24.02.11

Una revolución pastoral en México

A las 2:38 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en México
 

Se esperaba el nombramiento para el 12 de febrero pasado, finalmente llegó este día. Dos nuevos obispos auxiliares para una de las diócesis más antiguas de México y de toda América: Puebla de los Ángeles. Se trata de los sacerdotes Eugenio Lira Rugarcía y Dagoberto Sosa Arriaga (más información aquí). El arzobispo de esa demarcación, Víctor Sánchez Espinosa, ya los había solicitado hace tiempo. Aunque pareciera un hecho aislado, la designación no lo es. Se trata de un gesto de tantos que han marcado una verdadera revolución pastoral en México.

Me refiero a la labor impulsada por el mismo Sánchez Espinosa desde su llegada a la guía de esa arquidiócesis, hace casi dos años. A él le ha tocado una labor nada fácil: suceder a un prelado que guió los destinos de la Iglesia católica en Puebla por más de 30 años, Rosendo Huesca Pacheco. Tanto tiempo de gobierno pastoral puede ser una ventaja, pero también crear enquistamientos de poder, como efectivamente ocurrió.

Poblano de pura cepa el nuevo arzobispo, don Víctor como le conocen, ha sabido lentamente imprimir nuevos bríos a un catolicismo que permaneció estancado durante un periodo demasiado largo. Decidió convertirse en “pastor itinerante” para llegar a todas, absolutamente todas, las comunidades a su cargo. Así logró cumplir una visita pastoral en tiempo récord, llegando incluso a saludar localidades que no veían a su prelado desde hace 30 años. La feligresía agradecida.

La experiencia como obispo auxiliar de la Ciudad de México y secretario del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) llevaron a Sánchez Espinosa a ser consciente de la necesidad de reformar a fondo no sólo la curia a su cargo sino también las instituciones arquidiocesanas más importantes. Así decidió reducir el número de comisiones diocesanas, copiando el modelo de la Conferencia del Episcopado Mexicano: grandes comisiones y diversas “dimensiones”. Además cerró el anterior periódico arzobispal, el Koinonia, para dar paso a una nueva publicación: El Angelus.

Los resultados no se hicieron esperar. Cada domingo la catedral poblana en la misa de 10, presidida por el arzobispo, goza de buena afluencia (no sólo física sino también mediática a través de una transmisión televisiva) y sus fieles, cosa extraña, al finalizar la celebración no salen corriendo a sus diversas ocupaciones sino que prefieren esperar a recibir un saludo cercano y una bendición especial de su pastor. Gesto significativo.

Otros datos avalan esta “revolución”. En los últimos 24 meses las vocaciones en el Seminario Palafoxiano pasaron de 80 a 280. El número de sacerdotes poblanos estudiando en Roma antes no superaba los cinco, hoy son más de 10 (con un importante costo para las arcas diocesanas). Con motivo de la beatificación del ex obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza, Sánchez Espinosa escribió la carta pastoral “Con júbilo”, hace más de 30 años que no se editaba un documento de ese tipo en territorio poblano.

Además de los dos nuevos obispos auxiliares, don Víctor tiene casi listo el proyecto de la creación de una nueva diócesis al sur de su estado. La misma tendría sede en la localidad de Izúcar de Matamoros. Todo parece indicar que el plan, ya revisado por la comisión de nuevas diócesis de la CEM, podría ser presentado al pleno de la asamblea del Episcopado Mexicano en noviembre próximo para, de ser aprobado -lo cual es muy probable- se turne al Vaticano. Según estimaciones todo el proceso para el establecimiento de la nueva demarcación eclesiástica podría durar unos dos años.

El arzobispo poblano también decidió poner orden en el clero y pidió a los curas que vivían su ministerio en condición irregular (con amantes e inclusos hijos) que arreglaran sus problemas. Al menos seis de ellos dejaron el ministerio. También realizó varias decenas de cambios de párrocos, para oxigenar la vida cotidiana de los templos.

Una notable diferencia de estilos ha vivido Puebla con sus últimos dos arzobispos. Rosendo Huesca, como viejo lobo, siempre gozó de la estima de gobernadores y políticos. Víctor Sánchez Espinosa piensa en otra cosa. Tanto que en la toma de protesta del nuevo gobernador, Rafael Moreno Valle, no fue nombrado entre los invitados de honor según refieren los presentes. Según almas profanas el prelado no gozaría de la estima del mandatario ex priista (ahora ¿panista?). Otra cosa es la relación con el alcalde de la capital poblana, Eduardo Rivera Pérez, con quien parece mantener cercanía. Cuestión de estilos.

Serafines susurran.- Que el espíritu del obispo Sergio Méndez Arceo permanece intacto en Cuernavaca, al menos en la parroquia Sagrada Familia del barrio Jardines de las Delicias. El sacerdote de ese templo, José Luis Calvillo Esparza, está dispuesto a mantener las extrañas costumbres litúrgicas a las que, por años, acostumbró a los fieles de esa diócesis mexicana su otrora pastor, conocido mundialmente por su defensa de la teología de la liberación más radical.

A Calvillo se le ocurrió que la eucaristía no basta, al menos como la distribuye la Iglesia católica apostólica y romana. Por eso decidió aplicar un novedoso método (desconozco hace cuanto lo lleva a cabo y si es en toda ocasión). El sacerdote ofrece a todos sus feligreses la comunión bajo las dos especies de pan y vino, pero de una forma muy peculiar. Primero la hostia, como siempre, y después la sangre de Cristo pero al estilo bar de pueblo.

Los fieles que durante la misa pasan a comulgar, deben dirigirse inmediatamente a dos mesitas ubicadas a los costados del altar donde reciben literalmente un “caballito” (típico baso tequilero) lleno hasta arriba con vino ya consagrado. Uno a uno, chicos y grandes, toman su copita. Y cuando sobra alguna, al final de misa el padre pide que se consuma “porque el vino cuesta”. Rarezas de la eucaristía “a la mexicana”.