9.04.11

Lenguaje y Encarnación

A las 11:49 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El “Catecismo de la Iglesia Católica”, al referirse al lenguaje de la fe, explica la necesidad de las formulaciones de la fe: las fórmulas expresan realidades y nos permiten acercarnos a estas realidades. Como decía Santo Tomás: “El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]”.

Las fórmulas en las que se expresa la fe remiten a la objetividad de la revelación. Para el Cardenal Newman, las proposiciones dogmáticas – los enunciados en los que se expresa la fe — constituyen un desarrollo llevado a cabo por la Iglesia a partir de la “impresión“ que la Verdad revelada causa en la mente:

“Los dogmas teológicos son proposiciones que expresan los juicios que forma la mente, o las impresiones que recibe, de la Verdad revelada. La revelación le presenta ciertos hechos y signos, realidades y principios sobrenaturales; esta impresión se convierte de manera espontánea o incluso necesaria, en tema de reflexión por parte de la misma mente, la cual procede a investigarla y a proyectarla en una serie de frases distintas”.

En este proceso que va de la revelación a las proposiciones de la fe - “dogmáticas”, según la terminología que emplea Newman —un primer momento es receptivo: la mente recibe de la revelación “ciertos hechos y signos, realidades y principios sobrenaturales” que causan en ella una “impresión”. El segundo momento es activo y dependiente del anterior: la mente reflexiona, investiga, forma juicios acerca de esta impresión y los expresa en proposiciones.

La revelación constituye una “Idea”, una realidad viva que se impone como un todo a la mente, con una incidencia efectiva en ella, causando una “impresión”. A partir de esta “idea-impresión”, la mente, conforme a su propia naturaleza, elabora las proposiciones dogmáticas.

En definitiva, la posibilidad de emplear formulaciones de la fe se debe a la economía de la revelación, a la condescendencia en virtud de la cual la revelación se adapta a las capacidades que el hombre tiene de recibirla y de expresarla. La inteligencia humana no puede conocer reflejamente la revelación como un todo, sino que, como sucede en el conocimiento de otras realidades, necesita “componer y dividir”. La revelación como “Idea” es única e íntegra y tiene la prioridad sobre las proposiciones dogmáticas que, por la limitación de la mente y la imperfección del lenguaje humanos, la expresan real pero fragmentaria y parcialmente.

Las proposiciones de la fe, en su remitirse a la revelación, garantizan la objetividad de la fe. No es el sujeto quien se da a sí mismo el contenido de lo que cree. La fe no se reduce a lo subjetivo – a un sentimiento o a un conjunto de opiniones elaboradas en conformidad con el propio juicio — sino que necesariamente remite a un contenido dado, que proviene de una instancia exterior y superior al propio yo.

Este contenido objetivo es real; es Dios mismo manifestado al hombre en Cristo. Son los objetos, cuya impresión original en la mente perpetúan las proposiciones doctrinales, los que otorgan significado y unidad a estas proposiciones. Las proposiciones no son meras palabras, sino que representan los objetos reales de la fe.

En la Encarnación encontramos el fundamento de la capacidad de lo humano para expresar lo divino: “Jesús de Nazaret, en sus pretensiones de ser el Hijo, no expresa una de tantas voces de Dios; es Dios como el Padre y su lenguaje es, en términos humanos, el lenguaje mismo que Dios pronuncia para la humanidad” (R. Fisichella). El lenguaje humano de Jesús es el único conforme al de Dios, en virtud de su relación filial, ya que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9).

La naturaleza humana de Cristo no es un sujeto personal, pues en Cristo no hay más que una sola persona, la del Hijo, uno de la Trinidad (DH 424). Por ello, “todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto”, dice el “Catecismo”. También su lenguaje. Verdaderamente, en Jesús quien habla es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre sin dejar de ser Dios. Como explica la Declaración “Dominus Iesus”: “La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado”.

Guillermo Juan Morado.