18.02.11

 

Érase una vez una monja que durante 25 años dio “catequesis desde una vertiente humanista” en una parroquia catalana. Los niños eran catequizados de acuerdo “con los textos del Nuevo Testamento que dan importancia y dignifican los valores humanitarios“. Todos vivían felices y comían perdices hasta que llegó un nuevo párroco, cavernícola fundamentalista, que decidió que los nenes se su parroquia debían ser catequizados siguiendo “el nuevo Catecismo de la Iglesia adaptado a los niños aprobado por la Conferencia Episcopal Española“. Señal inequívoca del carácter reaccionario y preconciliar de semejante sujeto.

El sacerdote, osado como pocos, llegó a la conclusión que la monja de marras no era la persona adecuada para seguir dando catequesis. Semejante decisión dictatorial provocó la rebelión de los padres de los nenes, que decidieron sacar a sus hijos de la catequesis parroquial para llevarlos a un hospital donde la monja desarrollaba su labor apostólico-humanista. Además, esos padres recibieron el apoyo del grupo de adultos, el grupo de jóvenes y el grupo de visitadores de enfermos parroquial, así como del Movimiento Cristiano Comunitario, el Movimiento Cristiano de Pueblos y Comarcas, el Movimiento de Profesionales Cristianos y los músicos de la misa familiar. Aunque hay quien lo asegura, no está confirmado que además se les uniera el grupo de barnizadores y ebanistas restauradores de los bancos de pino de la parroquia.

Todos ellos escribieron una carta de protesta al obispo de la diócesis a la que pertenece dicha parroquia. Le pedían el regreso de la monja a las catequesis parroquiales. El obispo dio la callada por respuesta. El único que hizo algo fue el párroco, quien se valió de la hoja parroquial para asegurar que “no es cierto que se haya expulsado a la catequista de nuestra parroquia” y para explicar que lo que había pasado es que hay catequistas que “libremente decidieron dejar la catequesis parroquial cuando al comenzar el curso se les propuso, como anteriormente ya se lo habían pedido, que trabajaran con el nuevo Catecismo de la Iglesia, aprobado por la Conferencia Episcopal española, y asumido también como propio y obligatorio para todos los obispos de Cataluña“.

El párroco, sin duda imbuido del espíritu de la Inquisición medieval, aseguró en su carta que la decisión de algunos padres de que sus hijos reciban la catequesis fuera de la parroquia no era correcta y los invitó a volver. Además, constató que “actualmente tenemos pocos niños recibiéndola. Ahora son pocos, pero esperamos ser pronto, una pequeña pandilla, y así también, por ejemplo, poder celebrar juntos, como ya había hecho los domingos al mediodía, alguna celebración de la Eucaristía con los niños y jóvenes, y con vosotros los padres“.

Sin embargo, algunos cronistas populares, de esos que se desviven por servir al pueblo sencillo y llano, lanzaron un desafío: “¿Serán capaces el obispo y el párroco de no querer administrar la comunión a los chicos catequizados por la monja?

To be continued….

Pongamos datos a esta historia. La parroquia es la de Nuestra Señora del Carmen en Manresa. La monja es conocida como Sor González y pertenece a la comunidad de las Hijas de la Caridad del Hospital de Sant Andreu. El párroco es el P. Antoni Boqueras y el obispo es el de Vic, Mons. Romà Casanova.

Precisamente es el obispo el responsable de haber nombrado un nuevo rector para esa parroquia. El párroco llega y comete la osadía de pedir a los catequistas que usen el catecismo para niños de la CEE. Entonces la monja le dice que “verdes las han segado” y, una de dos, o se larga ella sola -cosa que creo- o el párroco, al ver que la religiosa no tiene intención de hacerle caso, la invita a largarse. Sea lo uno o sea lo otro, es evidente que ese sacerdote ha hecho lo que tenía que hacer. ¿O alguien en su sano juicio católico duda de que lo mejor para la catequesis de unos niños es que la reciban según la Iglesia quiere que la reciban? ¿qué se puede esperar de una catequista, religiosa o no, que decide que va por libre?

El problema de la parroquia del Carmen de Manresa es el problema de la Iglesia en las últimas décadas. Muchas catequesis han estado en manos de catequistas que en vez de formar a los críos en la fe católica, lo han hecho en la fe humanista-secularizada que tanto gusta a los progres, sobre todo si son religiosos. Entonces, cuando un obispo y un párroco quieren poner fin a ese sinsentido, se produce la oposición de quienes han dejado buena parte de su fe católica por el camino de una eclesialidad fundada en una interpretación rupturista con la Tradición.

No es fácil reconstruir lo que décadas de progresismo eclesial han destruido. Pero merece la pena mantenerse firmes en el empeño. Como bien dice mosén Boqueras, a la catequesis parroquial van ahora pocos niños… pero van niños. Es decir, serán pocos pero al menos esos reciben una catequesis adecuada. Los padres que han sacado a sus hijos de la parroquia para llevarlos al hospital donde está la monja, deberían recibir un mensaje claro y rotundo: o volvéis o no vuestros retoños no recibirán la primera comunión. Efectivamente, tal decisión traería mucha cola, mucho escándalo y mucha movida mediática. Pero merece la pena. Si un niño no es catequizado como la Iglesia quiere, es muy complicado que llegue a profesar adecuadamente la fe católica. Si te niegas a que tu hijo reciba catequesis con el catecismo aprobado por los pastores de la Iglesia, te haces responsable directo de lo que ocurra.

En todo este desgraciado suceso, las principales víctimas son precisamente los niños. Son escudos humanos del progresismo eclesial, que no está dispuesto a que los legítimos pastores ejerzan su ministerio apostólico conforme a lo dispuesto por la Iglesia. La necesaria caridad no puede estar reñida con la firmeza a la hora de proporcionar a los más débiles, los catecúmenos, una formación adecuada. De esa formación va a depender, en gran manera, el tipo de católicos que serán una vez adultos. Por tanto, ni el párroco puede ceder ni creo que el obispo Casanova deba permanecer callado. Yo le ruego que haga la merced de apoyar pública y notoriamente a su sacerdote. No le deje sólo ante el peligro, monseñor. Y, llegado el caso, podría plantearse prohibir a Sor González el ser catequista en su diócesis. Si no vale para serlo en esa parroquia, tampoco vale para serlo en el hospital regentado por su orden religiosa. Y si los progres rabian, que rabien.

Luis Fernando Pérez Bustamante