28.02.11

El “grito de Riobamba” y la teología de la liberación

A las 6:11 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en América
 

Corría 1998. El 30 de agosto de aquel año se firmó el “Grito de Riobamba”, un documento que pretendió ser la convergencia de una serie de iniciativas vinculadas al movimiento de la teología de la liberación en América Latina. Dos obispos católicos fueron actores clave para aquella proclama: Samuel Ruíz de San Cristóbal de las Casas (México) y Víctor Alejandro Corral Mantilla, justamente de Riobamba (Ecuador). El primero ya falleció mientras el segundo dejó, apenas este día, de ser prelado en activo.

En un breve comunicado la Sede Apostólica informó hoy que “el Santo Padre aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la diócesis de Riobamba, presentada por Víctor Alejandro Corral Mantilla, en conformidad con el canon 401 § 1 del Código de Derecho Canónico”. Nada más. Según la ley de la Iglesia católica, cuando un pastor alcanza los 75 años debe presentar su dimisión y esperar que el Papa la reciba. Comúnmente pasan algunos meses antes de que ello ocurra y, en la mayoría de los casos, el anuncio de la aceptación de una renuncia coincide con el nombramiento de un sustituto. En este caso no ocurrió así.

De hecho apenas pasaron 11 días del cumpleaños de Corral y ya El Vaticano dictaminó su salida de escena, al menos en teoría porque -en la práctica- seguirá siendo obispo emérito (título honorario para los prelados que se jubilan). A Samuel Ruíz le pasó algo similar, presentó su renuncia el 3 de noviembre de 1999 y se la aceptaron unos meses después, el 13 de marzo 2000. Más de 10 años pasó como emérito, hasta su muerte en enero último.

Ruíz y Corral tienen otras coincidencias. Para empezar ambos recubrieron ministerios episcopales largos. El mexicano guió durante 40 años la diócesis de San Cristóbal, el ecuatoriano hizo lo propio con Riobamba por casi 30 años (cinco como auxiliar – de 1982 a 1987- y otros 24 como titular -de 1987 hasta hoy).

Pero la convergencia más grande de estos dos personajes fue el “Grito de Riobamba”. Una verdadera proclama subversiva que cargó por igual contra el neoliberalismo, la deuda externa, los organismos internacionales así como contra la “centralización y el autoritarismo” de la Iglesia católica.

El documento (se puede leer íntegro aquí) fue firmado por el propio Samuel Ruíz como representante de la “autoritaria” Iglesia católica, Federico Pagura por las Iglesias protestantes y evangélicas, José Comlin por los teólogos, José Oscar Beozzo por los pastoralistas, Magdalena Vandenheen por la vida religiosa y Adolfo Pérez Esquivel por el laicado.

El “Grito de Riobamba” se convirtió en una propuesta superadora de la antigua y originaria teología de la liberación, de la cual Leonidas Proaño (antecesor de Corral Mantilla) fue un importante exponente. Según ese escrito los cultos precolombinos debían convertirse en una fuerza que revolucionara (y purificara) a la religión católica en América Latina. Esto debía ser logrado a través de un “ecumenismo transversal” descristianizado cuyo principal objetivo sería el diálogo con los ritos paganos indígenas y afroamericanos.

De hecho, uno de los compromisos de aquel “grito” fue: “pasaremos del ecumenismo de intenciones, discursos y gestos aislados al reconocimiento mutuo de la Iglesias, depositarias complementariamente de la verdad y santidad del único misterio de Cristo”. He aquí un grueso error: poner en el mismo nivel a todas las iglesias, “depositarias de la verdad”. El posterior documento “Dominus Iesus” -escrito por el entonces cardenal Joseph Ratzinger- aclaró ampliamente el asunto.

¿Y cómo se propuso el grito de Riobamba lograr su objetivo del diálogo espiritual? “Dialogando, macroecuménicamente, con todas las religiosas, más específicamente con las religiones indígenas y afroamericanas, a partir de la fe en un solo Dios y en una sola familia humana, dentro de un espíritu de acogida y de conversión, autocrítico y crítico”.

He ahí las bases de la “iglesia autóctona” de Samuel Ruíz. Suscribiendo al Grito de Riobamba (y otras iniciativas), el finado obispo pensó en un nuevo catolicismo, cuyo centro ya no serían los sacerdotes y los sacramentos, sino los diáconos (casados) y la convivencia fraterna en las comunidades, las “nuevas parroquias”. Falleció sin ver plasmado su proyecto. Hoy otro de sus compañeros salió de escena. Signos de los tiempos que corren.