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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 23 de abril de 2011

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Foro

La pregunta de Pilato

¿Quién es Jesús para ti?

Documentación

Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual

Adopción de menores por parte de parejas homosexuales


Foro


La pregunta de Pilato
Por Francesco Ventorino
CIUDAD DEL VATIANO, sábado, 23 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo qu eha escrito Francesco Ventorino en "L'Osservatore Romano" con el título "La pregunta de Pilato", una profundización sobre el tema de la verdad en el libro "Jesús de Nazaret".

 

* * *
 

 



La pregunta: "¿Qué es la verdad?", formulada superficialmente y con cierto escepticismo por el pragmático Pilato, "es una cuestión muy seria, en la cual se juega efectivamente el destino de la humanidad" (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Ediciones Encuentro 2011, p. 225). Así introduce Joseph Ratzinger el tema de la verdad en la segunda parte de su Jesús de Nazaret, narrando el proceso a Cristo. En efecto, si la verdad no existiera o fuera inaccesible, a la política no le quedaría sino "tratar más bien de lograr establecer la paz y la justicia con los instrumentos disponibles en el ámbito del poder" (p. 224). Pero entonces, ¿qué justicia sería posible? "¿No debe haber quizás criterios comunes que garanticen verdaderamente la justicia para todos, criterios fuera del alcance de las opiniones cambiantes y de las concentraciones de poder?" (ib.).


Resulta evidente la actualidad de la cuestión y de su formulación. En efecto, hoy la irredención del mundo está relacionada de modo particular con la ilegibilidad de la creación y con la consiguiente irreconocibilidad de la verdad. Incluso la ciencia moderna, que pretende haber descifrado el lenguaje de Dios, según la expresión de Francis S. Collins, y explicar las fórmulas matemáticas de la creación, reconocidas incluso en el código genético del hombre, en realidad nos ha introducido solamente en una especie de verdad funcional sobre el ser humano. "Pero la verdad acerca de sí mismo -sobre quién es, de dónde viene, cuál es el objeto de su existencia, qué es el bien o el mal- no se la puede leer desgraciadamente de esta manera" (p. 227).

"¿Qué es la verdad?". Pilato no es el único que ha dejado a un lado esta cuestión por insoluble. También hoy se la considera molesta. "Pero sin la verdad el hombre pierde en definitiva el sentido de su vida para dejar el campo libre a los más fuertes. "Redención", en el pleno sentido de la palabra, sólo puede consistir en que la verdad sea reconocible" (ib.).

La verdad, según la fórmula lapidaria de Tomás de Aquino, es Dios mismo, ipsa summa et prima veritas (Summa theologiae, I, q. 16, a. 5 c). Esta es la razón por la que la verdad en toda su grandeza y pureza jamás aparece plenamente, y "verdad y opinión errónea, verdad y mentira, están continuamente mezcladas en el mundo de manera casi inseparable" (p. 225). El hombre se acerca a la verdad en la medida en que se conforma a la realidad y a su propia razón, en las cuales, en cierto modo, se refleja la razón creadora de Dios. Pero la verdad en su plenitud, al ser Dios mismo, "llega a ser reconocible si Dios es reconocible. Él se da a conocer en Jesucristo. En Cristo, ha entrado en el mundo y, con ello, ha plantado el criterio de la verdad en medio de la historia" (p. 227).

Así pues, el reconocimiento de la verdad coincide con el reconocimiento de Cristo vivo y presente en la historia, es decir, de Cristo resucitado. Pero este reconocimiento nunca es pleno, y desde las primeras apariciones del Señor a los discípulos está supeditado a lo que Ratzinger llama "la dialéctica del reconocer y no reconocer" (p. 309). Dialéctica que corresponde, por lo demás, al modo de aparecer de Cristo. "Jesús llega a través de las puertas cerradas, y de improviso se presenta en medio de ellos. Y, del mismo modo, desaparece de repente, como al final del encuentro en Emaús" (ib.). Precisamente en esta experiencia de indisponibilidad de su presencia consiste la prueba de un acontecimiento real, que no se puede reducir a una invención por parte de los mismos discípulos.

Al final, permanece siempre en todos nosotros esta pregunta al Señor: "¿Por qué no les has demostrado con vigor irrefutable que tú eres el Viviente, el Señor de la vida y de la muerte? ¿Por qué te has manifestado sólo a un pequeño grupo de discípulos, de cuyo testimonio tenemos ahora que fiarnos?" (p. 320). Pero "es propio del misterio de Dios actuar de manera discreta" (p. 321). El Resucitado quiere llegar a toda la humanidad "solamente mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta", y "no cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente capaces de "ver"" (ib.).

Es necesario admitir que el reconocimiento de la verdad, sin querer negar la vía de la razón natural, hoy está más unido que nunca a la credibilidad del testimonio de los cristianos (¡qué responsabilidad!) y a la libertad con la que cada hombre se dispone a acogerla. En efecto, Dios no quiere "arrollar con el poder exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscitar amor" (ib.). "Ver" siempre está relacionado con amar.

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¿Quién es Jesús para ti?
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 23 abril 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "Quién es Jesús para ti?".

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VER

Son múltiples las actitudes ante Jesús en esta Semana Santa. Muchos se acercan más a Él y a su Iglesia. Nuestros templos rebosan de fieles. Largas filas se forman para recibir el perdón de sus pecados en el sacramento de la reconciliación. En las parroquias de nuestra ciudad, obispos y sacerdotes organizamos ocho tardes para confesar, y en algunas estamos de ocho a diez confesores, tardamos cuatro y cinco horas para terminar, y la gente espera con paciencia su momento. Grupos de jóvenes y familias se desplazan a otros lugares como misioneros. Otros buscan lugares de soledad para reflexionar y orar. Grandes muchedumbres siguen las celebraciones tradicionales como vía crucis, visitas a las "siete casas o iglesias", rosarios, siete palabras, procesiones, etc.

Constatamos, por lo contrario, que para otros muchos estos días son sólo motivo de vacacionar, de alejarse más de Dios, de pecar aún más. Algunos no quieren ni siquiera llamarle "Semana Santa", sino semana mayor. Un grupo de ateos en España se empeña en organizar una contra-semana santa, para burlarse de nuestra fe.

Para ti y para mí, ¿quién es Jesús? ¿Qué significa en nuestra vida? ¿Sólo una tradición, una costumbre, una escenificación teatral, una ceremonia?

JUZGAR

Jesús le ha dado sentido pleno a mi vida. No sé qué sería de mi existencia sin El, si no lo hubiera conocido, si no me hubiera atraído y seducido, si no me convenciera plenamente su vida y su palabra. El es todo para mí. Es mi único camino de vida. Es la luz que me ofrece criterios y actitudes muy definidos. Su estilo de vida me apasiona. Es quien me indica qué hacer en los problemas y en las decisiones que debo tomar. Es quien me impulsa y alienta en mi vocación, en mi decisión de desgastar mi vida para que otros la tengan en plenitud. Su presencia viva en la Eucaristía, en su Palabra y en su Iglesia, es la que me sostiene en enfermedades, cruces y dolores, en las incomprensiones y persecuciones que no faltan. Esforzarme por seguir su ejemplo y su mandato de amar a todo ser humano como prójimo, de servirle en los que sufren, en particular en los pobres y en los que se sienten solos y desesperados, es lo que me hace profundamente feliz. Con El, por El y en El, vale la pena vivir, porque hay un plus: la vida eterna y definitiva cuando la presente termine. ¡Cómo me angustia que otros no se apasionen por El!

El Papa Benedicto XVI, en continuidad con Juan Pablo II, ha dicho en varias ocasiones, y lo repite en su Exhortación sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia: «Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada -absolutamente nada- de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida».

Por ello, nos cuestiona: "Nosotros, ¿qué actitud asumimos ante Jesús? En Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En El, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es la luz del mundo, porque en El resplandece el conocimiento de la gloria de Dios que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización" (3-IV-2011).

ACTUAR

Que la Semana Santa sea ocasión de conocer más a Jesús, de estar más cerca de El, de escuchar su Palabra, de encontrarnos con El en la oración y en la Eucaristía, se servirlo en los pobres, de ayudarle con su cruz en los que sufren.

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Documentación


Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual
“La Iglesia no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas”
CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 23 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche Santa de Pascua en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. En la liturgia bautismal, el Papa bautizó a seis catecúmenos de diferentes países.

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Queridos hermanos y hermanas:

Dos grandes signos caracterizan la celebración litúrgica de la Vigilia pascual. En primer lugar, el fuego que se hace luz. La luz del cirio pascual, que en la procesión a través de la iglesia envuelta en la oscuridad de la noche se propaga en una multitud de luces, nos habla de Cristo como verdadero lucero matutino, que no conoce ocaso, nos habla del Resucitado en el que la luz ha vencido a las tinieblas. El segundo signo es el agua. Nos recuerda, por una parte, las aguas del Mar Rojo, la profundidad y la muerte, el misterio de la Cruz. Pero se presenta después como agua de manantial, como elemento que da vida en la aridez. Se hace así imagen del Sacramento del Bautismo, que nos hace partícipes de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Sin embargo, no sólo forman parte de la liturgia de la Vigilia Pascual los grandes signos de la creación, como la luz y el agua. Característica esencial de la Vigilia es también el que ésta nos conduce a un encuentro profundo con la palabra de la Sagrada Escritura. Antes de la reforma litúrgica había doce lecturas veterotestamentarias y dos neotestamentarias. Las del Nuevo Testamento han permanecido. El número de las lecturas del Antiguo Testamento se ha fijado en siete, pero, de según las circunstancias locales, pueden reducirse a tres. La Iglesia quiere llevarnos, a través de una gran visión panorámica por el camino de la historia de la salvación, desde la creación, pasando por la elección y la liberación de Israel, hasta el testimonio de los profetas, con el que toda esta historia se orienta cada vez más claramente hacia Jesucristo. En la tradición litúrgica, todas estas lecturas eran llamadas profecías. Aun cuando no son directamente anuncios de acontecimientos futuros, tienen un carácter profético, nos muestran el fundamento íntimo y la orientación de la historia. Permiten que la creación y la historia transparenten lo esencial. Así, nos toman de la mano y nos conducen hacía Cristo, nos muestran la verdadera Luz.

En la Vigilia Pascual, el camino a través de los sendas de la Sagrada Escritura comienzan con el relato de la creación. De esta manera, la liturgia nos indica que también el relato de la creación es una profecía. No es una información sobre el desarrollo exterior del devenir del cosmos y del hombre. Los Padres de la Iglesia eran bien conscientes de ello. No entendían dicho relato como una narración del desarrollo del origen de las cosas, sino como una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro ser. Podemos preguntarnos ahora: Pero, ¿es verdaderamente importante en la Vigilia Pascual hablar también de la creación? ¿No se podría empezar por los acontecimientos en los que Dios llama al hombre, forma un pueblo y crea su historia con los hombres sobre la tierra? La respuesta debe ser: no. Omitir la creación significaría malinterpretar la historia misma de Dios con los hombres, disminuirla, no ver su verdadero orden de grandeza. La historia que Dios ha fundado abarca incluso los orígenes, hasta la creación. Nuestra profesión de fe comienza con estas palabras: "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra". Si omitimos este comienzo del Credo, toda la historia de la salvación queda demasiado reducida y estrecha. La Iglesia no es una asociación cualquiera que se ocupa de las necesidades religiosas de los hombres y, por eso mismo, no limita su cometido sólo a dicha asociación. No, ella conduce al hombre al encuentro con Dios y, por tanto, con el principio de todas las cosas. Dios se nos muestra como Creador, y por esto tenemos una responsabilidad con la creación. Nuestra responsabilidad llega hasta la creación, porque ésta proviene del Creador. Puesto que Dios ha creado todo, puede darnos vida y guiar nuestra vida. La vida en la fe de la Iglesia no abraza solamente un ámbito de sensaciones o sentimientos o quizás de obligaciones morales. Abraza al hombre en su totalidad, desde su principio y en la perspectiva de la eternidad. Puesto que la creación pertenece a Dios, podemos confiar plenamente en Él. Y porque Él es Creador, puede darnos la vida eterna. La alegría por la creación, la gratitud por la creación y la responsabilidad respecto a ella van juntas.

El mensaje central del relato de la creación se puede precisar todavía más. San Juan, en las primeras palabras de su Evangelio, ha sintetizado el significado esencial de dicho relato con una sola frase: "En el principio existía el Verbo". En efecto, el relato de la creación que hemos escuchado antes se caracteriza por la expresión que aparece con frecuencia: "Dijo Dios...". El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. "Logos" significa "razón", "sentido", "palabra". No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la falta de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial. Como creyentes respondemos con el relato de la creación y con Juan: en el origen está la razón. En el origen está la libertad. Por esto es bueno ser una persona humana. No es que en el universo en expansión, al final, en un pequeño ángulo cualquiera del cosmos se formara por casualidad una especie de ser viviente, capaz de razonar y de tratar de encontrar en la creación una razón o dársela. Si el hombre fuese solamente un producto casual de la evolución en algún lugar al margen del universo, su vida estaría privada de sentido o sería incluso una molestia de la naturaleza. Pero no es así: la Razón estaba en el principio, la Razón creadora, divina. Y puesto que es Razón, ha creado también la libertad; y como de la libertad se puede hacer un uso inadecuado, existe también aquello que es contrario a la creación. Por eso, una gruesa línea oscura se extiende, por decirlo así, a través de la estructura del universo y a través de la naturaleza humana. Pero no obstante esta contradicción, la creación como tal sigue siendo buena, la vida sigue siendo buena, porque en el origen está la Razón buena, el amor creador de Dios. Por eso el mundo puede ser salvado. Por eso podemos y debemos ponernos de parte de la razón, de la libertad y del amor; de parte de Dios que nos ama tanto que ha sufrido por nosotros, para que de su muerte surgiera una vida nueva, definitiva, saludable.

El relato veterotestamentario de la creación, que hemos escuchado, indica claramente este orden de la realidad. Pero nos permite dar un paso más. Ha estructurado el proceso de la creación en el marco de una semana que se dirige hacia el Sábado, encontrando en él su plenitud. Para Israel, el Sábado era el día en que todos podían participar del reposo de Dios, en que los hombres y animales, amos y esclavos, grandes y pequeños se unían a la libertad de Dios. Así, el Sábado era expresión de la alianza entre Dios y el hombre y la creación. De este modo, la comunión entre Dios y el hombre no aparece como algo añadido, instaurado posteriormente en un mundo cuya creación ya había terminado. La alianza, la comunión entre Dios y el hombre, está ya prefigurada en lo más profundo de la creación. Sí, la alianza es la razón intrínseca de la creación así como la creación es el presupuesto exterior de la alianza. Dios ha hecho el mundo para que exista un lugar donde pueda comunicar su amor y desde el que la respuesta de amor regrese a Él. Ante Dios, el corazón del hombre que le responde es más grande y más importante que todo el inmenso cosmos material, el cual nos deja, ciertamente, vislumbrar algo de la grandeza de Dios.

En Pascua, y partiendo de la experiencia pascual de los cristianos, debemos dar aún un paso más. El Sábado es el séptimo día de la semana. Después de seis días, en los que el hombre participa en cierto modo del trabajo de la creación de Dios, el Sábado es el día del descanso. Pero en la Iglesia naciente sucedió algo inaudito: El Sábado, el séptimo día, es sustituido ahora por el primer día. Como día de la asamblea litúrgica, es el día del encuentro con Dios mediante Jesucristo, el cual en el primer día, el Domingo, se encontró con los suyos como Resucitado, después de que hallaran vacío el sepulcro. La estructura de la semana se ha invertido. Ya no se dirige hacia el séptimo día, para participar en él del reposo de Dios. Inicia con el primer día como día del encuentro con el Resucitado. Este encuentro ocurre siempre nuevamente en la celebración de la Eucaristía, donde el Señor se presenta de nuevo en medio de los suyos y se les entrega, se deja, por así decir, tocar por ellos, se sienta a la mesa con ellos. Este cambio es un hecho extraordinario, si se considera que el Sábado, el séptimo día como día del encuentro con Dios, está profundamente enraizado en el Antiguo Testamento. El dramatismo de dicho cambio resulta aún más claro si tenemos presente hasta qué punto el proceso del trabajo hacia el día de descanso se corresponde también con una lógica natural. Este proceso revolucionario, que se ha verificado inmediatamente al comienzo del desarrollo de la Iglesia, sólo se explica por el hecho de que en dicho día había sucedido algo inaudito. El primer día de la semana era el tercer día después de la muerte de Jesús. Era el día en que Él se había mostrado a los suyos como el Resucitado. Este encuentro, en efecto, tenía en sí algo de extraordinario. El mundo había cambiado. Aquel que había muerto vivía de una vida que ya no estaba amenazada por muerte alguna. Se había inaugurado una nueva forma de vida, una nueva dimensión de la creación. El primer día, según el relato del Génesis, es el día en que comienza la creación. Ahora, se ha convertido de un modo nuevo en el día de la creación, se ha convertido en el día de la nueva creación. Nosotros celebramos el primer día. Con ello celebramos a Dios, el Creador, y a su creación. Sí, creo en Dios, Creador del cielo y de la tierra. Y celebramos al Dios que se ha hecho hombre, que padeció, murió, fue sepultado y resucitó. Celebramos la victoria definitiva del Creador y de su creación. Celebramos este día como origen y, al mismo tiempo, como meta de nuestra vida. Lo celebramos porque ahora, gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte. Celebramos el primer día, porque sabemos que la línea oscura que atraviesa la creación no permanece para siempre. Lo celebramos porque sabemos que ahora vale definitivamente lo que se dice al final del relato de la creación: "Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" (Gen 1, 31). Amén

[Traducción distribuida por la Santa Sede

©Libreria Editrice Vaticana]

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Adopción de menores por parte de parejas homosexuales
Mensaje del presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia
BOGOTÁ, sábado, 23 abril 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje emitido por el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá, a los católicos y ciudadanos de buena voluntad.

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Queridos hermanos y hermanas:


Como es sabido, en las próximas semanas, la Corte Constitucional deberá proferir sentencia en mérito a la adopción de menores por parejas conformadas por personas del mismo sexo.  La alegría de los niños que, según la tradición, acogieron a Jesús durante su entrada a Jerusalén, me brinda la ocasión de dirigirme a ustedes, fieles católicos y ciudadanos de buena voluntad, para reafirmar la clara posición de la Iglesia sobre esta delicada e importante cuestión.


Quiero, en primer lugar, manifestar con toda claridad que la Iglesia en Colombia está profundamente interesada en que sean reconocidos y eficazmente tutelados los legítimos derechos de todos los ciudadanos, sin discriminación alguna.  Creemos en una sociedad abierta e incluyente y condenamos por ello todo eventual acto de maltrato social o de violencia contra las personas homosexuales o pertenecientes a otras minorías.  Con amor de madre, la Iglesia acoge a todos los hombres y mujeres, sea cual sea su condición.  Sabemos bien que, con independencia de la orientación sexual e incluso del comportamiento sexual de cada uno, toda persona tiene la misma identidad fundamental: el ser creatura y, por gracia, hijo o hija de Dios.


Es precisamente por amor y respeto a esta gran dignidad que corresponde a todo hombre y mujer, homosexual o no, y que exige de la Iglesia, del Estado y de la sociedad, sinceridad y franqueza, que los católicos nos oponemos a que los menores de edad puedan ser confiados en adopción a parejas conformadas por personas del mismo sexo y rechazamos una eventual decisión de la Corte Constitucional en este sentido.  Nos oponemos con total convicción porque tenemos razones de peso para sustentar nuestra postura, razones no sólo de orden religioso o moral.  Creo que es necesario y oportuno compartirlas con ustedes, queridos hermanos, para que sean nuestros portavoces en los diferentes ambientes que frecuentan, en la familia, en el trabajo, con los amigos.


Nuestra primera razón es la naturaleza misma de la familia, célula esencial y columna de la sociedad, que se funda en el amor y el compromiso existentes entre un hombre y una mujer.  Este es el principio que, con total evidencia, fue acogido en el artículo 42 de la Constitución Nacional.  No hay lugar a equívocos: nuestros menores tienen derecho a nacer, educarse y crecer en el seno de una familia conformada por un padre y una madre, de sexos biológicamente diferentes y complementarios.


Nuestra segunda razón es la naturaleza jurídica de la adopción que es, principalmente y por excelencia, según el derecho internacional y nuestra legislación interna, una medida de protección (art. 61, Código de la Infancia).  La adopción no es un "derecho" de los adoptantes, sean estos homosexuales o no, sino una medida en beneficio del menor.  Plantear la cuestión de la adopción como un "problema de discriminación" de las parejas homosexuales supone, incluso de modo inconsciente, hacer pasar, por encima del interés del menor, verdadera finalidad de la adopción, las aspiraciones, reivindicaciones y deseos de quienes pretenden adoptar.


Nuestra tercera motivación obedece al necesario respeto que el Estado Social de Derecho debe tener por los valores éticos y sociales de la mayoría de sus ciudadanos.  Para tomar una decisión tan importante como la que atañe actualmente a la Corte Constitucional es necesario tener en cuenta que la inmensa mayoría de los colombianos se han manifestado contrarios a la adopción de menores por parte de parejas del mismo sexo.  Por otra parte, creemos que decisiones de este tipo deberían ser tomadas en espacios políticos más abiertos a la sana discusión de ideas, más representativos de los ideales democráticos, más cercanos a las reales preocupaciones de las familias y del pueblo colombiano.


Nuestra cuarta motivación es de prudencia: pese a cuanto algunos afirman, sí existen serios estudios avalados por la comunidad científica, que ponen en evidencia dudas y reservas sobre la idoneidad de las parejas homosexuales para brindar a los menores de edad un óptimo espacio de desarrollo psicoafectivo y de integración social. Tales estudios deben ser tenidos en cuenta a la hora de tomar una decisión que podría afectar el bienestar de nuestros menores.


Espero que la Corte Constitucional tenga en cuenta estos argumentos y tome una decisión plenamente conforme a los valores ciudadanos y constitucionales, que fundan y enriquecen la convivencia de nuestra Nación.  Dada sin embargo la incertidumbre, los invito queridos hermanos y hermanas a mantenerse vigilantes y atentos, prontos a defender la naturaleza auténtica de la familia y los derechos de los menores, para que sean eficazmente tutelados por todas las instituciones del Estado.


A todos imparto mi bendición, rogando al Señor por la paz de nuestra amada patria.

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