2.03.11

Roca y arena

A las 9:19 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo IX del Tiempo Ordinario (Ciclo A)

Las palabras del Señor en el Evangelio señalan la insuficiencia de limitarse a escuchar su palabra; es necesario escuchar y poner en práctica, oír y hacer (cf Mt 7,21-27). Se nos remite así a la esencia misma de la fe, que es simultáneamente sumisión a la palabra escuchada y obediencia práctica de la misma.

Podemos escuchar la palabra de Dios desde una actitud existencialmente distante; admirando su belleza, su coherencia y reconociéndola como un ideal digno de estima, pero sin llegar a comprometernos con las exigencias de esa palabra. El beato John Henry Newman hablaba al respecto de una “religión literaria”, que “tiene miedo de andar entre lo real” y que, por consiguiente, no se traduce en acción.

Jesús compara esta disposición del espíritu con el edificar la casa sobre arena. La casa es la propia vida. Si la levantamos sobre un fundamento inconsistente e inestable, cualquier tormenta puede derribarla. Una mera adhesión nocional, abstracta y teórica, a la palabra de Dios no resiste la acometida de las crisis que pueden presentarse en nuestra trayectoria: la enfermedad, el dolor, la pérdida de los seres queridos o el infortunio.

Frente a la inestabilidad de la arena, se alza la solidez y la seguridad de la roca. Edificar la casa sobre roca equivale a hacer vida la palabra de Dios que se escucha; es decir, a cumplir los mandamientos. Sólo así encontraremos la firmeza y la estabilidad necesarias para hacer frente a las tormentas de la vida y para no hundirnos cuando el Señor nos haga comparecer ante su Juicio.

En esta obediencia continua a la ley de Dios – que se resume en el mandato del amor – radica el verdadero seguimiento de Cristo. De nada valdrían acciones puntuales y llamativas – hacer profecías, expulsar demonios u obrar milagros - , si en el día a día de nuestras vidas no observásemos la justicia y la misericordia: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos…” (Mt 7,21). “La prueba de la verdadera santidad no consiste en hacer cosas aparatosas, sino en amar al prójimo como a sí mismo”, indica San Gregorio Magno.

El Salmista ruega a Dios: “Sé la roca de mi refugio, Señor” (Sal 30). La roca es Dios; Él es el abrigo seguro donde cobijarnos y el fundamento sólido, cuya fidelidad es inquebrantable.

La roca es Jesucristo, que nos permite mantenernos en pie por la gracia de Dios (cf 1 Cor 10,12-13). Si permanecemos unidos a Él, “ni altura, ni profundidad ni ninguna otra criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,39).

Guillermo Juan Morado.