ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 1 de abril de 2011

Beatificación de Juan Pablo II

Navarro Valls: el secreto de Juan Pablo II cuando comunicaba. 

Santa Sede

Entra en vigor la ley anti blanqueo de dinero en el Vaticano

El papa recibe al superior del ordinariato para antiguos fieles anglicanos

“Al mundo hoy le cuesta creer que Dios le ama”, según P. Cantalamessa

Fallece el cardenal de la Iglesia siro-malabar en la India

Judíos y católicos auguran pronta firma de los Acuerdos Santa Sede-Israel

Jornadas Mundiales de la Juventud

Los consulados atenderán en Madrid a connacionales de 120 países

Foro

La Doctrina social de la Iglesia en el contexto de la fe y la verdad

Espiritualidad

Predicador del Papa: “Dios es amor”

Evangelio del domingo: Cuando el corazón se queda ciego

Documentación

Declaración de la comisión bilateral para el diálogo entre judíos y católicos


Beatificación de Juan Pablo II


Navarro Valls: el secreto de Juan Pablo II cuando comunicaba. 
“Nada postizo, eran gestos verdaderos”
ROMA, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org). – ¿Cuál fue el secreto de la fecunda comunicación de Juan Pablo II? ¿Qué había estudiado teatro? ¿La dicción, su gestualidad siempre comprensible y nunca enigmática, el arte de la retórica, la doctrina de sus mensajes o la sinceridad de su persona?

Esta fue la pregunta reiterada en el centro del encuentro que se realizó  hoy en Roma en la Universidad de la Santa Cruz.

El cardenal Ángel Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, introdujo los trabajos con el tema “La beatificación de Juan Pablo II: opinión pública y sensus fidei”.

El más esperado de los relatores fue sin lugar a dudas el entonces portavoz de la Sala de prensa de la Santa Sede, el médico español Joaquín Navarro ValLs, quien contó como “desde su primer viaje en México, Juan Pablo II despertó la curiosidad de los expertos de comunicación”.

Y en una exposición llena de hechos y recuerdos comentó como después del viaje en Estados Unidos en 1979, un periodista que buscaba de explicar el éxito de la comunicación de Juan Pablo II dijo: “me he enamorado no de lo que dijo pero de como lo dijo”. Y Navarro Valls precisó que en ese momento “ya tenía una impresión exactamente contraria a la del periodista”.

Si bien “en el mundo de la imagen él fue un personaje indiscutible en los medios de comunicación porque se encontraba a gusto cuando comunicaba”. Esto porque “sabía que sea él que quien le escuchaba eran criaturas de Dios y por lo tanto podría entender, porque todos los hombres tienen la capacidad de conocer una cosa: la verdad”.

“Por este motivo exponía las cosas – recordó – con una simplificación originaria que facilitaba la transmisión. E la simplificación originaria es uno de los dones de la comunicación de masa que muchos quisieron imitar”.

En el viaje de Juan Pablo II a Estados Unidos, en septiembre de 1987 un periodista del New York Times se hizo la misma pregunta y respondió: “El Papa domina la televisión simplemente ignorándola” y “le haría sentir escalofríos a cualquier consultor de comunicación en Estados Unidos”. Aquí ya es más aquella opinión “me gusta como lo dice pero no lo que dice”.

El director emérito de la Sala de Prensa recordó la gran libertad de comunicación que el Papa le daba: “En 1991 cuanto tuvo un tumor en el colon que se pensaba fuera maligno, antes de ir al hospital quería en el Ángelus del domingo, pedir a los fieles oraciones por el Papa” y después dijo: “Usted que está informado de todo diga lo que considere conveniente”.

“Entonces pensé y ahora aún más – precisó el ex-portavoz – que la eficacia comunicativa dependía más de lo que se decía, si bien estaban los dos ingredientes”. Y se preguntó ¿Cuál era su mensaje?

Navarro Valls indicó un punto clave que dijo el mismo Pontífice en una cena informal: “Hablando me dijo: el punto central y también nuestra responsabilidad es mantener el carácter transcendente de la persona humana que muchas veces puede transformarse en un mero objeto ”.

“Habiendo visitado 160 países vemos cómo es pequeño el Occidente, donde –simplificando un poco- los parámetros prevalentes entonces eran: el estructuralismo y el marxismo, pero no el soviético en donde de pensamiento había poco, sino el existente en grupos universitarios e intelectuales que se influenciaban la percepción popular”.

Aquí su mensaje explota, dijo, porque “le mostró a una generación que el tema de Dios era inevitable. Estaba convencido que no se puede entender al ser humano si se pone de lado a Dios. Y que sin Dios el hombre es solamente un triste animal ingenioso”.

“Mismo en aquel ‘no tengáis miedo’ había un modo de comunicar – precisó – porque era proponer una experiencia personal universal de quien escucha, él que conoció el miedo y lo superó”.

Por lo tanto, la experiencia personal se repite como leitmotiv “puede responder a esta pregunta inicial sobre el interés popular y mediático”. 

Los jóvenes que lo encontraban – prosiguió -  captaban la verdad de su mensaje y en los diversos países, después de encontrarle coincidía en estas tres respuestas: “nunca nadie me dijo estas cosas, ni la familia, ni la escuela ni la sociedad. No se si lograré vivir en el nivel ético que me ha propuesto, pero él tiene razón”.

“Esta percepción de la verdad existencial de sus palabras no era solamente con los jóvenes” y cuenta cuando el Papa en Miami visitó la sinagoga y después de los discursos un periodista en directa dijo: ‘parece que el Papa hizo pocas concesiones a los judíos’. Juan Pablo II sale y a través de un micrófono que se había quedado abierto se escucha a un rabino que dice: “El ha hablado con el corazón y no los labios”. Estaba la percepción de la verdad que él predicaba”.

Y el portavoz emérito llega al punto: “Quizás en esto se encontraba la capacidad comunicativa de Juan Pablo II”.

Por lo que se refiere a la fuerza de su gestualidad que era evidente, médico español precisó: “Siempre expresaba una verdad, los gestos eran claros no enigmáticos, sea en el Muro de los Lamentos, en el Mausoleo de Gandhi o cuando acariciaba a los enfermos en la plaza San Pedro”. Vale a decir “nada de postizo, eran gestos auténticos”.

El periodista español consideró que “el mejor testimonio de lo que se decía era él mismo, no servían ni las estrategias de comunicación ni las apariencias” y “nos quedaba claro que no era una técnica, sino un testimonio”.

Recordó como en sus viajes era necesario más tiempo para prepararlos que para hacerlos y como se informaba sobre geografía, historia, etnias, etc. 

Otros casos que contó Navarro Vals, fueron cuando encontró a un sanguinario dictador, o a Bill Clinton después del caso Lewinsky y con todos hablo estando solo, porque se sentía sacerdote. Y recordó que después de encuentros con Pinochet, Stroesner, Mobutu, Gorvachov, sus regimenes concluyeron, aunque no necesariamente por una razón causa efecto.

En el centro del problema Navarro Valls indicó: “En su caso la comunicación no le servía para obtener consenso, pero para convencer a las personas de la grandeza cristiana”. Porque “pienso que la enseñanza más importante es que: en definitiva comunicar consiste en hacer aparecer la verdad y no en crear una apariencia.

Y concluyó: “En la vida humana la única cosa que no es comunicativa ni se puede comunicar no es el mal, ni siquiera el dolor, simplemente es la falsedad”.

En la segunda parte de la jornada se realizó una mesa redonda con periodistas vaticanistas y docentes de comunicación, moderada por el profesor Diego Contreras decano de la Facultad de Comunicación de dicha universidad sobre el tema: Opinión pública y respuesta popular respecto a Juan Pablo II.

A la misma intervinieron diversos periodistas de los principales medios de comunicación de Italia.

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Santa Sede


Entra en vigor la ley anti blanqueo de dinero en el Vaticano
Regula la entrada y salida de dinero en metálico
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Hoy viernes ha entrado en vigor la Ley número 127, sobre la prevención y la lucha contra el blanqueo de fondos procedentes de actividades criminales y de la financiación del terrorismo.

Lo refiere una nota informativa difundida por la Sala de Prensa de la Santa Sede, recordando que la Ley se publicó el 30 de diciembre de 2010, junto a la Carta Apostólica “Motu Proprio” del Papa sobre el mismo tema (ver www.zenit.org/article-37794?l=spanish).

Una de las medidas que implementa es la del control sobre el dinero en contante, a partir de una cierta suma, que entra y sale del territorio vaticano.

En la nueva norma, “no se prohíbe el transporte de sumas superiores a los 10.000 euros”, pero sí prevén una declaración de dicha cantidad “ante las oficinas y entes dedicadas al control antiblanqueo” o, en su defecto, al Cuerpo de la Gendarmería.

El control sobre el movimiento del dinero en contante se considera, a nivel internacional, un “importante instrumento de transparencia”, pues las normas contra el blanqueo en las entidades financieras, pueden producir, como efecto secundario, un aumento del uso de dinero en contante, mucho menos “detectable”-

De ahí el compromiso por parte de las autoridades de pedir “una mayor transparencia” sobre estos fenómenos”.

La declaración del portador del dinero será de carácter reservado, así como la seguridad de la persona que lo lleve.

Si se detecta un transporte de dinero que no está dedicado a la realización de operaciones ante entes obligados a cumplir las normas antiblanqueo, la declaración deberá tener lugar por fuerza en la Gendarmería.

La Gendarmería vaticana, por su parte, transmitirá al AIF (Autoridad de Información Financiera) todas las declaraciones que recoja.

Si los gendarmes tienen alguna sospecha fundada, pueden “visitar los medios de transporte, los equipajes y demás objetos de quienes entran o salen del territorio del Estado”, invitándoles a “mostrar el dinero en metálico que llevan encima”.

El AIF, además de tener el poder de control general, será el encargado de redactar reglamentos para garantizar que se cumplan las obligaciones previstas en la ley, que serán publicados en el Acta Apostolicae Sedis.

El AIF se constituye como autoridad con el deber de “servir al Estado de la Ciudad del Vaticano y a la Santa Sede y a través de ellos, favorecer a todos los que trabajan en ella”, y a “detectar indicios de anomalía detectanto las operaciones sospechosas”.

La entrada en vigor de la ley, afirma la nota, se inscribe a pleno título en el compromiso de la Sede Apostólica sobre muchos otros temas, quizás menos altisonantes pero no por ello menos relevantes, de caridad en la verdad, dirigidos a la edificación de una convivencia civil justa y honrada”.

La nota vaticana recuerda que los actuales directivos del AIF, Marcello Condemi y Francesco De Pasquale, participaron el mes pasado, en representación de la Santa Sede, en la tercera reunión sobre la aplicación de la Convención del Consejo de Europa sobre el blanqueo, el secuestro y la confiscación de fondos procedentes del crimen y sobre la financiación del terrorismo (Varsovia, 2005).

Condemi y De Pasquale, además, se han reunido con MONEYVAL, organismo del Consejo de Europa dedicado a la valoración del reglamento anti blanqueo y antiterrorismo, en cuya reunión plenaria de Estrasburgo tienen previsto estar presentes.


 

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El papa recibe al superior del ordinariato para antiguos fieles anglicanos
El actual sacerdote católico Keith Newton, antiguo obispo de esa confesión
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 abril 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI recibió en audiencia este viernes al sacerdote Keith Newton, el primer superior del "ordinariato" (una especie diócesis sin territorio físico) que acoge a antiguos obispos, sacerdotes y fieles de la Iglesia Anglicana.

El padre Newton, de 58 años de edad, es uno de los tres antiguos obispos anglicanos que fueron ordenados para el sacerdocio católico el 15 de enero en la catedral de Westminster. Los otros dos son los padres Andrew Burnham y John Broadhurst.

El superior del ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham fue recibido con el Papa acompañado por el cardenal William Joseph Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de monseñor Alan Stephen Hopes, obispo auxiliar de Westminster, antiguo pastor anglicano que volvió a la Iglesia católica hace 17 años, y que se encarga de organizar el ordinariato.

La Santa Sede, que ha informado sobre la audiencia, no ha dado detalles sobre el contenido de la conversación.

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“Al mundo hoy le cuesta creer que Dios le ama”, según P. Cantalamessa
Es el primer anuncio que hay que llevar al mundo, dijo en su meditación a la Curia

 CIUDAD DEL VATICANO, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- “El primer y fundamental anuncio que la Iglesia está encargada de llevara al mundo y que el mundo espera de la Iglesia es el del amor de Dios”, dijo hoy el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ante Benedicto XVI y la Curia Romana.

El predicador del Papa dedicó su segunda meditación cuaresmal a hablar de Dios amor en la creación, en la Escritura, en la encarnación de Cristo y en su muerte y resurrección.

“Los hombres necesitan saber que Dios les ama, y nadie mejor que los discípulos de Cristo es capaz de llevarles esta buena noticia”.

“Otros, en el mundo, comparten con los cristianos el temor de Dios, la preocupación por la justicia social y el respeto del hombre, por la paz y la tolerancia; pero nadie – digo nadie – entre los filósofos ni entre las religiones, dice al hombre que Dios le ama, lo ama primero, y lo ama con amor de misericordia y de deseo: con eros y agape”, añadió.

La tarea del hombre, en respuesta a este amor, no es tanto amar a Dios, sino antes y primeramente, creer en el amor de Dios.

“Parecería una fe fácil y agradable; en cambio, es quizás lo más difícil que hay también para nosotros, criaturas humanas”, subrayó el padre Cantalamessa. “Si nos lo creyésemos, en seguida la vida, nosotros mismos, las cosas, los acontecimientos, el mismo dolor, todo se transfiguraría ante nuestros ojos”.

El mundo, afirmó, “ha hecho cada vez más difícil creer en el amor. Quien ha sido traicionado o herido una vez, tiene miedo de amar y de ser amado, porque sabe cuánto duele sentirse engañado. Así, se va engrosando cada vez más la multitud de los que no consiguen creer en el amor de Dios; es más, en ningún amor”.

“El desencanto y el cinismo es la marca de nuestra cultura secularizada. En el plano personal está también la experiencia de nuestra pobreza y miseria que nos hace decir: Sí, este amor de Dios es hermoso, pero no es para mí. Yo no soy digno...”.

El sacerdote invitó a los presentes a mirar la propia vida, “a sacar a la luz los miedos que se esconden allí, el dolor, las amenazas,los complejos, ese defecto físico o moral, ese recuerdo penoso que nos humilla, y a exponerlo todo a la luz del pensamiento de que Dios me ama”.

“Todo puede ser cuestionado, todas las seguridades pueden llegar a faltarnos, pero nunca esta: que Dios nos ama y que es más fuerte que todo”, añadió.

Los rasgos del Dios-amor

El padre Cantalamessa subrayó los rasgos del amor divino contenidos en la revelación cristiana, y que la distinguen absolutamente de las demás religiones y filosofías existentes.

El primero es la singularidad del hecho de que Dios es el que ama primero al hombre, y no a la inversa: el amor de Dios es el amor de Dios hacia el hombre, mucho más que el deber del hombre de amar a Dios.

“Lo más importante no es saber si Dios existe, sino si es amor. Si, por hipótesis, él existiese pero no fuese amor, habría que temer más que alegrarse de su existencia, como de hecho ha sucedido en diversos pueblos y civilizaciones. La fe cristiana nos reafirma precisamente en esto: ¡Dios existe y es amor!”

El segundo es que Dios creó al hombre por amor. “¡Qué lejos está – afirmó el padre Cantalamessa – la visión cristiana del origen del universo de la del cientificismo ateo! Uno de los sufrimientos más profundos para un joven o una chica es descubrir un día que está en el mundo por casualidad, no querido, no esperado, incluso por un error de sus padres. Un cierto cientificismo ateo parece empeñado en infligir este tipo de sufrimiento a la humanidad entera”.

El tercero es que Dios ama como padre y como madre, a diferencia de la concepción pagana de Dios, que reflejaba un “amor sin debilidad”, viril, mientras que la Biblia muestra el amor maternal de Dios, “hecho de acogida y de ternura”.

El cuarto es que el amor divino es también esponsal, “un amor de deseo y de elección. ¡Si es verdad, por ello, que el hombre desea a Dios, es verdad, misteriosamente, también lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, quiere y estima su amor”.

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Fallece el cardenal de la Iglesia siro-malabar en la India
El redentorista indio Varkey Vithayathil, arzobispo mayor
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 abril 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha expresado su dolor al recibir la noticia del fallecimiento, a los 83 años, del cardenal redentorista indio Varkey Vithayathil, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly de los siro-malabares.

Era el pastor de una de las más grandes iglesias orientales --según la tradición fue fundada por el apóstol Tomás--, compuesta por unos 3,6 millones de los 16 millones de católicos de la India.

En un telegrama enviado al obispo de curia del arzobispado mayor de Ernakulam-Angamaly, monseñor Bosco Puthur, el Papa recuerda "con gratitud la entrega el servicio del cardenal a la Iglesia siro-malabar y a la universal".

Asimismo expresa su pésame y oraciones a todos los fieles de esa Iglesia cuyas lenguas litúrgicas son el siríaco y el malayalam.

Varkey Vithayathil nació en 1927. Tras ingresar en los Redentoristas, fue ordenado sacerdote en 1954. En 1955, fue a Roma para estudiar derecho y doctorarse en el origen y progreso de la jerarquía siro-malabar.

Fue ordenado obispo por Juan Pablo II en 1997 y, en 1999, fue nombrado arzobispo mayor de la Iglesia Siro-Malabar y arzobispo de Ernakulam-Angamaly. Fue creado cardenal en 2001.

Al expresar su pésame, el arzobispo Albert D' Souza, secretario general de la Conferencia de Obispos Católicos de la India, afirmó que con el cardenal "la Iglesia católica siro-malabar y toda la Iglesia católica en India ha perdido un líder espiritual comprometido y muy valiente".

Con el fallecimiento del cardenal Vithayathil, el colegio cardenalicio queda compuesto por 200 cardenales, de ellos 116 electores y 84 no electores.



 

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Judíos y católicos auguran pronta firma de los Acuerdos Santa Sede-Israel
La Comisión bilateral de diálogo abordó la cuestión del liderazgo religioso
JERUSALÉN, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- La Comisión bilateral de diálogo formada por el Gran Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo expresaron su confianza en que se firmen próximamente los Acuerdos bilaterales entre la Santa Sede y el Estado de Israel.

Así lo afirma la declaración con la que concluyó el décimo encuentro de ambas delegaciones, mantenido en Jerusalén hasta ayer 31 de marzo, y que trató sobre el “liderazgo religioso en la sociedad laica”.

La Comisión “expresó su esperanza de que las cuestiones pendientes en las negociaciones entre la Santa Sede y el Estado de Israel, se resuelvan pronto, y que los acuerdos bilaterales sean rápidamente ratificados para el beneficio de ambas comunidades”, afirma la nota.

Ambas delegaciones admitieron que el trabajo de esta Comisión ha tenido “influencia en el cambio positivo acaecido en la percepción de las relaciones Judeo-Cristianas en la sociedad de Israel”.

El diálogo se centró en “los retos a los que se enfrenta la sociedad secular moderna”, así como a la función de liderazgo de los creyentes en ella.

“Además de sus muchos beneficios, los rápidos avances tecnológicos, el consumismo desenfrenado y una ideología nihilista que se centra de forma exagerada en el individuo a expensas de la comunidad y del bienestar colectivo, nos han conducido a una crisis moral”.

Junto a los beneficios de la emancipación, afirma la nota, “el siglo pasado ha sido testigo de una violencia y una barbarie sin precedentes. Nuestro mundo moderno está sustancialmente desprovisto de sentido de pertenencia, significado y propósito”.

Para judíos y católicos, “la fe y el liderazgo religioso tiene un papel fundamental en la respuesta a estas realidades”, para traer “esperanza” y “orientación moral”.

Ambas delegaciones propusieron la figura de Moisés, como “paradigma de líder religioso que, a través de su encuentro con Dios, responde a la llamada Divina con total fe, amando a su gente, anunciando la Palabra de Dios sin miedo, teniendo la libertad y la valentía y la autoridad que viene de la obediencia a Dios siempre e incondicionalmente, escuchando a todos, preparado para el diálogo”.

Subrayaron también que la responsabilidad de los creyentes es “dar testimonio consecuentemente de la Divina Presencia en nuestro mundo”, que debe verse “en la educación, centrándose en los jóvenes y en el compromiso efectivo de los medios de comunicación”, así como en el área caritativa.

Tanto para judíos como para católicos, la secularización o laicidad positiva “ha traído consigo muchos beneficios”.

Si la secularización se entiende bien, subrayan, “es posible proveer una sociedad en la que la religión pueda prosperar”.

“Sin embargo, para que esta focalización pueda ser sostenible, necesita basarse en un mayor marco antropológico y espiritual, que tome en cuenta el bien común, que encuentra su expresión en la fundación religiosa de los deberes morales”.

La delegación católica aprovechó para “reiterar la enseñanza histórica de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, con respecto al Pacto Divino con el Pueblo Judío que son amados en atención a sus padres. Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables”.

Por parte católica participan los miembros de la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo, entre quienes están los cardenales Jorge Mejía y Peter Turkson, el patriarca de Jerusalén, monseñor Fouad Twal, y su vicario, monseñor Giacinto-Boulos Marcuzzo, además de reputados teólogos como el arzobispo de Chieti, monseñor Bruno Forte, y Francesco Fumagalli.

Por parte judía participan el rabino jefe, Shear Yashuv Cohen, y los rabinos David Brodman, Ratzon Arussi y David Rosen.

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Jornadas Mundiales de la Juventud


Los consulados atenderán en Madrid a connacionales de 120 países
Encuentro del cuerpo consular con los organizadores de la JMJ 2011
MADRID, viernes 1 abril 2011 (ZENIT.org).- Benín, Omán, Alemania, El Salvador y Bélgica son algunos de los países representados en el encuentro informativo que el cuerpo consular acreditado en Madrid tuvo con los organizadores de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) , que se celebrará en Madrid del 16 al 21 de agosto de 2011.

Al encuentro asistieron, por parte de la organización, monseñor César Franco, coordinador general de la JMJ; Yago de la Cierva, director ejecutivo;, y responsables de las relaciones con las delegaciones diplomáticas de Madrid.

El encuentro sirvió para poner de manifiesto los retos y las oportunidades que este encuentro tendrá tanto para los jóvenes que asistirán a esta cita mundial de la juventud como en relación a servicio que prestarán las representaciones consulares a sus connacionales. Ya se han inscrito más de trescientas mil personas de 120 países para el encuentro de agosto.

Monseñor Franco desglosó los principales hitos de la Jornada Mundial de la Juventud, en la que participará Benedicto XVI, y la actualización de la agenda del papa durante el evento.

También se refirió a la importancia de que los jóvenes se inscriban en la Jornada Mundial de la Juventud ya que les permitirá disfrutar de todos los eventos que se celebren durante este encuentro mundial.

Los participantes en la JMJ que se inscriban tendrán, entre otros servicios, la disponibilidad de un seguro que cubrirá sus gastos médicos durante su estancia en Madrid, en caso de necesitarlos.

Por su parte João Castel-Branco da Silveira, primer secretario de la Embajada de Portugal y decano del cuerpo consular en Madrid, asumió “el compromiso de animar a nuestros conciudadanos a inscribirse para garantizar su comodidad durante la JMJ”.

Castel-Branco destacó que uno de los principales retos de este evento es el de “garantizar que la estancia de los jóvenes en Madrid se disfrute con la mayor seguridad y ofrecer la total disponibilidad de sus representaciones diplomáticas”.

Las embajadas y consulados en Madrid garantizan los servicios a sus connacionales durante su estancia en Madrid en caso de pérdida de documentación o de asistencia consular.

Tras la celebración del encuentro con las principales embajadas en septiembre pasado, ya se han celebrado más de veinticinco reuniones con representantes diplomáticos acreditados en la capital de España.

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Foro


La Doctrina social de la Iglesia en el contexto de la fe y la verdad
 
Por monseñor Giampaolo Crepaldi*

ROMA, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- El 3 de diciembre de 2010, Benedicto XVI pronunció un discurso a los miembros de la Comisión teológica internacional, que había sido convocada en reunión plenaria para discutir, entre otras cosas, la integración de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en el contexto más amplio de la Doctrina cristiana.

El tema es de gran importancia en cuanto a que la Doctrina social de la Iglesia es una verdadera y propia enseñanza y como tal, se introduce de modo orgánico dentro del contexto más general de la Doctrina cristiana, antes incluso que en su relación con los saberes, digamos, profanos.

Su carácter interdisciplinar, del que habla el nº59 de la Centesimus annus (cf G. Crepaldi e Stefano Fontana, La dimensión interdisciplinar de la Doctrina Social de la Iglesia,Cantagalli, Siena 2006), sirve en el contexto del saber en general, pero mucho más en el de la Doctrina cristiana. La comisión merece por tanto ser felicitada por haber afrontado un argumento tan decisivo.

Podemos, también, decir que esta elección está perfectamente en línea con el gran interés manifestado por Benedicto XVI en el tema de la Verdad del cristianismo y, por tanto, de la relación entre razón y fe por un lado y por el otro entre razón y amor. Si Dios es Verdad y Amor, el tema de la fe debe estar en una íntima relación con ambos.

En el discurso a la Comisión Teológica Internacional, Benedicto XVI ha expuesto con gran claridad esta problemática. Ha dicho que “Conocimiento y amor se apoyan mutuamente”. Quien ama desea conocer cada vez más al amado, cuyo conocimiento no es sólo un hecho de conocimiento sino que también de amor. Por lo demás no se ama si no se realiza en la verdad del amor y en la verdad del amado. Ahora: “Quien ha descubierto en Cristo el amor de Dios, infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, desea conocer mejor a Aquel por quien es amado y a quien ama”. Se desea conocer a Dios, porque se le ama al descubrirnos amados por Él. Pero esto no quiere decir sólo que se conoce para amar, sino que se conoce amando. El amor mismo es conocimiento; esto no sólo exige el conocimiento y lo provoca, sino que esto mismo es conocimiento.

Esta es la razón, dice el Papa en este discurso y en muchas otras intervenciones y escritos, de por qué la obra del teólogo no es sólo de tipo intelectual, sino que se funda sobre el amor de Dios vivido en la Iglesia. Si por tanto, se ama conociendo y se conoce amando, la razón es indispensable para el amor, como el amor es indispensable para la razón.

He aquí por qué: “podemos pensar en Dios y comunicar lo que hemos pensado porque Él nos ha dotado de una razón en armonía con su naturaleza”. Él, de hecho, es Amor pero también Verdad. Él es el Logos (Jn 1,1). Conociéndolo a través de la razón, pero lo descubrimos también como “fuente de perdón, de justicia y de amor”, con el que se vuelve al tema del amor, inseparable del de la verdad.

Benedicto XVI añade también que, así como el hombre tiende a relacionar sus conocimientos, también el conocimiento de Dios se organiza de un modo sistemático, es decir en la teología. Pero este sistema teológico no se mantiene unido sólo por sus vínculos lógicos, sin el amor por su Objeto. La teología se ejercita, por tanto, dentro del amor vivido por la Iglesia creyente, a la que pertenecen también “los creyentes y teólogos llegados antes que nosotros”. La teología se introduce en la Tradición cristiana no sólo en sentido especulativo sino también como expresión del amor por Dios vivido en la Iglesia. La Tradición no es un sistema teórico que continúa, es una vida que continúa.

Todo esto es de fundamental importancia para la Doctrina Social de la Iglesia. Esta nace por el amor de Dios y se vuelve amor por el prójimo en la verdad. Dice Benedicto XVI que la “Contemplación del Dios revelado y la caridad por el prójimo no se pueden separar” y los “frutos mueren si se corta la raíz del árbol. De hecho, no hay justicia sin verdad y la justicia no se desarrolla plenamente si su horizonte se limita al mundo material”. De este modo, el Papa nos dice que la Doctrina Social de la Iglesia no puede ser ella misma si no se basa en la Doctrina cristiana, que es siempre verdad y amor al mismo tiempo.



 

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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*Monseñor Giampaolo Crepaldi es arzobispo de Trieste y Presidente de la Comisión “Caritas in veritate” del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE)y Presidente del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuân” sobre la Doctrina Social de la Iglesia.

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Espiritualidad


Predicador del Papa: “Dios es amor”
Segunda meditación del padre Raniero Cantalamessa ante el Papa y la Curia Romana

 CIUDAD DEL VATICANO, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la segunda meditación de Cuaresma que predicó este viernes el padre Raniero Cantalamessa OFM cap, predicador de la Casa Pontificia, ante Benedicto XVI y la Curia Romana, sobre “Dios es amor”

 


 

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P. Raniero Cantalamessa

Segunda Predicación de Cuaresma

Dios es amor

 

El primer y fundamental anuncio que la Iglesia está encargada de llevara al mundo y que el mundo espera de la Iglesia es el del amor de Dios. Pero para que los evangelizadores sean capaces de transmitir esta certeza, es necesario que ellos sean íntimamente permeados por ella, que ésta sea luz de sus vidas. A este fin quisiera servir, al menos mínimamente, la presente meditación.

La expresión “amor de Dios” tiene dos acepciones muy diversas entre sí: una en la que Dios es objeto y la otra en la que Dios es sujeto; una que indica nuestro amor por Dios y la otra que indica el amor de Dios por nosotros. El hombre, más inclinado por naturaleza a ser activo que pasivo, más a ser acreedor que a ser deudor, ha dado siempre la precedencia al primer significado, a lo que hacemos nosotros por Dios. También la predicación cristiana ha seguido este camino, hablando, en ciertas épocas, casi solo del “deber” de amar a Dios (De diligendo Deo).

Pero la revelación bíblica da la precedencia al segundo significado: al amor “de” Dios, no al amor “por” Dios. Aristóteles decía que Dios mueve el mundo “en cuanto es amado”, es decir, en cuanto que es objeto de amor y causa final de todas las criaturas [1]. Pero la Biblia dice exactamente lo contrario, es decir, que Dios crea y mueve el mundo en cuanto que ama al mundo. Lo más importante, a propósito del amor de Dios, no es por tanto que el hombre ama a Dios, sino que Dios ama al hombre y que le ama “primero”: “Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero” (1 Jn 4, 10). De esto depende todo lo demás, incluída nuestra propia posibilidad de amar a Dios: “Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19).

1. El amor de Dios en la eternidad

Juan es el hombre de los grandes saltos. Al reconstruir la historia terrena de Cristo, los demás se detenían en su nacimiento de María, él da el gran salto hacia atrás, del tiempo a la eternidad: “Al principio estaba la Palabra”. Lo mismo hace a propósito del amor. Todos los demás, incluido Pablo, hablan del amor de Dios manifestado en la historia y culminado en la muerte de Cristo; él se remonta a más allá de la historia. No nos presenta a un Dios que ama, sino a un Dios que es amor. “Al principio estaba el amor, y el amor estaba junto a Dios, y el amor era Dios”: así podemos descomponer su afirmación: “Dios es amor” (1Jn 4,10).

De ella Agustín escribió: “Aunque no hubiese, en toda esta Carta y en todas las páginas de la Escritura, otro elogio del amor fuera de esta única palabra, es decir, que Dios es amor, no deberíamos pedir más”[2]. Toda la Biblia no hace sino “narrar el amor de Dios” [3]. Esta es la noticia que sostiene y explica todas las demás. Se discute sin fin, y no sólo desde ahora, si Dios existe; pero yo creo que lo más importante no es saber si Dios existe, sino si es amor [4]. Si, por hipótesis, él existiese pero no fuese amor, habría que temer más que alegrarse de su existencia, como de hecho ha sucedido en diversos pueblos y civilizaciones. La fe cristiana nos reafirma precisamente en esto: ¡Dios existe y es amor!

El punto de partida de nuestro viaje es la Trinidad. ¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? La respuesta es: porque creen que Dios es amor. Allí donde Dios es concebido como Ley suprema o Poder supremo no hay, evidentemente, necesidad de una pluralidad de personas, y por esto no se entiende la Trinidad. El derecho y el poder pueden ser ejercidos por una sola persona, el amor no.

No hay amor que no sea amor a algo o a alguien, como – dice el filósofo Husserl – no hay conocimiento que no sea conocimiento de algo. ¿A quien ama Dios para ser definido amor? ¿A la humanidad? Pero los hombres existen sólo desde hace algunos millones de años; antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para ser definido amor? No puede haber comenzado a ser amor en un cierto momento del tiempo, porque Dios no puede cambiar su esencia. ¿El cosmos? Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años; antes, ¿a quién amaba Dios para poderse definir como amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o, como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana que la Iglesia recogió de Cristo y que explicitó en su Credo. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, que ama de un amor infinito que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado, y el amor que les une.

2. El amor de Dios en la creación

Cuando este amor fontal se extiende en el tiempo, tenemos la historia de la salvación. La primera etapa de ella es la creación. El amor es, por su naturaleza, “diffusivum sui”, es decir, “tiende a comunicarse”. Dado que “el actuar sigue al ser”, siendo amor, Dios crea por amor. “¿Por qué nos ha creado Dios?”: así sonaba la segunda pregunta del catecismo de hace tiempo, y la respuesta era: “Para conocerle, amarle y servirle en esta vida y gozarlo después en la otra en el paraíso”. Respuesta impecable, pero parcial. Esta responde a la pregunta sobre la causa final: “con qué objetivo, con que fin nos ha creado Dios”; no responde a la pregunta sobre la causa causante: “por qué nos creó, qué le empujó a crearnos”. A esta pregunta no se debe responder: “para que lo amásemos”, sino “porque nos amaba”.

Según la teología rabínica, hecha propia por el Santo Padre en su último libro sobre Jesús, “el cosmos fue creado no para que haya múltiples astros y muchas otras cosas, sino para que haya un espacio para la 'alianza', el 'sí' del amor entre Dios y el hombre que le responde” [5]. La creación existe de cara al diálogo de amor de Dios con sus criaturas.

¡Qué lejos está, en este punto, la visión cristiana del origen del universo de la del cientificismo ateo recordado en Adviento! Uno de los sufrimientos más profundos para un joven o una chica es descubrir un día que está en el mundo por casualidad, no querido, no esperado, incluso por un error de sus padres. Un cierto cientificismo ateo parece empeñado en infligir este tipo de sufrimiento a la humanidad entera. Nadie sabría convencernos del hecho de que nosotros hemos sido creados por amor, mejor de como lo hace santa Catalina de Siena en una fogosa oración suya a la Trinidad:

“¿Cómo creaste, por tanto, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? […]. El fuego te obligó. Oh amor inefable, a pesar de que en tu luz veías todas las iniquidades que tu criatura debía cometer contra tu infinita bondad, tu hiciste como si no las vieras, sino que detuviste tus ojos en la belleza de tu criatura, de la que tu, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la engendraste de ti, dándole el ser a tu imagen y semejanza. Tú, verdad eterna, me declaraste a mí tu verdad, es decir, que el amor te obligó a crearla”.

Esto no es solo agape, amor de misericordia, de donación y de descendimiento; es también eros y en estado puro; es atracción hacia el objeto del proprio amor, estima y fascinación por su belleza.

3. El amor de Dios en la revelación

La segunda etapa del amor de Dios es la revelación, la Escritura. Dios nos habla de su amor sobre todo en los profetas. Dice en Oseas: “Cuando Israel era niño, yo lo amé […] ¡Yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! […] Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer […] ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím? […] Mi corazón se subleva contra mí y se enciende toda mi ternura” (Os 11, 1-4).

Encontramos este mismo lenguaje en Isaías: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?” (Is 49, 15) y en Jeremías: “¿Es para mí Efraím un hijo querido o un niño mimado, para que cada vez que hablo de él, todavía lo recuerde vivamente? Por eso mis entrañas se estremecen por él, no puedo menos que compadecerme de él” (Jr 31, 20).

En estos oráculos, el amor de Dios se expresa al mismo tiempo como amor paterno y materno. El amor paterno está hecho de estímulo y de solicitud; el padre quiere hacer crecer al hijo y llevarle a la madurez plena. Por esto le corrige y difícilmente lo alaba en su presencia, por miedo a que crea que ha llegado y ya no progrese más. El amor materno en cambio está hecho de acogida y de ternura; es un amor “visceral”; parte de las profundas fibras del ser de la madre, allí donde se formó la criatura, y de allí afirma toda su persona haciéndola “temblar de compasión”.

En el ámbito humano, estos dos tipos de amor – viril y materno – están siempre repartidos, más o menos claramente. El filósofo Séneca decía: “¿No ves cómo es distinta la manera de querer de los padres y de las madres? Los padres despiertan pronto a sus hijos para que se pongan a estudiar, no les permiten quedarse ociosos y les hacen gotear de sudor y a veces también de lágrimas. Las madres en cambio los miman en su seno y se los quedan cerca y evitan contrariarles, hacerles llorar y hacerles cansarse”[6]. Pero mientras el Dios del filósofo pagano tiene hacia los hombres sólo “el ánimo de un padre que ama sin debilidad” (son palabras suyas), el Dios bíblico tiene también el ánimo de una madre que ama “con debilidad”.

El hombre conoce por experiendia otro tipo de amor, aquel del que se dice que es “fuerte como la muerte y que sus llamas son llamas de fuego” (cf Ct 8, 6), y también a este tipo de amor recurre Dios, en la Biblia, para darnos una idea de su apasionado amor por nosotros. Todas las fases y las vicisitudes del amor esponsal son evocadas y utilizadas con este fin: el encanto del amor en estado naciente del noviazgo (cf Jr 2, 2); la plenitus de la alegría del día de las bodas (cf Is 62, 5); el drama de la ruptura (cf Os 2, 4 ss) y finalmente el renacimiento, lleno de esperanza, del antiguo vínculo (cf Os 2, 16; Is 54, 8).

El amor esponsal es, fundamentalmente, un amor de deseo y de elección. ¡Si es verdad, por ello, que el hombre desea a Dios, es verdad, misteriosamente, también lo contrario, es decir, que Dios desea al hombre, quiere y estima su amor, se alegra por él “como se alegra el esposo por la esposa” (Is 62,5)!

Como observa el Santo Padre en la “Deus caritas est”, la metáfora nupcial que atraviesa casi toda la Biblia e inspira el lenguaje de la “alianza”, es la mejor muestra de que también el amor de Dios por nosotros es eros y agape, es dar y buscar al mismo tiempo. No se le puede reducir a sola misericordia, a un “hacer caridad” al hombre, en el sentido más restringido del término.

4. El amor de Dios en la encarnación

Llegamos así a la etapa culminante del amor de Dios, la encarnación: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Frente a la encarnación se plantea la misma pregunta que nos planteamos para la encarnación. ¿Por qué Dios se hizo hombre? Cur Deus homo? Durante mucho tiempo la respuesta fue: para redimirnos del pecado. Duns Scoto profundizó esta respuesta, haciendo del amor el motivo fundamental de la encarnación, como de todas las demás obras ad extra de la Trinidad.

Dios, dice Scoto, en primer lugar, se ama a sí mismo; en segundo lugar, quiere que haya otros seres que lo aman (“secundo vult alios habere condiligentes”). Si decide la encarnación es para que haya otro ser que le ama con el amor más grande posible fuera de Él [7]. La encarnación habría tenido lugar por tanto aunque Adán no hubiese pecado. Cristo es el primer pensado y el primer querido, el “primogénito de la creación” (Col 1,15), no la solución a un problema creado a raíz del pecado de Adán.

Pero también la respuesta de Scoto es parcial y debe completarse en base a lo que dice la Escritura del amor de Dios. Dios quiso la encarnación del Hijo, no sólo para tener a alguien fuera de sí que le amase de modo digno de sí, sino también y sobre todo para tener a alguien fuera de sí a quien amar de manera digna de sí. Y este es el Hijo hecho hombre, en el que el Padre pone “toda su complacencia” y con él a todos nosotros hechos “hijos en el Hijo”.

Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por el hombre no sólo en sentido objetivo, a la manera de una prenda de amor inanimada que se da a alguien; lo es en sentido también subjetivo. En otras palabras, no es solo la prueba del amor de Dios, sino que es el amor mismo de Dios que ha asumido una forma humana para poder amar y ser amado desde nuestra situación. En el principio existía el amor, y “el amor se hizo carne”: así parafraseaba un antiquísimo escrito cristiano las palabras del Prólogo de Juan [8].

San Pablo acuña una expresión adrede para esta nueva modalidad del amor de Dios, lo llama “el amor de Dios que está en Cristo Jesús” (Rom 8, 39). Si, como se decía la otra vez, todo nuestro amor por Dios debe ahora expresar concretamente en amor hacia Cristo, es porque todo el amor de Dios por nosotros, antes, se expresó y recogió en Cristo.

5. El amor de Dios infundido en los corazones

La historia del amor de Dios no termina con la Pascua de Cristo, sino que se prolonga en Pentecostés, que hace presente y operante “el amor de Dios en Cristo Jesús” hasta el fin del mundo. No estamos obligados, por ello, a vivir sólo del recuerdo del amor de Dios, como de algo pasado. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5,5).

¿Pero qué es este amor que ha sido derramado en nuestro corazón en el bautismo? ¿Es un sentimiento de Dios por nosotros? ¿Una disposición benévola suya respecto a nosotros? ¿Una inclinació? ¿Es decir, algo intencional? Es mucho más; es algo real. Es, literalmente, el amor de Dios, es decir, el amor que circula en la Trinidad entre Padre e Hijo y que en la encarnación asumió una forma humana, y que ahora se nos participa bajo la forma de “inhabitación”. “Mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él” (Jn 14, 23).

Nosotros nos hacemos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), es decir, partícipes del amor divino. Nos encontramos por gracia, explica san Juan de la Cruz, dentro de la vorágine de amor que pasa desde siempre, en la Trinidad, entre el Padre y el Hijo [9]. Mejor aún: entre la vorágine de amor que pasa ahora, en el cielo, entre el Padre y su Hijo Jesucristo, resucitado de la muerte, del que somos sus miembros.

6. ¡Nosotros hemos creído en el amor de Dios!

Esta, Venerables padres, hermanos y hermanas, que he trazado pobremente aquí es la revelación objetiva del amor de Dios en la historia. Ahora vayamos a nosotros: ¿qué haremos, qué diremos tras haber escuchado cuánto nos ama Dios? Una primera respuesta es: ¡amar a Dios! ¿No es este, el primero y más grande mandamiento de la ley? Sí, pero viene después. Otra respuesta posible: ¡amarnos entre nosotros como Dios nos ha amado! ¿No dice el evangelista Juan que si Dios nos ha amado, “también nosotros debemos amarnos los unos a los otros” (1Jn 4, 11)? También esto viene después; antes hay otra cosa que hacer. ¡Creer en el amor de Dios! Tras haber dicho que “Dios es amor”, el evangelista Juan exclama: “Nosotros hemos creído en el amor que Dios tiene por nosotros” (1 Jn 4,16).

La fe, por tanto. Pero aquí se trata de una fe especial: la fe-estupor, la fe incrédula (una paradoja, lo sé, ¡pero cierta!), la fe que no sabe comprender lo que cree, aunque lo cree. ¿Cómo es posible que Dios, sumamente feliz en su tranquila eternidad, tuviese el deseo no sólo de crearnos, sino también de venir personalmente a sufrir entre nosotros? ¿Cómo es posible esto? Esta es la fe-estupor, la fe que nos hace felices.

El gran convertido y apologeta de la fe Clive Staples Lewis (el autor, dicho sea de paso, del ciclo narrativo de Narnia, llevado recientemente a la pantalla) escribió una novela singular titulada “Cartas del diablo a su sobrino”. Son cartas que un diablo anciano escribe a un diablillo joven e inexperto que está empeñado en la tierra en seducir a un joven londinense apenas vuelto a la práctica cristiana. El objetivo es instruirlo sobre los pasos a dar para tener éxito en el intento. Se trata de un moderno, finísimo tratado de moral y de ascética, que hay que leer al revés, es decir, haciendo exactamente lo contrario de lo que se sugiere.

En un momento el autor nos hace asistir a una especie de discusión que tiene lugar entre los demonios, Estos no pueden comprender que el Enemigo (así llaman a Dios) ame verdaderamente “a los gusanos humanos y desee su libertad”. Están seguros de que no puede ser. Debe haber por fuerza un engaño, un truco. Lo estamos investigando, dicen, desde el día en que “Nuestro Padre” (Así llaman a Lucifer), precisamente por este motivo, se alejó de él; aún no lo hemos descubierto, pero un día llegaremos [10]. El amor de Dios por sus criaturas es, para ellos, el misterio de los misterios. Y yo creo que, al menos en esto, los demonios tienen razón.

Parecería una fe fácil y agradable; en cambio, es quizás lo más difícil que hay también para nosotros, criaturas humanas. ¿Creemos nosotros verdaderamente que Dios nos ama? ¡No nos lo creemos verdaderamente, o al menos, no nos lo creemos bastante! Porque si nos lo creyésemos, en seguida la vida, nosotros mismos, las cosas, los acontecimientos, el mismo dolor, todo se transfiguraría ante nuestros ojos. Hoy mismo estaríamos con él en el paraíso, porque el paraíso no es sino esto: gozar en plenitud del amor de Dios.

El mundo ha hecho cada vez más difícil creer en el amor. Quien ha sido traicionado o herido una vez, tiene miedo de amar y de ser amado, porque sabe cuánto duele sentirse engañado. Así, se va engrosando cada vez más la multitud de los que no consiguen creer en el amor de Dios; es más, en ningún amor. El desencanto y el cinismo es la marca de nuestra cultura secularizada. En el plano personal está también la experiencia de nuestra pobreza y miseria que nos hace decir: “Sí, este amor de Dios es hermoso, pero no es para mí. Yo no soy digno...”.

Los hombres necesitan saber que Dios les ama, y nadie mejor que los discípulos de Cristo es capaz de llevarles esta buena noticia. Otros, en el mundo, comparten con los cristianos el temor de Dios, la preocupación por la justicia social y el respeto del hombre, por la paz y la tolerancia; pero nadie – digo nadie – entre los filósofos ni entre las religiones, dice al hombre que Dios le ama, lo ama primero, y lo ama con amor de misericordia y de deseo: con eros y agape.

San Pablo nos sugiere un método para aplicar a nuestra existencia concreta la luz del amor de Dios. Escribe: “¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó” (Rom 8, 35-37). Los peligros y los enemigos del amor de Dios que enumera son los que, de hecho, los que él experimentó en su vida: la angustia, la persecución, la espada... (cf 2 Cor 11, 23 ss). Él los repasa en su mente y constata que ninguno de ellos es tan fuerte que se mantenga comparado con el pensamiento del amor de Dios.

Se nos invita a hacer como él: a mirar nuestra vida, tal como ésta se presenta, a sacar a la luz los miedos que se esconden allí, el dolor, las amenazas,los complejos, ese defecto físico o moral, ese recuerdo penoso que nos humilla, y a exponerlo todo a la luz del pensamiento de que Dios me ama.

Desde su vida personal, el Apóstol extiende la mirada sobre el mundo que le rodea. “Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 37-39). Observa “su” mundo, con los poderes que lo hacían amenazador: la muerte con su misterio, la vida presente con sus seducciones, las potencias astrales o las infernales que infundían tanto terror al hombre antiguo.

Nosotros podemos hacer lo mismo: mirar el mundo que nos rodea y que nos da miedo. La “altura” y la “profundidad”, son para nosotros ahora lo infinitamente grande a lo alto y lo infinitamente pequeño abajo, el universo y el átomo. Todo está dispuesto a aplastarnos; el hombre es débil y está solo, en un universo mucho más grande que él y convertido, además, en aún más amenazador a raíz de los descubrimientos científicos que ha hecho y que no consigue dominar, como nos está demostrando dramáticamente el caso de los reactores atómicos de Fukushima.

Todo puede ser cuestionado, todas las seguridades pueden llegar a faltarnos, pero nunca esta: que Dios nos ama y que es más fuerte que todo. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.



 

[1] Aristóteles, Metafísica, XII, 7, 1072b.

[2] S. Agustín, Tratados sobre la Primera Carta de Juan, 7, 4.

[3] S. Agustín, De catechizandis rudibus, I, 8, 4: PL 40, 319.

[4] Cf. S. Kierkegaard, Disursos edificantes en diverso espíritu, 3: El Evangelio del sufrimiento, IV.

[5] Benedicto XVI, Gesù di Nazaret, II Parte, Libreria Editrice Vaticana, 2011, p. 93.

[6] Séneca, De Providentia, 2, 5 s.

[7] Duns Scoto, Opus Oxoniense, I,d.17, q.3, n.31; Rep., II, d.27, q. un., n.3

[8] Evangelium veritatis (de los Códigos de Nag-Hammadi).

[9] Cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual A, estrofa 38.

[10] C.S. Lewis, The Screwtape Letters, 1942, cap. XIX; trad. it. Le lettere di Berlicche, Milán, Mondadori, 1998

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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Evangelio del domingo: Cuando el corazón se queda ciego
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, cuarto de Cuaresma (Juan 9,1-41), 3 de abril, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo.

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Decimos en el dicho popular que los ojos son las ventanas del corazón. Y el autor de El Principito (Antoine de Saint Exupery), dirá aquello célebre: que lo importante sólo se ve con el corazón. No siempre vemos bien las cosas, ni las gentes, ni la misma vida, porque no siempre amamos. Hay una especie de "miopía" del corazón. En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na­cimiento y los fariseos.

En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam­poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso. A pesar de su tara física, menos mal que su madre no lo abortó y tampoco lo "eutanasiaron" después. Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.

Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco­nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad llegó a ver. Y tendrán que en­contrar alguna razón para seguir justificándose en su posición. Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas "aparentemente" prohibidas por Dios por ser en sábado -son las apariencias del mirar humano-. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan no coincide con sus previsiones.

Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado. No les bastaba a ellos con estar en la si­nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si nuestro estar no está iluminado y no es luminoso, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu­chas cosas de Dios, pero no sabían a lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co­sas en su justa medida -la suya-, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.

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Documentación


Declaración de la comisión bilateral para el diálogo entre judíos y católicos
Tras su encuentro en Jerusalén, 29-31 de marzo
JERUSALÉN, viernes 1 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la declaración final del encuentro de la Comisión Bilateral de las delegaciones del Gran Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con los judíos, que ha sido hecha pública hoy por la Santa Sede.

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1. La Comisión Bilateral de las delegaciones del Gran Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo celebró su décima reunión para debatir los Desafíos de la Fe y del Liderazgo Religioso en la Sociedad Laica. La reunión se comenzó con un momento de silencio en memoria del Rabino Jefe Yosef Azran, que había sido miembro de la Delegación del Gran Rabinato durante muchos años. El Rabino Jefe Shear Yashuv Cohen, co-presidente de la Comisión Bilateral, dio la bienvenida a los participantes y reiteró la naturaleza histórica y la importancia de estas reuniones. Su colega, el cardenal Jorge Mejía, saludó en nombre del cardenal Kurt Koch, recientemente nombrado Presidente de la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, a los delegados. El Gran Rabino de Israel, el Rabino Yona Metzger, agradeció la reunión y expresó su firme apoyo y aliento al trabajo de la Comisión Bilateral, admitiendo su influencia en el cambio positivo acaecido en la percepción de las relaciones Judeo-Cristianas en la sociedad de Israel.

2. Las deliberaciones trataron de definir los retos a los que se enfrenta la sociedad secular moderna. Además de sus muchos beneficios, los rápidos avances tecnológicos, el consumismo desenfrenado y una ideología nihilista que se centra de forma exagerada en el individuo a expensas de la comunidad y del bienestar colectivo, nos han conducido a una crisis moral. Junto a los beneficios de la emancipación, el siglo pasado ha sido testigo de una violencia y una barbarie sin precedentes. Nuestro mundo moderno está sustancialmente desprovisto de sentido de pertenencia, significado y propósito.

3. La fe y el liderazgo religioso tiene un papel fundamental en la respuesta a estas realidades, para proveer de esperanza y de orientación moral que da la conciencia de la Presencia Divina y la Divina Imagen en todos los seres humanos, Nuestras respectivas tradiciones afirman la importancia de la oración, ambas como expresión de la conciencia de la Divina Presencia, y como forma de afirmar esta conciencia y sus imperativos morales. Además, el estudio de la Palabra Divina en las Escrituras ofrece una esencial inspiración y orientación para la vida. La descripción bíblica de Moisés (Éxodo 3, 1-15) se presentó como paradigma de líder religioso que, a través de su encuentro con Dios, responde a la llamada Divina con total fe, amando a su gente, anunciando la Palabra de Dios sin miedo, teniendo la libertad y la valentía y la autoridad que viene de la obediencia a Dios siempre e incondicionalmente, escuchando a todos, preparado para el diálogo.

4. La responsabilidad de los fieles es dar testimonio consecuentemente de la Divina Presencia en nuestro mundo (Isaías 43, 10), mientras que reconocen sus fallos en el pasado para ser verdaderos y plenos testigos de esta. Este testimonio se debe ver en la educación, centrándose en los jóvenes y en el compromiso efectivo de los medios de comunicación. Del mismo modo, en el establecimiento y funcionamiento de las instituciones de caridad que cuidan a los más débiles, a los enfermos y a los marginados, en el espíritu de ‘tikkun olam’ (curación del mundo). Además, la obligación religiosa de justicia y de paz también precisa de un compromiso entre líderes religiosos y las instituciones de derecho civil.

5. La sociedad secular moderna ha traído consigo muchos beneficios. En efecto, si se entiende secular en términos de un compromiso más amplio de la sociedad en general, es posible proveer una sociedad en la que la religión pueda prosperar. Además el enfoque, antes mencionado, en el individuo, ha traído muchas bendiciones y ha llevado a una enorme atención en el tema de los derechos civiles. Sin embargo, para que esta focalización pueda ser sostenible, necesita basarse en un mayor marco antropológico y espiritual, que tome en cuenta “el bien común”, que encuentra su expresión en la fundación religiosa de los deberes morales. La afirmación de la sociedad de tales deberes humanos, sirve para potenciar y consagrar los derechos humanos de sus constituyentes.

6. Como resultado de la discusión sobre las implicaciones prácticas para los líderes religiosos en relación a los temas de actualidad, la Comisión Bilateral expresó su esperanza de que las cuestiones pendientes en las negociaciones entre la Santa Sede y el Estado de Israel, se resuelvan pronto, y que los acuerdos bilaterales sean rápidamente ratificados para el beneficio de ambas comunidades.

La Delegación Católica aprovechó la oportunidad para reiterar la enseñanza histórica de la Declaración Nostra Aetate (nº4) del Concilio Vaticano II, con respecto al Pacto Divino con el Pueblo Judío que “son amados en atención a sus padres. Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. (cf. Epístola a los Romanos 11, 28-29), y recordó la oración por la paz que el Papa Benedicto XVI realizó al recibir a la Delegación Bilateral en Roma el 12 de marzo de 2009, citando el salmo 125 “ Como Jerusalén está rodeada de montañas: así rodea el Señor a su pueblo, desde ahora y para siempre”.



 

Jerusalén

31 de marzo, 2011, Adar II 25, 5771

Gran Rabino Shear Yashuv Cohen

(Presidente de la Delegación Judía)

Cardenal Jorge Maria Mejía

(Presidente de la Delegación Católica)

Gran Rabino Rasson Arussi

Gran Rabino David Brodman

Gran Rabino David Rosen

Sr. Oded Wiener

Cardenal Peter Kodwo Turkson

Patriarca Fouad Twal

Arzobispo Bruno Forte

Arzobispo Antonio Franco

Obispo Giacinto-Boulos Marcuzzo

Mons. Pier Francesco Fumagalli

Padre Pierbattista Pizzaballa, O.F.M.

Padre Norbert Hofmann, S.D.B.

[Traducción del inglés por Carmen Álvarez]

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