11.03.11

¿Qué hubiera hecho Cristo con esas zorras?

A las 11:22 AM, por Luis Fernando
Categorías : Actualidad, Sociedad siglo XXI

 

Uno de los pasajes más impactantes de los evangelios tuvo lugar en el Templo de Jerusalén:

Juan 2,13-17
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado".
Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará.

Debió ser espectacular ver al Príncipe de la Paz látigo en mano echando a los mercaderes del Templo. El texto no indica que agrediera físicamente a persona alguna, pero es evidente que como poco les hizo un estropicio no pequeño en sus pertenencias.

Es decir, el Señor tenía bien claro que el Templo de su Padre era sagrado. Y no admitía que fuera profanado por quienes hacían uso del mismo para fines “poco santificantes". Es por ello que no puedo dejar de preguntarme qué hubiera hecho Cristo si en vez de encontrarse a cambistas se hubiera topado con un grupo de energúmenos que se dedicara a blasfemar, burlarse de Dios e incluso a desnudarse delante de un altar. ¿Se habría quedado mirando sin más o se habría dirigido hacia ellos látigo en mano para expulsarles del templo?

Sabemos que Jesucristo no era partidario del ojo por ojo. Sabemos que recriminó a San Pedro por usar la espada para cortar la oreja de uno de los que fue a detenerle para llevarle ante Caifás y sus secuaces. Sabemos que se opuso a que se lapidara a una adúltera. Pero precisamente por eso, porque sabemos que al Señor no le gustaba nada la violencia, resulta muy significativo que hiciera uso de la misma, siquiera levemente, cuando trató de impedir la profanación de la Casa de su Padre.

Pues bien, toda capilla o templo católico es Casa del Padre. Es recinto sagrado. Es lugar inviolable. Lo que ha ocurrido en la capilla que la Univerisad Complutense de Somosaguas es un acto vandálico, repugnante, blasfemo, intolerable. Un grupo de miserables entró a montar bulla. Y dos zorras -me niego a llamarlas de otra manera- llegaron desnudarse de cintura para arriba ante el altar. Además, según un testigo, empezaron a cometer actos que indicaban su condición de lesbianas.

Al parecer el capellán intentó impedirlo y no pudo. Era muchos y él uno solo. Pero allá había otros fieles. No sé cuantos. Imagino que estaban tan alucinados que se quedaron sin saber que hacer. Pero no tendría nada de particular que ante un acto así, un grupo de fieles decidiera “in situ” que eso no era admisible. Y entonces veríamos qué habría pasado.

En principio el código penal español puede ser útil y suficiente para castigar este tipo de actos. Si se logra identificar a los agresores, lo menos que cabe esperar es que se les aplique la sanción que marca la ley, sea de prisión, sea de multa, sea de lo que sea. Y si a la Universidad Complutense le queda algo de dignidad, debe de expulsar a cualquiera de sus estudiantes que estuviera metido en ese ajo. Ahora bien, no seré yo quien condene a un grupo de fieles católicos que, ante un caso similar, actúe con la misma contundencia que Cristo usó para defender la Casa de su Padre. Es más, probablemente yo lo haría. Y el que quiera entender, que entienda.

Luis Fernando Pérez Bustamante