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Servicio diario - 20 de abril de 2011

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Beatificación de Juan Pablo II

El poeta Wojtyla en el recuerdo del cardenal Poupard

Santa Sede

El Papa reflexiona sobre el sufrimiento de Cristo en Getsemaní

Joseph Daul: en la crisis europea actual, volver a los valores cristianos

Experto en bioética y ética de empresa, arzobispo de Concepción, Chile

Querétaro: Un biblista sustituye a un biblista como obispo

La Santa Sede condena el genocidio de los gitanos en la II Guerra Mundial

Mundo

Obispos sudanés: la violencia no detendrá la independencia del país

Dos respuestas a la llamada del amor: matrimonio y celibato consagrado

Pakistán: atacada una iglesia durante el Domingo de Ramos

Análisis

No se detiene la violencia extremista en Pakistán

Audiencia del miércoles

Benedicto XVI: el Triduo Pascual, culmen del Año Litúrgico

Documentación

Mensaje del cardenal Piacenza a los sacerdotes para el Jueves Santo

Meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo


Beatificación de Juan Pablo II


El poeta Wojtyla en el recuerdo del cardenal Poupard
El papa polaco: “Una cultura se mide por la imagen que da el hombre de ella”
FLORENCIA, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Original meditación sobre el destino del hombre, el “Tríptico Romano” es uno de los textos poéticos más importantes de Karol Wojtyla, que salió en 2003 y ha sido presentado al público, fieles y amantes de la literatura, en el Cenáculo franciscano de la Basílica de la Santa Cruz en Florencia el pasado 29 de marzo, en el ámbito de una conferencia organizada por el Estudio teológico para los laicos y por la Opera di Santa Croce junto a la Sociedad dantesca y la Fundación Il Fiore.

Una ocasión para recorrer la vida y obra del poeta Karol, también en vista de su beatificación el próximo 1 de mayo, entender el origen de su inspiración y la fuente de su lírica a través de un análisis crítico del “Tríptico”, a cargo de Maria Grazia Beverini Del Santo, presidenta de la Fundación Il Fiore. Hablará de la pasión cultural del pontífice polaco, el cardenal Paul Poupard, presidente emérito del Consejo Pontificio para Cultura, que fue estrecho colaborador de Wojtyla durante años.

El pontificado de Wojtyla estuvo “caracterizado desde el primer momento por una convicción profunda, largamente madurada, de que la cultura no era otra cosa más que un modo específico de ser hombre”, explica el cardenal. “Es el camino esencial para su progresiva humanización. Y la promoción de la cultura, y del diálogo entre esta y la Iglesia, se convierte en un tema importante en su magisterio”

Lo afirmó el mismo Wojtyla en la carta de fundación del Consejo Pontificio para la Cultura, en la que escribió: “Existe efectivamente una dimensión fundamental, capaz de consolidar o de remover desde sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad, y de liberar la existencia humana, individual y colectiva, de las amenazas que gravitan sobre ella. Esta dimensión fundamental es el hombre, en su integridad. Ahora bien, el hombre vive una vida plenamente humana gracias a la cultura”.

El joven cardenal polaco hizo de la persona el centro de su reflexión intelectual y en la primera encíclica, “Redemptoris Mater”, afirmó: “El hombre es el camino de la Iglesia”. “De esta atención al hombre y a su existencia concreta -explica el purpurado- surge la convicción de que el centro de la cultura es el hombre”, de manera que “se puede medir la altura moral de una cultura, y de sus acciones, de la imagen que el hombre da de ella”.

Juan Pablo II coloca al hombre y la cultura en el centro de sus reflexiones y de sus intervenciones. Propone la centralidad de este tema ya en la primera reunión del Colegio de Cardenales que, por sorpresa, reunió en Vaticano el 9 de noviembre de 1979. “Una bella novedad -recuerda Poupard- que él explicó desenvuelto y sonriente: 'Mejor reunirnos ahora todos juntos sin esperar la muerte del Papa'”. Y así dijo: “Señores cardenales, no se les habrá escapado el interés que personalmente y con la ayuda de mis colaboradores pretendo dedicar a los problemas de la cultura, de la ciencia y del arte, campos vitales sobre el que se juega el destino de la Iglesia y del mundo en esta visión final de nuestro siglo”.

Dirigiéndose después a los intelectuales europeos, que se reunieron en Roma el 15 de diciembre de 1983, Wojtyla afirma sus profundas convicciones sobre la cultura: “Ustedes saben, ilustres Señores, como el problema de la cultura en sí mismo, aún más la relación entre la cultura y la fe, ha sido uno de los que, como estudioso, como cristiano, como sacerdote, como obispo y hoy como Papa, he meditado largamente a la luz de mis distintas experiencias (...)Si Cristo, mediante la Redención, realizó la obra de salvación de cada hombre y de todo hombre, también ha redimido la cultura humana”.


Para el Pontífice “venido de lejos” el respeto profundo de la Iglesia por toda cultura es la consecuencia necesaria del profundo respeto que el mismo Cristo tiene por cada persona concreta, por las condiciones de su existencia, por su estilo y modo de vida. “Obviamente más allá de la dimensión antropológica -aclara el cardenal- la preocupación del Papa es que la cultura tiene una naturaleza esencialmente salvífica. Para Wojtyla está viva la conciencia de que el Evangelio es un creador de cultura. 'Una fe que no se convierte en cultura es una fe que no ha sido plenamente acogida, ni totalmente pensada, ni vivida fielmente'. Tres afirmaciones difíciles que resumen el pensamiento de Juan Pablo II”.

Y la cultura, explica el cardenal Poupard pocas semanas antes del bautismo del “Atrio de los Gentiles”, “se convierte en un terreno adecuado de encuentro entre los creyentes y los que no los son”. Hoy, en particular, si bien “se trata más de reconocer las actitudes de indiferencia de las del ateísmo militante”.

En 1993, cuando con el Motu proprio "Inde a Pontificatus" se unieron en un solo dicasterio el Consejo Pontificio de la Cultura con el del diálogo con los no creyentes, Juan Pablo II escribió: “He tratado de promover el encuentro con los no creyentes sobre el privilegiado terreno de la cultura, dimensión fundamental del espíritu que pone a los hombres relacionándose entre ellos y los une en los que más propio tienen, la común humanidad”.

Y humanidad es lo que el pontífice ha vertido en sus obras poéticas, como en el “Tríptico Romano”, escrito durante una estancia estiva en Castelgandolfo, en la que se mostró la triple dimensión de Wojtyla en cuanto a poeta, filósofo y teólogo. La primera estancia, titulada “Torrente”, se centra en el encanto de la naturaleza.

La segunda, “Meditación sobre el Génesis, Desde el umbral de la Capilla Sixtina”, nace de la admiración por las imágenes sobre la creación de Miguelangel. La tercera, finalmente “Colinas en el país de Moria”, describe el camino de Abraham, el símbolo de la fe en Dios.

“La palabra vive antes de ser pronunciada”, Maria Grazia Beverini Del Santo recuerda una expresión del mismo Wojtyla – tomado del volumen autobiográfico "Don y misterio" (Libreria Editrice Vaticana) -,  para explicar la importancia de la poesía en su vida. En otros términos, esta es la tesis, dentro de cada uno hay un mundo que debe ser descifrado: “La palabra da a la experiencia espiritual la posibilidad de ser comunicada”.

“Era un poeta – continúa Beverini Del Santo – aunque si la figura gigantesca del hombre no podía poner en primera fila la grandeza del poeta, que también lo fue”. Consciente de amar la poesía ya en los tiempos del Gimnasio y, sobre todo, consciente de tener “la capacidad de escribirla” , el joven Karol madura en aquellos años dos vocaciones juntas “una empieza, la otra la sigue, se retrasa, después alcanza a la primera”. Son la vocación literaria y la sacerdotal.

Nacido en el año 1920, año del famoso milagro en el Vístula, cuando los polacos consiguieron librarse del Ejército Rojo, Wojtyla “creció en los años del nazismo, al que seguirá el comunismo y precisamente en el abismo del mal se dedicará a lecturas de naturaleza épica. Reconoció en la literatura y en la poesía – explica la presidenta de la Fundación Il Fiore – la capacidad de reaccionar al dominio nazi, que estaba realizando una labor de embrutecimiento con el objetivo de privar al pueblo de su identidad. Esta es la razón por la que amaba la literatura, por la que Karol se refugió en ella con tanta pasión”.

“Es verdad que muchos pontífices antes que él, fueron grandes humanistas en la historia -comenta Baverini Del Santo -. Muchos han escrito, proyectado, protegido a artistas pero él es distinto. Inició su camino de búsqueda del hombre, lo inició como poeta y dramaturgo, después como filósofo y teólogo. Para él la cultura no fue accesoria o secundaria sino inherente al hombre. Como un complejo intelectual consiguió reunir la tradición y la modernidad y meditar sobre los que los poetas consideran en sí mismos como componentes necesarios e indispensables, es decir la capacidad de asombro que a lo largo de nuestra vida se empaña y que consideramos como algo natural en los niños, que son capaces de llegar intuitiva e inmediatamente al corazón de las cosas”.

En el mismo “Torrente”, primera estancia del “Tríptico Romano”, el Papa se detiene en el encanto de la naturaleza y fundamentalmente en el estupor que siente el hombre ante la belleza del torrente que discurre. Después, nace la necesidad de descubrir el origen de tanto estupor. La maravilla del resto – concluye Baverini Del Santo – es el impulso primordial del conocimiento hacia el descubrimiento. “Nuestra mente se dirige intencionadamente hacia el objeto que se encuentra fuera de ella – son palabras de Wojtyla – y así, adquiere numerosos conocimientos objetivos, pero al mismo tiempo el hombre como descubridor de tantos misterios de la naturaleza permanece como 'un ser desconocido'”.

Por Mariaelena Finessi. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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Santa Sede


El Papa reflexiona sobre el sufrimiento de Cristo en Getsemaní
El cristiano debe evitar la “somnolencia” ante Dios y ante el dolor del mundo
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT,org).- El Papa Benedicto XVI dedicó su catequesis de hoy, durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, a reflexionar sobre el significado profundo de la agonía de Cristo en Getsemaní.

De hecho, el sufrimiento de Cristo en el Huerto de los Olivos ocupó casi toda la catequesis sobre la pasión y muerte, enfocando todo el Triduo Santo desde un aspecto distinto a años anteriores, en los cuales explicaba cada una de las celebraciones.

El Papa subrayó la importancia, después de los Oficios del Jueves Santo y el Lavatorio de los Pies, de participar en la Adoración Eucarística, que precisamente hace memoria de este momento especialmente duro de la vida de Jesús.

Retirado a rezar, mientras esperaba la llegada del traidor Judas, Jesús, “consciente de su inminente muerte en la cruz”, siente “una gran angustia y la cercanía de la muerte”.

Este momento, afirmó el Papa, supone “un elemento de gran importancia para toda la Iglesia”.

“Jesús dice a los suyos: quedaos aquí y vigilad; y este llamamiento a la vigilancia se refiere de modo preciso a este momento de angustia, de amenaza, en el que llegará el traidor, pero concierne a toda la historia de la Iglesia”, explicó.

Esta exhortación de Cristo es “un mensaje permanente para todos los tiempos, porque la somnolencia de los discípulos no era solo el problema de aquel momento, sino que es el problema de toda la historia”.

Esta somnolencia, afirmó, “es una cierta insensibilidad del alma hacia el poder del mal, una insensibilidad hacia todo el mal del mundo. Nosotros no queremos dejarnos turbar demasiado por estas cosas, queremos olvidarlas: pensamos que quizás no será tan grave, y olvidamos”.

Y no es sólo, añadió, “la insensibilidad hacia el mal, mientras deberíamos velar para hacer el bien, para luchar por la fuerza del bien. Es insensibilidad hacia Dios: esta es nuestra verdadera somnolencia; esta insensibilidad hacia la presencia de Dios que nos hace insensibles también hacia el mal”.

Por ello, el Pontífice invitó a todos a no quedarse “en el camino de la comodidad”, sino que este momento de adoración nocturna del Jueves Santo sea “momento de hacernos reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos, de los defensores de Jesús, de los apóstoles, de nosotros, que no vemos, no queremos ver toda la fuerza del mal, y que no queremos entrar en su pasión por el bien, por la presencia de Dios en el mundo, por el amor al prójimo y a Dios”.

La voluntad de Dios

Después, el Papa quiso detenerse sobre la oración de Jesús en Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya".

Esta voluntad de Cristo, explicó el Papa, es que “no debería morir”, “que se le ahorre este cáliz del sufrimiento: es la voluntad humana, de la naturaleza humana, y Cristo siente, con toda la consciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento”.

Es más, apuntó, “Él más que nosotros”, siente “el abismo del mal. Siente, con la muerte, también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que tiene que beber, que debe hacerse beber a sí mismo, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado”.

“Podemos comprender que Jesús, con su alma humana, estuviese aterrorizado ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo”.

En el Huerto, Jesús transforma “esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un “sí” a la voluntad de Dios”.

“El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el drama de la humanidad”.

Pero la verdad, subrayó, es que “esta autonomía es errónea y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien”.

Jesús, afirmó el Papa, invita a todos a “entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro "no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor”.

Sumo Sacerdote

Por último, el Papa explicó cómo en Getsemaní, Jesús se convierte en el verdadero Sumo Sacerdote, prefigurado en el sacerdocio levítico.

La Carta a los Hebreos, afirmó, “nos dio una profunda interpretación de esta oración del Señor, de este drama del Getsemaní. Dice: estas lágrimas de Jesús, esta oración, estos gritos de Jesús, esta angustia, todo esto no es sencillamente una concesión a la debilidad de la carne, como podría decirse”.

“Precisamente así realiza la tarea del Sumo Sacerdote, porque el Sumo Sacerdote debe llevar al ser humano, con todos sus problemas y sufrimientos, a la altura de Dios”.

“En este drama del Getsemaní, donde parece que la fuerza de Dios ya no está presente, Jesús realiza la función del Sumo Sacerdote. Y dice además que en este acto de obediencia, es decir, de conformación de la voluntad natural humana a la voluntad de Dios, se perfecciona como sacerdote”.

El Papa llamó la atención sobre el “gran contraste entre Jesús, con su angustia, con su sufrimiento, en comparación con el gran filósofo Sócrates, que permanece pacífico, imperturbable ante la muerte”.

Esta muerte “parece esto lo ideal. Podemos admirar a este filósofo”, reconoció el Papa. Pero la misión de Jesús “no era esta total indiferencia y libertad; su misión era llevar en sí mismo todo el sufrimiento, todo el drama humano”.

Esta “humillación del Getsemaní es esencial para la misión” de Jesús, afirmó el Papa. “Él lleva consigo nuestro sufrimiento, nuestra pobreza, y la transforma según la voluntad de Dios. Y así abre las puertas del cielo, abre el cielo: esta cortina del Santísimo, que hasta ahora el hombre cerraba contra Dios, se abre por este sufrimiento y obediencia suyas”.

Por ello, el Papa invitó a los presentes a intentar “comprender el estado de ánimo con el que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, para captar lo que orientaba su actuación”.

“El criterio que guió cada elección de Jesús durante toda su vida fue la firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre, y de serle fiel; esta decisión de corresponder a su amor le impulsó a abrazar, en toda circunstancia, el proyecto del Padre”.

“Dispongámonos a acoger también nosotros en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en la voluntad de Dios, aunque parece dura, en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida”, concluyó


 

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Joseph Daul: en la crisis europea actual, volver a los valores cristianos
El presidente del grupo del PPE en el Europarlamento, en la audiencia del Papa
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Entre los participantes en la Audiencia general de este miércoles estaba también Joseph Daul, presidente del grupo del Partido Popular Europeo en el Europarlamento.

El político francés tuvo una charla con Benedicto XVI, y en una entrevista concedida a continuación en “Radio Vaticana”, destacó el placer de ver a tantas personas entusiastas en el encuentro semanal con el Pontífice.

“Había tanta, tanta gente: se ve bien que la Iglesia está muy viva y esto da siempre mucha alegría”, comentó. “He podido constatar como el Santo Padre sigue todo lo que está sucediendo en Europa y me ha preguntado sobre los cristianos en el mundo y sobre su situación, que se está volviendo muy difícil”.

Daul se ha centrado en particular sobre los valores cristianos, que según su opinión son todavía más importantes en el momento de crisis que Europa está viviendo actualmente.

“Creo que a nivel político, los valores cristianos están todavía muy vivos y nosotros tratamos de hacer lo posible para cultivarlos, para salvaguardarlos, porque cada día se trata de atacar concretamente estos valores”, afirmó.

“A todos los que me dicen que Europa es débil, respondo siempre que nos comparan con los Estados Unidos -añadió-. Pero Europa fue creada hace sólo 60 años y sus valores, lo digo a los cristianos de Europa, está bien arraigados”.

“Europa avanza, a veces con pequeños pasos y a veces más rápidamente. Europa está en camino y nuestros valores europeos están creciendo, incluso lo que respecta a la economía y a los asuntos sociales, porque es necesario tener en cuenta que estamos muy comprometidos con el tema social”, añadió.

Según Daul, a nivel religioso y de práctica cristiana se está viviendo un momento decisivo.

“Digo a menudo que la Iglesia Católica está viviendo un punto de inflexión -explicó-. Cuando veo el entusiasmo de estas personas, como hoy en la Plaza San Pedro, creo estar en lo cierto”.

“Necesitamos nuevamente nuestros valores, en los que apoyarnos en este momento difícil, porque es siempre en los momentos más difíciles cuando se vuelve a lo esencial de los propios valores y obviamente al cristianismo, a la familia y a sus valores”, indicó.

“Es necesario, sobre todo hoy, en la crisis que estamos viviendo. Creo y constato que hay un retorno a estos valores verdaderos”.

Daul dedicó finalmente un pensamiento a “todos los cristianos que viven en Oriente Medio e Iraq”: “Debemos apoyarlos mucho y tratamos de hacerlo”, hemos hecho venir a exponentes de la Iglesia a estas tierras, Estrasburgo, hace casi un mes”.

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Experto en bioética y ética de empresa, arzobispo de Concepción, Chile
Monseñor Fernando Chomali
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha nombrado a monseñor Fernando Chomali Garib, hasta ahora obispo auxiliar de Santiago, como nuevo arzobispo de la Santísima Concepción, en Chile, según ha informado este miércoles la Oficina de Información de la Santa Sede.

El prelado, que sucede a monseñor Ricardo Ezzati SDB, actual arzobispo de Santiago, en su carta a la diócesis de Concepción pide oraciones "para que el Señor me haga ser un pastor siempre diligente, misericordioso, justo, lleno de celo por anunciar al Señor Crucificado, fiel a la Iglesia y a su enseñanza, y sobre todo especialmente preocupado de quienes más sufren".


Monseñor Fernando Chomali Garib nació el 10 de Marzo de 1957 en Santiago de Chile. Tras titularse como Ingeniero Civil en 1981 en la Pontificia Universidad Católica de Chile, ingresó al Seminario Pontificio Mayor de Santiago en 1984 y fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Santiago, cardenal Carlos Oviedo Cavada, el 6 de abril de 1991.

Según explica la biografía publicada por la Conferencia Episcopal de Chile, obtuvo su Licenciatura en Teología Moral de la Academia Alfonsiana, de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma en 1993, y posteriormente, en 1994, el grado de doctor en Sagrada Teología, de la Pontificia Universidad Gregoriana, de Roma. En 1998 le fue otorgado el grado de Master en Bioética por el Instituto Juan Pablo II, de la Pontificia Universidad Lateranense.

Es profesor de Teología Moral en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago y de la Facultades de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile desde 1995. Y desde 1997 es profesor de Antropología Teológica y de Bioética y Magisterio de la Iglesia en la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En la arquidiócesis de Santiago fue Delegado Episcopal para la Pastoral Universitaria, párroco de la parroquia María Madre de la Misericordia, Decano del decanato Manquehue de la Vicaría de la Zona Cordillera, Moderador de la Curia Metropolitana y Presidente delegado del Consejo de Asuntos Económicos.

Desde el año 2001 es Miembro de la Pontificia Academia para la Vida (Dicasterio de la Santa Sede) y desde el año 2010 miembro del Comité Directivo de dicha Academia vaticana.

Actualmente es miembro de varias comisiones de la Conferencia Episcopal de Chile: preside la Comisión Doctrinal, la Comisión Nacional de Bioética, la Comisión Nacional de Autofinanciamiento de la Iglesia, y la Comisión Nacional para la Reconstrucción de Iglesias.

Es autor de libros y numerosos artículos, sobre todo referentes a bioética y ética de la empresa.

El 6 de abril de 2006 el Papa Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar de Santiago. Recibió la ordenación episcopal de manos del entonces Nuncio Apostólico de Su Santidad en Chile, monseñor Aldo Cavalli.

 

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Querétaro: Un biblista sustituye a un biblista como obispo
Monseñor Faustino Armendáriz nuevo pastor de la diócesis mexicana
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha nombrado como nuevo obispo de Querétaro (México), a monseñor Faustino Armendáriz Jiménez, hasta ahora obispo de Matamoros, según ha informado este miércoles la Oficina de Información de la Santa Sede.

Monseñor Armendáriz, reconocido biblista, sustituye a otro gran biblista, monseñor Mario de Gasperín Gasperín, quien ha presentado su renuncia al papa por razones de edad (cumplió los 76 años en enero pasado).

Monseñor Armendáriz nació en Magdalena de Kino, Sonora, el 23 de Julio de 1955. Fue ordenado sacerdote en 1982. Es licenciado en Sagradas Escrituras, por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma (Italia) y tiene un diplomado en Ciencias Bíblico Orientales, en el Studium Biblicum Franciscanum, en Jerusalén.

Fue maestro y formador en el Seminario Mayor de Hermosillo durante 20 años, así como prefecto de Estudios y Disciplina, impartiendo Sagradas Escrituras por 20 años.

Ha sido coordinador Regional del Movimiento de Cursillos, coordinador del Consejo Diocesano de Laicos, fundador, director y maestro del Instituto Bíblico Católico de Hermosillo (1988-2004), y coordinador Arquidiocesano de Pastoral Bíblica.

Ha sido miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Bíblica en México.

Juan Pablo II le nombró obispo de la Diócesis de Matamoros el 4 de enero de 2005. Entre otras misiones, ha sido participante en el Sínodo sobre "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia" (Octubre 2008). Es miembro del Consejo de Presidencia de la Conferencia Episcopal Mexicana (2009-2012).

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La Santa Sede condena el genocidio de los gitanos en la II Guerra Mundial
Intervención de monseñor Vegliò en un congreso en Roma
ROMA, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- El genocidio perpetrado por los nazis, pero también una larga historia de discriminación vuelve necesario profundizar el proceso de integración de los gitanos en la sociedad, para que puedan superar el temor de ser absorbidos y privados de su identidad, volviendo necesario un cambio de mentalidad de la sociedad que les acoge.

Fueron estos los temas centrales abordados por monseñor Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral para los Migrantes e Itinterantes, durante la apertura de la primera edición del Salone Editoria dell'Impegno, que se realizó del 9 al 17 de abril en la ciudad de Grottaferrata, nacida entorno a la abadía de San Nilo, a unos 15 kilómetros de Roma, 

“Tengo el gusto de participar a esta manifestación de apertura del Salone Editoria dell'Impegno – indicó su excelencia – que tiene por tema Pueblos Nómadas: un mundo que es necesario abrir. Del Porrajmos a la integración”. El genocidio gitano en su idioma, el romaní, se denomina porrajmos, literalmente: destrucción.

Monseñor Veglió recordó la intolerancia y hostigamiento que sufrieron los gitanos con la persecución racial operada por el nazismo y no solamente; la deportación en campos de concentración y la eliminación física de miles de personas, lo que entretanto levantó solamente protestas aisladas y despertó poco interés de los historiadores.

Y recordó que Juan Pablo II condenó el extermino de los gitanos en el mensaje por los 50 años del final de la Segunda Guerra Mundial. “Y en esta línea – prosiguió – se coloca el pedido de perdón a Dios por los pecados cometidos contra los gitanos por los hijos de la Iglesia, querida por Juan Pablo II el 12 de marzo del 2000” en el Jubileo.

Cuidado pastoral

Monseñor Veglió recordó che el Pontificio Consejo de la Pastoral para Migrantes e Itinerantes, es uno de los organismos más jóvenes de la Curia Romana, que sigue a las personas que por motivos diversos están lejos de su patria o de un territorio parroquial, entre ellos las comunidades nómadas.

El estudio de la realidad de los gitanos “ha llevado al Pontificio Consejo a publicar los ‘Orientamientos para una Pastoral de los Gitanos”, en diciembre de 2005. Un primer documento de la Iglesia a nivel universal, dedicado a dicho pueblo”.

Entre los valores positivos de los pueblos gitanos, monseñor Veglió recordó la “hospitalidad fraterna, el sentido profundo de solidaridad, el fuerte apego a la fe de los predecesores”.

Además de apreciar dichos valores es necesario “sostener el proceso de integración de los Gitanos dentro de la cultura de la sociedad que les circunda, con el consecuente cambio de mentalidad sea en ámbito eclesiástico que civil y con la creación de estructuras que garanticen continuidad al proceso de participación de los gitanos en la sociedad”.

Se vuelve necesario además, indicó, distinguir el concepto de primera acogida al del proceso de integración, el que requiere tiempos más largos.

Las Orientaciones indican como “la larga historia de tensiones y persecuciones ha dejado huella en la identidad gitana. El temor de ser absorbidos y privados de su identidad refuerza la resistencia a la asimilación y también a la integración”.

Integración

Por ello uno de los deberes es hacer que “los gitanos particularmente vulnerables se consideren y sean aceptados como miembros a pleno título de la familia humana”. Para ello es necesario respetar su identidad, desarrollar la defensa de sus derechos y la observancia de los relativos deberes.

Esto porque “una sana organización política exige que cuanto más los individuos son indefensos en una sociedad, más necesitan del interés y atención de todos y en particular de la autoridad pública”. Por ello los Estados tienen que promover tipos de apertura que permitan la inserción positiva de los gitanos. 

Monseñor Veglió recordó que “la experiencia enseña que para favorecer el proceso de integración de los gitanos en la Iglesia es necesario apoyarse en las personas llamadas integrantes, es decir, capaces de diálogo y mediación”.

Incluso de operadores pastorales que actúen como mediadores y funden comunidades puentes porque “compartir vida cotidiana muchas veces tiene más valor que muchos discursos” incluso para que las comunidades cristianas se liberen de prejuicios y acepten encontrarlos.

Y claramente “que la minoría gitana se empeñe en cumplir sus deberes y obligaciones con la activa y responsable participación de cada uno de sus miembros”.

El prelado subrayó que “en el universo de los jóvenes se encuentra en acto un cambio que se manifiesta en una mayor toma de consciencia de la propia dignidad y el la consciencia del valor de la formación profesional, del estudio y escolarización”. Incluso la voluntad de participación política y el deseo de promoción humana y social de los miembros de la propia etnia.

Resaltó además el rol del Consejo de Europa de los organismos internacionales y de los Estados en lograr un cambio positivo, si bien consideró que necesario optimizar los instrumentos a disposición.

Recordó también el llamamiento promovido en el 2004, a los medios de comunicación para que no den una imagen distorsionada de la comunidad gitana.

Uno de los factores necesarios para la pastoral de los gitanos es la educación, la calificación profesional y la adquisición de competencias para una calidad de vida digna. Entre las lagunas el elevado porcentaje de analfabetismo y la alta ausencia escolar debido a una serie de factores económicos y sociales.

Precisó que en Europa los jóvenes gitanos son unos 6 millones y que diversas congregaciones religiosas y movimientos eclesiásticos se encuentran empeñados en primera línea, entre ellas 14 comunidades salesianas. 

“Deseo – concluyó – que para las acciones en favor de los gitanos nos dejemos guiar por dos reglas de oro elaboradas por los gitanos jóvenes en el Congreso Mundial de Frisinga: saber escuchar, es decir, conocerse mejor y actuar a favor de ellos pero sobre todo con ellos”.



 

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Mundo


Obispos sudanés: la violencia no detendrá la independencia del país
Subraya la importancia de la educación para formar una sociedad sana
JARTUM, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- El obispo auxiliar de Jartum afirma que la violencia, que ha costado la vida a centenares de personas, no obstaculizará los planes para la independencia del Sudán del Sur.

Los informes hablan de centenares de víctimas en las últimas semanas a causa de los conflictos entre los rebeldes y el ejército del Sudán del Sur, mientras esta región se prepara para convertirse en el 54º Estado africano independiente en julio.

El obispo auxiliar Daniel Adwok Kur explicó a la asociación caritativa internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) que ha hanido “una gran cantidad de hechos violentos” a raíz del referendum de enero, en el que el 98% de los electores de Sudán del Sur eligió la independencia del Norte.

El prelado observó que los enfrentamientos han sido “intensos” pero que esto no detendrá el camino hacia la independencia, y exhortó al Gobierno a afrontar “en la raíz” las causas del conflicto.

“Sería oportuno sentarse y discutir”, observó. “Debemos preguntar a la gente cuáles son los motivos de las tensiones”.

“Si no afrontamos esto, en el plazo de unos meses o años se provocará una tensión en aumento”.

Refugiados

Monseñor Adwok subrayó la necesidad de ayudar a los miles de refugiados que están viajando del norte al sur. Según AIN, se espera que 750.000 personas lleguen a Sudan del Sur antes de agosto.

La Conferencia Episcopal Sudanesa ha organizado una asamblea plenaria en Juba tras la cual los obispos se encontrarán con representantes del Gobierno para discutir el objetivo de la construcción de la paz en la región.

Monseñor Adwok subrayó también la prioridad de trabajar con la gente a través de la educación, alabando la obra de asistencia que lleva a cabo AIN.

“La Iglesia ha reconocido siempre que la formación humana y la educación están en la base de una sociedad sana, y el desarrollo de escuelas con una clara identidad cristiana es muy importante tanto para el Sur como para el Norte”, comentó.

A pesar de que muchas familias están abandonando Jartum, capital del norte, algunas se quedan en sus casas, esperando que el Gobierno no lleve adelante las políticas anticristianas con los extremistas islámicos, añadió.

Los programas de educación, concluyó, han ayudado notablemente a estas familias.

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Dos respuestas a la llamada del amor: matrimonio y celibato consagrado
Monseñor Jean Laffitte habla a los jóvenes católicos australianos
MELBOURNE, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Dos posibles formas de responder a la llamada del amor, así lo considera el Secretario del Consejo Pontificio para la Familia, monseñor Jean Laffitte: matrimonio y celibato consagrado.

Monseñor Laffitte, realizó el discurso de clausura del Encuentro Nacional de Familias Católicas en Melbourne, Australia, después de encontrarse con un gran grupo de jóvenes el sábado.

Durante todo el fin de semana, 15 al 17 de abril, más de 800 personas participaron en una amplia variedad de conferencias y talleres de más de 40 temas relacionados con el matrimonio y la vida familiar.

En el discurso de clausura, monseñor Laffitte animó a los allí reunidos a llevar el amor de Cristo en todas sus dimensiones como el único fundamento seguro y esperanzador de la familia: “el amor humano en su forma madura, el matrimonio, es una buena noticia, corresponde a la profunda aspiración del corazón de la mujer y del hombre. Como un regalo irrevocable que los esposos se hacen el uno al otro, el matrimonio sella un pacto que es, en la forma cristiana, un pacto hecho con el mismo Cristo”, dijo monseñor Laffitte.

A la gente joven, monseñor Laffitte ilustró dos formas posibles de responder a la llamada del amor: el matrimonio y el celibato consagrado. La intervención terminó con una sesión de preguntas y respuestas.

En su discurso del domingo, el secretario del Consejo Pontificio para la Familia, mostró como las familias ofrecen su contribución esencial al bien común de la sociedad. Dijo que el perdón es una expresión de amor.

“Por esta razón, sólo cuando una pareja unida dispone sus corazones a amar”, dijo, “este amor se abre al perdón; en la Pasión del Domingo, vemos claramente el amor de Dios que se manifiesta a sí mismo en la Persona de Cristo el cual se ofrece para traernos el Perdón de Dios”.

El Encuentro atrajo a cientos de familias con sus hijos, así como a personas solteras, parejas comprometidas, abuelos. El luminoso ambiente festivo del fin de semana culminó con una Misa de clausura que fue una celebración rica, presidida por el arzobispo de Melbourne, Denis Hart, que acogió la conferencia con el apoyo de la Conferencia Episcopal Australiana y concelebrada por monseñor Laffitte.

Al final de la Misa de clausura, monseñor Hart, encabezó a los delegados en la grabación de un breve mensaje de vídeo de agradecimiento para mandarlo a Su Santidad, agradeciéndole sus oraciones y apoyo. El Papa Benedicto XVI, previamente, había mandado un mensaje de vídeo, ofreciendo su bendición a los delegados y asegurándoles sus oraciones.

Matthew McDonald de la Oficina de la archidiócesis de la Vida Matrimonial y Familia, que fue el responsable de coordinar el evento, dijo: “El encuentro es un estímulo enorme para todos nosotros. El mensaje del Santo Padre, la presencia de ocho obispos además de muchos sacerdotes y religiosos, expresan elocuentemente la solidaridad de toda la Iglesia en nuestra misión de promover el indispensable e irreemplazable papel del matrimonio y de la vida familiar”.

“Como cristianos, hay momentos en los que nos sentimos aislados por una cultura que no siempre favorece un ambiente fértil en el que las familias puedan florecer. Pero al permitirnos, a nosotros mimos, ser modelados por el amor de Cristo, confiando en su fidelidad y con el apoyo de tantos hermanos y hermanas que piensan como nosotros, ¿Cómo podemos sentir otra cosa que no sea una gran esperanza por el futuro?”.

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Pakistán: atacada una iglesia durante el Domingo de Ramos
Liberado pero bajo protección el cristiano acusado falsamente de blasfemia
ROMA, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- En Pakistán, estos días para los cristianos las buenas noticias se alternan con las malas.

Si por un lado Arif Masih, el cristiano arrestado en Faisalabad en días pasados basándose en unas falsas acusaciones de blasfemia, fue liberado, no cesan los ataques contra los fieles, siendo atacada una iglesia de la United Pentecostal Church; que fue asaltada el Domingo de Ramos, 17 de abril en Gujranwala (en Punjab) por una multitud de musulmanes radicales impidiendo así la celebración de la jornada festiva.

La asamblea de cientos de cristianos reunidos, como recuerda la agencia Fides, “fue dispersada dándose caza después a los fieles: muchos fueron golpeados y maltratados”. Después del incidente, 12 cristianos fueron arrestados por la policía.

Fieles locales que asistieron a los hechos hablan de una “comunidad aterrorizada”.

En el punto de mira de los extremistas estaba, sobre todo, el pastor de la iglesia, Eric Isaac, que había pedido la liberación de Mushtaq Gill y de su hijo, Farrukh Mushtaq Gill, arrestados el pasado 16 de abril con falsas acusaciones de blasfemia.

“Como el pastor consiguió huir, los militantes cogieron a un anciano de la comunidad, Anwar Khokar, y a su hijo y los maltrataron manteniéndoles secuestrados durante horas, afirmando que les dejaban en libertad sólo cambiándolos por el pastor'”, explica la agencia vaticana.

“En estos últimos incidentes es evidente que la policía era cómplice de los militantes, ya que arresta a los cristianos, que son víctimas de los ataques”, dijo a Fides, Haroon Barkat Masih, Director de la “Masihi Foundation”, que se ocupa de defender a los cristianos perseguidos, entre los cuales figura Asia Bibi.

La Fundación refirió, además, que Arif Masih, el cristiano arrestado recientemente en Faisalabad sobre la base de falsas acusaciones de blasfemia fue liberado y las acusaciones contra él retiradas.

La Fundación presentó a la policía a 50 personas, todas ellas fieles musulmanes, que testificaron a favor de Arif, y que fueron después amenazadas por una multitud armada de radicales.

Arif está ahora protegido por la Fundación en un lugar secreto, debido a los riesgos que corre.

Frente a estos innumerables hechos que toman como objetivo a los cristianos, monseñor Andrew Francis, obispo de Multan (Punjab) y Presidente de la Comisión para el Diálogo Interreligioso de la Conferencia Episcopal Pakistaní, afirmó que los fieles “no se desaniman frente al sufrimiento”.

“Estamos firmes en la fe, en la esperanza y en la caridad, y continuaremos promoviendo el diálogo interreligioso incansablemente con los musulmanes moderados, y la paz y la armonía en la sociedad”, dijo a Fides.

“Nuestra oración por las víctimas de la ley de la blasfemia no se detiene, y tampoco nuestras iniciativas para involucrar a los líderes musulmanes, y también las autoridades civiles y a todos los creyentes que, siendo hombres de buena voluntad, quieren construir con nosotros una nación pacífica y fraternal”, añadió.

El sábado 16 de abril, la comunidad cristiana de Multan se reunió con personas de todo credo, lengua y clase social, realizando un gran encuentro interreligioso y así celebrar el cumpleaños del Papa Benedicto XVI.

Estaban presentes más de 5.000 niños y jóvenes, movilizados por las Obras Pontificias Misioneras.

El objetivo era “presentar el verdadero rostro del Pontífice, hombre de paz y de diálogo, que ama a todos los que sufren en Pakistán”, dijo el obispo.

Durante el encuentro se realizó una colecta de fondos para el Pontífice y así “apoyar sus viajes misioneros”.

“Rezamos y esperamos que pueda venir pronto a Asia”, confesó monseñor Francis.



 

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Análisis


No se detiene la violencia extremista en Pakistán
La ley antiblasfemia, un pretexto contra las minorías religiosas
ROMA, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- En Pakistán, es suficiente el testimonio de una presunta profanación del Corán o de una blasfemia contra el profeta Mahoma para provocar la enésima violencia de los musulmanes contra la comunidad cristiana. Quien osa levantar la voz y denunciar la injusticia, termina siendo objetivo de los extremistas. Lo confirman las noticias llegadas del país asiático el pasado fin de semana.

Como cuenta la agencia Fides (18 de abril), en la ciudad de Gujranwala, al norte de la capital de la conflictiva provincia del Punjab, Lahore, una multitud de musulmanes exaltados realizó, el pasado domingo 17 de abril, un ataque contra la United Pentecostal Church impidiendo a la “comunidad aterrorizada” celebrar el Domingo de Ramos. Mientras que muchos fieles fueron golpeados y maltratados en el ataque, que se concluyó -ironías del destino- con el arresto de 12 cristianos, el objetivo, según las fuentes de Fides, era el pastor de la iglesia, Eric Issac. Culpable de haber pedido la liberación de dos cristianos arrestados el viernes 15 de abril en el pueblo cristiano de Aziz Colony (o Azizabad Colony), en los alrededores de Gujranwala. Se trata de Mushtaq Gill, miembro de la iglesia presbiteriana y vicepresidente del Christian Technical Training Center (CTTC) en Gujranwala, y de su hijo Farrukh Gill, diplomado y dependiente del National Bank de Pakistan.

Mientras que el sábado 16 de abril sucedieron otros incidentes vinculados al asunto, según la reconstrucción de los hechos publicada el lunes 18 de abril por el Compass Direct News, el caso de los Gill explotó el viernes después de la oración, cuando un grupo de musulmanes se reunió ante la casa de la familia, acusando a Farrukh Gill de haber profanado el Corán y blasfemado contra Mahoma. La prueba de la presunta profanación eran algunas páginas quemadas de un ejemplar del libro sagrado del Islam y una nota, en la que el mismo Farrukh habría confesado haber profanado el libro. La carta habría sido encontrada por un joven musulmán -casualmente- frente a la casa de la familia cristiana.

La manifestación ante la casa Gill estuvo a punto de degenerar. La intervención de la policía, que arrestó y puso en custodia “para protegerlos” a los dos cristianos, evitó lo peor. Como cuenta el Express Tribune (17 de abril), algunos manifestantes intentaron quemar la casa. Según el periódico pakistaní, que también habla de la huida de varios centenares de familias cristianas del pueblo de Aziz Colony, las acusaciones realizadas contra Mushtaq e Farrukh Gill, no son nuevas. La historia de las hojas quemadas del Corán, afirma el periódico, ya fue usada hace dos o tres meses.

Todo esto hace pensar que se trate de una puesta en escena. El mismo inspector de policía que está investigando el asunto, Muhammad Nadeem Maalik, admitió que las acusaciones eran infundadas. “Las investigaciones preliminares demuestran que el señor Gill y su hijo Farrukh son inocentes”, dijo a Compass. “Parece un asunto bien orquestado, porque los responsables eligieron la hora de la oración para llevar a cabo su plan”, continuó Maalik, que explicó que podría tratarse de “envidias y viejas enemistades”. De esto también esta convencido el pastor local, Philip Dutt, que conoce a la familia desde hace varios años y vive en el mismo barrio. “Las acusaciones son completamente infundadas”, destacó a su vez el pastor. “Alguien ha conspirado claramente contra la familia Gill”, afirmó Dutt según Compass.

Aunque se sabe que los dos son inocentes, la policía ha escrito (aunque después ha puesto bajo sello) el llamado “First Information Report” o denuncia de la violación de la infame ley sobre la blasfemia, en concreto los artículos 295-B y 295-C del Código Penal pakistaní. Las enmiendas al Código Penal introducidas en 1986 durante la dictadura del generale Mohammad Zia-ul-Haq (1924-1988) prevén la pena capital para los culpables del ultraje con respecto al Profeta. Según las fuentes de Compass Direct News, los dos miembros de la familia Gill fueron liberados más tarde por la policía, para ser arrestados de nuevo, después de las protestas enérgicas de la comunidad musulmana.

Mientras tanto, se ha creado una comisión compuesta por 8 personas (6 musulmanes y 2 pastores cristianos) para resolver la cuestión, que deberá tener listas sus conclusiones el próximo viernes; todo este asunto demuestra que la ley pakistaní de la blasfemia en manos de los extremistas, constituye un arma muy peligrosa contra las minorías religiosas. “Este caso es un ejemplo típico de como cristianos y musulmanes continúan siendo imputados de blasfemia con acusaciones falsas”, declaró Sohail Johnson, de Sharing Life Ministry, a Compass.

Por fortuna, esta infame estrategia no siempre funciona. La policía ha liberado este fin de semana (por motivos de seguridad el hombre ha sido trasladado a un lugar secreto) a otro cristiano, Arif Masih, arrestado el pasado 5 de abril en el pueblo de Chak Jhumra, en la diócesis de Faisalabad. Acusado falsamente de haber arrancado páginas del Corán, ha sido la Fundación Masihi la que ha conseguido su liberación; esta fundación también asiste a Asia Bibi, la primera mujer pakistaní condenada el pasado noviembre a la pena de muerte por una presunta blasfemia. Como informaron las fuentes, la Fundación Masihi, consiguió recoger 50 “affidavit"” (declaraciones o testimonios bajo juramento) de personas -la mayoría fieles musulmanes-, que confirmaron la inocencia de Arif. Detrás de la denuncia de blasfemia se sospecha -con la complicidad de la policía local- la venganza personal por parte de un musulmán, cuya familia había perdido recientemente la batalla legal por una cuestión de propiedad de un territorio contra la familia Masih (Compass Direct News, 15 de abril).

Según lo revelado por el Pakistan Christian Post (19 de abril), la organización Human Rights Focus Pakistan (HRFP) está denunciando esta situación “crítica” de los cristianos en Pakistán. Los casos de blasfemia -destacó este grupo pro derechos humanos- no culpan sólo a las personas directamente imputadas, también a sus familias, a sus pueblos, incluso a la comunidad cristiana entera. Para el HRFP, las leyes sobre la blasfemia son “totalmente discriminatorias”. Aunque si todavía no se ha ejecutado a ningún cristiano en nombre de esta ley, las víctimas son muchas, demasiadas. Además, el grupo ha advertido que en Gujranwala, los fundamentalistas han organizado una gran manifestación para el viernes 22 de abril. Se teme que ataquen las “colonias” o los pueblos cristianos así como el Christian Technical Training Center (CTTC) de Mushtaq Gill.

Por Paul De Maeyer. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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Audiencia del miércoles


Benedicto XVI: el Triduo Pascual, culmen del Año Litúrgico
Hoy en la Audiencia General
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT,org).- Ofrecemos a continuación la catequesis que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy ante los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, sobre el significado del Santo Triduo Pascual.

* * * * *

Queridos hermanos y hermanas,

hemos llegado ya al corazón de la Semana Santa, cumplimiento del camino cuaresmal. Mañana entraremos en el Triduo Pascual, los tres días santos en que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Hijo de Dios, después de haberse hecho hombre en obediencia al Padre, llegando a ser del todo igual a nosotros, excepto en el pecado (cfr Hb 4,15), aceptó cumplir hasta el final su voluntad, afrontar por amor a nosotros la pasión y la cruz, para hacernos partícipes de su resurrección, para que en Él y por Él podamos vivir para siempre, en el consuelo y en la paz. Os exhorto por tanto a acoger este misterio de salvación, a participar intensamente en el Triduo pascual, culmen de todo el año litúrgico y momento de gracia particular para cada cristiano; os invito a buscar en estos días el recogimiento y la oración, para poder acceder más profundamente a esta fuente de gracia. A propósito de esto, ante las inminentes festividades, cada cristiano es invitado a celebrar el sacramento de la Reconciliación, momento de especial adhesión a la muerte y resurrección de Cristo, para poder participar con mayor fruto en la Santa Pascua.

El Jueves Santo es el día en el que se hace memoria de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio ministerial. Por la mañana, cada comunidad diocesana, reunida en la iglesia catedral en torno al obispo, celebra la Misa crismal, en la que se bendicen el sacro Crisma, el Óleo de los catecúmenos y el Óleo de los enfermos. A partir del Triduo pascual y durante todo el año litúrgico, estos Óleos serán utilizados para los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, de las Ordenaciones sacerdotal y episcopal y de la Unción de Enfermos; en esto se pone de manifiesto cómo la salvación, transmitida por los signos sacramentales, brota precisamente del Misterio pascual de Cristo; de hecho, somos redimidos con su muerte y resurrección y, mediante los Sacramentos, acudimos a esa misma fuente salvífica. Durante la Misa crismal, mañana, tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales. En todo el mundo, cada sacerdote renueva los compromisos que asumió el día de la Ordenación, para ser totalmente consagrado a Cristo en el ejercicio del sagrado ministerio al servicio de los hermanos. Acompañemos a nuestros sacerdotes con nuestra oración.

En la tarde del Jueves Santo comienza efectivamente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, dando cumplimiento al rito pascual judío. Según la tradición, toda familia judía, reunida a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, haciendo memoria de la liberación de los Israelitas de la esclavitud de Egipto; así en el cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a si mismo por nuestra salvación (cfr 1Cor 5,7). Pronunciando la bendición sobre el pan y el vino, Él anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, Él se hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena, los Apóstoles son constituidos ministros de este Sacramento de salvación; a ellos Jesús les lava los pies (cfr Jn 13,1-25), invitándoles a amarse unos a otros como Él les amó, dando la vida por ellos. Repitiendo este gesto en la Liturgia, también nosotros somos llamados a dar testimonio con los hechos de nuestro Redentor.

El Jueves Santo, finalmente, se cierra con la Adoración eucarística, en recuerdo de la agonía del Señor en el huerto del Getsemaní. Dejando el cenáculo, Él se retiró a rezar, solo, en presencia del Padre. En ese momento de comunión profunda, los Evangelios narran que Jesús experimentó una gran angustia, un sufrimiento tal que le hizo sudar sangre (cfr Mt 26,38). Consciente de su inminente muerte en la cruz, Él siente una gran angustia y la cercanía de la muerte. En esta situación aparece también un elemento de gran importancia para toda la Iglesia. Jesús dice a los suyos: quedaos aquí y vigilad; y este llamamiento a la vigilancia se refiere de modo preciso a este momento de angustia, de amenaza, en el que llegará el traidor, pero concierne a toda la historia de la Iglesia. Es un mensaje permanente para todos los tiempos, porque la somnolencia de los discípulos no era solo el problema de aquel momento, sino que es el problema de toda la historia. La cuestión es en qué consiste esta somnolencia, en qué consistiría la vigilancia a la que el Señor nos invita. Diría que la somnolencia de los discípulos a lo largo de la historia es una cierta insensibilidad del alma hacia el poder del mal, una insensibilidad hacia todo el mal del mundo. Nosotros no queremos dejarnos turbar demasiado por estas cosas, queremos olvidarlas: pensamos que quizás no será tan grave, y olvidamos. Y no es sólo la insensibilidad hacia el mal, mientras deberíamos velar para hacer el bien, para luchar por la fuerza del bien. Es insensibilidad hacia Dios: esta es nuestra verdadera somnolencia; esta insensibilidad hacia la presencia de Dios que nos hace insensibles también hacia el mal. No escuchamos a Dios – nos molestaría – y así no escuchamos, naturalmente, tampoco la fuerza del mal, y nos quedamos en el camino de nuestra comodidad. La adoración nocturna del Jueves Santo, el estar vigilantes con el Señor, debería ser precisamente el momento de hacernos reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos, de los defensores de Jesús, de los apóstoles, de nosotros, que no vemos, no queremos ver toda la fuerza del mal, y que no queremos entrar en su pasión por el bien, por la presencia de Dios en el mundo, por el amor al prójimo y a Dios.

Después, el Señor empieza a rezar. Los tres apóstoles – Pedro, Santiago, Juan – duermen, pero alguna vez se despiertan y escuchan el estribillo de esta oración del Señor: “No se haga mi voluntad, sino la tuya". ¿qué es esta voluntad mía, qué es esta voluntad tuya, de la que habla el Señor? Mi voluntad es que “no debería morir”, que se le ahorre este cáliz del sufrimiento: es la voluntad humana, de la naturaleza humana, y Cristo siente, con toda la consciencia de su ser, la vida, el abismo de la muerte, el terror de la nada, esta amenaza del sufrimiento. Y Él más que nosotros, que tenemos esta aversión natural contra la muerte, este miedo natural a la muerte, aún más que nosotros, siente el abismo del mal. Siente, con la muerte, también todo el sufrimiento de la humanidad. Siente que todo esto es el cáliz que tiene que beber, que debe hacerse beber a sí mismo, aceptar el mal del mundo, todo lo que es terrible, la aversión contra Dios, todo el pecado. Y podemos comprender que Jesús, con su alma humana, estuviese aterrorizado ante esta realidad, que percibe en toda su crueldad: mi voluntad sería no beber el cáliz, pero mi voluntad está subordinada a tu voluntad, a la voluntad de Dios, a la voluntad del Padre, que es también la verdadera voluntad del Hijo. Y así Jesús transforma, en esta oración, la aversión natural, la aversión contra el cáliz, contra su misión de morir por nosotros. Transforma esta voluntad natural suya en voluntad de Dios, en un “sí” a la voluntad de Dios. El hombre de por sí está tentado de oponerse a la voluntad de Dios, de tener la intención de seguir su propia voluntad, de sentirse libre sólo si es autónomo; opone su propia autonomía contra la heteronomía de seguir la voluntad de Dios. Este es todo el drama de la humanidad. Pero en verdad esta autonomía es errónea y este entrar en la voluntad de Dios no es una oposición a uno mismo, no es una esclavitud que violenta mi voluntad, sino que es entrar en la verdad y en el amor, en el bien. Y Jesús atrae nuestra voluntad, que se opone a la voluntad de Dios, que busca la autonomía, atrae esta voluntad nuestra a lo alto, hacia la voluntad de Dios. Este es el drama de nuestra redención, que Jesús atrae a lo alto nuestra voluntad, toda nuestra aversión contra la voluntad de Dios y nuestra aversión contra la muerte y el pecado, y la une con la voluntad del Padre: "No se haga mi voluntad sino la tuya”. En esta transformación del "no" en "sí", en esta inserción de la voluntad de la criatura en la voluntad del Padre, Él transforma la humanidad y nos redime. Y nos invita a entrar en este movimiento suyo: salir de nuestro "no" y entrar en el "sí" del Hijo. Mi voluntad existe, pero la decisiva es la voluntad del Padre, porque ésta es la verdad y el amor.

Un ulterior elemento de esta oración me parece importante. Los tres testigos han conservado – como aparece en la Sagrada Escritura – la palabra hebrea o aramea con la que el Señor habló al Padre, le llamó: "Abbà", padre. Pero esta fórmula, "Abbà", es una forma familiar del término padre, una forma que se usa sólo en la familia, que nunca se ha usado hacia Dios. Aquí vemos en la intimidad de Jesús cómo habla en familia, habla verdaderamente como Hijo con su Padre. Vemos el misterio trinitario: el Hijo que habla con el Padre y redime a la humanidad.

Una observación más. La Carta a los Hebreos nos dio una profunda interpretación de esta oración del Señor, de este drama del Getsemaní. Dice: estas lágrimas de Jesús, esta oración, estos gritos de Jesús, esta angustia, todo esto no es sencillamente una concesión a la debilidad de la carne, como podría decirse. Precisamente así realiza la tarea del Sumo Sacerdote, porque el Sumo Sacerdote debe llevar al ser humano, con todos sus problemas y sufrimientos, a la altura de Dios. Y la Carta a los Hebreos dice: con todos estos gritos, lágrimas, sufrimientos, oraciones, el Señor llevó nuestra realidad a Dios (cfr Eb5,7ss). Y usa esta palabra griega "prosferein", que es el término técnico para lo que el Sumo Sacerdote tiene que hacer para ofrecer, para elevar a lo alto sus manos.

Precisamente en este drama del Getsemaní, donde parece que la fuerza de Dios ya no está presente, Jesús realiza la función del Sumo Sacerdote. Y dice además que en este acto de obediencia, es decir, de conformación de la voluntad natural humana a la voluntad de Dios, se perfecciona como sacerdote. Y usa de nuevo la palabra técnica para ordenar sacerdote. Precisamente así se convierte en el Sumo Sacerdote de la humanidad y abre así el cielo y la puerta a la resurrección.

Si reflexionamos en este drama del Getsemaní, podemos también ver el gran contraste entre Jesús, con su angustia, con su sufrimiento, en comparación con el gran filósofo Sócrates, que permanece pacífico, imperturbable ante la muerte. Y parece esto lo ideal. Podemos admirar a este filósofo, pero la misión de Jesús era otra. Su misión no era esta total indiferencia y libertad; su misión era llevar en sí mismo todo el sufrimiento, todo el drama humano. Y por ello precisamente esta humillación del Getsemaní es esencial para la misión del Hombre-Dios. Él lleva consigo nuestro sufrimiento, nuestra pobreza, y la transforma según la voluntad de Dios. Y así abre las puertas del cielo, abre el cielo: esta cortina del Santísimo, que hasta ahora el hombre cerraba contra Dios, se abre por este sufrimiento y obediencia suyas. Estas son algunas observaciones para el Jueves Santo, para nuestra celebración de la noche del Jueves Santo.

El Viernes Santo haremos memoria de la pasión y de la muerte del Señor; adoraremos a Cristo Crucificado, participaremos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. Volviendo “la mirada a aquel que atravesaron” (cfr Jn 19,37), podremos beber de su corazón partido que mana sangre y agua como de una fuente; de ese corazón del que brota el amor de Dios por cada hombre recibimos su Espíritu. Acompañemos por tanto también en el Viernes Santo a Jesús que sube al Calvario, dejémonos guiar por Él hasta la cruz, recibamos la ofrenda de su cuerpo inmaculado. Finalmente, en la noche del Sábado Santo, celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se nos anunciará la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte que nos llama a ser en Él hombres nuevos, Participando en esta santa Vigilia, la Noche central de todo el Año Litúrgico, haremos memoria de nuestro Bautismo, en el cual también nosotros fuimos sepultados con Cristo, para poder con Él resucitar y participar en el banquete del cielo (cfr Ap 19,7-9).

Queridos amigos, hemos intentado comprender el estado de ánimo con el que Jesús vivió el momento de la prueba extrema, para captar lo que orientaba su actuación. El criterio que guió cada elección de Jesús durante toda su vida fue la firme voluntad de amar al Padre, de ser uno con el Padre, y de serle fiel; esta decisión de corresponder a su amor le impulsó a abrazar, en toda circunstancia, el proyecto del Padre, hacer suyo el designio de amor que le fue confiado de recapitular todas las cosas en Él, para reconducir todo a Él. Al revivir el Santo Triduo, dispongámonos a acoger también nosotros en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en la voluntad de Dios, aunque parece dura, en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida. Que la Virgen Madre nos guíe en este itinerario, y nos obtenga de su Hijo divino la gracia de poder emplear nuestra vida por amor a Jesús, al servicio de los hermanos. Gracias.

[En español dijo]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los participantes en el encuentro UNIV, así como a los venidos de Argentina, Colombia, Ecuador, España, México y otros países latinoamericanos. Que la Virgen María nos enseñe a todos a acompañar en estos días a su Hijo, en los momentos decisivos de su misterio redentor.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

 


 

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Documentación


Mensaje del cardenal Piacenza a los sacerdotes para el Jueves Santo
Que la celebración eucarística se convierta en adoración
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el Mensaje del Jueves Santo del cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, a todos los sacerdotes del mundo.

* * *

Es para mí un motivo de gran alegría dirigirme a los sacerdotes en el día del Jueves Santo. Día maravilloso, en el que, por el diseño imprescindible de la divina Providencia, nuestro Señor instituyó conjuntamente el Sacramento del Santo Sacerdocio y el de la Santísima Eucaristía. Esta institución conjunta postula su absoluta indisolubilidad: donde está el Sacerdocio católico, allí está la Eucaristía, y donde está la Eucaristía, celebrada y adorada, florecen las Vocaciones al Sacerdocio.

Eucaristía y Sacerdocio, después, unidos, generan la Iglesia, en la que y por la que, a su vez, son celebrados en esta misteriosa y radical reciprocidad, que convierte el Cuerpo -la Iglesia- inseparable de sus gestos, los Sacramentos.

Introduzcámonos en el Gran Misterio del Jueves Santo, poniendo el corazón en la escucha de aquel suave mandamiento del Señor: “Haced esto en memoria mía”. Desde hace dos mil años, toda la Iglesia, y en ella particularmente los sacerdotes, acoge el mandato del Señor, reconociendo en él la descripción continua de la propia historia y sobre todo, de la identidad propia.

La Iglesia es el “haced esto en memoria de Él”, la Iglesia se identifica con la obediencia al mandato del Señor y con la celebración de la Eucaristía, que ella ve nacer en su seno y de la cual, sin embargo, depende totalmente.

La santidad y la centralidad del Misterio Eucarístico vuelven ahora más estridentes las palabras evangélicas en las que, en el mismo momento en el que Jesús realizaba la Última Cena con Sus discípulos, se habla de una traición; de la traición más grande de la historia: ¡la de Judas!, “Más le valiese no haber nacido”.

La traición se consuma por un dramático error de valoración, en el que se manifiesta la total incomprensión, por parte del traidor, de la identidad y de la verdad del Señor: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?”. Esta pregunta se repite todavía hoy en toda traición al Señor, en todo gesto de los hombres, que cambian a Dios con lo que no es Dios; ¡en toda profanación, falta de respeto y banalización de la Santísima Eucaristía!: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?”.

Cada vez que la Eucaristía no es tomada en su justa consideración, Que no se le da su lugar en la Iglesia, es decir el principal, cada vez que la adoración debida a la Eucaristía no se da, o que no son introducidos y educados los fieles, podemos ver como se pronuncian de nuevo, las palabras del traidor: “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?”.

Si la traición es siempre un acto personal, del que responde personalmente quien lo realiza, nos deja consternados cuando leemos el Evangelio según san Mateo que narra como los Doce “profundamente entristecidos, se pusieron a preguntarle uno detrás de otro: '¿soy yo acaso, Señor?'”.

Frente a la profecía segura del Maestro: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”, ninguno de los Doce se siente seguro, pero -afirma el texto- “se pusieron a preguntarle uno detrás de otro”.

La verdadera fe no puede ser separada de la humildad auténtica y profunda. Cuanto más profunda es la humildad más consciente es de que cualquier atisbo de fidelidad a Dios nace de Su gracia y está alimentada, sostenida y nutrida, imprescindiblemente por la Santísima Eucaristía.

El discípulo, también el llamado a la tremenda y sublime responsabilidad del Sacerdocio, es decir de consagrar el Cuerpo y la Sangre del Señor y de absolver a los hermanos de sus pecados, se reconoce continuamente necesitado de la Misericordia del Señor y del apoyo imprescindible de Su gracia. El discípulo, por esto, está llamado a renovar continuamente el propio “sí”, a sentirse parte de este Cuerpo, la Iglesia, que desde hace dos mil años realiza los gesto de su Cabeza, Cristo y, en ellos y a través de ellos, ofrece a la humanidad la Salvación que Él ha ganado.

La oración por la santificación de los Sacerdotes es muy útil y necesaria en todas las épocas de la Iglesia, porque a ellos esta misteriosamente confiada la memoria y la presencia del Resucitado a través del Memorial del Santísimo Sacrificio de la Misa. La conciencia de esta altísima Vocación hace profundamente agradecido al Pueblo santo de Dios; agradecido por el don de los Sacerdotes, agradecido por el don de la Eucaristía, Presencia del Resucitado en medio de Su Pueblo, y agradecido por el don de las Vocaciones sacerdotales, por el “sí” libre y exultante de todos los que acogen la Llamada divina.

La profunda unidad entre memoria y presencia constituye el presupuesto teológico imprescindible de la adoración eucarística. Aunque parecen totalmente superadas las polémicas de las pasadas décadas que querían la prevalencia de la celebración sobre la adoración, sin embargo, hay todavía mucho por recorrer para dar el paso posterior, fundamental paso que nuestra fe y las circunstancias nos exige.

No es suficiente la recuperación de la adoración junto a la celebración de la Eucaristía -que también es una cosa apropiada y recomendable-, pero es necesario que para todos, sean sacerdotes, sean fieles laicos, la misma celebración Eucarística se convierta en adoración.

En el respeto de la distinción del momento de la celebración del de la adoración -que también a nivel litúrgico son regulados por diferentes textos-, parece evidente, como único modo para evitar que la adoración eucarística se reduzca a momentos de espiritualidad subjetiva, expuestos a las derivas sentimentales posibles, que la misma celebración Eucarística comunitaria, es decir de la Iglesia, se comprenda y se viva como culto de adoración a Dios.

Por lo demás, bien lo sabemos, la celebración Eucarística es el culto perfecto, porque en Ella, Cristo mismo alaba al Padre, y el Sacerdote, que actúa en la Persona de Cristo Cabeza, es atraído a este acto de alabanza teándrico, que abraza, en virtud de la communio sanctorum bautismal, a todo el pueblo de Dios.

Celebrar y adorar la Eucaristía no son dos modos distintos de vivir el “culto eucarístico”, pero deben, de un modo progresivo y auténtico, coincidir tendencialmente. ¡Se celebra la Eucaristía, adorándola, y se la adora celebrándola!

Alejando, de este modo, de la misma celebración o adoración, cada actitud que pueda ser sólo antropocéntrica: que pone el hombre al centro, en el lugar de Dios.

Tal precioso camino de unidad teológica y espiritualidad, entre celebración y adoración de la Santísima Eucaristía, exige la multiplicación, como florecimiento, en todo lugar, de verdaderos y propios “Cenáculos de Oración”, en los que son reeducados por Cristo mismo en la relación con Él y también en la escucha de Su palabra y de Su voluntad y sobre todo cuando esta no exige seguilo en la radicalidad de la apostolica vivendi forma, en la forma de vivir de los Apóstoles.

Entramos así en el Templo más santo de todo el Año Litúrgico, agradeciendo a la Santa Medre Iglesia, que en su tierna y eficaz pedagogía, nos conduce todos los años a revivir los Misterios de nuestra fe. Misterios que, en toda celebración Eucarística, se renuevan, representados al Pueblo como una auténtica y única vía de Salvación. Sentémonos en la mesa con Jesús en el Jueves Santo y adoramos su Divina Presencia; subamos con Él al Calvario, uniéndonos a la perfección de Su ofrenda, imitando la disponibilidad al sacrificio vivido por Él: “Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían”, (Is 50,5), esperemos con la fe de María, en el silencio del Sábado Santo y, con María, exultemos, el Domingo en la alegría del Resucitado, ¡que ha derrotado para siempre a la muerte y al pecado!

Del mismo evento de la Resurrección, de la superación de los límites espacio-temporales del Verbo encarnado, depende la posibilidad misma de su Presencia real en la Eucaristía: El que está presente en la Santísima Eucaristía, celebrada y adorada, ¡es exactamente el Resucitado!. No sólo el Verbo encarnado, sino el Verbo encarnado y Resucitado.

Celebrando y adorando la Eucaristía, entonces, ¡nosotros celebramos y adoramos al Resucitado!Podemos decir, con los ojos de la fe, que vemos a Cristo Resucitado, y que Él nos atrae a Sí, hasta hacernos partícipes de la intimidad de su Vida divina trinitaria, a través de la Santa Comunión.

Imploremos a la Divina Misericordia que, en nuestra humilde vida, nada, nunca, por ninguna razón, pueda ser comparado con la grandeza y la sublimidad de la Eucaristía, y pedimos a la Beata Virgen María, que acogió en su Seno al Verbo hecho carne y que, como sugiere la tradición oriental fue la primera en ver a Cristo Resucitado, que nos sostenga y nos acompañe para que nuestra existencia terrena sea toda eucarística y cristificada; aún más, ¡cristificada porque es eucarística y eucarística porque es cristificada!

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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Meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo
Por Sor Maria Rita Piccione , O.S.A.
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 20 de abril de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos la presentación y meditaciones del Vía Crucis que presidirá Benedicto XVI en el Coliseo de Roma en la noche del Vierntes Santo, preparadas por Sor Maria Rita Piccione, O.S.A., Madre Presidenta de la Federación de los Monasterios Agustinos de Italia "Nuestra Señora del Buen Consejo".

VIA CRUCIS

OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

VIA CRUCIS EN EL COLISEO

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

 

VIERNES SANTO 2011

 

 

MEDITACIONES DE

SOR MARIA RITA PICCIONE, O.S.A.

Presidenta de la Federación de Monasterios Agustinos de Italia

"Nuestra Señora del Buen Consejo"

PRESENTACIÓN

«Si uno viese desde lejos su patria y estuviese separada por el mar, vería adónde ir, pero no tendría medios para llegar. Así es para nosotros... Anhelamos la meta, pero está de por medio el mar de este siglo... Ahora, sin embargo, para que tuviésemos también el medio para ir, ha venido de allá aquel a quien nosotros queremos llegar... y nos ha proporcionado el navío para atravesar el mar. Nadie puede atravesar el mar de este siglo, si no le lleva la Cruz de Cristo... No abandonar la Cruz, ella te llevará».

Estas palabras de san Agustín, tomadas del Comentario al Evangelio de san Juan (cf. 2, 2), nos introducen en la oración del Via Crucis.

En efecto, el Via Crucis quiere avivar en nosotros este gesto de asirnos al madero de la Cruz de Cristo a lo largo del mar de la existencia. El Via Crucis no es, pues, una simple práctica de devoción popular con un tinte sentimental; expresa la esencia de la experiencia cristiana: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8, 34).

Y es por esta razón que el Santo Padre cada Viernes Santo recorre el Via Crucis ante el mundo y en comunión con él.

Para la composición de esta oración, el Papa Benedicto XVI se ha dirigido este año al mundo monástico agustino femenino, encomendando la redacción de los textos a Sor Maria Rita Piccione, O.S.A., Madre Presidenta de la Federación de los Monasterios Agustinos de Italia "Nuestra Señora del Buen Consejo".

Sor Maria Rita pertenece al Monasterio Agustino de Lecceto (Siena) -uno de los eremitorios toscanos del s. XIII, cuna de la Orden de San Agustín- y es actualmente miembro de la Comunidad de Santi Quattro Coronati de Roma, donde tiene su sede la casa común de formación para las novicias y las profesas agustinas de Italia.

No sólo los textos son obra de una monja agustina, también las imágenes reciben forma y color de la sensibilidad artística femenina y agustina. Sor Elena Maria Manganelli, O.S.A., del Monasterio de Lecceto, antes escultora de profesión, es la autora de las tablas que ilustran las varias estaciones del Via Crucis.

Este entrelazarse de palabra, forma y color nos comunica algo de la espiritualidad agustina, inspirada en la primitiva comunidad de Jerusalén y fundada sobre la comunión de vida.

Es un don para todos saber que la preparación del Via Crucis nace de la experiencia de monjas que «viven juntas, piensan, rezan, dialogan», por decirlo con el retrato vivo y eficaz con que Romano Guardini bosqueja una comunidad monástica agustina.

Cada estación presenta en el incipit, bajo la clásica enunciación, una brevísima frase que quiere ofrecer la clave de lectura de la estación misma. Podremos idealmente recibirla como pronunciada por un niño, casi como una llamada a la sencillez de los pequeños que, en la oración de la Iglesia, saben intuir el corazón de la realidad y un simbólico espacio de acogida, de la voz de la infancia, a veces ofendida y explotada.

La Palabra de Dios que se proclama está tomada del Evangelio de san Juan, con excepción de las estaciones que no tienen un texto evangélico de referencia o lo tienen en otros evangelios. Con esta elección se ha querido evidenciar el mensaje de gloria de la Cruz de Jesús.

El texto bíblico es ilustrado después por una reflexión breve, pero clara y original.

La oración dirigida al «Humilde Jesús» - expresión cercana al corazón de san Agustín (Conf. 7, 18, 24), pero que abandona el adjetivo humilde con la crucifixión-exaltación de Cristo - es la confesión que la Iglesia-Esposa hace al Esposo de Sangre.

Sigue una invocación al Espíritu Santo que guía nuestros pasos y derrama en nuestro corazón el amor divino (cf. Rm 5, 5): es la Iglesia apostólico-petrina, que llama al corazón de Dios.

Cada estación recoge una huella particular dejada por Jesús a lo largo del Camino de la Cruz, que el creyente está llamado a seguir. Así los pasos que determinan el recorrido del Via Crucis son: verdad, honestidad, humildad, oración, obediencia, libertad, paciencia, conversión, perseverancia, esencialidad, realeza, don de sí, maternidad, espera silenciosa.

Las tablas de Sor Elena Maria - libres de acompañamientos y elementos accesorios, esenciales en el color - presentan a Jesús en la pasión, solo, que atraviesa la tierra árida excavando un surco y regándolo con su gracia. Un rayo de luz, siempre presente y puesto en forma de cruz, indica la mirada del Padre, mientras la sombra de

una paloma, el Espíritu Santo, recuerda que Cristo «en virtud de un Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9, 14).

Con su contribución a la oración del Via Crucis, las Monjas Agustinas desean rendir un homenaje de amor a la Iglesia y al Santo Padre Benedicto XVI, en profunda sintonía con esa particular devoción y fidelidad a la Iglesia y a los Sumos Pontífices profesada por la Orden de San Agustín.

Agradecemos a estas dos Hermanas, Sor Maria Rita y Sor Elena Maria, que, nutridas por la continua meditación de la Palabra de Dios y de los escritos de san Agustín y sostenidas por la oración de las comunidades de la Federación, han aceptado compartir, con toda sencillez, su experiencia de Cristo y del Misterio Pascual, en un año en el que la celebración de la Santa Pascua cae el 24 de abril, precisamente, aniversario del Bautismo de san Agustín.

INTRODUCCIÓN

Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas [1]

Hermanos en Cristo:

Nos encontramos esta noche en el sugestivo escenario del Coliseo romano, convocados por la Palabra que se acaba de proclamar, para recorrer junto al Santo Padre Benedicto XVI el Camino de la Cruz de Jesús.

Fijemos nuestra mirada interior en Cristo, e invoquémoslo con corazón ardiente: «Di a mi alma: "Yo soy tu victoria". Díselo de manera que lo oiga» [2].

Su voz confortadora se entrelaza con el frágil hilo de nuestro «sí» y el Espíritu Santo, dedo de Dios, teje la sólida trama de la fe que conforta y guía.

Seguir, creer, orar: éstos son los pasos sencillos y seguros que sostienen nuestro camino a lo largo de la Vía de la Cruz y nos dejan entrever gradualmente el camino de la Verdad y de la Vida.

 

 

ORACIÓN INICIAL

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R/. Amén.

El Santo Padre:

Oremos.

Breve pausa de silencio.

Señor Jesús, tú nos invitas a seguirte también en esta hora extrema, tu hora. En ti está cada uno de nosotros y nosotros, muchos, somos uno en ti. En tu hora está la hora de la prueba de nuestra vida en sus más descarnados y duros recodos; es la hora de la pasión de tu Iglesia y de la humanidad entera.

Es la hora de las tinieblas: cuando «vacilan los cimientos de la tierra» [3]  y el hombre, «parte de tu creación» [4], gime y sufre con ella; cuando las multiformes máscaras de la mentira se burlan de la verdad y los halagos del éxito sofocan la íntima llamada de la honestidad; cuando el vacío de sentido y de valores anula la obra educativa

y el desorden del corazón mancilla la ingenuidad de los pequeños y de los débiles; cuando el hombre pierde el camino que le orienta al Padre y no reconoce ya en ti el rostro hermoso de la propia humanidad.

En esta hora se insinúa la tentación de la fuga, el sentimiento de angustia y desolación, mientras la carcoma de la duda roe la mente y el telón de la oscuridad cae sobre el alma.

Y tú, Señor, que lees en el libro abierto de nuestro frágil corazón, vuelves a preguntarnos esta noche como un día a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» [5].

No, Señor, no podemos ni queremos irnos, porque «Tú tienes palabras de vida eterna» [6], Tú solo eres «la palabra de la verdad» [7] y tu cruz es la única «llave que nos abre a los secretos de la verdad y de la vida» [8].

«Te seguiremos a donde vayas» [9].

En esta adhesión está nuestra adoración, mientras, desde el horizonte del todavía no, un rayo de alegría besa el ya de nuestro camino.

R/. Amén.

PRIMERA ESTACIÓN

Jesús es condenado a muerte

Jesús calla; custodia en sí la verdad

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan 18, 37-40

Pilato le dijo: « ¿Entonces, tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato le dijo: «Y ¿qué es la verdad?». Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Volvieron a gritar: «A ese no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.

Pilato no encuentra en Jesús ningún motivo de condena, y tampoco encuentra en sí mismo la fuerza de oponerse a la condena.

Su oído interior permanece sordo a la Palabra de Jesús y no comprende su testimonio de la verdad. «Escuchar la verdad es obedecerla y creer en ella» [10]. Es vivir libremente bajo su guía y darle el propio corazón.

Pilato no es libre: está condicionado desde fuera, pero esa verdad que ha escuchado sigue resonando en su interior como un eco que llama a su puerta e inquieta.

Así, sale fuera, ante los judíos; «salió otra vez», subraya el texto, casi como un impulso de huir de sí mismo. Y la voz que le llega desde fuera prevalece a la Palabra que está dentro.

Aquí se decide la condena de Jesús, la condena de la verdad.

 

Humilde Jesús, también nosotros nos dejamos condicionar por lo que está fuera. Ya no sabemos escuchar la voz sutil, exigente y liberadora, de nuestra conciencia que dentro llama e invita amorosamente: «No salgas fuera, entra dentro de ti mismo: porque en tu hombre interior reside la verdad» [11] .

Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a encontrar en el «hombre escondido en el fondo de nuestro corazón» [12] el rostro santo del Hijo que nos renueva en la semejanza divina.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Stabat Mater dolorosa iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius.

 

SEGUNDA ESTACIÓN

Jesús con la cruz a cuestas

Jesús lleva la cruz, carga con el peso de la verdad

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 6-7. 16-17

Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios»... Entonces [Pilato] se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota).

Pilato vacila, busca un pretexto para soltar a Jesús, pero cede a la voluntad que prevalece y alborota, que apela a la Ley y lanza insinuaciones.

Una vez más se repite la historia del corazón herido del hombre: su mezquindad, su incapacidad para levantar la mirada fuera de sí mismo, para no dejarse engañar por las ilusiones del pequeño provecho personal y elevarse, impulsado por el vuelo libre de la bondad y la honestidad.

El corazón del hombre es un microcosmos.

En él se deciden los grandes retos de la humanidad, se resuelven o se acentúan sus conflictos. Pero la opción es siempre la misma: tomar o perder la verdad que libera.

Humilde Jesús, en el transcurso cotidiano de la vida nuestro corazón mira hacia abajo, a su pequeño mundo,

y, completamente embebido en la búsqueda del propio bienestar, permanece ciego ante la mano del pobre y del indefenso que mendiga nuestra escucha y pide auxilio. A lo sumo se conmueve, pero no se mueve.

Ven, Espíritu de la Verdad, abraza nuestro corazón y atráelo hacia ti. «Conserva sano su paladar interior, para que pueda gustar y beber la sabiduría, la justicia, la verdad, la eternidad» [13].

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Cuius animam gementem, contristatam et dolentem pertransivit gladius.

 

TERCERA ESTACIÓN

Jesús cae por primera vez

Jesús cae, pero..., manso y humilde, se levanta

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Mateo. 11, 28-30

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Las caídas de Jesús a lo largo del Camino de la Cruz no pertenecen a la Escritura; han sido trasmitidas por la piedad tradicional, custodiada y cultivada en el corazón de tantos orantes.

En la primera caída, Jesús nos hace una invitación, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela.

Es la invitación a acudir a él en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cómo se ha injertado en ella el poder divino.

Es el camino que lleva a la fuente del auténtico descanso, el de la gracia que basta.

Es la escuela donde se aprende la mansedumbre que calma la rebelión y donde la confianza ocupa el lugar de la presunción.

Desde la cátedra de su caída, Jesús nos imparte sobre todo la gran lección de la humildad, el camino «que lo llevó a la resurrección» [14]. El camino que, después de cada caída, nos da la fuerza para decir: «Ahora comienzo de nuevo, Señor; pero no sólo, sino contigo».

 

Humilde Jesús, nuestras caídas, entretejidas de fragilidad y pecado, hieren el orgullo de nuestro corazón, lo cierran a la gracia de la humildad e interrumpen nuestro camino hacia ti.

Ven, Espíritu de la Verdad, líbranos de toda manifestación de autosuficiencia y concédenos reconocer en cada caída un peldaño de la escalera para subir hacia ti.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

O quam tristis et afflicta fuit illa benedicta Mater Unigeniti!

CUARTA ESTACIÓN

Jesús se encuentra con su Madre

Junto a la cruz de Jesús la madre «está»: ésta es su oración y su maternidad

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 25 -27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

San Juan nos dice que la Madre estaba junto a la cruz de Jesús, pero ningún evangelista nos habla directamente de un encuentro entre los dos.

En realidad, en este estar de la Madre se concentra la expresión más densa y alta del encuentro. En la aparente pasividad del verbo estar vibra la íntima vitalidad de un dinamismo.

Es el dinamismo intenso de la oración, que se ensambla con su sosegada pasividad. Orar es dejarse envolver por la mirada amorosa y franca de Dios, que nos descubre a nosotros mismos y nos envía a la misión.

En la oración auténtica, el encuentro personal con Jesús nos hace madre y discípulo amado, genera vida y trasmite amor. Dilata el espacio interior de la acogida y entreteje lazos místicos de comunión, confiándonos el uno al otro y abriendo el al nosotros de la Iglesia.

Humilde Jesús,

cuando las adversidades y las injusticias de la vida,

el dolor inocente y la violencia cruel

nos hacen imprecar contra ti,

tú nos invitas a estar, como tu Madre,

a los pies de la cruz.

Cuando nuestras expectativas y nuestras iniciativas,

vacías de futuro y marcadas por el fracaso,

nos llevan a huir hacia la desesperación,

tú nos llamas a la fuerza de la espera.

¡Hemos olvidado verdaderamente

la importancia del estar como expresión del orar!

Ven, Espíritu de la Verdad, sé tú el «clamor de nuestro corazón» [15] , que, incesante e inefable, está confiadamente en la presencia de Dios.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Quæ mærebat et dolebat pia Mater, cum videbat Nati pœnas incliti.

 

 

QUINTA ESTACIÓN

El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Jesús aprende la obediencia del amor a lo largo del camino de la pasión

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas. 23, 26

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Simón de Cirene es un hombre retratado por los evangelistas con una particular precisión en el nombre y la proveniencia, la parentela y la actividad; es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo determinado, obligado de algún modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simón de Cirene es cada uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jesús, como un día hemos recibido y acogido su signo en el santo bautismo.

La vida del discípulo de Jesús es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez más marcado por la libertad del amor. Es el reflejo de la obediencia del maestro. Es el pleno abandono a dejarse instruir, como él, por la geometría del amor [16], por las mismas dimensiones de la cruz: «la anchura de las buenas obras; la longitud de la perseverancia en la adversidad; la altura de la expectación de los que esperan y miran hacia arriba; la profundidad de la raíz de la gracia divina, que se hunde en la gratuidad» [17] .

Humilde Jesús, cuando la vida nos propone un cáliz amargo y difícil de beber,nuestra naturaleza se cierra, recalcitrante, no osa dejarse atraer por la locura de ese amor más grande que convierte la renuncia en alegría, la obediencia en libertad, el sacrificio en grandeza del corazón.

Ven, Espíritu de la Verdad, haznos obedientes a la visita de la cruz, dóciles a su signo que nos abraza totalmente: «cuerpo y alma, mente y voluntad, inteligencia y sentimientos, lo que hacemos y dejamos de hacer» [18] , y que agranda todo a la medida del amor.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Quis est homo qui non fleret, Matrem Christi si videret in tanto supplicio?

 

SEXTA ESTACIÓN

La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Jesús no mira la apariencia. Jesús mira el corazón

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 4, 6

Pues el Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas» ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.

A lo largo del Camino de la Cruz, la piedad popular señala el gesto de una mujer, denso de veneración y delicadeza, casi un rastro del perfume de Betania: Verónica enjuga el rostro de Jesús. En ese rostro, desfigurado por el dolor, Verónica reconoce el rostro transfigurado por la gloria; en el semblante del Siervo sufriente, ella ve al más bello de los hombres. Ésta es la mirada que provoca el gesto gratuito de la ternura y recibe la recompensa de la impronta del Santo Rostro. Verónica nos enseña el secreto de su mirada de mujer, «que mueve al encuentro y ofrece ayuda: ¡ver con el corazón!» [19 ].

Humilde Jesús, nuestra mirada es incapaz de ir más allá: más allá de la indigencia, para reconocer tu presencia, más allá de la sombra del pecado, para descubrir el sol de tu misericordia, más allá de las arrugas de la Iglesia, para contemplar el rostro de la Madre.

Ven, Espíritu de la Verdad, derrama en nuestros ojos «el colirio de la fe» [20] para que no se dejen atraer por la apariencia de las cosas visibles, sino que aprendan el encanto de las invisibles.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Quis non posset contristari, piam Matrem contemplari dolentem cum Filio?

 

 

SÉPTIMA ESTACIÓN

Jesús cae por segunda vez

Jesús no mostró poder, sino que enseñó paciencia [21 ]

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro. 2, 21b-24

Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo, no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados.

Jesús cae de nuevo bajo el peso de la cruz. Sobre el madero de nuestra salvación, no sólo pesa la enfermedad de la naturaleza humana, sino también las adversidades de la existencia. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra la Iglesia de ayer y de hoy, de esa persecución que mata a los cristianos en el nombre de un dios extraño al amor, y de aquella que ataca la dignidad con «labios embusteros y lengua fanfarrona» [22]. Jesús ha llevado el peso de la persecución contra Pedro, la que se alzó contra la voz limpia de la «verdad que interroga y libera el corazón» [23 ]. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso de la persecución contra sus siervos y discípulos, contra aquellos que responden al odio con el amor, a la violencia con la mansedumbre. Jesús, con su cruz, ha llevado el peso del exasperado «amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios» [24] y que pisotea al hermano. Todo lo ha llevado voluntariamente, todo lo ha sufrido «con su paciencia, para enseñarnos la paciencia» [25] .

Humilde Jesús, en las injusticias y adversidades de esta vida nosotros no resistimos con paciencia. Frecuentemente pedimos, como signo de tu potencia, que nos libres del peso del madero de nuestra cruz.

Ven, Espíritu de la Verdad, enséñanos a caminar según el ejemplo de Cristo para «cumplir sus grandes preceptos de paciencia con la preparación del corazón» [26 ].

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Pro peccatis suæ gentis vidit Iesum in tormentis et flagellis subditum.

 

OCTAVA ESTACIÓN

Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él

Jesús nos mira y suscita el llanto de la conversión

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas. 23, 27 - 31

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

Jesús, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las mujeres de Jerusalén acoge con su mirada de verdad y misericordia las lágrimas de compasión derramadas sobre él. Dios, que ha llorado sobre Jerusalén [27], educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se quede en una estéril conmiseración externa. Las invita a reconocer en él la suerte del inocente injustamente condenado y quemado, como leño verde, como «castigo saludable» [28]. Les ayuda a que examinen el leño seco del propio corazón y experimenten, así, el dolor benéfico de la compunción.

Brota aquí el llanto auténtico, cuando los ojos confiesan con las lágrimas no sólo el pecado, sino también el dolor del corazón. Son lágrimas benditas, como las de Pedro, signo de arrepentimiento y prenda de conversión, que renuevan en nosotros la gracia del Bautismo.

 

Humilde Jesús, en tu cuerpo sufriente y maltratado, denigrado y escarnecido, no sabemos reconocer las heridas de nuestra infidelidad y de nuestras ambiciones, de nuestras traiciones y de nuestras rebeliones. Son heridas que gimen e invocan el bálsamo de nuestra conversión, mientras nosotros hoy ya no sabemos llorar por nuestros pecados.

Ven, Espíritu de la Verdad, ¡derrama sobre nosotros el don de la Sabiduría! En la luz del amor que salva danos el conocimiento de nuestra miseria, «las lágrimas que deshacen la culpa, el llanto que merece el perdón» [29] .

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

 

Eia, Mater, fons amoris, me sentire vim doloris fac, ut tecum lugeam.

 

NOVENA ESTACIÓN

Jesús cae por tercera vez

Jesús, con su debilidad, fortalece nuestra fragilidad

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Lucas. 22, 28-30a. 31-32.

«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino... Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

Con su tercera caída, Jesús confiesa el amor con el que ha abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva la llamada a seguirle hasta el final, en fidelidad. Pero nos concede también echar una mirada más allá del velo de la promesa: «Si perseveramos, también reinaremos con él» [30] .

Sus caídas pertenecen al misterio de su encarnación. Nos ha buscado en nuestra debilidad, bajando hasta lo más hondo de ella, para levantarnos hacía él. «Nos ha mostrado en sí mismo la vía de la humildad, para abrirnos la vía del regreso» [31] . «Nos ha enseñado la paciencia como arma con la que se vence el mundo» [32] . Ahora, caído en tierra por tercera vez, mientras «com-padece nuestras debilidades» [33] , nos indica la manera de no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: «Permanecer en él» [34] .

Humilde Jesús, ante las pruebas que criban nuestra fe nos sentimos desolados: no nos acabamos de creer que nuestras pruebas hayan sido ya las tuyas, y que tú nos invitas simplemente a vivirlas contigo.

¡Ven, Espíritu de la Verdad, en las caídas que marcan nuestro camino! Enséñanos a apoyarnos en la fidelidad de Jesús, a creer en su oración por nosotros, para acoger esa corriente de fuerza que sólo él, el Dios con nosotros, puede darnos.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Fac ut ardeat cor meum in amando Christum Deum,

ut sibi complaceam.

 

DÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es despojado de sus vestiduras

Jesús queda desnudo para revestirnos con la vestidura de hijos

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 23 -24

Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

Jesús queda desnudo. El icono de Cristo despojado de sus vestiduras es rico de resonancias bíblicas: nos devuelve a la desnudez inocente de los orígenes y a la vergüenza de la caída [35 ].

En la inocencia original, la desnudez era la vestidura de la gloria del hombre: su amistad trasparente y hermosa con Dios. Con la caída, la armonía de esa relación se rompe, la desnudez sufre vergüenza y lleva consigo el recuerdo dramático de aquella pérdida.

La desnudez significa la verdad del ser.

Jesús, despojado de sus vestiduras, tejió en la cruz el hábito nuevo de la dignidad filial del hombre. Esa túnica sin costuras queda allí, íntegra para nosotros; la vestidura de su filiación divina no se ha rasgado, sino que, desde lo alto de la cruz, se nos ha dado.

Humilde Jesús, delante de tu desnudez

descubrimos lo esencial de nuestra vida y de nuestra alegría: ser en ti hijos del Padre. Pero confesamos también la resistencia a abrazar la pobreza como dependencia del Padre, a acoger la desnudez como hábito filial.

Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a reconocer y a bendecir en cada expolio que sufrimos una cita con la verdad de nuestro ser, un encuentro con la desnudez redentora del Salvador, un trampolín que nos lanza hacia el abrazo filial con el Padre.

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Sancta Mater, istud agas, Crucifixi fige plagas cordi meo valide.

UNDÉCIMA ESTACIÓN

Jesús es clavado en la cruz

Jesús, elevado sobre la tierra, atrae a todos hacia sí

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 18-22

Lo crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El Rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Soy el rey de los judíos"». Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está».

Jesús crucificado está en el centro; la inscripción regia, alta sobre la cruz, abre las profundidades del misterio: Jesús es el rey y la cruz es su trono. La realeza de Jesús, escrita en tres lenguas, es un mensaje universal: para el sencillo y el sabio, para el pobre y el poderoso, para quien se acoge a la Ley divina y para quien confía en el poder político. La imagen del crucificado, que ninguna sentencia humana podrá remover nunca de las paredes de nuestro corazón, será para siempre la palabra regia de la Verdad: «Luz crucificada que ilumina a los ciegos» [36], «tesoro cubierto que sólo la oración puede abrir» [37], corazón del mundo.

Jesús no reina dominando, con un poder de este mundo, él «no tiene ninguna legión» [38]. Jesús reina atrayendo [39]: su imán es el amor del Padre que en él se da por

 nosotros «hasta el extremo» [40]. «Nada se libra de su calor» [41 ].

Señor Jesús, crucificado por nosotros. Tú eres la confesión del gran amor del Padre por la humanidad, el icono de la única verdad creíble. Atráenos hacia ti, para que aprendamos a vivir «por amor de tu amor» [42] .

Ven, Espíritu de la Verdad, ayúdanos a elegir siempre a «Dios y su voluntad frente a los intereses del mundo y sus poderes, para descubrir, en la impotencia externa del Crucificado, la potencia siempre nueva de la verdad» [43 ].  

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Tui Nati vulnerati,

tam dignati pro me pati pœnas mecum divide.

DUODÉCIMA ESTACIÓN

Jesús muere en la cruz

Jesús vive su muerte como un don de amor

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 28 -30

Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

«Tengo sed». «Está cumplido». En estas dos palabras, Jesús nos muestra, con una mirada hacia la humanidad y otra hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misión: el amor al hombre y la obediencia al Padre. Un amor horizontal y un amor vertical: ¡he aquí el diseño de la cruz! Y desde el punto de encuentro de ese doble amor, allí donde Jesús inclina la cabeza, mana el Espíritu Santo, primer fruto de su retorno al Padre.

En este soplo vital del cumplimiento, vibra el recuerdo de la obra de la creación [44] ahora redimida. Pero también la llamada a todos los que creen en él, a «completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo» [45]. ¡Hasta que todo esté cumplido!

¡Señor Jesús, muerto por nosotros!

Tú pides para dar,

mueres para entregar y,

al mismo tiempo, nos haces descubrir en el don de sí mismo el gesto que crea el espacio de la unidad. Perdona el vinagre de nuestro rechazo

y de nuestra incredulidad, perdona la sordera de nuestro corazón a tu grito sediento que sigue subiendo desde el dolor de tantos hermanos.

Ven, Espíritu Santo, heredad del Hijo que muere por nosotros: sé tú el faro que nos guíe «hasta la verdad plena» [46] y «la raíz que nos conserve en la unidad» [47] .

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Vidit suum dulcem Natum morientem desolatum, cum emisit spiritum.

 

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

El cuerpo de Jesús es acogido en el abrazo de la Madre

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 32-35.38

Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo.

La lanzada en el costado de Jesús, de herida se convierte en abertura, en una puerta abierta que nos deja ver el corazón de Dios. Aquí, su infinito amor por nosotros nos deja sacar agua que vivifica y bebida que invisiblemente sacia y nos hace renacer. También nosotros nos acercamos al cuerpo de Jesús bajado de la cruz y puesto en brazos de la madre. Nos acercamos «no caminando, sino creyendo, no con los pasos del cuerpo, sino con la libre decisión del corazón» [48]. En este cuerpo exánime nos reconocemos como sus miembros heridos y sufrientes, pero protegidos por el abrazo amoroso de la madre.

Pero nos reconocemos también en estos brazos maternales, fuertes y tiernos a la vez.

Los brazos abiertos de la Iglesia-Madre son como el altar que nos ofrece el Cuerpo de Cristo y, allí, nosotros llegamos a ser Cuerpo místico de Cristo.

 

Señor Jesús, entregado a la madre, figura de la Iglesia-Madre. Ante del icono de la Piedad aprendemos la entrega al sí del amor, al abandono y la acogida, la confianza y la atención concreta, la ternura que sana la vida y suscita la alegría.

Ven, Espíritu Santo, guíanos, como has guiado a María, en la gratuidad irradiante del amor «derramado por Dios en nuestros corazones con el don de tu presencia» [49] .

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Fac me tecum pie flere, Crucifixo condolore, donec ego vixero.

 

 

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es puesto en el sepulcro

La tierra del silencio y de la espera custodia a Jesús, semilla fecunda de vida nueva

V/. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi. R/. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según san Juan. 19, 40-42

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Un jardín, símbolo de la vida con sus colores, acoge el misterio del hombre creado y redimido. En un jardín, Dios puso a su criatura [50], y de allí la desterró tras la caída [51]. En un jardín comenzó la Pasión de Jesús [52], y en un jardín un sepulcro nuevo acoge al nuevo Adán que vuelve a la tierra [53], seno materno que custodia la semilla fecunda que muere. Es el tiempo de la fe que aguarda silenciosa, y de la esperanza que sabe percibir ya en la rama seca el despuntar de un pequeño brote, promesa de salvación y de alegría.

Ahora la voz de «Dios habla en el gran silencio del corazón» [54] .

 

Todos:

Pater noster, qui es in cælis: sanctificetur nomen tuum; adveniat regnum tuum; fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidianum da nobis hodie; et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris; et ne nos inducas in tentationem; sed libera nos a malo.

Quando corpus morietur, fac ut animæ donetur paradisi gloria. Amen.

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE Y BENDICIÓN APOSTÓLICA

El Santo Padre dirige la palabra a los presentes.

Al final del discurso, el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:

V/. Dominus vobiscum. R/. Et cum spiritu tuo.

V/. Sit nomen Domini benedictum. R/. Ex hoc nunc et usque in sæculum.

V/. Adiutorium nostrum in nomine Domini. R/. Qui fecit cælum et terram.

V/. Benedicat vos omnipotens Deus,

 

+Pater, et

+Filius, et

+Spiritus Sanctus.

R/. Amen.

CANTO

R. Crux fidelis, inter omnes arbor una nobilis, Nulla talem silva profert, flore, fronde, germine! Dulce lignum dulci clavo dulce pondus sustinens.

 

1. Pange, lingua, gloriosi prœlium certaminis, Et super Crucis trophæo dic triumphum nobilem, Qualiter Redemptor orbis immolatus vicerit. R.

 

2. De parentis protoplasti fraude factor condolens, Quando pomi noxialis morte morsu corruit, Ipse lignum tunc notavit, damna ligni ut solveret. R.

 

 

 

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NOTAS



 

[1] 1P 2, 21.

[2] SAN AGUSTÍN, Confesiones 1, 5, 5 (a partir de ahora las citaciones que no sean de la Sagrada Escritura y que no presentan un autor son de san Agustín).

[3] Is 24, 18.

[4] Confesiones 1, 1, 1.

[5] Jn 6, 67.

[6] Jn 6, 68.

[7] Cf. Ef. 1, 13.

[8] Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 45, 1.

9 Cf. Mt 8, 19.

[10] Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 115, 4.

[11] De la verdadera religión 39, 72.

[12] Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén a 1P 3, 4.

[13] Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 26, 5.

[14] Enarraciones sobre los salmos, Salmo 127, 10.

[15] Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 118, Sermón 29, 1.

[16] Cf. Ef 3, 18.

[17] Cf. Carta 140; 26, 64.

[18] Cf. R. GUARDINI, Los signos sagrados, Barcelona 1957, p. 14.

[19] Cf. JUAN PABLO II, Carta, A vosotras, mujeres (29.6.1995), n. 12.

[20] Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 34, 9.

[21] Cf. Comentarios sobre los salmos, Salmo 40, 13. 22 Sal 12 (11), 4.

[23] J. RATZINGER, El elogio de la conciencia. La verdad interroga al corazón, Navarra 2010.

[24] La Ciudad de Dios 14, 28.

[25] Sermón 175, 3, 3.

[26] Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 113, 4.

[27] Cf. Lc 19, 41.

[28] Is 53, 5.

[29] Cf. S. AMBROSIO, Exposición sobre el Evangelio de san Lucas X, 90.

[30] 2 Tm 2, 12a. 31 Cf. Sermón 50, 11.

[32] Cf. Tratados sobre el Evangelio de san Juan 113, 4.

[33] Hb 4, 15

[34] Cf. Jn 15, 7.

[35] Cf. Gn 2, 25; 3, 7.

[36] Cf. Sermón 136, 4.

[37] Cf. Ib. 160, 3.

[38] BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Madrid 2011, p. 223.

[39] Cf. Jn 12, 32.

[40] H. U. VON BALTHASAR, Tú coronas el año con tu gracia, Madrid 1997, p. 217.

[41] Sal 19 (18), 7.

[42] Confesiones 2, 1, 1.

[43] BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret..., o.c., pp. 226-227.

[44] Cf. Gn 2, 2.7.

[45] Cf. Col 1, 24.

[46] Jn 16, 13.

[47] Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 143, 3.

[48] Tratados sobre el Evangelio de san Juan, 26, 3.

[49] Cf. Rm 5, 5.

50 Cf. Gn 2, 8.

[51] Cf. Gn 3, 23.

[52] Cf. Jn 18, 1.

[53] Cf. Jn 19, 41.

[54] Cf. Enarraciones sobre los salmos, Salmo 38, 20.

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