Las cinco competencias para nuestro compromiso:

1. Comenzar con una actitud realista.
2. Basar el trabajo en valores fundamentales
3. Con confianza, asumir las nuevas responsabilidades
4. Estar abierto a una profunda renovación cultural
5. Comprometerse a trabajar con coherencia y consistencia

Estos son cinco aspectos o dimensiones para cada cristiano, para la pastoral social y para realizar nuestro compromiso en el mundo. Permítannos brevemente explorar cada una de ellas:

1.      El primer paso es comenzar con una actitud realista, haciendo frente a las dificultades del tiempo presente, no con respuestas prefabricadas o ideologías simplistas, sino con la Palabra de Dios como nuestra clave de discernimiento.

 "«Al atardecer, decís: «Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo como el fuego». Y de madrugada, decís: «Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro». ¡De manera que sabéis interpretar el aspecto del cielo, pero no los signos de los tiempos!" (Mt 16, 2-3). Interpretar los signos de los tiempos es asumir la responsabilidad de "leer". Muchos prefieren permanecer pasivos a la espera de que las cosas tomen un nuevo curso para luego poder lamentarse libremente. Pues en efecto, se necesita un verdadero esfuerzo para mantenerse en la lectura de los signos de los tiempos, es nuestra responsabilidad cristiana el hacerlo con equilibrio e inteligencia.

Entonces Jesús dijo, "¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: 'Este comenzó a edificar y no pudo terminar.'" (Lc 14, 28-30). Parece sencillo, ser ingenuo y dejar las cosas al azar, pero eso no es suficiente para edificar una ciudad digna del hombre.

 "Por eso, a la luz de las palabras del Señor, reconocemos los «signos de los tiempos» que hay en la historia y no rehuimos el compromiso en favor de los que sufren y son víctimas del egoísmo."[13] "La Palabra de Dios nos hace estar atentos a la historia y a todo lo nuevo que brota en ella."[14]

2. Nuestro siguiente paso es basar el trabajo en valores fundamentales, una nueva visión del futuro, lo cual solo puede dar comienzo con uno mismo, y por ello esta segunda competencia puede correctamente ser llamada conversión, metanoia.[15] Conocerse y aceptarse a sí mismo es el principio de la sabiduría. Y esta actitud debe estar acompañada por la disposición a cambiar, a trabajar en sí mismo.

Cuando Jesús pronuncia la parábola del sembrador (Mt 13, 8 -9), concluye diciendo que algunas semillas cayeron en "tierra buena", pero la tierra buena no es un resultado accidental, requiere de duro trabajo para ser preparada, además de paciencia. Cuando el propietario de la viña pierde la paciencia con la higuera, que durante tres años no ha producido frutos, el viñador solicita otra oportunidad: "Pero él respondió: "Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré". ¿Mostramos realmente una disposición a mantenernos trabajando en nuestra propia tierra? ¡Recordemos que Jesús es el jardinero, Él es el sembrador!

 "La Palabra divina ilumina la existencia humana y mueve a la conciencia a revisar en profundidad la propia vida, pues toda la historia de la humanidad está bajo el juicio de Dios."[16]

3. Con confianza, más que con resignación, hemos de afrontar las nuevas responsabilidades, asumiéndolas con una nueva vocación y misión. Para un cristiano el punto de partida y la meta de todo compromiso es Cristo, Alfa y Omega. Nuestra visión está completamente informada por el plan salvífico de Dios para el mundo - como se establece en las Escrituras y se ha expresado definitivamente en la vida y misión de Cristo, prolongada a través de la historia en la Iglesia - y que tiene su centro en la persona humana. Es ese el fundamento de nuestra vida y misión.

"El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto" (Mt 13, 31-32). Y escuchando la parábola de los talentos, Mt 25, 14-30; Lc 19, 12-27 - ¿asumiremos lo que hemos recibido, más allá de nuestro temor o inseguridad, o cavaremos en el suelo y lo ocultaremos? ¿O correremos el riesgo de invertir y desarrollar los talentos sin saber lo que recibiremos a cambio?

"Así pues, la misma Palabra de Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad ante Cristo, Señor de la Historia. Al anunciar el Evangelio, démonos ánimo mutuamente para hacer el bien y comprometernos por la justicia, la reconciliación y la paz."[17]

4. Para la cuarta competencia, el cuarto "cómo", el Santo Padre nos anima a estar abiertos hacia una profunda renovación cultural y a mostrar confianza y esperanza. Sí, está muy difundido el ser negativo, nihilista, pesimista - lo que no sólo nos deja fuera de alcance, sino que también nos ausenta de ambas historias, la humana y la divina. Rápidamente identificados culturalmente, por tanto, nosotros cristianos creemos firmemente que un mundo más justo y pacífico es posible, y por tanto "nosotros mismos hemos de ser instrumentos de reconciliación y de paz."[18]

Cuando Jesús envió a los "setenta y dos discípulos" para que lo antecedieran en los lugares que Él planeó visitar, Él mismo dijo "Yo os envío como a ovejas en medio de lobos" (Lc 10, 1-20). No ocultó las difíciles circunstancias; La confianza en Jesús hizo que "los setenta y dos volvieran llenos de gozo". Sin embargo habrá menos éxito en Atenas, centro cultural de la civilización mediterránea y "ciudad llena de ídolos", a la que Pablo llegó, para después, mediante un astuto uso de la ley romana, alcanzar el centro del imperio romano[19].

En palabras del Papa Pablo VI, debemos "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación."[20]

 5. Finalmente, recapitulando la sabiduría de las cuatro previas, la quinta competencia nos permitirá comprometernos con nuevas reglas, nuevas formas de compromiso, con coherencia y consistencia. Apreciando el plan de Dios y nuestra función en él, "de ahí nace el deber de los creyentes de aunar sus esfuerzos con todos los hombres y mujeres de buena voluntad de otras religiones, o no creyentes, para que nuestro mundo responda efectivamente al proyecto divino: vivir como una familia, bajo la mirada del Creador". [21]

Jesús dispensó las nuevas formas y normas del compromiso, principalmente a través de acciones, pero también con sus palabras. Su crítica a la antigua ley, puede ser sintetizada en aquella frase. "El Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado" (Mc 2, 27). Su enseñanza sobre la nueva ley se puntualiza en Jesús lavando los pies de los Doce (Jn 13, 3-11). Explícitamente establece la nueva ley del servicio a los semejantes con su propia coherencia y consistencia ... que poco después sellará con su muerte sacrificial en la cruz.

La dignidad humana es una "característica impresa por Dios Creador en su criatura, asumida y redimida por Jesucristo por su encarnación, muerte y resurrección. Por eso, la difusión de la Palabra de Dios refuerza la afirmación y el respeto de estos derechos".[22]

Subrayando la cooperación, por tanto, que subyace en las cinco maneras de realizar nuestro compromiso, las cuales pone a la persona humana en el centro de nuestra atención, éste debe ser nuestro foco, como el Papa Benedicto XVI incasablemente enseña, si hemos de construir una ciudad del hombre digna de nosotros mismos y de nuestros descendientes en las generaciones venideras. En efecto, la Palabra humano-divina es el centro de nuestra fe, y la vocación humano-divina del hombre es el centro de nuestro compromiso.

CONCLUSIÓN

"La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana..."[23] Hemos comenzado con la Palabra de Dios. Hemos considerado la Palabra creadora, que convoca, comprometida, presente y salvadora, que se hace efectiva en el envío de los Discípulos. Nos hemos dirigido luego a la exhortación Apostólica Verbum Domini, en la que encontramos que la Tercera Parte (nn. 90-120) se titula "Verbum Mundo", la Palabra para el mundo - y por tanto la Iglesia para el mundo. Es lo que se dice, con otras palabras en Gaudium et Spes, y específicamente en Verbum Domini (99-108). Con lo que aquí se afirma, es preciso sintetizar las cinco competencias y conectarlas con nuestra vocación de seguidores de Cristo en el espacio público o el ámbito social - el mundo de la historia humana: aquí es en donde establecemos la conexión con nuestros conciudadanos, tan diferentes en sus creencias y convicciones y con quienes, sin embargo, nos mantenemos firmes en nuestra común humanidad - en la edificación de esa ciudad del hombre que ha de prefigurar con mayor dignidad la Ciudad de Dios. El propio compromiso de Dios con el mundo por la Palabra, ha de ser llevado a cabo del mejor modo posible por nuestro competente y generoso compromiso, con los pobres de las tantas pobrezas que hemos de combatir, nuestro compromiso en favor de la reconciliación, la justicia y la paz.

En la dinámica y recuerdo de la historia de la salvación, la Palabra de Dios llama al cosmos para que surja del caos, llama a Abrahán a salir de su tierra y luego al pueblo a salir de Egipto; nos ha llamado "mientras aun éramos pecadores" (Rm 5,8) para "vivir, la vida plena" (Jn 10, 10). Ahora nos llama a ser su Cuerpo en el mundo, "alimentando al hambriento, dando de beber al sediento, hospedando al extranjero, vistiendo al desnudo, cuidando a los enfermos y visitando a los encarcelados" (Mt 25, 31-46).

"Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia" y la paz (CiV 78).

"Se cumple aquí la profecía de Isaías sobre la eficacia de la Palabra del Dios: como la lluvia y la nieve bajan desde el cielo para empapar la tierra y hacerla germinar, así la Palabra de Dios «no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (Is 55,10s). Jesucristo es esta Palabra definitiva y eficaz que ha salido del Padre y ha vuelto a Él, cumpliendo perfectamente en el mundo su voluntad."[24]

[1] V. gr. La Reina-Valera, Biblia Traducción Interconfesional, Biblia Pastoral, Biblia Católica para Jóvenes, Biblia del Peregrino, La Biblia de las Américas, Biblia de América, Biblia Latinoamericana, etc.

[2] Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Madrid: Biblioteca de Autores cristianos, 2010.

[3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini, n. 1.

[4] Cfr. También Plegaria Eucarística IV.

[5] Deus Caritas est, n. 13.

[6] Verbum Domini, n. 99.

[7] Verbum Domini, n. 100.

[8] Cfr. Caritas in veritate, n. 7.

[9] Benedicto XVI, Mensaje, XLIV Jornada Mundial de la Paz 2011, §7

[10] Caritas in veritate, n. 7.

[11] "Ciertamente, no es una tarea directa de la Iglesia el crear una sociedad más justa" (Verbum Domini, n. 100).

[12] Caritas in veritate, n. 21.

[13] Verbum Domini, n. 100.

[14] Verbum Domini, n. 105.

[15] Juan Pablo II habla de la necesidad de vivir las Bienaventuranzas y de poseer la espiritualidad de misioneros en el mundo actual. Cfr. Redemptoris Missio nn. 87-91.

[16] Verbum Domini, n. 99.

[17] Verbum Domini, n. 99.

[18] "Nunca olvidemos que «donde las palabras humanas son impotentes, porque prevalece el trágico estrépito de la violencia y de las armas, la fuerza profética de la Palabra de Dios actúa y nos repite que la paz es posible y que debemos ser instrumentos de reconciliación y de paz»". Verbum Domini n. 102 citando Benedicto XVI, Homilía (25 enero 2009): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (30 enero 2009), 6.

[19] Cf Verbum Domini, n. 92.

[20] Verbum Domini, n. 100 citando Evangelii Nuntiandi n. 18.

[21] Caritas in veritate, n. 57.

[22] Verbum Domini, n. 101.

[23] Caritas in veritate, n. 7.

[24] Verbum Domini, n. 99 refierendo Is 55, 10s.

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Mortalidad infantil: hechos, causas, soluciones
Por monseñor Francisco Gil Hellín

BURGOS, sábado, 12 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, con el título "Mortalidad infantil: hechos, causas, soluciones".

* * *

 

Las cifras son aterradoras. Cada hora mueren más de 1.000 niños menores de 5 años y cada minuto 9 por causas asociadas  a la desnutrición. El Estado de Orissa, India, es una de las regiones más castigadas por la mortalidad infantil, pues mueren 250 ó 300 por cada mil nacidos. Puede darnos una idea de esta escalofriante cifra, saber que en España el porcentaje es 4 por mil.

Las cifras se hacen todavía más dramáticas si tenemos en cuenta que, según UNICEF, la muerte de los 24.000 niños menores de 5 años que fallecen cada día, se debe a causas que se pueden evitar fácilmente; y que de los 9 millones de muertos al año, cuatro millones tienen lugar en la primera semana de vida.

Las causas de la mortalidad infantil son, fundamentalmente, las siguientes: el hambre y la malnutrición, la falta de preparación de las madres y de los padres, la falta de salud de las madres, la falta de personal sanitario, algunas enfermedades como la malaria y el sarampión y las infecciones y falta de higiene. La malnutrición es la causa principal, pues produce un tercio de la mortalidad infantil.

Según esto, erradicar la pobreza y el hambre es un objetivo fundamental para reducir la mortalidad infantil. Para ello es preciso dar prioridad a la nutrición neonatal, invertir en la capacitación de personal cualificado, fomentar la preparación de las madres, universalizar la higiene, el saneamiento y el acceso al agua, extender el acceso a las vacunas y mejorar la salud de las mujeres, especialmente la de las madres.

Ante el dramatismo de los hechos y las cifras, cabe preguntarse: ¿hay lugar para la esperanza? Afortunadamente, la respuesta es afirmativa. Porque se van logrando resultados y porque la mayoría de las muertes se pueden evitar adoptando medidas sencillas, eficaces y económicas.

Por ejemplo, a corto plazo se está utilizando el RUTF, un alimento terapéutico que contiene los 40 nutrientes esenciales necesarios. Gracias a él se consigue que se recuperen cerca del 90% de niños y es fácil de ser administrado, pues se encargan las madres sin necesidad de que haya una supervisión médica. A medio plazo hay proyectos que están dando buenos resultados y no son difíciles. Así, en Brasil funciona uno muy eficaz y no complicado. En África Subsahariana se están aplicando algunas medidas clave para garantizar la supervivencia infantil.

Hace más de cincuenta años que MANOS UNIDAS le declaró la guerra al hambre y a la pobreza, como raíces de muchas de las causas por las que mueren los niños. La campaña de este año se inscribe en este marco, pero tiene el objetivo concreto de reducir la mortalidad infantil. El cartel que lo anuncia es tan sencillo como impactante: un niño, un plato vacío y el lema "Su mañana es hoy". El plato vacío representa el pensamiento y la principal preocupación diaria de gran parte de la población del mundo. La imagen de este plato remite simbólicamente al tipo de alimentación de los países desarrollados, donde la alimentación es abundante y equilibrada. El niño se encuentra en un paisaje vacío, sin recursos, solo frente a su soledad. El lema apunta a que el mañana de cada niño y niña empieza nueve meses antes de dejar el seno materno; por lo que, garantizar la buena alimentación de la madre es ya estar luchando contra la muerte de su hijo.

Desde aquí quiero hacer un llamamiento a la caridad cristiana y a la generosidad. Aunque estemos en una situación de crisis, somos inmensamente ricos si nos comparamos con los países que sufren el hambre y la altísima mortalidad infantil. Ayudar generosamente a Manos Unidas es un modo concreto de ser agradecidos a Dios y hacer más humana nuestra sociedad.

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Documentación


La nueva evangelización, según monseñor Fisichella
Primera conferencia en América Latina como presidente del nuevo Consejo vaticano  

MEDELLÍN, viernes, 11 de febrero de 2011 (ZENIT.org). Publicamos la primera conferencia que ha publicado en América Latina, en la Universidad Pontificia Bolivariana, el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el 6 de febrero.

 

* * *

Jesús de Nazaret ha querido la Iglesia para que fuera la continuación viva de su presencia en medio del mundo. En los dos mil años transcurridos desde aquel mandato de ir por el mundo entero para anunciar el Evangelio y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra, la Iglesia nunca abandonó  esta obligación tan esencial para su propia vida. Ella ha nacido con la misión de evangelizar, y si renunciase a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza. Anunciar el evangelio de Jesús no nos hace mejores que los otros, pero ciertamente nos impulsa a ser más responsables. Esta es una misión que se manifiesta sobre todo en un momento de crisis como el que estamos atravesando.  Estamos al final de una época que, para bien o para mal, ha marcado la historia de estos últimos siglos; estamos por entrar en una nueva era del mundo todavía incierta en sus primeros pasos y que parece vacilar por la debilidad del pensamiento. Por este motivo, el rol de los católicos adquiere mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado. De hecho, los discípulos del Señor estamos llamados a ser "sal" y "luz" para dar sabor a la vida e iluminar a quienes están a la búsqueda de sentido. Si disminuyese esta responsabilidad, el mundo no tendría una palabra de esperanza y nosotros nos convertiríamos en insignificantes. 

El papa Benedicto XVI ha instituido el 21 de setiembre, fiesta litúrgica de san Mateo Apóstol y Evangelista, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Una intuición que considero verdaderamente "profética", porque atiende a nuestro presente con la intención de dar una respuesta significativa a los grandes desafíos que tenemos por delante; y al mismo tiempo, con clarividencia nos obliga a mirar el futuro, para comprender de qué manera, la Iglesia deberá desempeñar su ministerio en un mundo sometido a grandes transformaciones culturales que determinan el inicio de una nueva época de la humanidad. Con este pensamiento profético, el Papa quiere dar nuevamente fuerza al espíritu misionero de la Iglesia, sobre todo en aquellos lugares donde la fe pareciera debilitarse por la presión del secularismo. Es tarea de todos nosotros fortalecer la fe.  No es opcional el dar razón de nuestro creer, sino un empeño que nos debemos en primer lugar a nosotros mismos, para mostrar la libertad de nuestra decisión. Recuperar el espíritu misionero con el cual estamos llamados a llevar el Evangelio a toda persona que encontramos en nuestro camino es una consecuencia inevitable a causa del deseo de compartir con otros la misma alegría reencontrada en la fe. El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que debemos estar siempre listos para "dar razón de la esperanza que tenemos" (1 Pe. 3,15). Más aún en un momento como el actual, somos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón. Mostrar que ella y sus conquistas no se contraponen a los contenidos de la fe, porque la búsqueda de la verdad es común, y no se puede aislar en uno sólo de sus componentes; esto es tal vez lo que nuestros contemporáneos esperan.  El Apóstol, además, indica una metodología que los cristianos estamos invitados a seguir: que el anuncio "sea hecho con dulzura, con respeto y con recta conciencia". He aquí un programa que los cristianos estamos invitados a realizar con esfuerzo y con constancia en la obra de la nueva evangelización.

No será inútil, entonces, partir del concepto mismo de "nueva evangelización", del cual debemos estudiar el sentido, producir una sistemática comprensión y explicación, sobre todo en el magisterio de los últimos Pontífices, para que no aparezca como una fórmula abstracta, y sobre todo para que no se piense que en el pasado reciente la Iglesia se hubiese apartado de lo que constituye su esencia. El Señor Jesús ha querido su Iglesia para transmitir de manera viva su Evangelio de generación en generación, sin tener en cuenta ninguna frontera territorial ni temporal. La Iglesia vive por la misión encomendada por su Maestro, de llevar al mundo la hermosa noticia que se realiza en el misterio de la Encarnación. Obedeciendo siempre a este mandato, desde la primera comunidad de discípulos hasta la multiforme presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo hemos llevado el anuncio de la semilla de vida eterna, que es salvación realizada en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. En estos veintiún siglos, la Iglesia se ha inserto en la pluralidad de las culturas de los diversos pueblos para que puedan surgir en ellas aquellas tensiones de verdad que lleva a reconocer la revelación de Jesucristo como momento último y definitivo del proceso de la religión en nuestra marcha hacia el absoluto. La obra de la evangelización entra directamente en contacto con la cultura, la plasma y transforma así como ella viene determinada en su lenguaje y expresividad. Una cosa se puede verificaren los dos mil años de cristianismo: la atención permanente que la comunidad cristiana ha tenido en relación al tiempo en que vivía y al contexto cultural en el que se insertaba.  Una lectura de los textos de los apologetas, de los Padres de la Iglesia, y de los varios maestros y santos que se han sucedido en el transcurso de estos dos mil años demuestra fácilmente la atención al mundo circundante y el deseo de insertarse en él para comprenderlo y orientarlo a la verdad del Evangelio. En la base de esta atención se encuentra la convicción de que ninguna forma de evangelización sería eficaz si la Palabra de Dios no entrase en la vida de las personas, en su modo de pensar y de obrar para llamarlas a la conversión.  Esto ha sido siempre lo que hoy llamamos "nueva evangelización". No es diferente en nuestro tiempo; podemos usar una expresión diversa, pero la sustancia permanece idéntica. Somos llamados a anunciar el Evangelio de manera eficaz; esto requiere en primer lugar el trato frecuente de la Palabra de Dios, que permite a quienes  nos escuchan verificar no sólo nuestro  conocimiento del Evangelio, sino sobre todo nuestra credibilidad  que se expresa en un coherente testimonio de vida. Al respecto vale la pena recordar lo que afirma el Documento final de Aparecida: "Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo (DV9) es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo (n. 247)" y más adelante: "Por esto, la importancia de una pastoral bíblica, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra (n. 248)". No se excluye en este proceso la atención permanente a lo que se vive y se piensa a nuestro alrededor; en una palabra, la "cultura" de nuestro tiempo.

La misma acción litúrgica en la pluralidad de sus ritos muestra con evidencia cómo se puede expresar la centralidad  unicidad del misterio en maneras diversas, sin disminuir por ello la particularidad del lenguaje evocativo propio de la lex credendi. En este contexto vale la pena referir algunas palabras sobre el valor que la liturgia posee en orden a la nueva evangelización. "Encontramos a Jesucristo de modo admirable en la Sagrada Liturgia. Al vivirla, celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en los misterios del Reino y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros"[1]. La liturgia es la acción principal mediante la cual la Iglesia expresa en el mundo su carácter de mediadora de la revelación de Jesucristo. Desde sus orígenes la vida de la Iglesia ha estado caracterizada por la acción litúrgica. Todo lo que la comunidad predicaba, anunciando el Evangelio de salvación, lo hacía después presente y vivo en la oración litúrgica que se transformaba en el signo visible y eficaz de la salvación. Esta no era sólo anuncio de hombres voluntariosos, sino la acción misma que Espíritu realizaba por la presencia de Cristo mismo en medio de la comunidad creyente. Separar estos dos momentos significaría no comprender la Iglesia. Ella vive de la acción litúrgica como linfa indispensable para el anuncia y éste a su vez retorna a la liturgia como su complemento eficaz.  La lex credendi y la lex orandi forman un todo donde resulta difícil encontrar el fin de uno y el comienzo del otro. La nueva evangelización deberá ser capaz de hacer de la liturgia su espacio vital para que el anuncio realizado alcance su pleno cumplimiento. Si del horizonte especulativo se pasa al plano pastoral, se comprende todavía más directamente la importancia de esta relación y su extraordinaria eficacia en un mundo sediento de signos que lo introduzcan en el misterio. Es suficiente pensar en el valor que de modo particular asume hoy la celebración de algunos sacramentos y sacramentales. Del bautismo al funeral, advertimos cuánta potencialidad tienen en sí mismos para comunicar un mensaje que de otra manera no sería escuchado. ¡Cuántas personas "indiferentes" al fenómeno religioso se acercan a estas celebraciones y cuántas personas a menudo en busca de una genuina espiritualidad están presentes! La palabra del sacerdote en estas circunstancias debería ser capaz de provocar la pregunta por el sentido de la vida propiamente a partir de la celebración en acto.  Lo que celebramos,en fin, no es un mero rito extraño a la cotidianeidad del hombre, sino que está dirigido propiamente a su pregunta por el sentido, que espera una respuesta tantas veces perseguida en vano. En la celebración nuestra predicación y nuestros signos litúrgicos están llenos de un significado que va más allá de nosotros mismos y de nuestra persona; aquí realmente podemos permitir aferrarse a la acción del Espíritu que transforma el corazón con su gracia y los modela para disponerlos a captar el momento de la salvación.

La Iglesia existe para llevar en todo tiempo el Evangelio a toda persona, donde sea que se encuentre. El mandato de Jesús es de tal modo cristalino que no permite malos entendidos de ninguna naturaleza. Cuántos creen en su palabra son enviados a las calles del mundo para anunciar que la salvación prometida ahora ha llegado a ser realidad. El anuncio debe conjugarse con un estilo de vida que permita reconocer a los discípulos del Señor allí donde estén. De alguna manera, la evangelización se resume en este estilo que distingue a cuantos emprenden el seguimiento de Cristo. La caridad como norma de vida no es otra cosa que el descubrimiento de aquello que da sentido a la existencia, porque la atraviesa hasta en sus recovecos más íntimos de todo lo que el Hijo de Dios hecho hombre ha vivido en primera persona.  Como se puede observar, la nueva evangelización se ubica en la sintonía de siempre. Ella quiere fundarse sobre la lógica de la fe que se articula en el creer en el anuncio, en la liturgia y en el testimonio de la caridad.

Se podrá discutir largamente sobre el sentido de la expresión "nueva evangelización".  Preguntarse si el adjetivo determina al término no carece de racionalidad, pero tampoco agota la cuestión. El hecho de que se la llame "nueva" no pretende cualificar los contenidos de la evangelización que permanecen iguales, pero con la condición y la modalidad en la cual viene realizada. Benedicto XVI en la Carta Apostólica Ubicumque et semper subraya con razón que considera oportuno "ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera se presente al mundo contemporáneo con una arrojo misionero capaz de promover una nueva evangelización". Alguno podría insinuar que decidirse por una nueva evangelización equivale a juzgar la acción pastoral desarrollada precedentemente por la Iglesia como fracasada por la negligencia puesta o por la poca credibilidad de sus hombres.  Incluso esta consideración no carece de plausibilidad, sólo que se detiene en el aspecto sociológico en su fragmentariedad sin considerar que la Iglesia en el mundo presenta rasgos de santidad constante y de testimonios creíbles que todavía hoy son sellados con la entrega de la vida. Efectivamente, el martirio de tantos cristianos no es distinto del ofrecido en el transcurso de nuestra multisecular historia, y sin embargo es verdaderamente nuevo porque lleva a los hombres de nuestro tiempo, a menudo indiferentes, a reflexionar sobre el sentido de la vida y el don de la fe. Cuando desaparece la búsqueda del genuino sentido de la existencia, cuando se lo substituye por senderos que asemejan una selva de propuestas efímeras, sin que se comprenda el peligro que esto significa, entonces es justo hablar de nueva evangelización. Ella se transforma en una verdadera provocación a tomar en serio la vida para orientarla hacia un sentido completo y definitivo que encuentra su verdadera garantía en Jesús de Nazaret. El, manifestación del Padre y su revelación histórica, es el Evangelio que todavía hoy anunciamos como respuesta al interrogante  que inquieta al hombre desde siempre. Ponerse al servicio del hombre para comprender el ansia que lo mueve y proponer un camino de salida que le brinde serenidad y alegría es lo que se resume en la bella noticia que la Iglesia anuncia. Por tanto, nueva evangelización, porque nuevo es el contexto en que viven nuestros contemporáneos, frecuentemente agredidos aquí y allá por teorías e ideologías trasnochadas. Lo recuerda el Santo Padre al delinear el destinatario de nuestra misión: "Existen regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización; otras que la han recibido, pero necesitan de un trabajo más profundo; otras finalmente, en las que el Evangelio ha echado raíces desde hace largo tiempo, dando lugar a una verdadera tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos -por dinámicas complejas- el proceso de secularización ha producido una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a la Iglesia"[2]. Luego continua diciendo que nuestra tarea particular deberá ser "promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y un especie de "eclipse del sentido de Dios" que constituye un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo"[3].

 

La secularización

 

Como se observa, aparece en el horizonte el gran tema de la secularización, que quisiera exponer brevemente en sus rasgos más característicos. Ya ha pasado medio siglo desde cuando veía la luz el "manifiesto" de la secularización moderna propuesto y modificado sobre ls ideas iniciales de D. Bonhoeffer. La ciudad secular del profesor H. Cox de la Iglesia Bautista estadounidense, y Dios no existe del obispo anglicano de Woolwich, J. A. T. Robinson, daban a conocer al gran público las ideas madres de un movimiento que tenía un horizonte más amplio y raíces mucho más profundas de cuanto conocemos por la influencia en la teología y a nivel eclesial. El programa se concentraba en torno a la expresión que se ha convertido en tecnicismo: vivir y construir un mundo etsi Deus non daretur. El desafío venía a ponerse, en aquella época, sobre un terreno sumamente fértil y encontraba rápidamente un entusiasmo y receptividad  que hoy, con el paso de los años, lleva a preguntarse con cuánto espíritu crítico fue recibido y acompañado. La Iglesia había terminado recientemente su segundo Concilio Vaticano y al horizonte ya se dejaban entrever los síntomas de una crisis que llegaría a cautivar a muchos creyentes; mientras el Occidente terminaba de vivir la gran contestación juvenil del '68. En una palabra, muchos parecían encontrar en la idea de la secularización la clave para darle al mundo su autonomía y a la Iglesia la posibilidad de descubrir la simplicidad de los orígenes. Sin embargo, no todo lo que relucía era oro.

Etiamsi daremus non esse Deum. La expresión de Grocio aparecía a la luz. Mirando bien, las interpretaciones iban más allá de la intención del jusnaturalista holandés. Para el filósofo, en relaidad, lo que importaba demostrar era el fundamento del derecho natural que conservaba todo su valor en sí mismo al punto de poder sobrevivir sin la demostración de la existencia de Dios. Sin embargo, progresivamente, de la simple enunciación de un principio teórico la secularización se infiltró en las instituciones hasta llegar a ser en nuestros días, cultura y comportamiento de masa, al punto que no podemos percibir sus límites objetivos. Como todo fenómeno, también la secularización esta sometido a la ambigüedad y a la pluralidad de las interpretaciones. Difícil precisar el verdadero rol que Bonhoeffer desempeñó en este movimiento; mucho más complejo aún el tratar de individuar el verdadero sentido de su manifiesto en la Carta: "Se impone reconocer honestamente el deber de vivir en el mundo como si no existiese algún Dios, y esto es realmente lo que reconocemos plenamente delante de Dios! Dios mismo nos conduce a esta conciencia: nos hace saber que debemos vivir como hombres que pueden arreglárselas sin El. El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc.15, 34)! Estamos continuamente en presencia del Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de Dios"[4]

Frente a movimientos de pensamiento que se apoyan sobre conceptos así genéricos y a menudo utópicos, los equívocos y los extremismos no tardan en aparecer; de diversas maneras, la secularización degeneró en secularismo con sus consecuencias negativas sobre todo en el horizonte de la comprensión de la existencia personal. Secularismo, de hecho, dice distancia de la religión cristiana; ésta no tiene y no puede tener ninguna voz en el momento en que se habla de vida privada, pública o social. La existencia personal se construye prescindiendo del horizonte religioso que queda relegado a un mero sector privado que no debe incidir en la vida de las relaciones interpersonales, sociales o civiles. Por otra parte, en el horizonte privado, la religión tiene un puesto bien delimitado; de hecho ella sólo interviene en parte y marginalmente en el juicio ético y en los comportamientos.A este punto, decir que la secularización es un fenómeno religiosamente neutro, significa no captar las consecuencias que se manifiestan en estos decenios y que tienen sus raíces en el secularismo. De cualquier manera que se quiera juzgar la autonomía del hombre, ella nunca podrá ser separada de su vinculación original con  el creador; cortar el cordón umbilical no puede significar otra cosa que rechazar al que nos ha engendrado. Una autonomía creatural, en todo caso, debe tener como base la experiencia de la gratuidad sin la cual es imposible una comprensión coherente de la identidad personal. En fin, reducir todo el proceso de la secularización a una crítica del fanatismo religiosos o de la intolerancia, significa perder de vista la globalidad del movimiento y sus diversos rostros con los cuales se ha presentado. Pasado el entusiasmo que en los años '60 había contagiado a muchos, se debe concluir que el proceso de secularización y secularismo han identificado demasiado apresuradamente a Dios como una función sucedánea de la vida. En el horizonte contemporáneo, sin embargo, en el que la cultura de la muerte parece superar a la vida misma, todavía queda por demostrar la tesis de fondo del secularismo según la cual este mundo ha llegado a ser "adulto" y consecuentemente, no tiene más necesidad de Dios.

Uno de los primeros datos que emerge como proyecto del secularismo es el tentativo espasmódico de obtener la plena autonomía. El hombre contemporáneo está fuertemente caracterizado por el celo de la propia autonomía y la responsabilidad de vivir a su manera. Olvidando toda relación con la trascendencia, se ha vuelto alérgico a todo pensamiento especulativo y se limita al simple momento histórico, al instante, creyendo ilusoriamente que es verdad sólo lo que es fruto de la verificación científica. Perdido el vínculo con lo trascendente y rechazada toda contemplación espiritual, se precipita en una suerte de empirismo pragmático que lo lleva a apreciar los hechos y no las ideas. Sin resistencia cambia velozmente su modo de pensar y de vivir y parece cada vez más como un sujeto en movimiento, siempre listo a experimentar, deseoso de participar en cualquier juego aún cuando lo supere, sobre todo si lo arrebata en aquel narcisismo en absoluto velado que lo engaña acerca de la esencia de la vida. En fin, el proceso del secularismo ha generado una explosión de reivindicaciones de libertades individuales que llegan a la esfera de la vida sexual, de las relaciones interpersonales y familiares, de la actividad del tiempo libre así como del trabajo, también a la educación y a la comunicación arriba fatalmente y todo el ámbito de la vida viene modificado. Por paradójico que pueda parecer, las reivindicaciones sociales siempre se realizan en nombre de la justicia y de la igualdad, pero en el fondo siempre se encuentra el deseo de vivir más libremente a nivel individual; se toleran y soportan mucho más las injusticias  y desigualdades sociales antes que las prohibiciones en la esfera privada. En suma, se ha creado una situación completamente nueva en la que los antiguos valores -expresados sobre todo por el cristianismo- se ven substituidos. En un horizonte como este, en que el hombre viene a ocupar el lugar central, criterio de toda forma de existencia, Dios se convierte en una hipótesis inútil y en un competidor que no sólo hay que evitar, sino en lo posible eliminar. La revolución antropológica se actúa de manera relativamente fácil, cómplice de una teología débil y de una religiosidad a menudo fundada sólo sobre el sentimiento e incapaz de mostrar el verdadero horizonte de la fe.

Dios, entonces, pierde su lugar central; la consecuencia que se derive, sin embargo, es que el hombre mismo viene a perder también el suyo. El "eclipse" del sentido de la vida hace que el hombre no sepa más como colocarse, que no encuentra más su lugar en la creación y en la sociedad. De alguna manera cae en la tentación prometeica de pensar ilusoriamente que es él el señor de la vida y de la muerte, porque puede decidir el cuándo y el cómo. Una cultura que tiende a idolatrar la perfección del cuerpo, que discrimina las relaciones interpersonales de acuerdo con la belleza o la perfección física,  termina por olvidar lo esencial. Se cae así en una suerte de narcisismo constante que impide fundar la vida sobre valores permanentes y sólidos, para quedarse sólo al nivel de lo efímero. Nadie, sin embargo, denuncia esta situación como trágica porque no existe más el ejercicio auténtico de la libertad. El hombre, de hecho, perdida la relación con Dios, pierde consecuentemente la referencia a la creación.  No es más el centro de la creación, sino una parte cualquiera del mundo. Por un lado se exalta al hombre a costa de Dios y contra Dios; por otro, se lo destruye convirtiéndolo en un simple fragmento de la naturaleza. Rota la armonía con la naturaleza para dar lugar al primado de la técnica, se ha venido a encontrar frente a un poder que ha violentado la naturaleza misma.

Otro conflicto al que se asiste es la pérdida del sentido de responsabilidad. Este horizonte viene simbólicamente encontrado en la pregunta que Dios dirige a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". Por paradógico que pueda parecer, el secularismo nacido a la sombra de  la responsabilidad plena delante a sí mismo con el rechazo de la autoridad de Dios, acaba con la destrucción del objetivo que se proponía. Cerrado en sí mismo, en un individualismo exasperado, el hombre de hoy a perdido de vista también al otro. Una lúcida expresión de esta situación se encuentra en la fórmula sartreana les autres son l'enfer. La ambigua concepción de la libertad, el fuerte subjetivismo que ya no sabe reconocer el valor de la verdad perenne y, sobre todo, el eclipse del sentido de Dios, han llevado a olvidar el valor de la vida y al desinterés por el hermano al punto de comprobar con horror que una sociedad que se proclama civilizada y evolucionada está cada vez más  cerrada en el círculo de la muerte. En suma, una  cultura secularizada que se pretende autónoma de Dios, termina con la pérdida del sentido mismo de la vida.

Aquí por tanto se pone el gran desafío que mira al futuro. Quien quiere la libertad de vivir como si Dios no existiera lo puede hacer, pero debe saber lo  que le espera; debe tener conciencia de que esta elección no es premisa de libertad ni de autonomía. Limitarse a disponer de la propia vida nunca podrá satisfacer la exigencia de libertad; silenciar forzosamente el deseo de Dios que está radicado en la interioridad más profunda, nunca podrá arribar a la autonomía. El enigma de la existencia personal no se resuelve rechazando el misterio, sino eligiendo sumergirse en él (GS 22). Este es el sendero a recorrer; todo atajo corre el riesgo de perderse en los laberintos selváticos, donde es imposible ver tanto la salida como la meta a alcanzar.

 

Nueva evangelización

 

"El punto crucial de la cuestión es este: si un hombre, empapado de la civilización moderna, un europeo,puede todavía creer; creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe". Son palabras cargadas de provocación que provienen de uno de los escritores más significativos del siglo pasado: Dostoewskj.  Preguntarse si el hombre de hoy está todavía dispuesto a creer en Jesús como Hijo de Dios comporta necesariamente la cuestión conexa: si el hombre de hoy siente todavía la necesidad de la salvación. Aquí está todo el problema para nosotros creyentes, para nuestra credibilidad en el mundo de hoy; pero también el problema para cuantos no creen y desean darle un significado pleno a su vida. No encuentro otra posibilidad fuera de esta cuestión, que impulsa a buscar una respuesta. Delante a la posibilidad de Jesucristo no se puede permanecer neutral; se debe dar una respuesta si se quiere dar un sentido a la propia vida. Según algunos, aquí se concentran las grandes cuestiones que nos tocan a cada uno de nosotros y la simple respuesta que la Iglesia ofrece anunciando, como si el tiempo nunca hubiesa pasado, el mismo contenido de los primeros años de nuestra existencia como cristianos: Jesús, crucificado y resucitado; El que ha pasado en medio a nosotros, anunciando el reino de Dios y haciendo el bien a cuantos se dirigían a Él.

Sabemos que estamos en medio a una profunda crisis que se ha convertido en crisis de Dios. Esquemáticamente se podría decir: la religión sí, pero Dios no. En dónde este "no", en todo caso, no debe entenderse en el sentido categórico de los grandes ateísmos. No existen más, permítaseme repetir, grandes ateísmos. El ateísmo de hoy en realidad puede nuevamente hablar de Dios sin entenderlo realmente. En síntesis, la crisis actual está determinada del poder y saber hablar de Dios; el tema no puede dejarnos indiferentes después de casi cincuenta años del Concilio Vaticano II, que tuvo entre sus principales objetivos el hablar de Dios al hombre de hoy de manera comprensible. La crisis que vivimos, entonces, se podría resumir de manera aún más sintética: Dios hoy no es negado, sino desconocido. Por parte del hombre contemporáneo hay algo de verdadero, probablemente, en este modo de plantearse el problema en torno a el nombre de "Dios". En algún sentido se podría decir que se ha pasado de la hipótesis inútil a la buena posibilidad ofrecida al hombre. Con respecto a esta perspectiva deberíamos ser capaces de  agitar las aguas a menudo demasiado tranquilas de dos lagos artificiales: el de la indiferencia, que frecuentemente domina el contexto cultural referido a esta problemática; y el de la obviedad, que evidencia cuánta ignorancia, a menudo supina, existe acerca de los contenidos religiosos. Indiferencia e ignorancia, lamentablemente, se encuentran en la base del sentido común religioso todavía presente, haciendo siempre más débil la pregunta religiosa y, especialmente, la decisión consciente y libre. Retorna inmediatamente la escena tan familiar de Pablo en las calles de Atenas (Hch. 17, 16-34). No ha cambiado tanto desde entonces. Las calles de nuestra ciudad están repletas de nuevos ídolos. El interés hacia un muy genérico sentido religioso parecería tomarse una especie de revancha; expresiones religiosas se multiplican y frecuentemente están vacías de espesor racional. En algunos casos se sigue el soplo de la emotividad, en otros, al contrario, diversas formas de fundamentalismo; ambos no indican otra cosa que la ausencia de espesor intelectual. Por último, aparecen de nuevo en el horizonte mesías de la última hora, predicando el inminente fin del mundo. En este contexto hay que preguntarse quiénes son los nuevos Pablo de Tarso conscientes de ser portadores de una hermosas novedad que entra en el areópago de nuestro pequeño mundo con la convicción y la certeza de querer anunciar al "Dios desconocido".

"Dios": el término está entre los más usados del lenguaje mundial, y sin embargo, cuántos sentidos, diferentes y tantas veces, contrarios entre sí al punto de oponerse mutuamente. Debemos preguntarnos si Dios existe y qué cosa sea, o quién sea Dios. Preguntas inevitables que no pueden permanecer sin respuesta. El Dios del que hablamos, no sólo se ha hecho escuchar, sino que se ha hecho uno de nosotros. Y consigo trae a nuestra vida la respuesta a la pregunta fundamental por el sentido: "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre. Ha trabajado con manos de hombres, ha pensado con mente de hombre, ha actuado con voluntad de hombre, ha amado con corazón de hombre. Naciendo de María Virgen, él verdaderamente se ha hecho uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado" (GS 22). Ningún pretexto de parte nuestra. Él ha experimentado en todo nuestra condición humana, sobre todo allí cuando ella significa dolor, sufrimiento, enfermedad, muerte. La nueva evangelización requiere, entonces, la capacidad de saber dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, el Hijo de Dios, único salvador de la humanidad. En la medida en que seamos capaces de esto, podremos ofrecer al mundo contemporáneo la respuesta que espera o que debemos provocar en él. Como decía Benedicto XVI el día antes de ser elegido Papa: "En estos momentos de la historia tenemos verdadera necesidad de hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan a Dios creíble en el mundo...Tenemos necesidad de hombres que tengan la mirada dirigida a Dios, aprendiendo de Él la verdadera humanidad. Tenemos necesidad de hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y a quienes Dios abra el corazón, de modo que su intelecto pueda hablar al intelecto de los otros y su corazón pueda abrir el corazón de los otros. Solamente a través de hombres tocados por Dios, Dios puede retornar a los hombres". La nueva evangelización, por tanto, parte de aquí: de la credibilidad de nuestra vida de creyentes y de nuestra convicción de que la gracia actúa y transforma hasta el punto de convertir el corazón. El mundo de hoy tiene necesidad profunda de amor, porque conoce desgraciadamente sólo sus grandes fracasos. Aquí probablemente nace la paradoja que se despliega nuestros ojos y que empuja a la mente a reflexionar sobre el sentido de una tal acción.

 

La imagen de la nueva evangelización

 

Una imagen con la que el nuevo dicasterio pretende identificarse, se encuentra en la Sagrada Familia de Gaudí. Quien la observa en su gravidez arquitectónica encuentra las voces de ayer y de hoy. A nadie escapa que es una iglesia, espacio sagrado que no puede ser confundido con ninguna otra construcción. Sus agujas se dibujan hacia lo alto, obligando a mirar el cielo. Sus pilares no tienen capiteles jónicos ni corintios y, sin embargo, los reclaman aún cuando se permiten de andar más allá para recorrer un espacio de arcos que hace pensar en una foresta donde el misterio lo invade a uno, sin suprimirlo, llenándolo de serenidad. La belleza de la SagradaFamilia sabe hablar al hombre de hoy, conservando al mismo tiempo los rasgos fundamentales del arte antiguo. Su presencia pareciera contrastar con la ciudad hecha de palacios y calles que al recorrerlas muestran la modernidad a la que somos enviados. Las dos realidades conviven y no desentonan, al contrario, parecen hechas la una para la otra; la iglesia para la ciudad y viceversa. Aparece evidente, entonces, que la ciudad sin la iglesia estaría privada de algo sustancial, manifestaría un vacío que no puede ser colmado por cualquier otra construcción, sino por algo más vital que empuja a mirar a lo alto sin apura y en el silencio de la contemplación.

Mirar al futuro con la certeza de la esperanza verdadera es lo que nos permite no permanecer recluidos en una suerte de romanticismo que mira sólo al pasado, ni caer en un horizonte de utopía, amarrados a hipótesis que carecen e garantías. La fe  compromete en el hoy en que vivimos, por lo que no corresponder sería ignorancia o miedo; y a nosotros cristianos, no nos está permitido ni lo uno ni lo otro. Permanecer recluidos en nuestras iglesias podría darnos cierta consolación pero tornaría vano el  día de Pentecostés. Es tiempo de abrir de par en par las puertas y retornar al anuncio de la resurrección de Cristo de la que somos testigos. Según las palabras del santo Obispo Ignacio en los albores del cristianismo: "No alcanza con ser llamados cristianos, es necesario serlo de veras" (a los Magnesios, I,1). Si alguno quiere reconocer a los cristianos, debería poder hacerlo por su compromiso de fe y no por sus intenciones.

 

 

NOTAS

[1]           Aparecida, 250.

[2]           Benedicto XVI, homilía de las primeras vísperas en la solemnidad de ss. Pedro y Panlo, 28 de junio de 2010.

[3]           Ibidem

[4]           Resistenza e Resa. Lettere dal carcere, Milano 1969, 278-279; Sobre Bonhoeffer siempre permanece válida la obra de I. Mancini, Bonhoeffer, Firenze 1969; sobre este aspecto, cf. pp 329-438

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Mensaje final del consejo latinoamericano de vocaciones
Celebrado del 31 de enero al 5 de febrero en Costa Rica

CARTAGO, sábado, 12 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje final del segundo Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones, celebrado del 31 de enero al 5 de febrero en Cartago, Costa Rica.



 

* * *

Hermanas y hermanos:

"A todos los llamados por Dios, santos por vocación, gracia y paz de parte de nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1, 7).

Nos apresuramos a compartirles la experiencia de fe y de comunión que, en ambiente de cercanía, de reflexión y de oración, hemos vivido estos días, inspirados en el apóstol Juan: "Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Dios; lo que hemos visto y oído, se los anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros" (1 Jn 1, 1.3).

Quienes hemos venido al II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones hemos llegado casi a la cifra de los quinientos participantes: Tres cardenales que lo presidimos,  treinta obispos, más de doscientos presbíteros, más de cien religiosas y religiosos,  dos decenas de diáconos y seminaristas, más de veinte consagradas y consagrados seculares, y más de ciento veinte laicos. Proveníamos de todos los países de América Latina y El Caribe. Nos acompañaron  las mismas dos instituciones que con la Santa Sede organizaron el Primer Congreso Continental, el CELAM y la CLAR, pero también representantes de la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales y del Departamento de Seminarios de la Congregación para la Educación Católica, de la OSLAM y, en esta ocasión, de la Confederación de Institutos Seculares de América Latina (CISAL), de las Iglesias hermanas de Estados Unidos y Canadá, e invitados de otros países.

Fuimos acogidos fraternalmente por la Conferencia Episcopal de Costa Rica y el Señor Nuncio Apostólico, y con mucha generosidad por el Pastor y los fieles  de la Iglesia Particular de Cartago y la de San José. Nos alojaron en sus hogares y con ellos compartimos el doble pan de la Palabra y de la Eucaristía en la catedral, las dos basílicas y las parroquias de la ciudad, y tuvimos una fiesta común en la explanada del Santuario... Así, bajo el manto protector de Nuestra Señora de los Ángeles, Patrona de Costa Rica, pudimos constatar lo que afirma Aparecida: "La fe, la solidaridad y la alegría características de nuestros pueblos"  (26);  "El valor incomparable del talante mariano de nuestra religiosidad popular" (43); y que la familia es "el valor más querido por nuestros pueblos" (435). 

En este contexto hemos reafirmado con nuestros pastores que "la pastoral vocacional, que es responsabilidad de todo el pueblo de Dios, comienza en la familia y continúa en la comunidad cristiana..., plenamente integrada en el ámbito de la pastoral ordinaria, es fruto de una sólida pastoral de conjunto, en las familias, la parroquia, las escuelas católicas y las demás instituciones eclesiales" (DA 314).

Inspirados en el lema "Maestro, en tu Palabra echaré las redes" (Lc 5,5) y en el  tema Llamados a lanzar las redes para alcanzar vida plena en Cristo, hemos intentado fortalecer la Cultura Vocacional para que los bautizados asuman su llamado de ser discípulos misioneros de Cristo en las circunstancias actuales de América Latina y El Caribe, destacando los principales aspectos de la dinámica vocacional, examinando la conciencia-cultura vocacional de los bautizados, replanteando la vocación bautismal como eje transversal de toda la acción pastoral de la Iglesia, y elaborando pistas concretas y criterios de animación y de itinerarios vocacionales. Les compartiremos este contenido en el Documento Final que oportunamente hará llegar el CELAM.

Esta acontecimiento ha sido un alto en el camino porque nos ha congregado para vislumbrar el horizonte vocacional de la Iglesia latinoamericana y caribeña, después de un largo itinerario que hunde sus raíces en el Primer Congreso Continental que se celebró en Itaicí, Brasil, hace diecisiete años, y que tuvo un impulso misionero en la Conferencia General de Aparecida, por lo que ha sido también parte de la Misión Continental a la que ella nos ha convocado. Gracias a este mismo itinerario eclesial, que orientó los pre-congresos de estos dos años, hemos entrado también en la dinámica bíblica que vive la Iglesia universal a la luz del último Sínodo sobra la Palabra de Dios en su vida y misión y de la Exhortación Apostólica Verbum Domini. Por eso, acogiendo la invitación del Santo Padre a que en los grandes encuentros eclesiales "se subraye más la importancia de la  Palabra de Dios, de la escucha y de la lectura creyente y orante de la Biblia" (76), hemos desplegado sus páginas, para oír su Voz que llama, para discernir su Rostro en el Maestro que nos envía, para construir su Casa en la Iglesia donde realizamos nuestra vocación, y para recorrer sus Caminos como misioneros.

Benedicto XVI nos recordó en el espléndido Mensaje que dirigió al Congreso que: "La iglesia, en lo más íntimo de su ser, tiene una dimensión vocacional, implícita ya en su significado etimológico: ‘asamblea convocada', por Dios. La vida cristiana participa también de esta misma dimensión vocacional que caracteriza a la Iglesia. En el alma de cada cristiano resuena siempre de nuevo aquel ‘sígueme' de Jesús a los apóstoles, que cambió para siempre sus vidas (Cf. Mt 4,19)".

En esta dinámica itinerante y a la luz de la palabra del Santo Padre, los invitamos a que,  tal como sucedió en la escena vocacional del evangelio que narra el lema del Congreso, renovemos nuestro ardor vocacional y misionero, y en su Palabra, echemos las redes para que se siga repitiendo el milagro de la abundancia de las vocaciones.

Agradecemos al Pueblo de Dios que peregrina en la Diócesis de Cartago, su acogida fraterna y su generosa colaboración. Que Dios los bendiga y recompense a todos.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América, siga acompañando "nuestro viaje por el mar de  la historia" (Spe Salvi 49).

En nombre de la Presidencia del II Congreso Continental Latinoamericano de Vocaciones,

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Card. Raymundo Damasceno Assis,
Arzobispo de Aparecida y Presidente del CELAM


 

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