12.04.11

Fe, filosofía, culturas

A las 1:17 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

El ámbito de la razón es la universalidad; el de las culturas es, hasta cierto punto, el de la particularidad. En el diálogo entre revelación y culturas, se precisa “la necesaria mediación de una reflexión típicamente filosófica, crítica y dirigida a lo universal, exigida además por un intercambio fecundo entre las culturas”, como ha indicado Juan Pablo II en la encíclica “Fides et ratio”. En la diversidad de visiones de la vida y en la diversidad de culturas, el pensamiento filosófico, superando el relativismo, ha de discernir cuál es la verdad objetiva.

En su propio dinamismo que le lleva a pensar sus contenidos y sus fundamentos, la fe necesita recurrir a la filosofía para que sus conceptos y su lenguaje adquieran un valor universal y resulten, en consecuencia, inteligibles y comunicables. Partiendo de la revelación, la “fides quaerens intellectum” asume la filosofía en orden a una mejor expresión y comunicación de la revelación. Pero este recurso al pensar filosófico no es la meta, sino un camino que retorna nuevamente al saber más amplio de la fe, cumpliendo así todo el proceso un desarrollo marcado por la circularidad.

En el diálogo histórico de la fe y la razón, y de la fe y las culturas, ocupa un puesto de singular relieve la primera inculturación del cristianismo en el mundo griego sin que, con el pretexto de deshelenizar el cristianismo, sea legítimo olvidar que “las opciones fundamentales que atañen precisamente a la relación entre la fe y la búsqueda de la razón humana forman parte de la fe misma, y son un desarrollo acorde con su propia naturaleza”, como ha explicado Benedicto XVI en Ratisbona. Uno de los criterios que señala la “Fides et ratio” en orden a la inculturación de la fe indica que “cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino”.

A su vez, la filosofía, en el contacto con las tradiciones religiosas y, en especial, con el cristianismo abre sus propios horizontes a la dimensión del misterio, evitando encerrarse en un positivismo que se vuelve incapaz de dar una respuesta a los problemas más profundos del ser humano. Como ha recordado Benedicto XVI en el discurso pronunciado en la Universidad de Ratisbona “una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”.

La inculturación, la difusión integral del Evangelio y su traducción en el pensamiento y la vida, constituye un factor determinante para la evangelización. Pero la revelación conduce a las culturas a su verdad plena. Por ello, el proceso de inculturación incluye la idea de crecimiento de los valores propios de cada cultura, en cuanto son conciliables con el Evangelio. No se puede separar, por consiguiente, la inculturación de la evangelización de las culturas: El Evangelio se encarna en un medio cultural para “transformar desde dentro” la cultura en la que se inserta y, de este modo, introducirla en la vida de la Iglesia. Se hace preciso, también en relación con la cultura dominante actual, llevar a cabo una cierta “exculturación” de algunos de los elementos de la cultura que puedan estar en contra, y no al servicio, del hombre.

Tanto con respecto a las culturas como en relación a las diferentes formas de filosofía, el criterio de discernimiento de lo que es o no compatible con la fe ha de estar basado en la revelación. Ni la filosofía ni la cultura es juez de la revelación sino que, por el contrario, es la revelación la que juzga la cultura y la reflexión filosófica: “una cultura nunca puede ser criterio de juicio y menos aún criterio último de verdad en relación con la revelación de Dios” (“Fides et ratio”, 71) y la palabra de Dios presenta, en relación con las corrientes filosóficas, unas exigencias irrenunciables (“Fides et ratio”, 80-91).

Guillermo Juan Morado.