Carta pastoral de los obispos del País Vasco y Navarra

«El mercado, dejado a sí mismo, puede generar un desastre global»

 

Se ha hecho pública este lunes la carta pastoral elaborada por los obispos del Pais Vasco y Navarra con ocasión de la Cuaresma 2011 sobre el tema de la actual crisis económica. Lleva por título «Una economía al servicio de las personas. Ante la crisis, conversión y solidaridad». Los prelados sostienen que la actual crisis económica ha demostrado que el mercado, «dejado a sí mismo, puede acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global».

08/03/11 9:07 AM


 

(Sic/InfoCatólica) La principal preocupación de los obispos son las personas que más sufren la crisis; por ello, hacen un llamamiento a sus diócesis y “a todas las personas de buena voluntad, agentes e instituciones sociales y administraciones públicas para que busquen de manera conjunta y solidaria una salida a la crisis; construyan unas bases éticas firmes para el desarrollo de nuestra sociedad; promuevan el empleo digno; y se esfuercen por defender a los más débiles y golpeados por la crisis, como exigencia y prueba de la justicia social.”

El enfoque de la carta es esencialmente humano, ético y cultural. A este respecto, los obispos afirman: “No pretendemos realizar ningún análisis científico ni aportar soluciones técnicas o políticas. No es nuestra misión. Nuestro deseo es comprender los hechos de manera adecuada, leerlos a la luz de la fe, con especial hincapié en las dimensiones ética y cultural de la crisis, y sacar las debidas consecuencias de conversión y compromiso”.

El mercado debe ser regulado

Los obispos exponen que lo que comenzó como una crisis financiera en Estados Unidos se convirtió rápidamente en una crisis global de múltiples dimensiones y consecuencias. Al analizar sus causas, afirman: “La crisis ha demostrado que el mercado, dejado a sí mismo, no solamente puede resultar ineficiente, sino acabar promoviendo prácticas inmorales y generar un desastre global”.

A su entender, existe un amplio consenso en torno a “que esta crisis se ha producido por una combinación de desenfoques teóricos, errores técnicos y faltas éticas.” En la misma línea, señalan la existencia de tres carencias básicas que es preciso subsanar: “la de reglas adecuadas para regir el mercado global, especialmente el financiero, la de instituciones con capacidad suficiente para garantizar su buen funcionamiento y, finalmente, la carencia ética, sin la que esta crisis no se habría producido”. La crisis puede ser también vivida como llamada y oportunidad para cambiar actitudes y comportamientos y subsanar las carencias apuntadas.

Autoridad mundial

Tomando como base la doctrina social de la Iglesia, la carta afirma que la corrección de estas carencias debe tener como centro la dignidad inviolable de la persona y la igualdad radical entre todas las personas. Dicha corrección debe estar guiada por los principios del bien común, del destino universal de los bienes y de la solidaridad. Sin ello, no sería posible la construcción de una sociedad justa y libre, en la que personas y países convivan y colaboren pacíficamente en pie de igualdad. Por ello, en un mundo globalizado, los obispos se suman al llamamiento de los últimos papas para “establecer un tipo de autoridad mundial que, sin menoscabo de la subsidiariedad, promueva y garantice el bien común de todas las personas, sean del país que sean”.

La carta señala que la crisis tiene raíces culturales; entre ellas, la misma concepción de desarrollo, que es preciso reorientar. Para ser auténtico, debe tener en cuenta y abarcar todas las dimensiones de la persona; debe alcanzar a todas las personas; ha de ser sostenible y capaz de fundar y promover la fraternidad sobre la base de la caridad. Aunque tiene como “medida mínima” la justicia, la caridad va mucho más allá de ella y es imprescindible para crear una sociedad realmente humana. Esta perspectiva evangélica es también necesaria para superar otros males de nuestra cultura: el individualismo insolidario, la “cultura de la satisfacción” y del consumo, y la pérdida de valores y virtudes como la responsabilidad, el compromiso y la honestidad.

Los prelados invitan a vivir este tiempo como una llamada a la conversión, a la compasión y a la solidaridad; consideran que responder a esta llamada es imprescindible para anunciar el Evangelio como “buena noticia”, misión de toda comunidad cristiana.