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Servicio diario - 12 de marzo de 2011

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Jesús de Nazaret, un libro del corazón

Un libro para el encuentro con Jesucristo

“¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?”

55 preguntas sobre Jesús de Nazaret

México, decrece el porcentaje de católicos


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Jesús de Nazaret, un libro del corazón
Por Giovanni Maria Vian
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha escrito Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano", al segundo volumen del libro de Benedicto XVI sobre Jesús, "Jesús de Nazaret. De la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección" (Ed. Encuentro).

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El libro que acaba de publicar Benedicto XVI es verdaderamente un libro nacido del corazón. Tal vez por este motivo quiso anteponer su nombre al nombre papal también en la segunda parte de su obra sobre Jesús de Nazaret, escrita durante su pontificado. Se trata de otra forma de indicar que el libro es el resultado de un largo camino interior, como lo expresaba explícitamente el Papa en el prólogo de la prima parte.
 

Una maduración del corazón llevó a Joseph Ratzinger a concebir la idea y luego a desarrollarla en el curso de muchos años. En esta búsqueda inagotable, que desde casi dos mil años fascina e inquieta, ello no significa de ninguna manera renunciar a la razón. Esa búsqueda en los últimos siglos se vio revestida de exigencias nuevas, que el Papa no rechaza, sino que las hace suyas en los resultados esenciales y las integra con una visión más amplia y completa.

En definitiva, la exégesis bíblica científica -escribe Benedicto XVI- debe volver a "reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico". También en la segunda parte de la obra, a la que el autor piensa agregar un "pequeño fascículo" sobre los relatos evangélicos de la infancia es, como la primera, un ejemplo logrado y feliz de esta elección, ya reconocida por estudiosos de prestigio indiscutible (Martin Hengel, Peter Stuhlmacher, Franz Mußner), avalada por libros metodológicamente análogos (por ejemplo los de Rudolf Schnackenburg, Klaus Berger y Marius Reiser) y ahora acompañada por un "hermano ecuménico", la obra del teólogo evangélico Joachim Ringleben.

En esta elección son emblemáticas de nuevo la atención al contexto judío de la época, a las perspectivas futuras de las relaciones con el judaísmos, a la obra del evangelista san Juan y a la exégesis patrística, sobre los cuales volvieron a centrar su atención los estudiosos en el siglo XX. Itinerarios que ya han suscitado interés y aprecio en diversos ambientes, y no sólo entre especialistas. En este sentido son significativas sobre todo las voces autorizadas del mundo judío.

"Queremos ver a Jesús", dicen algunos griegos a Felipe en un pasaje del Evangelio de san Juan, que tantas veces el Papa ha comentado y sobre el cual ahora vuelve poniéndolo junto al pasaje del macedonio que se aparece en sueños a Pablo y le suplica que vaya a Europa. Es el mismo deseo de Benedicto XVI, seguro de que su mirada de fe es, sobre la base de la razón, precisamente la que permite "llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús", que bendice, como en el día de su ascensión, a quien quiere verlo; para abrir el mundo a Dios.

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Un libro para el encuentro con Jesucristo
Por monseñor Juan Antonio Martínez Camino
MADRID, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario que ha escrito para el semanario "Alfa y Omega" monseñor Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid y secretario general de la Conferencia Episcopal, al segundo volumen de Benedicto XVI sobre "Jesús de Nazaret".

* * *

Cuando el cardenal Ratzinger fue elegido Papa, en abril de 2005, hacía dos años que había empezado a escribir un libro sobre Jesús. Tenía una gran ilusión en aquella obra, que habría de ser como el fruto maduro de una vida dedicada no sólo al estudio científico de la teología, sino también a la búsqueda creyente del rostro de Dios. Para entonces, tenía ya escritos cuatro capítulos. En dos años más, aprovechando todos los ratos libres que le dejaba el exigente oficio de Papa, consiguió publicar el primer resultado: Jesús de Nazaret. Primera parte: Desde el Bautismo en el Jordán hasta la Transfiguración (abril de 2007). Apenas cuatro años después, hoy, jueves, 10 de marzo de 2011, se presenta en Roma la Segunda Parte: Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. En realidad, ya hace un año que el Papa ha terminado esta segunda entrega, cuyo prólogo lleva fecha de 25 de abril de 2010. Pero ha sido necesario esperar que estuvieran preparadas las traducciones a las diversas lenguas.

Ser cristiano es tocar al Resucitado

¡Es admirable! Todo el mundo conoce la apretada agenda del Papa: viajes, audiencias, celebraciones litúrgicas, encíclicas y demás escritos magisteriales, etc. Se sabe también que sus innumerables homilías, catequesis, discursos y otras intervenciones llevan el inconfundible sello de su pluma. Sin embargo, ha buscado el tiempo para terminar el libro sobre Jesús en un plazo muy breve. Solo queda una tercera entrega, presumiblemente menos voluminosa, que versará sobre la infancia del Señor.


No es difícil adivinar la razón de este empeño tan digno de admiración como de inmensa gratitud. El Papa mismo la ha explicado.

 

Ser cristiano es tocar al Resucitado, como quería la Magdalena aquel primer día de la semana, según comenta el Papa en el último capítulo del libro. Ella lo quería tocar, porque lo conocía, lo quería y lo había acompañado hasta la cruz. Cristiano es quien se ha encontrado de modo semejante con Jesús, sabiendo que ya no es posible tocar su cuerpo mortal, pero sí su cuerpo glorioso, que está junto al Padre y que está también con nosotros, en la Eucaristía, de un modo no menos real que estuvo colgado de la cruz. Ser cristiano es haber tenido la gracia de haberse encontrado con el Amor infinito de Dios en su Hijo eterno, hecho carne, crucificado, resucitado y vivo en su Iglesia.

 

Eso significa que no se puede ser cristiano sin conocer la historia de Jesús de Nazaret. Si Él no hubiera nacido de María, si no hubiera predicado el Reino de Dios, si no lo hubiera hecho con una autoridad divina -no simplemente como un profeta o un maestro más-, si con su muerte no hubiera llevado a su cumplimiento y a su superación definitiva todos los sacrificios de Israel, instaurando una Alianza nueva y eterna con Dios, si todo ello no hubiera sido corroborado por el Padre con su resurrección de entre los muertos, la fe cristiana no sería más que el producto de algún tremendo malentendido o de un algún miserable engaño. ¿Fue aquello así? ¿Es aún así?

¿Fue aquello así?

He ahí la doble pregunta a la que el Papa se propone responder con su obra sobre Jesús. Es una tarea especialmente urgente. Si no se responde bien, la fe cristiana se desvanecerá o se adulterará. Si se responde bien, es posible el encuentro con Jesucristo, es posible la fe en Él. Comprendemos, pues, por qué el Papa se ha impuesto la ardua tarea de su obra sobre Jesús. Es un libro personal, no un documento oficial del magisterio pontificio. Pero el Papa teólogo -Benedicto XVI-, con este libro personal, está prestando un valiosísimo apoyo a su enseñanza oficial como papa. Él es capaz de entrar en el debate teológico especializado para dar respuesta a esas preguntas, ofreciendo al pueblo de Dios una respuesta sencilla y rigurosa que actúa como precioso complemento o -si se quiere- como providencial preámbulo de su propio magisterio pontificio.

 

¿Fue aquello así? Naturalmente la respuesta del libro del Papa es que sí, que así fue: los Evangelios nos ofrecen la imagen más real de Jesús, la única verdaderamente histórica. Es una afirmación simple, hasta hace cincuenta o sesenta años era también evidente para casi todos. Pero hoy hay que mostrarlo, frente a la llamada crítica histórica. Es lo que el Papa sabe hacer, adentrándose en el ámbito de la hermenéutica histórica, es decir, aprovechando todo lo que se ha aprendido en los últimos años con la aplicación de los métodos histórico-críticos al estudio de la Sagrada Escritura y, al mismo tiempo, superando las limitaciones propias o concomitantes de esos métodos.

 

Un ejemplo de este modo de aplicación de la interpretación histórica que se puede encontrar en el libro que acaba de aparecer es el de la cuestión de la fecha de la Última Cena. Según los evangelios sinópticos, Jesús reunió a sus discípulos en Jerusalén para celebrar la última Cena Pascual de su vida; por tanto, la noche del 14 al 15 del mes de Nisán. En cambio, según el Evangelio de San Juan, para ese momento Jesús ya habría sido crucificado, pues el drama del Calvario habría ocurrido el día  de la preparación. La crítica histórica puede de por sí resolver esta aparente contradicción. Pero de hecho tiende a enredarse en una cadena interminable de hipótesis, que suele llevar a la suspensión del juicio (no sabemos lo que realmente pasó) o incluso al escepticismo histórico radical (demasiadas contradicciones como para no pensar que todo sea, al fin, una mera construcción ideal o interesada). El Papa, en cambio, repasando con el estudioso norteamericano John Meier todas las hipótesis al respecto, encuentra una salida perfectamente razonable que hace justicia a las diversas dificultades y muestra que lo que dicen los Evangelios fue así: Juan tiene razón en la fecha de la cena y de la crucifixión; los sinópticos, por su parte, se centran en su significado pascual. No es necesario recurrir a la propuesta artificial de que lo pascual en los sinópticos sea -como dice cierta critica- una interpolación posterior; tampoco hay por qué negar la historicidad de la cronología joánica recurriendo al inexacto principio crítico general de que todo es en este evangelista teológico o simbólico, en contraposición a histórico.

La actualidad de Jesús

¿Es aquello así también ahora? Esta segunda pregunta es más propia de la hermenéutica de la fe. Ciertamente, nada sería real ahora si sus presupuestos no lo hubieran sido ya en su momento. Pero la fe no se queda en la discusión, o en el establecimiento de los presupuestos, sino que vive del valor perenne de los hechos divinos. Veámoslo en el mismo ejemplo de la Última Cena. Jesús celebró una cena de despedida que tuvo lugar un día antes de la Cena pascual ordinaria. Pero fue una cena que Él convirtió en su Cena pascual. En ninguna tradición evangélica se describe una Cena pascual ordinaria. Lo que se describe es que Jesús se presenta a sí mismo como el Cordero, con cuyo sacrificio se va a sellar una Alianza nueva y eterna. Eso es lo realmente histórico y, al mismo tiempo, lo realmente teológico, es decir, lo que sigue teniendo un sentido de permanente actualidad, en cuanto manifiesta el actuar divino en la historia humana.

 

La segunda parte del libro del Papa sobre Jesús de Nazaret, que se acaba de presentar, está muy bien traducida y es, por eso, más fácil de leer que la primera. En cambio, no es fácil describir cuál sea su género literario, tan original. No es el propio de un manual de cristología; ni el de una vida de Jesús clásica; ni el de una meditación sobre los misterios de la vida de Cristo; tampoco es el de una encíclica o el de una instrucción magisterial. Tal vez pudiera describirse como una combinación de cuño propio entre la exégesis histórico-crítica y la meditación del misterio del Señor. De este modo, el Papa desea presentar los rasgos esenciales de la figura y del mensaje de Jesús en su verdad histórica, que no es otra que su verdad teológica. Sólo con una combinación de ese tipo se puede dar cuenta de la singularidad del Nazareno, en quien Dios se ha hecho historia y en quien la historia humana ha sido plenamente asumida en la vida divina. El nuevo libro del Papa lo consigue de un modo brillante. Pero que nadie se engañe: para gustarlo de verdad, habrá que leerlo más de una vez.

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“¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?”
Prólogo del libro de Hans Urs von Balthasar
MADRID, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- En el momento en el que Benedicto XVI publica el segundo volumen de su "Jesús de Nazaret", la editorial Herder ha vuelto a editar un libro del teólogo Hans Urs von Balthasar, amigo de Joseph Ratzinger: "¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?" escrito en 1980.

El libro habla ya del conflicto existente entre la imagen de Jesús de los creyentes y la exégesis científica y se pregunta: "¿Quién se acerca más a Jesús? ¿Es posible saber algo a ciencia cierta sobre el Jesús histórico?".

Por su interés, y con permiso de la editorial Herder, publicamos el prefacio de este libro en el que afirma: "No hay que darle más vueltas: sólo quien está convencido de ser conocido personalmente por Jesús, logra acceder al conocimiento de él; y únicamente quien tiene la seguridad de conocerle tal cual es, se sabe también conocido por él".

 



 

"¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?"



 



 

Tal vez nos parezca extraña la pregunta que planteamos si tenemos en cuenta las tradiciones que conservamos de Jesús. ¿Acaso no queda contestada ya afirmativamente en cada una de las páginas de los cuatro evangelios? Pero ¿exis­te quizá alguna diferencia cualitativa entre la manera de conocernos Jesús y la de conocernos otras personas, de suerte que cupiera interrogar­se explícitamente acerca de su forma de cono­cernos? si le comparamos, por ejemplo, con el hombre al que Jaspers llama «normativo», nos encontramos, efectivamente, con que un sócra­tes poseyó conocimientos profundos sobre la persona humana.

Bajo los estratos del saber superficial o sólo aparente de otros y de sí mismo pudo poner al descubierto la profunda ignorancia de la perso­na que distingue a ésta de lo divino; y ello en virtud de un daimonion, una inspiración casi di­vina, que le permitía detectar lo recto y verda­dero. También Buda llegó sin duda a un cono­cimiento profundo de la persona humana cuando descubrió, bajo el tráfago de las ocupa­ciones que la arrastran de una parte para otra, la sed trágica oculta que debe ser saciada, caso de que uno sea capaz de hacer saltar por los aires la cárcel estrecha y oscura de su Yo para entrar en la luz de lo ilimitado. Pero ¿podemos considerar tal conocimiento como suficientemente pro­fundo? ¿somos, acaso, conocidos cuando al­guien pone al descubierto nuestra falta de cono­cimientos o cuando se nos muestra un camino para liberarnos de nuestro Yo? Y, si tenemos en cuenta las distintas aportaciones de otros hom­bres «normativos», ¿no nos encontramos con que cada uno de ellos enseña algo distinto acer­ca de la persona, algo que, hasta cierto punto, puede ser verdadero, pero sin que concuerden unos con otros, y sin que el hombre deje de apa­recer en definitiva como una esfinge?

Podríamos aludir también, por otra parte, a los progresos que las «ciencias del hombre» han realizado desde los tiempos de Jesús. ¿No ten­dríamos que considerar como arcaicos y primi­tivos sus conocimientos sobre el hombre, si los comparamos con los niveles alcanzados por la psicología moderna en todas sus manifestacio­nes, en sus métodos, de los que los evangelios no parecen anticipar absolutamente nada? De­jando por el momento esta última afirmación a un lado, ¿no prevalece en esta psicología la mis­ma confusión de lenguas, porque detrás de cada teoría y de cada escuela se perfila una concep­ción distinta de la persona humana? si pregun­tamos a Freud, a Adler, a Jung, a Fromm y a otros por el sentido de la existencia humana -meta última, al fin y al cabo, de toda disciplina práctica- recibiremos otras tantas respuestas di­vergentes.

¿No sería preciso que cayera desde más arri­ba de lo humano un rayo de luz sobre el enigma del hombre, de suerte que éste quedara global-mente iluminado? ¿Una luz proveniente de Dios, como la que empezó a brillar en el tiempo de los profetas, que pusiera radicalmente al des­nudo lo que preferiría permanecer oculto, y que al mismo tiempo no fuera un juicio condenato­rio, sino un estímulo para la superación? el co­nocimiento que Jesús tiene de los hombres po­dría ser la consumación de esta luz que desciende de Dios. Por una parte, descubre el corazón has­ta sus últimos recovecos, pues tal es la finalidad de la Palabra divina, «más tajante que una espa­da de dos filos: penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y dis­cierne las intenciones y pensamientos del cora­zón. Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y patente a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Heb 4, 12-13). Pero, por otra parte, esta luz que cae de arriba no es fría ni inmisericorde. cuando Jesús se des­cribe a sí mismo como «la Luz del mundo» en la que tenemos que «creer» y en la que tenemos que «caminar» «mientras es de día», para «ser hi­jos de la luz» (Jn 8, 12; 12, 35 s.), está pensando en una luz inundada de gracia, protectora y mi­sericordiosa, que dirige suavemente para que no «tropecemos en la oscuridad» (Jn 11, 9 s.).

Su luz descubre y encubre al mismo tiempo; echa el manto del perdón divino sobre la desnu­dez, hurga en las heridas, pero como el médico, para curar. ello sucede de modo tal, que intui­mos que en nosotros penetra una luz al mismo tiempo humana y sobrehumana; una luz que ilumina desde una fuente absolutamente única; que puede tener efectos múltiples pero que no dispersa ni divide al hombre, sino que lo reúne junto a la fuente de luz por la que siempre ha suspirado, consciente o inconscientemente. No quedará abandonado en la ignorancia socrática, ni tampoco absorbido en el nirvana, sino lumi­nosamente transformado, de manera incom­prensible para él, en «hijo de la luz».

 

Más información en "¿Nos conoce Jesús? ¿Lo conocemos?" 

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55 preguntas sobre Jesús de Nazaret
Y las respuestas de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
ROMA, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Joseph Ratzinger-Benedicto XVI acaba de publicar la segunda parte de su biografía sobre Cristo: "Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección".

Se trata de un viaje hacia "las palabras y los acontecimientos decisivos de la vida de Jesús" (p. 9). Recoge y debate aportaciones de un gran número de investigadores sobre qué hay de cierto en los Evangelios.

El resultado es un libro con respuestas a muchos de los interrogantes de la investigación teólogica pero también a muchas de las grandes preguntas del ser humano.

Presentamos 55 preguntas sobre Jesús de Nazaret asi como las 55 respuestas que ofrece Joseph Ratzinger-Benedicto XVI en el volumen, recogidas por Marc Argemí en el blog http://bxvi.wordpress.com/jesus-by-b16/

 



 

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México, decrece el porcentaje de católicos
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "México, decrece el porcentaje de católicos".

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VER

Aunque en números reales aumentó al número de católicos en México, su porcentaje sigue descendiendo. En el año de 1950, éramos el 98.21 por ciento; en 1960, el 96.47; en 1970, el 96.17; en 1980, el 92.62; en 1990, el 89.69; en 2000, el 88.22. Ahora, somos sólo el 83.9. Disminuimos en un 4.32%, en relación a la década anterior.

En contraparte, aumentan los protestantes o evangélicos. En 1950, eran el 1.28 por ciento; en 1960, el 1.65; en 1970, el 1.82; en 1980, el 3.29; en 1990, el 4.89; en 2000, el 5.21; ahora son el 7.6. Lo más preocupante es el aumento de quienes se declaran sin religión. En el año 2000, eran el 3.5; ahora son el 4.6

En Chiapas, el Estado con menor porcentaje de católicos en el país, sucede un fenómeno semejante. Pasamos de ser el 91.2 por ciento en 1970, al 76.9 en 1980; al 67.6 en 1990; al 64.16 en 2000, y al 58.30 en 2010. Los protestantes han ido aumentando de 4.8 por ciento en 1970, al 11.5 en 1980; al 16.3 en 1990; al 22.59 en 2000, y al 27.35 en 2010, cifra inferior a quienes sostienen que son más del 40%. Los que dicen no tener religión, en 1970 eran el 3.5 por ciento; en 1980, el 10.0; en 1990, el 12.7; en 2000, el 12.16; en 2010, el 12.10. No todos los que dejaron de ser católicos se pasaron al protestantismo, pues nosotros disminuimos en un 5.86%; mientras ellos aumentaron sólo en un 4.76%. Creció significativamente el número de quienes no especificaron su religión: de ser el 0.79% en el año 2000, ahora son el 2.14%. Son los que se quedan en la incertidumbre, en la duda y en la indefinición. A éstos deberíamos buscar más, para ofrecerles -no imponerles- la luz del Evangelio.

JUZGAR

Estos datos son un fuerte llamado a revisarnos, para ver en qué estamos fallando y por qué no satisfacemos el hambre de Dios que tiene nuestro pueblo. El fenómeno no es sólo chiapaneco ni del sur del país, ni una razón más para desconfiar de la pastoral de una diócesis, sino que es nacional, e incluso mundial.

Pudo haber influido el descrédito generado por los casos de pederastia clerical, o por las deficiencias personales e institucionales. Sin embargo, las causas más profundas son el relativismo, que lleva a que cada quien se haga una religión al gusto; por ello proliferan los grupúsculos de nuevas religiones, que se subdividen de otras más históricas y formales. Varios andan de una en otra, inventan una nueva, o se quedan sin nada. Se dejan seducir por nuevos líderes.

Influyeron la desacralización creciente, el materialismo y el hedonismo reinantes, que no toleran que haya un Dios que ofrece un camino de vida plena e indica lo perjudicial que puede ser un pecado. Muchos medios de comunicación fincan su éxito económico en desprestigiar a las instituciones y promueven un liberalismo sexual y económico, donde ellos son los dioses que marcan la ruta, y rechazan cualquier criterio que venga de una religión.

Como dijo el Papa Juan Pablo II, "hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios, no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, es indispensable que todos tengan un contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia" (EAm 73).

ACTUAR

Analicemos nuestras fallas y qué encuentran las personas en otras religiones, pues tenemos todo lo que podrían necesitar, y mucho más. Incrementemos la formación religiosa, cimentada en la Palabra de Dios, no sólo para responder a los ataques, sino para que sea el camino hacia un encuentro vivo con Jesucristo, presente en la Eucaristía.

Debemos promover que los fieles no sólo conozcan más su fe, sino que se conviertan en misioneros dinámicos y evangelizadores creativos, para llegar a tantas partes a donde no llegamos. Hay que incrementar la pastoral vocacional, para que haya más sacerdotes, religiosas, misioneros y misioneras, consagrados y laicos, dedicados a la evangelización integral, para que los pueblos tengan vida plena en Cristo.

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