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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 21 de abril de 2011

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Santa Sede

Satán está cribando a los cristianos, advierte Benedicto XVI

El Papa advierte a los cristianos: “nos hemos alejado de Dios”

Dolor del Papa por las inundaciones en Colombia

Una película sobre un niño que quería cantar ante Benedicto XVI

El papa se conectará con la estación espacial internacional

El espíritu de la liturgia

La lengua de la celebración litúrgica

Mundo

El prior de Taizé festejará la Pascua con la Iglesia ortodoxa de Moscú

El cardenal Policarpo invita a hacer presente la Pascua en la humanidad

Los obispos de EE.UU. lanzan una web sobre el legado de Juan Pablo II

Foro

Juan Pablo II: el testimonio de un político musulmán (I)

Documentación

JUEVES SANTO: Homilía del Papa en la Misa en la Cena del Señor

JUEVES SANTO: Homilía del Papa en la Misa Crismal


Santa Sede


Satán está cribando a los cristianos, advierte Benedicto XVI
Preside la Misa en la Cena del Señor del Jueves Santo
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).-Benedicto XVI reconoció en la Misa en la Cena del Señor de este Jueves Santo que Satán está cribando a los discípulos de Cristo ante los ojos de la humanidad.

En una rebosante basílica de San Juan de Letrán, catedral del obispo de Roma, el pontífice pronunció una homilía en la que clamó por la unidad de los discípulos de Cristo, y confesó la importancia que tienen en su vida las oraciones de los creyentes por su ministerio.

"Hoy comprobamos de nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo", reconoció el Santo Padre.

En particular, constató cómo la infidelidad de los cristianos puede comprobarse hoy en los países occidentales.

"Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía", lamentó.

"Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros --preguntó--, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?".

El escándalo de la desunión

Haciendo referencia a la oración de Jesús en la Última Cena para que sus discípulos no se dividan, el obispo de Roma añadió: "¡Cuánta angustia debió sentir en su interior!".

"La unidad de los cristianos sólo se da si los cristianos están íntimamente unidos a él, a Jesús", afirmó. "Esta unidad no es algo solamente interior, místico. Se ha de hacer visible, tan visible que constituya para el mundo la prueba de la misión de Jesús por parte del Padre".

Este es el sentido de la oración en la misa por el papa, explicó. "Esto no es un añadido exterior a lo que sucede interiormente, sino expresión necesaria de la realidad eucarística misma".

"Y nombramos al papa y al obispo por su nombre: la unidad es totalmente concreta, tiene nombres. Así, se hace visible la unidad, se convierte en signo para el mundo y establece para nosotros mismos un criterio concreto", aclaró.

Dirigiéndose a los "queridos amigos" que le escuchaban, Benedicto XVI confesó que "es un gran consuelo para el papa saber que en cada celebración eucarística todos rezan por él; que nuestra oración se une a la oración del Señor por Pedro".

La homilía concluyó con esta original oración: "Señor, tú tienes deseos de nosotros, de mí. Tú has deseado darte a nosotros en la santa Eucaristía, de unirte a nosotros. Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti. Fortalécenos en la unidad contigo y entre nosotros. Da a tu Iglesia la unidad, para que el mundo crea".

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El Papa advierte a los cristianos: “nos hemos alejado de Dios”
“Occidente, los países centrales del cristianismo, están cansados de su fe”
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI afirmó hoy, durante la homilía en la Misa Crismal, celebrada en la Basílica de San Pedro, que los cristianos, “Pueblo de Dios”, corren el riesgo, sobre todo en Occidente, de dejar de ser pueblo, por haberse alejado de Dios.

El Pontífice dedicó la homilía a hablar del significado de los Santos Óleos que se bendicen este día en toda la Iglesia, y especialmente del Crisma, el más noble de todos, que se usa en la Confirmación y en la Ordenación Sacerdotal.

Esta “unción sacerdotal” convierte a los cristianos en “santuario de Dios en el mundo”, explicó. Pero se preguntó a continuación si esta misión se está llevando a cabo hoy, o si por el contrario, en lugar de “abrir a los hombres el acceso a Dios”, por el contrario, “se lo escondemos”.

“Nosotros –el Pueblo de Dios– ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios? ¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo?”, se preguntó.

Por ello, el Papa invitió a todos los fieles a “gritar en esta hora a Dios: No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo”.

En este sentido, afirmó la importancia de la próxima beatificación de Juan Pablo II, “un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo”.

A pesar de “la vergüenza por nuestros errores, no debemos olvidar que también hoy existen ejemplos luminosos de fe; que también hoy hay personas que, mediante su fe y su amor, dan esperanza al mundo”, añadió el Papa.

Buscar a Dios

Hablando sobre el sentido del Óleo de los catecúmenos, que se impone a las personas que van a recibir el Bautismo, Benedicto XVI explicó que este signo “nos dice: no sólo los hombres buscan a Dios. Dios mismo se ha puesto a buscarnos”.

“El que Él mismo se haya hecho hombre y haya bajado a los abismos de la existencia humana, hasta la noche de la muerte, nos muestra lo mucho que Dios ama al hombre, su criatura. Impulsado por su amor, Dios se ha encaminado hacia nosotros”.

Dios, afirmó el Papa, “sale al encuentro de la inquietud de nuestro corazón, de la inquietud de nuestro preguntar y buscar, con la inquietud de su mismo corazón, que lo induce a cumplir por nosotros el gesto extremo”.

El hombre, afirmó, “está inquieto, porque todo lo que es temporal es demasiado poco. Pero ¿es auténtica nuestra inquietud por Él? ¿No nos hemos resignado, tal vez, a su ausencia y tratamos de ser autosuficientes?”

Por ello, exhortó a todos a no dejar “apagar en nosotros la inquietud en relación con Dios, el estar en camino hacia Él, para conocerlo mejor, para amarlo mejor. En este sentido, deberíamos permanecer siempre catecúmenos”.

Curar al hombre

Por último, explicó el significado del Óleo de la Unción de Enfermos: “Tenemos ante nosotros la multitud de las personas que sufren: los hambrientos y los sedientos, las víctimas de la violencia en todos los continentes, los enfermos con todos sus dolores, sus esperanzas y desalientos, los perseguidos y los oprimidos, las personas con el corazón desgarrado”.

Curar, afirmó el Papa, “es un encargo primordial que Jesús ha confiado a la Iglesia, según el ejemplo que Él mismo nos ha dado, al ir por los caminos sanando a los enfermos”, como algo intrínseco al anuncio del Evangelio.

El anuncio del Reino de Dios “debe suscitar ante todo esto: curar el corazón herido de los hombres. El hombre por su misma esencia es un ser en relación. Pero, si se trastorna la relación fundamental, la relación con Dios, también se trastorna todo lo demás”.

“Si se deteriora nuestra relación con Dios, si la orientación fundamental de nuestro ser está equivocada, tampoco podemos curarnos de verdad ni en el cuerpo ni en el alma. Por eso, la primera y fundamental curación sucede en el encuentro con Cristo que nos reconcilia con Dios y sana nuestro corazón desgarrado”, afirmó.

La curación concreta de la enfermedad y el sufrimiento, añadió, “también forma parte de la misión esencial de la Iglesia”.

En santos como Isabel de Turingia, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Camilo de Lellis hasta la Madre Teresa “atraviesa el mundo una estela luminosa de personas, que tiene origen en el amor de Jesús por los que sufren y los enfermos”.

“El óleo para la Unción de los enfermos es signo de este óleo de la bondad del corazón, que estas personas –junto con su competencia profesional– llevan a los que sufren. Sin hablar de Cristo, lo manifiestan”, concluyó.


 

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Dolor del Papa por las inundaciones en Colombia
Centenares de muertos en un larguísimo invierno
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI manifestó en este Jueves Santo su "dolor y preocupación" por los colombianos afectados por la emergencia invernal.

Colombia está viviendo una tragedia sin precedentes, a causa del impacto de la ola de lluvias invernales, que ha provocado varios centenares de muertos.

En una nota del Estado Vaticano al Embajador de Colombia ante la Santa Sede, César Mauricio Velásquez, el Santo Padre expresó: "Acompaño con mi oración a todas las víctimas y familiares de quienes están padecido esta tragedia. Pido que los llamamientos a la solidaridad, hechos por del presidente de esa querida Nación, sean escuchados".

"Que todos los afectados por las lluvias de los últimos días, sientan mi cercanía, oración y ayuda", añade la nota.

El pontífice ha aprovechado esta convocatoria para unirse a los que sufren "en estas horas de angustia y tribulación. Animo a quienes están al frente de las operaciones de ayuda y rescate para que se mantengan en su empeño de socorrer a los desvalidos."

La Embajada de Colombia ante la Santa Sede informa que seguirá buscando ayudas materiales para los damnificados, canalizadas a través de la red de Cáritas.



 

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Una película sobre un niño que quería cantar ante Benedicto XVI
El padre Lombardi habla sobre “Francesco y el Papa”, de Ciro Cappellari
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- “Francesco y el Papa” es una película cinematográfica que presenta a la figura de Benedicto XVI y la realidad de la vida en el Vaticano, vista a través de los ojos de Francesco, un niño que soñaba cantar ante él.

Así lo explica en una nota informativa el padre Federico Lombardi, portavoz de la Sala de Prensa del Vaticano.

El film se estrena hoy en 60 salas cinematográficas de Alemania y Suiza y fue presentado en primera visión el 24 de marzo en Munich, a diversos invitados entre los cuales el cardenal arzobispo de dicha ciudad: Frisinga, Reinhard Marx. Le siguieron otras dos primeras visiones en Würzburg el 8 de abril y en Einsiedeln (Suiza). y

El director de la película es el argentino Ciro Cappellari, explica que el protagonista de es un niño romano de once años, apasionado del fútbol y de la música, y miembro del famoso coro de la ‘Capilla Sixtina’.

Por su voz con un timbre extraordinario, Francisco es elegido para cantar solo delante del Santo Padre. Bajo la guía experta de monseñor Giuseppe Liberto, director de dicho coro, el joven es acompañado por la filmación durante su preparación hasta el momento culminante en el cual canta delante del Sumo Pontífice. 

Al mismo tiempo – estamos en el 2009 – se muestra parte de los viajes apostólicos de Benedicto XVI a África y Tierra Santa e imágenes de la vida cotidiana y de la actividad de Papa, recogido en oración durante un paseo en la residencia papal de verano Castel Gandolfo, a pocos kilómetros de Roma.

Siempre a través de los ojos del niño, durante los 90 minutos del film, el espectador es introducido en varios aspectos de la vida que transcurre en el Vaticano: el adiestramiento de los guardias suizos y de los gendarmes, las celebraciones en la basílica de San Pedro, etc. 

Las tomas particulares autorizadas para realizar el film, las imágenes y las colaboraciones dadas por el Centro Televisivo Vaticano, junto con la asistencia del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales, hacen de esta película una producción muy original que ofrece también al público de las salas de cine una posibilidad de entrar en el mundo del Vaticano y de acercarse a la figura del Santo Padre simple e informal.

“Sin entrar en una valoración profunda de la película, se puede seguramente afirmar que la misma constituye una ulterior demostración de la disponibilidad de Benedicto XVI y de sus colaboradores para acoger nuevas formas, directas y diversas que permitan entrar en comunicación con el gran público”, afirma el padre Lombardi en su nota.

La película está producida por P.Weckert, N.Preuss, O.Berben, y la alemana Fanes Film, en cooproducción con Constantin Film y Beta Film.

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El papa se conectará con la estación espacial internacional
El 4 de mayo, con motivo de la última misión del transbordador Endeavour
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Las palabras del papa llegarán hasta los astronautas de la estación espacial internacional. Benedicto XVI se conectará por satélite con la tripulación y les enviará un pequeño regalo con motivo de la última misión del Transbordador espacial Endeavour, el miércoles 4 de mayo a las 17.30 hora de Roma.

Según un comunicado la Prefectura de la Casa Pontificia, el papa establecerá la comunicación en el momento en el que se encuentre en la estación espacial el coronel italiano Roberto Vittori, quien llevará una medalla de bronce, regalo del Santo Padre, con el resto de los miembros de la tripulación de carácter internacional.

El transbordador espacial Endeavour es el quinto y más reciente transbordador espacial construido por la NASA.

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El espíritu de la liturgia


La lengua de la celebración litúrgica
Columna de teología litúrgica dirigida por Mauro Gagliardi
Por Uwe Michael Lang, C.O.*

ROMA, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- La lengua no es solo un instrumento que sirve para comunicar hechos, y debe hacerlo de la forma más sencilla y eficiente, sino que es también el medio para expresar nuestra mens de un modo que implica a toda la persona. En consecuencia, la lengua es también el medio en el que se expresan los pensamientos y las experiencias religiosas.

La lengua utilizada en el culto divino, o lo que es lo mismo, la “lengua sacra” no se lleva hasta la glossolalia (cf 1Cor 14) o al místico silencio, excluyendo completamente la comunicación humana, o al menos intenta hacerlo. Con todo, se reduce el elemento de la comprensibilidad en favor de otros elementos, en particular el expresivo. Christine Mohrmann, la gran historiadora del latín de los cristianos, afirma que la lengua sacra es una forma específica de “organizar” la experiencia religiosa. De hecho, Mohrmann sostiene que cata forma de creer en la realidad sobrenatural, en la existencia de un ser trascendente, conduce necesariamente a la adopción de una forma de lengua sacra en el culto, mientras que un laicismo radical lleva a rechazar toda forma de ésta. En este sentido, en cardenal Albert Malcolm Ranjith recordó en una entrevista: “El uso de una lengua sacra es tradición en todo el mundo. En el hinduismo la lengua de oración es el sánscrito, que ya no se usa. En el budismo se usa el Pali, lengua que hoy solo estudian los monjes budistas. En el islam se emplea el árabe del Corán. El uso de una lengua sacra nos ayuda a vivir la sensación del más allá” (La Repubblica, 31 de julio de 2008, p. 42).

El uso de una lengua sacra en la celebración litúrgica forma parte de lo que santo Tomás de Aquino en la Summa Theologiae llama la solemnitas. El Doctor Angélico enseña: “Lo que se encuentra en los sacramentos por institución humana no es necesario para la validez del sacramento, pero confiere una cierta solemnidad, útil en los sacramentos para despertar la devoción y el respeto en aquellos que los reciben” (Summa Theologiae III, 64, 2; cf. 83, 4).

La lengua sacra, siendo el medio de expresión no sólo de los individuos, sino de una comunidad que sigue sus tradiciones, es conservadora: mantiene las formas lingüísticas arcaicas con tenacidad. Además, se introducen en ella elementos externos, en cuanto que son asociaciones a una antigua tradición religiosa. Un caso paradigmático es el vocabulario bíblico hebreo en el latín usado por los cristianos (amén, aleluya, hosanna, etc.), como ya observó san Agustín (cf. De doctrina christiana II, 34-35 [11,16]).

A lo largo de la historia, se ha utilizado una amplia variedad de lenguas en el culto cristiano: el griego en la tradición bizantina; las diversas lenguas de las tradiciones orientales, como el sirio, el armenio, el georgiano, el copto y el etíope, el paleoeslavo; el latín del rito romano y de los demás ritos occidentales. En todas estas lenguas se encuentran formas de estilo que las separan de la lengua “ordinaria”, es decir, popular. A menudo este distanciamiento es consecuencia de las derivaciones en el lenguaje común, que después no fueron adoptados en la lengua litúrgica a causa de su carácter sagrado. Con todo, en el caso del latín como lengua de la liturgia romana, existió un cierto alejamiento desde el principio: los romanos no hablaban con el estilo del Canon o de las oraciones de la Misa. Apenas el griego fue sustituido por el latín en la liturgia romana, se creó como medio de culto un lenguaje fuertemente estilizado, que un cristiano medio de la Roma de la antigüedad tardía habría comprendido no sin dificultad. Además, el desarrollo de la latinitas cristiana puede haber hecho la liturgia más accesible a la gente de Roma o de Milán, pero no necesariamente a aquellos cuya lengua madre era el gótico, el céltico, el íbero o el púnico. Con todo, gracias al prestigio de la Iglesia de Roma y a la fuerza unificadora del papado, el latín se convirtió en la única lengua litúrgica y así en uno de los fundamentos de la cultura en Occidente.

La distancia entre el latín litúrgico y la lengua del pueblo se hizo más grande con el desarrollo de las culturas y de las lenguas nacionales en Europa, por no mencionar los territorios de misión. Esta situación no favorecía la participación de los fieles en la liturgia, y por ello el Concilio Vaticano II quiso extender el uso del vernacolo, ya introducido en cierta medida en las décadas precedentes, en la celebración de los sacramentos (Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, art. 36, n. 2). Al mismo tiempo, el Concilio subrayó que “el uso de la lengua latina […] se conserve en los ritos latinos” (ibid., art. 36, n. 1; cf. anche art. 54). Con todo, los Padres Conciliares no imaginaban que la lengua sacra de la Iglesia occidental habría sido totalmente sustituida por el vernáculo. La fragmentación lingüística del culto católico se ha llevado tan lejos, que hoy muchos fieles apenas pueden recitar un Pater noster junto a los demás, como puede observarse en las reuniones internacionales en Roma y otros lugares. En una época que se distingue por la gran movilidad y globalización. Una lengua litúrgica común podría servir como vínculo de unidad entre pueblos y culturas, aparte del hecho de que la liturgia latina es un tesoro espiritual único que ha alimentado la vida de la Iglesia durante muchos siglos. Sin duda el latín contribuye al carácter sacro y estable “que atrae a muchos al antiguo uso”, como escribe el Santo Padre Benedicto XVI en su Carta a los Obispos, con ocasión de la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum (7 de julio de 2007). Con el uso más amplio de la lengua latina, decisión del todo legítima pero poco usada, “en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI podrá manifestarse, de manera más fuerte que cuanto lo ha sido hasta ahora, esa sacralidad” (ibid.).

Finalmente, es necesario preservar el carácter sacro de la lengua litúrgica en la traducción al vernáculo, como observa con claridad ejemplar la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos sobre la traducción de los libros litúrgicos Liturgiam authenticam de 2001. Un fruto notable de esta instrucción es la nueva traducción inglesa del Missale Romanum que será introducida en muchos países anglófonos durante este año.

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*Uwe Michael Lang es Oficial de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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Mundo


El prior de Taizé festejará la Pascua con la Iglesia ortodoxa de Moscú
Acompañado por 240 jóvenes de 26 países
MOSCÚ, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org) – Acompañado por algunos de sus frailes y por 240 jóvenes de 26 países, el Hermano Alois, prior de Taizé, celebrará la Pascua con la Iglesia ortodoxa rusa en Moscú, durante una peregrinación de 5 días (20-25 de abril).

Los jóvenes peregrinos han sido acogidos por seis parroquias ortodoxas ortodoxas de Moscú en las que participarán, desde hoy Jueves Santo, en las celebraciones litúrgicas.

Mañana viernes se dirigirán a los suburbios del sur de Moscú, a Boutovo, donde 20.000 personas (obispos, sacerdotes, monjes, religiosos y laicos), fueron fusilados en tiempos de Stalin, entre 1935 y 1937.

El sábado por la noche, asistirán a la celebración de la noche de Pascua en cada una de las seis parroquias.

La peregrinación concluirá el domingo con la participación en las vísperas solemnes de Pascua, presididas por el Patriarca Kirill I en la catedral de Cristo Salvador.

Los vínculos entre Taizé y Rusia se remontan a hace mucho tiempo, recuerda la Comunidad de Taizé (cf. www.taize.fr). En los años sesenta, responsables de la Iglesia ortodoxa rusa visitaron la comunidad. Entre los años 1970 y 80, el Hermano Roger y otros frailes fueron invitados a Rusia. En 1988, la comunidad envió un millón de Nuevos Testamentos en ruso a Moscú, San Petersburgo, Kiev y Minsk.

Desde principios de la década de los noventa, conforme se abrían las fronteras, muchos rusos han participado en gran número en los encuentros de jóvenes de Taizé y en los encuentros europeos de final de cada año.

En junio de 2006, el Hermano Alois visitó al patriarca Alejo II, asistió a sus funerales en diciembre de 2008 y a la entronización del patriarca Kirill I en enero de 2009. Después de dos años, el patriarca de Moscú envió un mensaje de saludo a los participantes en el encuentro europeo anual.

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El cardenal Policarpo invita a hacer presente la Pascua en la humanidad
Envía un mensaje de vídeo con ocasión de la fiesta
LISBOA, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- El cardenal patriarca de Lisboa, monseñor José Policarpo, espera que los católicos hagan presenta “la Pascua en la humanidad de hoy”, subrayando que se trata de “una cosa muy seria”.

El purpurado ha lanzado su mensaje pascual en vídeo, difundido el pasado martes por el canal del Patriarcado en YouTube.
Monseñor Policarpo dice que desear una buena Pascua, para los cristianos es algo más que “un saludo amigable”.

“La Pascua cristiana es muy exigente. El Señor Jesús, antes de morir, dice a los discípulos 'Haced esto en memoria mía', es decir hacedlo presente en nuestra vida”.

“Esta es la característica de la Pascua cristiana: la actualidad de la Pascua. Cristo murió en el pasado, pero su muerte es profundamente actual. Celebrando la Pascua, debemos tener en cuenta y desear que cada año, todos los domingos en que la celebramos, esté viva, sea una celebración, esté viva en nuestra vida y en la de la comunidad a la que pertenecemos”.

En un momento en que Portugal vive “un periodo de dificultad” a causa de la crisis económica y política, el cardenal afirmó que la Pascua recuerda que la vida de cada uno no es definitiva, es decir “que existe la posibilidad de transformarla, de darle un sentido nuevo”.

“Y esto es posible porque el Señor comunica a cada uno de nosotros su Espíritu de Resucitado”, concluyó.

“Celebrar la Pascua es creer esto, que es posible vivir todo momento en un modo nuevo”.


 

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Los obispos de EE.UU. lanzan una web sobre el legado de Juan Pablo II
 
WASHINGTON, D.C., jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- En vista de la inminente beatificación del Papa Juan Pablo II, los obispos de Estados Unidos han lanzado una página web para honrar la memoria del Pontífice.

La web, www.usccb.org/popejohnpaulii, creada por la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, incluye un vídeo con momentos clave de las visitas del Papa al país.

También aparecen detalles biográficos y escritos del Pontífice, así como ensayos de su legado sobre las relaciones entre Oriente y Occidente, sobre los medios de comunicación, sobre el uso ético de la tecnología y sobre la misión social de la Iglesia.

Helen Osman, secretaria para las comunicaciones de la Conferencia Episcopal, afirmó que “el Papa Juan Pablo II ha tocado la vida de mucha gente en todo el mundo, sobre todo la de los americanos durante sus siete visitas a los Estados Unidos”.

“La Conferencia Episcopal -añadió- ha creado la página web para ayudar a las personas a darse cuenta de su obra tan extraordinaria, y el vídeo para ilustrar sus importantes relaciones con el pueblo americano”.

 

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Foro


Juan Pablo II: el testimonio de un político musulmán (I)
 
Por Mohammad Al-Sammak*

ROMA, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Por primera vez después de 34 años de interrupciones, un tren cruzó el umbral del Vaticano. Era el 24 de enero de 2002. La estación vaticana no tenía corriente eléctrica, por lo que se activó un tren particular con locomotora para arrastrar el tren del Papa hasta la primera estación eléctrica de Roma que dista dos km de allí.

Se dispusieron seis vagones para transportar al Papa y sus huéspedes – yo era uno de ellos – hasta Asís, a la tumba de San Francisco, el primer cristiano que ha hecho un debate teológico con los ulemas musulmanes. Ocurrió durante la guerra de los francos – las cruzadas – en Dumiat, Egipto. Y probablemente por este motivo, el Papa difunto eligió precisamente Asís para lanzar en 1986 su iniciativa mundial de diálogo entre las religiones. Desde allí quiso también consagrar esta iniciativa en 2002. Y el Papa actual, Benedicto XVI, está preparando un encuentro de diálogo en memoria de aquella iniciativa.

Desde Asís, Juan Pablo II hizo un llamamiento a la humanidad entera, afirmando que “restablecer totalmente el orden moral y social roto, requiere la conjunción entre la justicia y el perdón, porque los pilares de la paz verdadera son la justicia y esa forma particular del amor que es el perdón”. E inspirándose en el profeta Isaías, dice que “la paz en la verdad es hacer valer la justicia”.

Según el Papa difunto “el terrorismo es hijo de un fundamentalismo fanático, que nace de la convicción de poder imponer a todos la aceptación de la propia visión de la verdad. La verdad, sin embargo, aún cuando se ha alcanzado – y esto sucede siempre en una forma limitada y perfectible – no puede ser impuesta nunca. El respeto a la conciencia de los demás, en la que se refleja la imagen misma de Dios, sólo consiente proponer la verdad al otro, del que se espera que responsablemente la acoja. Pretender imponer a los otros con la violencia lo que se considera que es la verdad, significa violar la dignidad del ser humano y, en definitiva es ultrajar a Dios, del cual es imagen”.

La primera vez que encontré a Juan Pablo II fue en 1987 durante la visita oficial a Malta. Era la primera vez que un Papa visitaba la isla-nación. En este momento estaba participando en una convención internacional en la capital La Valletta. El arzobispo de la ciudad me presentó al Papa, junto al resto de participantes que provenían sea de países árabes que de países occidentales. Apenas el arzobispo mencionó mi nombre y el país de donde provenía, el Papa me tomó de la mano y me dijo: “¿del Líbano?... ¿y qué estáis haciendo por el Líbano?”, mi respuesta inmediata fue: “¿qué estáis haciendo vosotros por el Líbano?”. En aquel periodo, la guerra civil libanesa estaba en una de sus fases más destructivas. Las víctimas caían por las calles, las casas se derrumbaban por los bombardeos, y las granjas ardían con todo lo que contenían de ganado y de cosechas.

El Papa se sorprendió con mi respuesta, y un poco sonrojado me dijo: “verás lo que hacemos por el Líbano... hijo, no es tiempo oportuno para decir nada más”. Siete años después de este encuentro, en 1994, fui convocado en el Vaticano para el Sínodo especial para el Líbano querido por el Papa que había insistido en que participasen representantes de todas las confesiones musulmanas en el Líbano, no sólo como observadores sino como verdaderos y propios participantes. Esta invitación fue una novedad absoluta en la historia de los Sínodos convocados en el Vaticano. Ningún musulmán había sido invitado antes a participar en un Sínodo particular por Asia o África.

En la sesión de apertura, me acerqué al Papa y le pregunté: “¿Se acuerda de nuestra conversación en Malta?”.

Me preguntó: “¿Qué conversación?”.

Respondí: “Aquella sobre el Líbano”.

Y en ese momento, sus ojos brillaron, me apretó la mano y me dijo: “¡Es usted! No me acuerdo de su nombre. Discúlpeme. Pero no me he olvidado nunca de aquella rápida conversación. Estoy muy contento de la participación musulmana en el Sínodo. Y estoy contento de precisamente usted esté con nosotros”.

El Sínodo por el Líbano duró un mes entero, yo participé en él durante tres semanas, durante las que me reunía dos veces al día con el Papa, una vez por la mañana y otra por la tarde. En todas aquellas ocasiones me mostró gran afecto y amabilidad. Durante una cena privada en su apartamento en el Vaticano, estábamos sólo ocho personas, me quedé sorprendido de una muy noble iniciativa del Papa, que insistió en que la cena se acompañase sólo con agua y zumo de naranja para respetar nuestra sensibilidad islámica.

Y durante un viernes del Sínodo, envié una nota escrita al secretario general del Sínodo, el cardenal Scott, informándole que había abandonado la sala sinodal para ir a la mezquita de Roma para la oración del viernes, pidiendo que mi ausencia de los encuentros de aquel día no fuese malentendida. El cardenal asintió expresando su consentimiento, pero después consideró oportuno hacer partícipe del contenido de la nota al Papa, que estaba sentado a su lado, y tras un breve intercambio de palabras con el Santo Padre, se acercó al micrófono e informó a los presentes del contenido de la nota, añadiendo: “El Santo Padre espera que nuestros huéspedes musulmanes (eramos tres, el juez Abbas Halab, representante de la confesión drusa, el doctor Saed El-Maula, representante del supremo consejo chiíta y yo), recen por el buen resultado del Sínodo”.

Fue un gesto inaudito desde todos los puntos de vista. ¡El Papa, jefe de la Iglesia Católica, pide a un musulmán que rece por el buen resultado de un encuentro cristiano realizado en el Vaticano bajo la misma presidencia del Papa y con la presencia de numerosos cardenales, patriarcas y obispos!

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*Mohammad Al-Sammak es Consejero político del Gran Muftí del Líbano.

[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]

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Documentación


JUEVES SANTO: Homilía del Papa en la Misa en la Cena del Señor
“Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti”
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la tarde de este Jueves Santo durante la Misa en la Cena del Señor.


 

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Queridos hermanos y hermanas:

"Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas? Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta.

Sabemos por los cuatro Evangelios que la última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue también un lugar de anuncio. Jesús propuso una vez más con insistencia los elementos fundamentales de su mensaje. Palabra y Sacramento, mensaje y don están indisolublemente unidos. Pero durante la Última Cena, Jesús sobre todo oró. Mateo, Marcos y Lucas utilizan dos palabras para describir la oración de Jesús en el momento central de la Cena: "eucharistesas" y "eulogesas" -"agradecer" y "bendecir". El movimiento ascendente del agradecimiento y el descendente de la bendición van juntos. Las palabras de la transustanciación son parte de esta oración de Jesús. Son palabras de plegaria. Jesús transforma su Pasión en oración, en ofrenda al Padre por los hombres. Esta transformación de su sufrimiento en amor posee una fuerza transformadora para los dones, en los que él ahora se da a sí mismo. Él nos los da para que nosotros y el mundo seamos transformados. El objetivo propio y último de la transformación eucarística es nuestra propia transformación en la comunión con Cristo. La Eucaristía apunta al hombre nuevo, al mundo nuevo, tal como éste puede nacer sólo a partir de Dios mediante la obra del Siervo de Dios.

Gracias a Lucas y, sobre todo, a Juan sabemos que Jesús en su oración durante la Última Cena dirigió también peticiones al Padre, súplicas que contienen al mismo tiempo un llamamiento a sus discípulos de entonces y de todos los tiempos. Quisiera en este momento referirme sólo una súplica que, según Juan, Jesús repitió cuatro veces en su oración sacerdotal. ¡Cuánta angustia debió sentir en su interior! Esta oración sigue siendo de continuo su oración al Padre por nosotros: es la plegaria por la unidad. Jesús dice explícitamente que esta súplica vale no sólo para los discípulos que estaban entonces presentes, sino que apunta a todos los que creerán en él (cf.Jn 17, 20). Pide que todos sean uno "como tú, Padre, en mí, y yo en ti, para que el mundo crea" (Jn 17, 21). La unidad de los cristianos sólo se da si los cristianos están íntimamente unidos a él, a Jesús. Fe y amor por Jesús, fe en su ser uno con el Padre y apertura a la unidad con él son esenciales. Esta unidad no es algo solamente interior, místico. Se ha de hacer visible, tan visible que constituya para el mundo la prueba de la misión de Jesús por parte del Padre. Por eso, esa súplica tiene un sentido eucarístico escondido, que Pablo ha resaltado con claridad en la Primera carta a los Corintios: "El pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 16s). La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor y eso significa: Él nos abre a cada uno más allá de sí mismo. Él nos hace uno entre todos nosotros. La Eucaristía es el misterio de la íntima cercanía y comunión de cada uno con el Señor. Y, al mismo tiempo, es la unión visible entre todos. La Eucaristía es sacramento de la unidad. Llega hasta el misterio trinitario, y crea así a la vez la unidad visible. Digámoslo de nuevo: ella es el encuentro personalísimo con el Señor y, sin embargo, nunca es un mero acto de devoción individual. La celebramos necesariamente juntos. En cada comunidad está el Señor en su totalidad. Pero es el mismo en todas las comunidades. Por eso, forman parte necesariamente de la Oración eucarística de la Iglesia las palabras: "una cum Papa nostro et cum Episcopo nostro". Esto no es un añadido exterior a lo que sucede interiormente, sino expresión necesaria de la realidad eucarística misma. Y nombramos al Papa y al Obispo por su nombre: la unidad es totalmente concreta, tiene nombres. Así, se hace visible la unidad, se convierte en signo para el mundo y establece para nosotros mismos un criterio concreto.

San Lucas nos ha conservado un elemento concreto de la oración de Jesús por la unidad: "Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 31s). Hoy comprobamos de nuevo con dolor que a Satanás se le ha concedido cribar a los discípulos de manera visible delante de todo el mundo. Y sabemos que Jesús ora por la fe de Pedro y de sus sucesores. Sabemos que Pedro, que va al encuentro del Señor a través de las aguas agitadas de la historia y está en peligro de hundirse, está siempre sostenido por la mano del Señor y es guiado sobre las aguas. Pero después sigue un anuncio y un encargo. "Tú, cuando te hayas convertido...": Todos los seres humanos, excepto María, tienen necesidad de convertirse continuamente. Jesús predice la caída de Pedro y su conversión. ¿De qué ha tenido que convertirse Pedro? Al comienzo de su llamada, asustado por el poder divino del Señor y por su propia miseria, Pedro había dicho: "Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador" (Lc 5, 8). En la presencia del Señor, él reconoce su insuficiencia. Así es llamado precisamente en la humildad de quien se sabe pecador y debe siempre, continuamente, encontrar esta humildad. En Cesarea de Filipo, Pedro no había querido aceptar que Jesús tuviera que sufrir y ser crucificado. Esto no era compatible con su imagen de Dios y del Mesías. En el Cenáculo no quiso aceptar que Jesús le lavase los pies: eso no se ajustaba a su imagen de la dignidad del Maestro. En el Huerto de los Olivos blandió la espada. Quería demostrar su valentía. Sin embargo, delante de la sierva afirmó que no conocía a Jesús. En aquel momento, eso le parecía un pequeña mentira para poder permanecer cerca de Jesús. Su heroísmo se derrumbó en un juego mezquino por un puesto en el centro de los acontecimientos. Todos debemos aprender siempre a aceptar a Dios y a Jesucristo como él es, y no como nos gustaría que fuese. También nosotros tenemos dificultad en aceptar que él se haya unido a las limitaciones de su Iglesia y de sus ministros. Tampoco nosotros queremos aceptar que él no tenga poder en el mundo. También nosotros nos parapetamos detrás de pretextos cuando nuestro pertenecer a él se hace muy costoso o muy peligroso. Todos tenemos necesidad de una conversión que acoja a Jesús en su ser-Dios y ser-Hombre. Tenemos necesidad de la humildad del discípulo que cumple la voluntad del Maestro. En este momento queremos pedirle que nos mire también a nosotros como miró a Pedro, en el momento oportuno, con sus ojos benévolos, y que nos convierta.

Pedro, el convertido, fue llamado a confirmar a sus hermanos. No es un dato exterior que este cometido se le haya confiado en el Cenáculo. El servicio de la unidad tiene su lugar visible en la celebración de la santa Eucaristía. Queridos amigos, es un gran consuelo para el Papa saber que en cada celebración eucarística todos rezan por él; que nuestra oración se une a la oración del Señor por Pedro. Sólo gracias a la oración del Señor y de la Iglesia, el Papa puede corresponder a su misión de confirmar a los hermanos, de apacentar el rebaño de Jesús y de garantizar aquella unidad que se hace testimonio visible de la misión de Jesús de parte del Padre.

"Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros". Señor, tú tienes deseos de nosotros, de mí. Tú has deseado darte a nosotros en la santa Eucaristía, de unirte a nosotros. Señor, suscita también en nosotros el deseo de ti. Fortalécenos en la unidad contigo y entre nosotros. Da a tu Iglesia la unidad, para que el mundo crea. Amén.

[Traducción distribuida por la Santa Sede

©Libreria Editrice Vaticana]

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JUEVES SANTO: Homilía del Papa en la Misa Crismal
Con los cardenales, obispos y sacerdotes presentes en Roma
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la Misa Crismal, celebrada a las 9,30 h de la mañana en la Basílica de San Pedro, con los cardenales, obispos y sacerdotes presentes en Roma.

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Queridos hermanos:

En el centro de la liturgia de esta mañana está la bendición de los santos óleos, el óleo para la unción de los catecúmenos, el de la unción de los enfermos y el crisma para los grandes sacramentos que confieren el Espíritu Santo: Confirmación, Ordenación sacerdotal y Ordenación episcopal. En los sacramentos, el Señor nos toca por medio de los elementos de la creación. La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero. El pan y el vino son frutos de la tierra y del trabajo del hombre. El Señor los ha elegido como portadores de su presencia. El aceite es símbolo del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, nos recuerda a Cristo: la palabra "Cristo" (Mesías) significa "el Ungido". La humanidad de Jesús está insertada, mediante la unidad del Hijo con el Padre, en la comunión con el Espíritu Santo y, así, es "ungida" de una manera única, y penetrada por el Espíritu Santo. Lo que había sucedido en los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento de modo simbólico en la unción con aceite, con la que se les establecía en su ministerio, sucede en Jesús en toda su realidad: su humanidad es penetrada por la fuerza del Espíritu Santo. Cuanto más nos unimos a Cristo, más somos colmados por su Espíritu, por el Espíritu Santo. Nos llamamos "cristianos", "ungidos", personas que pertenecen a Cristo y por eso participan en su unción, son tocadas por su Espíritu. No quiero sólo llamarme cristiano, sino que quiero serlo, decía san Ignacio de Antioquía. Dejemos que precisamente estos santos óleos, que ahora son consagrados, nos recuerden esta tarea inherente a la palabra "cristiano", y pidamos al Señor para que no sólo nos llamemos cristianos, sino que lo seamos verdaderamente cada vez más.

En la liturgia de este día se bendicen, como hemos dicho, tres óleos. En esta triada se expresan tres dimensiones esenciales de la existencia cristiana, sobre las que ahora queremos reflexionar. Tenemos en primer lugar el óleo de los catecúmenos. Este óleo muestra como un primer modo de ser tocados por Cristo y por su Espíritu, un toque interior con el cual el Señor atrae a las personas junto a Él. Mediante esta unción, que se recibe antes incluso del Bautismo, nuestra mirada se dirige por tanto a las personas que se ponen en camino hacia Cristo – a las personas que están buscando la fe, buscando a Dios. El óleo de los catecúmenos nos dice: no sólo los hombres buscan a Dios. Dios mismo se ha puesto a buscarnos. El que Él mismo se haya hecho hombre y haya bajado a los abismos de la existencia humana, hasta la noche de la muerte, nos muestra lo mucho que Dios ama al hombre, su criatura. Impulsado por su amor, Dios se ha encaminado hacia nosotros. "Buscándome te sentaste cansado… que tanto esfuerzo no sea en vano", rezamos en el Dies irae. Dios está buscándome. ¿Quiero reconocerlo? ¿Quiero que me conozca, que me encuentre? Dios ama a los hombres. Sale al encuentro de la inquietud de nuestro corazón, de la inquietud de nuestro preguntar y buscar, con la inquietud de su mismo corazón, que lo induce a cumplir por nosotros el gesto extremo. No se debe apagar en nosotros la inquietud en relación con Dios, el estar en camino hacia Él, para conocerlo mejor, para amarlo mejor. En este sentido, deberíamos permanecer siempre catecúmenos. "Buscad siempre su rostro", dice un salmo (105,4). Sobre esto, Agustín comenta: Dios es tan grande que supera siempre infinitamente todo nuestro conocimiento y todo nuestro ser. El conocer a Dios no se acaba nunca. Por toda la eternidad podemos, con una alegría creciente, continuar a buscarlo, para conocerlo cada vez más y amarlo cada vez más. "Nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti", dice Agustín al inicio de sus Confesiones. Sí, el hombre está inquieto, porque todo lo que es temporal es demasiado poco. Pero ¿es auténtica nuestra inquietud por Él? ¿No nos hemos resignado, tal vez, a su ausencia y tratamos de ser autosuficientes? No permitamos semejante reduccionismo de nuestro ser humanos. Permanezcamos continuamente en camino hacia Él, en su añoranza, en la acogida siempre nueva de conocimiento y de amor.

Después está el óleo de los enfermos. Tenemos ante nosotros la multitud de las personas que sufren: los hambrientos y los sedientos, las víctimas de la violencia en todos los continentes, los enfermos con todos sus dolores, sus esperanzas y desalientos, los perseguidos y los oprimidos, las personas con el corazón desgarrado. A propósito de los primeros discípulos enviados por Jesús, san Lucas nos dice: "Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos" (9, 2). El curar es un encargo primordial que Jesús ha confiado a la Iglesia, según el ejemplo que Él mismo nos ha dado, al ir por los caminos sanando a los enfermos. Cierto, la tarea principal de la Iglesia es el anuncio del Reino de Dios. Pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: "…para curar los corazones desgarrados", nos dice hoy la primera lectura del profeta Isaías (61,1). El anuncio del Reino de Dios, de la infinita bondad de Dios, debe suscitar ante todo esto: curar el corazón herido de los hombres. El hombre por su misma esencia es un ser en relación. Pero, si se trastorna la relación fundamental, la relación con Dios, también se trastorna todo lo demás. Si se deteriora nuestra relación con Dios, si la orientación fundamental de nuestro ser está equivocada, tampoco podemos curarnos de verdad ni en el cuerpo ni en el alma. Por eso, la primera y fundamental curación sucede en el encuentro con Cristo que nos reconcilia con Dios y sana nuestro corazón desgarrado. Pero además de esta tarea central, también forma parte de la misión esencial de la Iglesia la curación concreta de la enfermedad y del sufrimiento. El óleo para la Unción de los enfermos es expresión sacramental visible de esta misión. Desde los inicios maduró en la Iglesia la llamada a curar, maduró el amor cuidadoso a quien está afligido en el cuerpo y en el alma. Ésta es también una ocasión para agradecer al menos una vez a las hermanas y hermanos que llevan este amor curativo a los hombres por todo el mundo, sin mirar a su condición o confesión religiosa. Desde Isabel de Turingia, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, Camilo de Lellis hasta la Madre Teresa –por recordar sólo algunos nombres– atraviesa el mundo una estela luminosa de personas, que tiene origen en el amor de Jesús por los que sufren y los enfermos. Demos gracias ahora por esto al Señor. Demos gracias por esto a todos aquellos que, en virtud de la fe y del amor, se ponen al lado de los que sufren, dando así, en definitiva, un testimonio de la bondad de Dios. El óleo para la Unción de los enfermos es signo de este óleo de la bondad del corazón, que estas personas –junto con su competencia profesional– llevan a los que sufren. Sin hablar de Cristo, lo manifiestan.

En tercer lugar, tenemos finalmente el más noble de los óleos eclesiales, el crisma, una mezcla de aceite de oliva y de perfumes vegetales. Es el óleo de la unción sacerdotal y regia, unción que enlaza con las grandes tradiciones de las unciones del Antiguo Testamento. En la Iglesia, este óleo sirve sobre todo para la unción en la Confirmación y en las sagradas Órdenes. La liturgia de hoy vincula con este óleo las palabras de promesa del profeta Isaías: "Vosotros os llamaréis ‘sacerdotes del Señor’, dirán de vosotros: ‘Ministros de nuestro Dios’" (61, 6). El profeta retoma con esto la gran palabra de tarea y de promesa que Dios había dirigido a Israel en el Sinaí: "Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19, 6). En el mundo entero y para todo él, que en gran parte no conocía a Dios, Israel debía ser como un santuario de Dios para la totalidad, debía ejercitar una función sacerdotal para el mundo. Debía llevar el mundo hacia Dios, abrirlo a Él. San Pedro, en su gran catequesis bautismal, ha aplicado dicho privilegio y cometido de Israel a toda la comunidad de los bautizados, proclamando: "Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Los que antes erais no-pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes erais no compadecidos. ahora sois objeto de compasión." (1 P 2, 9-10). El Bautismo y la Confirmación constituyen el ingreso en el Pueblo de Dios, que abraza todo el mundo; la unción en el Bautismo y en la Confirmación es una unción que introduce en ese ministerio sacerdotal para la humanidad. Los cristianos son un pueblo sacerdotal para el mundo. Deberían hacer visible en el mundo al Dios vivo, testimoniarlo y llevarle a Él. Cuando hablamos de nuestra tarea común, como bautizados, no hay razón para alardear. Eso es más bien una cuestión que nos alegra y, al mismo tiempo, nos inquieta: ¿Somos verdaderamente el santuario de Dios en el mundo y para el mundo? ¿Abrimos a los hombres el acceso a Dios o, por el contrario, se lo escondemos? Nosotros –el Pueblo de Dios– ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios? ¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo? Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: "No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría.

No obstante toda la vergüenza por nuestros errores, no debemos olvidar que también hoy existen ejemplos luminosos de fe; que también hoy hay personas que, mediante su fe y su amor, dan esperanza al mundo. Cuando sea beatificado, el próximo uno de mayo, el Papa Juan Pablo II, pensaremos en él llenos de gratitud como un gran testigo de Dios y de Jesucristo en nuestro tiempo, como un hombre lleno del Espíritu Santo. Junto a él pensemos al gran número de aquellos que él ha beatificado y canonizado, y que nos dan la certeza de que también hoy la promesa de Dios y su encomienda no caen en saco roto.

Me dirijo finalmente a vosotros, queridos hermanos en el ministerio sacerdotal. El Jueves Santo es nuestro día de un modo particular. En la hora de la Última Cena el Señor ha instituido el sacerdocio de la Nueva Alianza. "Santifícalos en la verdad" (Jn 17, 17), ha pedido al Padre para los Apóstoles y para los sacerdotes de todos los tiempos. Con enorme gratitud por la vocación y con humildad por nuestras insuficiencias, dirijamos en esta hora nuestro "sí" a la llamada del Señor: Sí, quiero unirme íntimamente al Señor Jesús, renunciando a mí mismo… impulsado por el amor de Cristo. Amén

[©Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana]

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