Jaume González Padrós, nuevo director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona

«La liturgia quiere ser amada»

«Más que una nueva reforma, necesitamos descubrir la inmensa riqueza de la reforma litúrgica del Vaticano II»

Catalunya Cristiana, 15 de marzo de 2011 a las 10:39
 

(Samuel Gutiérrez, en Catalunya Cristiana).-La liturgia como arte. Así concibe Jaume González Padrós (Sabadell, 1960) la fuente y la cumbre de la vida cristiana. El nuevo director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona es un apasionado del ars celebrandi. Está convencido de que el mundo de hoy tiene sed de buenas celebraciones litúrgicas. Por eso uno de los retos del Instituto no es sólo la formación de buenos liturgistas, sino más bien la formación de buenos liturgos, es decir, ministros capaces de celebrar con arte, desde el equilibrio entre la técnica y la inspiración.

Nombrado recientemente director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona, ¿cuáles son los retos que se marca como prioritarios?
Por un lado, el primer reto sería recoger la antorcha de los predecesores en el Instituto, que han sido el obispo Pere Tena, el profesor Joan Bellavista y el profesor Joan Guiteras, y continuar consolidando el Instituto tanto en Cataluña como en el resto de España, como en las diócesis de Latinoamérica, desde donde recibimos desde el principio a bastantes estudiantes. Por otro lado, tenemos otro reto muy importante como es hacer más visible el Instituto de Liturgia y conseguir que sea una instancia de reflexión y estudio sobre la liturgia con la que se cuente, no sólo a nivel de docencia sino también de la pastoral litúrgica de las Iglesias locales.

¿Se da hoy un interés creciente de la liturgia en la Iglesia?
En el día a día de las Iglesias yo creo que la liturgia ha sido siempre importante. Y desde la propia reforma del Vaticano II, con todo lo que ha significado de cambio de libros, de ritos, de simplificación... y siguiendo con todo lo que es la aplicación de esta reforma, la liturgia siempre ha estado muy presente en la vida de la Iglesia. De todos modos, hay que reconocer que llevábamos unos años de cierto cansancio. Sin embargo, actualmente, con la aportación, el interés y la atención que presta el papa Benedicto XVI a la liturgia, ésta ha vuelto a estar en la primera fila de los escaparates.

¿También entre los fieles?
Sí, también. La experiencia nos demuestra que cuando en una asamblea se celebra bien, aquellas personas hacen una auténtica experiencia de Dios y disfrutan, en el sentido más noble de la palabra, de la oración de la Iglesia.

Un buen ejemplo de esto es la dedicación de la Sagrada Familia, seguida con fascinación por millones de personas, creyentes y no creyentes, en todo el mundo...
Fue una celebración que impactó mucho litúrgicamente. Sin embargo, era previsible que la liturgia de la dedicación de una iglesia, y más todavía si es presidida por el Santo Padre y en la Sagrada Familia, sería una celebración muy exitosa, muy elocuente, muy gráfica..., y muy televisiva. Me acuerdo también de otra celebración que impactó mucho litúrgicamente, como la celebración de las exequias del papa Juan Pablo II. La imagen del libro sobre el féretro mientras el viento pasaba las hojas es inolvidable. Todo aquello tuvo un gran impacto. Ahora bien, una cosa es una celebración que puede ser muy vistosa, como pueden ser las grandes celebraciones como éstas, y otra es la celebración cotidiana o dominical de nuestras parroquias. Donde se juega realmente la calidad de la liturgia es en este segundo ámbito. Porque no tiene nada de extraordinario. En este contexto, cuando una comunidad puede hacer una experiencia de comunión con Dios auténtica y desde Dios con los hermanos, esto es magnífico. Y esto ocurre en los lugares donde se celebra bien.

¿Hay recetas para celebrar bien?
Celebrar litúrgicamente es un arte, no es ni pura técnica ni mera inspiración. Como todo arte, exige técnica e inspiración. La técnica vendría por el conocimiento de los libros litúrgicos y por la formación del liturgo. Ésta es la labor propia de los institutos superiores de liturgia, como el nuestro, que tienen como objetivo capital la transmisión de la técnica de este arte a través del profundo estudio de los libros, de la teología, de la espiritualidad... Por otro lado, también se intenta comunicar un cierto espíritu, porque no sólo formamos a liturgistas, sino a liturgos. No sólo formamos a personas que saben de liturgia, sino a personas que celebran litúrgicamente con arte.

¿Qué tiene el Instituto para que se haya convertido en un centro de referencia a escala internacional?
Precisamente en este 2011 cumpliremos el 25º aniversario desde que fue erigido el Instituto Superior de Liturgia. Veinticinco años son unos cuantos años estando en la plaza pública del estudio litúrgico. Hemos tenido unos buenos representantes, especialmente dentro del mundo hispánico, tanto en relación a profesores como a publicaciones. Yo destacaría las revistas Phase y Liturgia y Espiritualidad, publicaciones del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona, donde también está integrado el Instituto, con una notable incidencia en todo el mundo. Todo esto ha favorecido que el Instituto sea un referente a nivel internacional.

¿Cuál es hoy el estado de la liturgia en nuestras Iglesias diocesanas?
Yo definiría el estado actual como de una cierta expectación. Por un lado, me parece que actualmente hay un cierto cansancio de experiencias pretendidamente litúrgicas, pero que no lo son, y que realmente estaban al margen de la liturgia. Por otro, percibo una notable sed de buenas celebraciones litúrgicas, especialmente entre los bautizados más jóvenes. Cuando se celebra con arte, con un equilibrio entre técnica e inspiración, la respuesta suele ser muy buena, de agradecimiento y de auténtico confort e iluminación espiritual.

Sin embargo, ¿se puede dar el riesgo de quedarse sólo en la forma?
Por supuesto, siempre se da el riesgo de quedarnos quizás sólo en la técnica, pero también simplemente interesarnos por la inspiración. En la liturgia no podemos separar la ritualidad del contenido teológico. Los riesgos de hoy, como los de siempre, son quedarnos sólo en el exterior arrinconando la dimensión teológica. Por eso uno de los principales intereses del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona es la fundamentación teológica.

Otro tema a tener en cuenta, sobre todo a raíz del Vaticano II, es el de la participación de los fieles.
Desde hace unos años nos estamos preguntando con un mayor interés qué significa participar, y en concreto participación activa. Estamos descubriendo que también en eso ha habido y hay reduccionismos. La participación en la liturgia no se puede confundir con la intervención ministerial. Una cosa es intervenir ministerialmente, como lector, como acólito, como sacerdote, y otra cosa es participar. Participar litúrgicamente tiene mucho y mucho que ver con una actitud de deseo de Dios y de comunión con Dios y no tanto con una actitud de protagonismos diversos.

¿La revitalización de nuestras Iglesias pasa necesariamente por una revitalización de la liturgia?
Estoy convencido de ello. Si no se comprende ni se celebra litúrgicamente, la Iglesia no es la Iglesia. El cristiano nace de la liturgia y la vida cristiana crece bebiendo de la fuente de la liturgia. El Vaticano II lo resume perfectamente con esta expresión que se ha hecho tan famosa: «La liturgia es la cumbre hacia donde tiende toda la actividad de la Iglesia y la fuente de donde brota toda su fuerza.»

Hay voces que hablan de la necesidad de una nueva reforma litúrgica...
Más que una nueva reforma, lo que necesitamos es descubrir la inmensa riqueza de vida cristiana y espiritual que tenemos en la reforma litúrgica del Vaticano II. Yo no sé qué nos ha pasado pero todavía no hemos terminado de descubrirla enteramente.

Benedicto XVI, citando a Dostoievski, afirma que sólo la belleza cambiará el mundo... ¿Esto también incluye la liturgia?
Es esencial que la liturgia sea bella. La liturgia ha de reflejar la belleza de Dios. No puede ser de otra manera. De todos modos, me gustaría dejar claro que belleza no significa lujo ni ostentación. La belleza puede ser de una sobriedad enorme, y sin embargo una belleza magnífica. El Concilio Vaticano II adoptó una expresión para indicarnos cómo tenía que ser todo lo que rodeara a la liturgia: «Noble simplicidad.» Con la unión de estos dos conceptos nos hace comprender que no estamos haciendo apología de la vulgaridad, ni tampoco de la ostentación o el abarrocamiento.

¿Qué opina de este interés creciente por la liturgia que tiene lugar en el seno de los nuevos movimientos y comunidades laicales?
Desde la admiración por todos estos movimientos y realidades, por todo lo que hacen de evangelización y redescubrimiento de la vida espiritual, me parece que a veces uno de sus problemas en relación a la liturgia viene precisamente de una afición no terminada de pulir teológicamente. Tengo la sensación de que hay una cierta instrumentalización de la liturgia. El Vaticano II nos dice que la liturgia es acción sagrada por excelencia y no hay ninguna otra actividad en la Iglesia que se le pueda igualar. Por tanto, hacer un uso instrumental de la liturgia, ni aunque sea en orden a la evangelización o vida pastoral, es errar el tiro. La liturgia no quiere ser utilizada, la liturgia quiere ser amada. Y cuando alguien no se dirige a la liturgia por un interés utilitarista, sin buscar nada más de lo que se encuentra en la liturgia, es que Dios en su Trinidad, realmente encuentra todo lo que la liturgia le quiere dar, que es infinito.

En Occidente hoy se vive una cierta fascinación por Oriente, especialmente por su liturgia, invariable durante siglos. A su lado, la liturgia romana parece un poco raquítica...
Ciertamente la liturgia romana no es tan exuberante ritualmente como otras expresiones litúrgicas de familias orientales. El genio romano no es el genio bizantino, por ejemplo. Pero si celebramos bien con nuestro rito romano, con competencia, técnica e inspiración, también podemos hacer una buena experiencia de Dios. No necesitaríamos ir a otras familias, y familias lejanas culturalmente. Es verdad que la liturgia romana es sobria, pero no es anoréxica. La liturgia romana tiene vitalidad, el problema es que esta vitalidad no siempre se pone en acto litúrgicamente.