3.04.11

 

En un anterior post relacionado al ecumenismo trataba de resumir los errores más comunes en que caen muchos católicos mal informados, que terminan practicando, sin saberlo, una especie de pancristianismo sincrético condenado por la Iglesia (ver por ejemplo: Pio XI, Mortalium Animos). Hoy deseo tratar el tema para analizarlo desde otro punto de vista: el tradicionalismo lefebvrista. Para ello he traducido algunos párrafos del libro More Catholic than the pope donde sus autores, Patrick Madrid y Pete Vere tratan el tema.

Patrick Madrid es un activo y reconocido apologeta editor de la Revista Envoy Magazine, director del Envoy Institute of Belmont Abbey College. En el pasado fue varios años vicepresidente de Catholic Answers. Pete Vere es también apologeta y ex adherente del lefebvrismo.

Sin más presentación aquí el artículo:

 

El Concilio Vaticano II y el ecumenismo

“No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” Juan 17,20-23

Algunos tradicionalistas de tendencia lefebvrista asumen que el Concilio Vaticano II contradijo la Tradición de la Iglesia en su enseñanza sobre el ecumenismo. Si esta aseveración es correcta, entonces la Iglesia Católica tiene un serio problema: El Concilio Vaticano II no puede ser legítimo, dado que un concilio ecuménico legítimo puede desarrollar pero no puede contradecir previas enseñanzas dogmáticas de la Iglesia. Para abordar este asunto, por supuesto, tenemos que ver cómo los padres del Concilio Vaticano II entendieron el ecumenismo. Básicamente, la mayor parte de la enseñanza referente a esta materia se encuentra contenida en la Unitatis redintegratio, la cual es el Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio. Este documento inicia con el siguiente párrafo:

“Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Los discípulos del Señor, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo”

El ecumenismo concierne a la relación entre cristianos que caen dentro de distintas iglesias y comuniones eclesiales. Su propósito busca ayudar a restaurar la unidad de los cristianos, reconociendo que solo Cristo fundó una Iglesia. El ecumenismo es, pues, el diálogo espiritual y la actividad en la que la Iglesia Católica se dedica a otros cristianos. Entendiendo “otros cristianos” como aquellos que son válidamente bautizados pero no son católicos. Esto significa, por ejemplo, que el diálogo católico-ortodoxo o el diálogo entre católicos y anglicanos constituye ecumenismo, ya que tanto anglicanos y ortodoxos son válidamente bautizados pero no son cristianos católicos.

El ecumenismo no incluye sin embargo, el diálogo con musulmanes o con hindúes, porque ni los musulmanes ni los hindúes son cristianos. La Iglesia se describe este tipo de actividad espiritual con las religiones no-cristianas como “diálogo interreligioso”. Los padres conciliares trataron este tema en la Nostra Aetate, que es la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas del Concilio Vaticano II. Es importante tener esto en cuenta, ya que algunos tradicionalistas se quejan del “ecumenismo con los hindúes y los budistas” o alguna otra religión no cristiana, lo cual es un malentendido del significado del ecumenismo.

Aquí es donde otra distinción debe hacerse sobre los términos empleados por los padres del Concilio Vaticano II. Generalmente, cuando los documentos hablan de ”otras Iglesias” se están refiriendo a Iglesias orientales no católicas que han conservado los siete sacramentos, a saber, la Iglesia ortodoxa oriental, las Iglesias ortodoxas orientales, y las Iglesias asirias de Oriente. Posteriormente documentos eclesiales han también empleado el término Iglesias no católicas orientales o sus equivalentes de ley. Esta amplia definición incluye todas las Iglesias orientales no católicas, así como tales entidades eclesiásticas que han conservado los siete sacramentos, como la Iglesia Católica Nacional Polaca, la Iglesia Católica Patriótica China, y las antiguas iglesias católicas históricas; y, en el futuro, es posible ver a la Sociedad de San Pio X añadida a esta categoría.

Por otra parte, los protestantes y otras comunidades cristianas no han preservado la sucesión apostólica y por lo tanto la capacidad de administrar válidamente los siete sacramentos, por lo cual pertenecen a la categoría de “comunidades eclesiales”. La Iglesia Católica incluye la Comunión Anglicana (a pesar de su histórica protesta) en esta última categoría de “comunidad eclesial” .

Además, respecto a las definiciones, deberíamos notar que los padres conciliares distinguieron entre communicatio in sacris y communicatio in spiritualibus en sus enseñanzas. El 14 de mayo de 1967, la Secretaría para la Promoción de la Unidad de los Cristianos promulgó la Ad Ecclesiam Totam, en la que se definen estos dos términos de la siguiente manera: “El término communicatio in spiritualibus (participación en las cosas espirituales) cubre aquellas oraciones ofrecidas en común, uso de lugares sagrados y objetos (por ejemplo, La Biblia).. Hay communicatio in sacris (comunión en las cosas sacradas) cuando alguien toma parte en la adoración litúrgica o en los sacramentos de otra iglesia o comunidad eclesial. En términos prácticos, communicatio in sacris se aplica a la participación ecuménica de los sacramentos, mientras que communicatio spiritualibus se aplica a la participación ecuménica de todas las actividades espirituales.

En general, la Iglesia alienta la communicatio en spiritualibus entre católicos y protestantes, pero limita estrictamente la communicatio in sacris a unos pocos sacramentos, e incluso entonces sólo entre los católicos y los miembros de una Iglesia no católica oriental. Véase, a este respecto, el Canon 844 del actual Código de Derecho Canónico. Bajo ciertas circunstancias, los católicos pueden compartir el sacramento de la confesión, la Sagrada Comunión y la Unción de los enfermos con los miembros Iglesias orientales no católicas o sus equivalentes de ley. Estas circunstancias, aunque bien definidas, no son excesivamente restrictivas. Sin embargo, de acuerdo con el canon, “el peligro de error o de indiferentismo debe evitarse…”

El espíritu del diálogo ecuménico

Es cierto que en la Iglesia han ocurrido abusos en nombre del ecumenismo desde la clausura del Concilio Vaticano II. Adherentes de la FSSPX están familiarizados con muchos de estos abusos, y a menudo culpan de los mismos al propio Concilio. Ellos creen que la corriente del diálogo ecuménico debilita la doctrina de la Iglesia y conduce a la herejía del indiferentismo religioso (la idea de que las diferencias religiosas no son tan importantes). Algunos incluso argumentan que el ecumenismo mismo es una herejía. Creen que el ecumenismo debe necesariamente implicar un debilitamiento de la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica única fundada por Cristo - que sólo ella es el Arca de la Salvación en el marco de la Nueva Alianza.

Al hacer esas acusaciones, estas personas no toman en cuenta la perenne Tradición de la Iglesia. Reconciliatio et Paenitentia es la exhortación apostólica de Juan Pablo II sobre la reconciliación y la penitencia, la cual aclara la posición de la Iglesia en relación con el diálogo ecuménico. De hecho, el Santo Padre va más allá del mero diálogo ecuménico para incluir todos los diálogos en los que la Iglesia actualmente participa con el propósito de lograr una verdadera reconciliación entre las personas. Con su típica claridad de pensamiento, enseña el Santo Padre:

“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado que el mismo concepto de diálogo tiene un valor analógico— , no podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más bien una presentación de la misma realizada de modo sereno y respetando la inteligencia y conciencia ajena. El diálogo de la reconciliación jamás podrá sustituir o atenuar el anuncio de la verdad evangélica, que tiene como finalidad concreta la conversión ante el pecado y la comunión con Cristo y la Iglesia, sino que deberá servir para su transmisión y puesta en práctica a través de los medios dejados por Cristo a la Iglesia para la pastoral de la reconciliación: la catequesis y la penitencia”

Esta sólida enseñanza sitúa el diálogo ecuménico dentro de la tradición teológica y doctrinal de la Iglesia. En primer lugar, el Papa Juan Pablo II señala la preocupación de que el diálogo ecuménico sea usado para propagar el indiferentismo religioso. El reitera que el diálogo “no podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad”. El recuerda a los cristianos nunca acercarse a un diálogo ecuménico con indiferencia hacia la verdad. De esta manera el Santo Padre autoritativamente cierra la puerta a cualquier mal uso, o abuso, del diálogo ecuménico. A continuación, reitera los principios del Concilio Vaticano II que deben regir el diálogo ecuménico.

El Concilio Vaticano II afirma la función tradicional del papado

Sin embargo, ¿Cuál es la verdad presentada por la Iglesia Católica? ¿Cuáles son los principios con los que la Iglesia se acerca a los cristianos separados? Estas son preguntas importantes, porque los tradicionalistas adherentes al lefebvrismo a menudo argumentan que con el fin de facilitar el diálogo ecuménico, el Concilio Vaticano II restó importancia al clamado indisputable de la Iglesia de ser la única fundada por Cristo sobre la roca de San Pedro. Pero precisamente por esto, los Padres del Concilio anticiparon estas acusaciones en su Declaración sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, en el cual claramente enseñan:

“Para el establecimiento de esta su santa Iglesia en todas partes y hasta el fin de los tiempos, confió Jesucristo al Colegio de los Doce el oficio de enseñar, de regir y de santificar. De entre ellos destacó a Pedro, sobre el cual determinó edificar su Iglesia, después de exigirle la profesión de fe; a él prometió las llaves del reino de los cielos y previa la manifestación de su amor, le confió todas las ovejas, para que las confirmara en la fe y las apacentara en la perfecta unidad, reservándose Jesucristo el ser El mismo para siempre la piedra fundamental y el pastor de nuestras almas” .

Partiendo de un sólido fundamento escriturístico, los principios del Concilio Vaticano II fluyen desde las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles. El Concilio enseña la Iglesia del Señor, y por tanto la unidad de los cristianos, debe ser edificada sobre la roca de San Pedro. Por otra parte, el Concilio afirma que la tarea de preservar y confirmar esta unidad dentro de la Iglesia del Señor corresponde a San Pedro y a sus legítimos sucesores en el papado romano. La objeción de que el Concilio Vaticano II debilita la función primacial del Papa falla, porque este texto reitera lo que la Iglesia ha enseñado siempre de acuerdo con su Sagrada Tradición. El ministerio petrino es, y siempre lo ha sido, el fundamento de la unidad entre los cristianos.

El ecumenismo auténtico ratifica la presencia real de Cristo en la Eucaristía

San Pedro y sus sucesores son el fundamento de la unidad en la Iglesia. Sin embargo, esta base se establece por medio de Jesucristo. Nuestro Señor es la fuente de la unidad dentro de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a su presencia real en el Santísimo Sacramento. Debemos tener esto en cuenta cuando se defiendan las enseñanzas del Concilio sobre el ecumenismo, ya que muchos lefebvristas también alegan que el ecumenismo debilita la fe católica en nuestra presencia real del Señor con el fin de calmar a los no católicos. Esto no es cierto. Basta continuar leyendo el decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II para descubrir la siguiente enseñanza:

“[Cristo] instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia”

En otras palabras, el Concilio Vaticano II llama a la Iglesia a promover la unidad de los cristianos a través del diálogo ecuménico. Sin embargo, el Concilio reconoce que la unidad no puede ser ni completamente realizada sino solo hacia el Sacramento de la Santa Eucaristía. Así, el Concilio Vaticano II no sólo defiende la doctrina tradicional católica sobre el Santísimo Sacramento, sino que afirma claramente esta posición en el mismo decreto a través del cual se promueve el ecumenismo. Los Padres del Concilio, por la promoción del diálogo ecuménico, tratan de atraer a nuestros hermanos cristianos separados de nuevo a la plena comunión con la Iglesia Católica por medio de la Sagrada Eucaristía. La Eucaristía simboliza nuestra unidad en la Iglesia, primeramente con Dios, y en segundo lugar con los demás. Sin embargo, este simbolismo sólo puede realizarse plenamente a través del Santo Sacrificio de la Misa

Al traernos el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, así como la perpetuación del santo sacrificio de Cristo en la cruz, la Misa nos une a todos los discípulos de Cristo a través del tiempo y el espacio, reuniéndonos en una sola Iglesia. La intención de la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo es para ayudar a reunir con la Iglesia los discípulos cristianos que han quedado separados a través de cismas y herejías históricas.

“Esta postura ecuménica representa una desviación de la tradición católica”, afirman algunos adeptos al tradicionalismo lefebvrista. “No encontramos ningún ejemplo de la Iglesia Católica participara en una actividad ecuménica similar antes del Concilio Vaticano II” . Esta objeción podría causar problemas a algunos católicos, porque ellos no conocen otros ejemplos de la práctica ecuménica de la Iglesia católica con los que se han separado de ella. Sin embargo, tales precedentes si existen dentro de la Tradición católica. El ejemplo más llamativo es, probablemente, el Concilio Ecuménico de Florencia. Este Concilio ofrece todo un precedente claro en la Tradición católica de la participación actual de la Iglesia en el diálogo ecuménico. Después de todo, el Concilio de Florencia intentó reunir a los ortodoxos orientales y el occidente católico. Durante el cuarto período de sesiones de este Concilio, el Papa Eugenio IV decretó:

“Eugenio, obispo, siervo de los siervos de Dios, para perpetua memoria. Nos corresponde dar gracias a Dios todopoderoso… Porque he aquí, los pueblos occidentales y orientales, que han sido separados por mucho tiempo, se apresuran a entrar en un pacto de armonía y unidad, y los que fueron justamente afligidos por esta larga disensión que les mantiene separados, por fin después de muchos siglos, en el marco del impulso de Aquel de quien procede toda buena dádiva, se reúnen en persona en este lugar por el deseo de una santa unión”


Un par de cuestiones debe llamar nuestra atención. En primer lugar, el Oriente y Occidente se separaron el uno del otro, obviamente en cisma, tal como reconoció el Papa Eugenio IV en su decreto. Estas Iglesias, sin embargo se reunieron después de muchos siglos para tratar de conciliar sus diferencias. Este es un acto de ecumenismo, que el Papa Eugenio IV atribuye al Espíritu Santo. De hecho, el Papa no sólo atribuye este diálogo ecuménico a la inspiración del Espíritu Santo, sino que procede a mantener ese diálogo en el Concilio de Florencia como nuestra obligación cristiana, diciendo: «Somos conscientes de que es nuestro deber y el deber de toda la Iglesia esforzarnos al máximo para asegurar que estas iniciativas felices avanzan y tratar nuestros problemas juntos, tal que podamos merecer ser llamados cooperadores con Dios»”

Al sostener la posición católica tradicional del Concilio de Florencia - en otras palabras, una posición verdaderamente basada en la Sagrada Tradición de la Iglesia - un católico puede objetar que todo esto aplica al ecumenismo católico con la Iglesia Ortodoxa Oriental. ¿Acaso aplica al ecumenismo entre católicos y protestantes después del Concilio Vaticano II? ¿Hay un ejemplo similar de los anteriores concilios ecuménicos?

Estas son preguntas importantes, ya que algunos de estos tradicionalistas suelen hacer gran alboroto por la invitación a seis teólogos protestantes a participar en el Concilio Vaticano II en calidad de asesores. Brevemente, debemos hacer notar que había muchos más observadores ortodoxos y protestantes en el Concilio. Los famosos “seis protestantes” constantemente mencionados por los opositores del Concilio Vaticano II eran simplemente observadores en lo referente a la reforma litúrgica.

La sugerencia de que estos “seis protestantes” prácticamente hicieron juntos la reforma litúrgica de Pablo VI es una exageración. Si aceptamos el Concilio de Trento como una expresión auténtica de la Tradición católica (los católicos están obligados a hacerlo), entonces los cargos que no tienen en cuenta la Tradición católica. En los documentos de la decimotercera sesión de Trento, leemos:

“El sacrosanto general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, concede, en cuanto toca al mismo santo Concilio, a todas y a cada una de las personas eclesiásticas o seculares de toda la Alemania, de cualquiera graduación, estado, condición y calidad que sean, que deseen concurrir a este ecuménico y general Concilio, la fe pública, y plena seguridad que llaman Salvoconducto, con todas y cada una de sus cláusulas y decretos necesarios y conducentes, aunque debiesen expresarse en particular, y no en términos generales; los mismos que ha querido se tengan por expresados, para que puedan y tengan facultad de conferenciar, proponer y tratar con toda libertad de las cosas que se han de ventilar en el mismo Concilio, así como para venir libre y seguramente al mismo Concilio general, y permanecer y vivir en él, y también para representar, y proponer tanto por escrito, como de viva voz los artículos que les pareciese, y conferenciar y disputar con los Padres o con las personas que eligiere el mismo santo Concilio, sin injurias ni ultrajes; e igualmente para que puedan retirarse cuando fuere su voluntad”

Debemos hacer varias observaciones importantes. En primer lugar, el Concilio de Trento invitó y ofreció salvoconducto a los protestantes que deseaban venir y participar en este Concilio Ecuménico. En segundo lugar, los Padres del Concilio invitaron a los protestantes de todas las clases eclesiásticas y sociales para compartir su punto de vista teológico, proponer temas para el debate, y en general participar en los quehaceres diarios del concilio. En tercer lugar, los padres conciliares permitieron a los protestantes retirarse en cualquier momento. Finalmente los protestantes, los Padres del Concilio les invitaron a ser más que simples observadores.

En el Concilio de Trento, la Iglesia emitió una clara invitación al diálogo ecuménico entre católicos y protestantes. Y puesto a la mayoría de luteranismo envuelto de Alemania de aquella época. Esta invitación fue mucho más amplia que la invitación a un puñado de teólogos protestantes en el Vaticano II. De hecho, el Concilio de Trento permitía a los protestantes que asistiesen al concilio mayor nivel de participación que el que se le permitió a los teólogos protestantes observadores del Concilio Vaticano II. Irónicamente, las objeciones lefebvristas al ecumenismo católico-protestante, tanto durante como después del Concilio Vaticano II, son realmente objeciones a un precedente establecido por el Concilio de Trento.

Para concluir este capítulo sobre el Concilio Vaticano II y el ecumenismo, podemos afirmar que estas enseñanzas nos ofrecen una visión fresca en nuestra tradición católica, en que los padres conciliares formularon estas enseñanzas para hacer frente al escándalo de la desunión de los cristianos. Sin embargo, cuando se trata de la sustancia de nuestra fe católica, estas enseñanzas no representan un cambio en lo que la Iglesia siempre ha enseñado. El ecumenismo católico está sólidamente fundada en la Tradición católica, heredada de anteriores Concilios Ecuménicos. Las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo se basan en los precedentes ecuménicos de la Iglesia establecida en el Concilio de Florencia y el Concilio de Trento. Como católicos, podemos abrazar las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, ya que estas enseñanzas están sólidamente arraigadas en la Tradición católica.