Homilía en la Misa de beatificación

Benedicto XVI: Juan Pablo II abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos

 

Juan Pablo II consiguió, «con la fuerza de un gigante», devolver al cristianismo su fuerza transformadora del mundo, y hacer que los cristianos «dejasen de tener miedo» a serlo, afirmó hoy Benedicto XVI durante la homilía de la ceremonia de beatificación de su predecesor, en la Plaza de San Pedro. El Papa dijo de su predecesor: «Realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía».

01/05/11 12:20 PM


 

(Zenit/InfoCatólica) Ante más de un millón de peregrinos llegados de todo el mundo a Roma para la beatificación, el Papa Benedicto XVI definió en su homilía, publicada por la agencia Zenit, al nuevo beato como un “gigante” que dedicó su vida a una “causa”: “¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” 

La gran tarea de Juan Pablo II, explicó, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo a este último su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres. El papa polaco, afirmó, “abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”. 

“Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio”. Es decir, añadió, “nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”. 

Cristo es la verdad y la esperanza para el hombre

Karol Wojtyla “subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre”. “Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su timonel, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar 'umbral de la esperanza'”. 

El papa polaco “dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia”, afirmó. “Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de adviento, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”. 

Juan Pablo II, el Vaticano II y la Virgen María

El Papa Benedicto XVI quiso subrayar el mérito de Juan Pablo II de haber abierto las “riquezas del Concilio Vaticano II” a toda la Iglesia. La clave de ello, explicó, fue la profunda devoción mariana que acompañó toda la vida del nuevo beato. Karol Wojtyla, “primero como obispo auxiliar y después como arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera”. 

“Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre”, afirmó el Papa. 

Recordó las palabras del testamento de su predecesor, que le dirigió el cardenal Stefan Wyszyński: “La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio”. Juan Pablo II añadía a continuación: “Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo”. 

La oración y la Cruz

El Papa quiso recordar los funerales de Juan Pablo II, hace seis años, en esa misma Plaza de San Pedro: “el dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento”. 

“Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él”, afirmó. 

Por eso, explicó, “he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato”. 

Concluyendo la homilía, el Papa quiso dar su propio “testimonio personal” sobre el nuevo beato, con quien trabajó durante más de veinte años. “Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona”, afirmó. 

De él destacó dos rasgos, como hombre de oración y como testigo ante el sufrimiento. “El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio”, afirmó. 

“Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una roca, como Cristo quería”, añadió. “Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía”, concluyó.