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Servicio diario - 1 de mayo de 2011

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Beatificación de Juan Pablo II

“Juan Pablo II nos quitó el miedo a llamarnos cristianos”, afirma el Papa

Un río humano rinde homenaje al Juan Pablo II, beato

Una noche sin dormir para decenas de miles de peregrinos

El Papa a los hispanohablantes: vuestra fe se mantenga en la solidez de su raíz

Fallece el cardenal español Agustín García Gasco en Roma

La beatificación más concurrida de la historia

La santidad de Juan Pablo II nace en Auschwitz

La vida de Karol Wojtyla en cifras

El mundo del teatro rinde homenaje a Wojtyla

Regina Caeli

Benedicto XVI: ¡Caminad en compañía del beato Juan Pablo II!

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Beato Juan Pablo II: Homilía de Benedicto XVI


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Beatificación de Juan Pablo II


“Juan Pablo II nos quitó el miedo a llamarnos cristianos”, afirma el Papa
Lo define como un “gigante” que restauró la imagen del cristianismo
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Juan Pablo II consiguió, “con la fuerza de un gigante”, devolver al cristianismo su fuerza transformadora del mundo, y hacer que los cristianos “dejasen de tener miedo” a serlo, afirmó hoy el Papa Benedicto XVI durante la homilía de la ceremonia de beatificación de su predecesor, en la Plaza de San Pedro.

Ante más de un millón de peregrinos llegados de todo el mundo a Roma para la beatificación, el Papa Benedicto XVI definió al nuevo beato como un “gigante” que dedicó su vida a una “causa”: “¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

La gran tarea de Juan Pablo II, explicó, fue superar la confrontación entre marxismo y cristianismo, devolviendo a este último su fuerza capaz de transformar la sociedad y realizar las esperanzas de los hombres.

El papa polaco, afirmó, “abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”.

“Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio”.

Es decir, añadió, “nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás”.

Karol Wojtyla “subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre”.

“Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar 'umbral de la esperanza'”.

El papa polaco “dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia”, afirmó.

“Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de 'adviento', con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz”.

Wojtyla y el Vaticano II

El Papa Benedicto XVI quiso subrayar el mérito de Juan Pablo II de haber abierto las “riquezas del Concilio Vaticano II” a toda la Iglesia.

La clave de ello, explicó, fue la profunda devoción mariana que acompañó toda la vida del nuevo beato.

Karol Wojtyla, “primero como obispo auxiliar y después como arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera”.

“Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre”, afirmó el Papa.

Recordó las palabras del testamento de su predecesor, que le dirigió el cardenal Stefan Wyszyński: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio".

Juan Pablo II añadía a continuación: “Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo”.

Hace seis años

El Papa quiso recordar los funerales de Juan Pablo II, hace seis años, en esa misma Plaza de San Pedro: “el dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento”.

“Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él”, afirmó.

Por eso, explicó, “he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato”.

Concluyendo la homilía, el Papa quiso dar su propio “testimonio personal” sobre el nuevo beato, con quien trabajó durante más de veinte años.

“Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona”, afirmó.

De él destacó dos rasgos, como hombre de oración y como testigo ante el sufrimiento. “El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio”, afirmó.

“Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una 'roca', como Cristo quería”, añadió.

“Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía”, concluyó.


 

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Un río humano rinde homenaje al Juan Pablo II, beato
Horas de espera para ver por última vez el ataúd del papa
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Después de los grandes de la tierra y las delegaciones oficiales de 87 países, peregrinos de todo el mundo comenzaron a rendir homenaje a los restos de Juan Pablo II este domingo a las dos de la tarde, tras la beatificación.

Siguiendo un cordón de seguridad controlado por las fuerzas de policía de Italia y de la gendarmería vaticana, el río humano discurrió por la derecha de la Basílica Vaticana, rodeando el altar de la Confesión y el baldaquino de Bernini, y desembocó nuevamente en la plaza a través del otro lado del templo más grande del catolicismo.

Horas de espera no desanimaron a las decenas de miles de personas que buscaban ver por última vez su ataúd, antes de que sea depositado en un altar de la basílica.

Al llegar ante los restos, los gentilhombres de Su Santidad invitaban a los peregrinos: "Adelante, adelante, gracias", para no detener a la cola de miles y miles de personas. "Por favor, no se paren para tomar fotos".

La escena recuerda el homenaje al cuerpo presente de Karol Wojtyla antes de los funerales del 8 de abril, que atrajo a un inesperada e indescriptible muchedumbre, dispuesta a permanecer en la cola durante 24 horas para poder despedirse unos segundos del pontífice.

El desnudo ataúd de madera contrasta con la majestuosidad de la Basílica: le protege un crucifijo y dos cirios encendidos del abrazo de la gente, que busca el contacto visual, una foto, un recuerdo para los seres queridos, mientras mentalmente presenta las intenciones de oración al nuevo beato.

Un niño, casi adormecido, a espaldas de su madre casi le hace perder el equilibrio. Quién sabe si recordará algo de este día histórico. También por él sonríe la imagen de Juan Pablo II que ha sido colocada en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro.

Y repite, como lo hacen las pancartas de tantos peregrinos: "No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo".

Por Chiara Santomiero

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Una noche sin dormir para decenas de miles de peregrinos
Clamor por la santidad de Juan Pablo II
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Desde lo alto de la Columnata de Bernini, a la izquierda de la Basílica de San Pedro, donde periodistas, fotógrafos y canales de televisión apuntan sus objetivos a la beatificación de Juan Pablo II, la plaza parece invadida por Polonia, con un mar de banderas blancas y rojas.

Incluso la bandera en la que puede leerse "Vancouver", en realidad representa a polacos, aunque sean emigrantes.

Han permanecidos a "su" papa y ayer llegaron en masa, en autobuses, en trenes, o en automóviles viejos. A causa de su gran número, en la noche, las fuerzas de seguridad abrieron con mucha antelación la entrada a la plaza de San Pedro: en vez de las 5.30, como estaba previsto, entraron a partir de las 2 de la mañana.

Un grupo, que incluía a religiosas, dormía en una de las calles cercanas al Vaticano, el Borgo del Santo Espíritu, en sacos de dormir, o apoyados sobre periódicos, para poder ser los primeros en tomar lugar y prepararse para la beatificación.

Para ellos, Karol Wojtyla es un guía espiritual y un punto de referencia para la historia nacional, en un momento de incertidumbre social y política: "Polonia, quo vadis?" ["Polonia, ¿a dónde vas?"], se podía leer en una de las pancartas.

A los pies del atrio de la Basílica de San Pedro podían verse a huéspedes de honor: los enfermos en sillas de ruedas, acompañados por voluntarios.

A las 3 de la mañana, las sillas de ruedas, 70, de las cuales 9 eran para niños, se encontraban "aparcadas" en fila en la plaza del Santo Oficio, vigiladas por los voluntarios de la Unión Italiana para el Transporte de Enfermos a Lourdes y Santuarios Internacionales (UNITALSI).

"¡Cuánta fuerza ha infundido Juan Pablo II a los enfermos con su ejemplo, soportando el sufrimiento sin rendirse ni esconderlo", afirma Bruno Rosi, que trabaja como voluntario desde hace diez años.

"Estar cerca de los niños discapacitados es lo más difícil, pero después se desencadena algo dentro de ti y son ellos los que acaban haciendo que te sientas bien", añade.

"Juan Pablo II siempre estará en mi corazón -afirma--: es el papa me hizo que regresara a la Iglesia con su humanidad, con su capacidad de tomar en sus brazos a los niños, de abrazar a una mujer, de jugar con los jóvenes, de acariciar a los enfermos".

Una gran pancarta, también en blanco y rojo, se impone en el fondo de la plaza de San Pedro: "No tengáis miedo. Abrid de par en par las puertas a Cristo".

Fue la inauguración y síntesis del pontificado de Juan Pablo II, la consigna que ha quedado en la mente de todos, el aliento que consuela, también a los voluntarios, que a las 3 de la mañana bebían café caliente contra la humedad de la noche, y que la llevan escrita en la casaca amarilla.

Entre los que se preparaban en la noche para la beatificación no faltaban los representantes de las asociaciones y movimientos eclesiales.

Salvatore Martínez, presidente de la Renovación en el Espíritu (movimiento carismático) en Italia, nos confiesa que se considera un "feliz testigo" de una estación que "se ha caracterizado por el protagonismo del laicado carismático, del que Juan Pablo II se esperaba mucho".

Su lección fundamental: "no puede haber auténtica promoción humana sin fe auténtica".

"El espíritu de Juan Pablo II, que es el del Concilio -afirma Martínez-- tiene que vivir en nosotros, generación del tercer milenio, que tendrá que caracterizarse por el protagonismo de los laicos".

"Wojtyla --afirma Franco Miano, presidente de la Acción Católica Italiana-- puso nuevamente en el centro de la actualidad de los creyentes el tema de la santidad, que es una vida llena en todos los sentidos, ante todo a través del ejemplo de vida, capaz de vivir verdaderamente toda estación de la existencia, incluso la que se caracteriza por el sufrimiento".

Mientras tanto, esta noche, la cruz de madera de las Jornadas Mundiales de la Juventud, ha corrido el riesgo de no poder regresar a su casa, el Centro internacional de Jóvenes San Lorenzo, que se encuentra junto al Vaticano.

Los policías que controlaban los puntos de acceso sólo permitían el paso al responsable australiano, Bernard Morousic, y al grupo de jóvenes que había llevado la cruz a una de las vigilias en las ocho iglesias del centro histórico, que permanecieron abiertas toda la noche, pero no a la gran cruz.

Media hora y un poco de sentido común después, la policía misma escoltó la cruz que Juan Pablo II regaló a los jóvenes al lugar en que es custodiada en Roma.

Luego, en la mañana, comenzó a salir el sol: para los peregrinos no fue una sorpresa, pues estaban seguros de que el futuro beato intercedería para que esta jornada estuviera bañada por el buen tiempo.

Cuando Benedicto XVI llega tras la larga procesión al lugar desde el que presidirá la beatificación, surge el primer aplauso.

Mientras, el cardenal Agostino Vallini, obispo vicario de Roma, lee la petición con la que oficialmente se pide que Juan Pablo II sea admitido entre los beatos. La muchedumbre vuelve a aplaudir: parece una nueva edición de aquel "santo subito" (santo cuanto antes) que surgió de esa misma plaza el día de las exequias del pontífice, el 8 de abril de 2005.

Vallini recorre las etapas de la vida y del pontificado del beato y la muchedumbre vuelve a aplaudir, al recordar el 22 de octubre de 1978, día del inicio de su ministerio como pontífice, y el 13 de mayo de 1981, día del atentado en la plaza de San Pedro.

"Con nuestra autoridad apostólica concedemos que el venerable siervo de Dios Juan Pablo II, papa, de ahora en adelante sea llamado beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre", dijo el papa en latín.

La muchedumbre estalló en un larguísimo aplauso, mientras se levantaba el velo que cubría la imagen de Karol Wojtyla bajo el balcón central de la fachada de la Basílica de San Pedro.

Por Chiara Santomiero

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El Papa a los hispanohablantes: vuestra fe se mantenga en la solidez de su raíz
“Juan Pablo II recorrió incansable vuestras tierras”
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Tras la ceremonia de la Beatificación de Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI introdujo el rezo del Regina Coeli propio del tiempo pascual, como acostumbra a hacer cada domingo, saludando a los presentes en distintos idiomas.

El Papa quiso saludar a los peregrinos llegados a Roma y a quienes siguieron la beatificación a través de la radio y la TV, con un pensamiento especial para “los enfermos y a los ancianos, hacia quienes el nuevo Beato se sentía particularmente unido”.

En los diversos saludos en francés, inglés, alemán, español, portugués, polaco e italiano, el Papa encomendó a todos el ejemplo de Juan Pablo II.

En español, el Pontífice quiso recordar los muchos viajes del beato a España y Latinoamérica: “El nuevo beato recorrió incansable vuestras tierras, caracterizadas por la confianza en Dios, el amor a María y el afecto al sucesor de Pedro, sintiendo en cada uno de sus viajes el calor de vuestra estima sincera y entrañable”.

Invitó a los peregrinos de habla hispana a “seguir el ejemplo de fidelidad y amor a Cristo y a la Iglesia, que nos dejó como preciosa herencia”, para que “la fe de vuestros pueblos se mantenga en la solidez de sus raíces y la paz y la concordia favorezcan el progreso necesario de vuestras gentes”.

En francés, idioma que hablan especialmente los patriarcas de Oriente Medio presentes en Roma, pidió la intercesión del nuevo Beato “los esfuerzos de cada uno para construir una civilización del amor, en el respeto de la dignidad de cada persona humana, creada a imagen de Dios, con una atención particular a la que es más frágil”.

“Con él, marchad tras las huellas luminosas de los beatos y los santos de vuestros países! ¡Que la Virgen María os acompañe!”, añadió.

En inglés, exhortó a los presentes a “ser imágenes de la divina misericordia, y trabajar por un mundo en el que la dignidad y los derechos de todo hombre, mujer y niño sean respetados y promovidos”.

Al dirigirse a los alemanes, afirmó que el beato Juan Pablo II “sigue todavía vivo ante nuestros ojos, al igual que cuando nos anunció la frescura del Evangelio, y encarnó a través de su acción la misericordia de Dios y el amor de Cristo”.

En portugués, el Papa invitó a que las famosas palabras de Juan Pablo II siga “resonando en vuestros corazones y en vuestros labios”: “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas, mejor, abrid de par en par las puertas a Cristo!”

Un pensamiento especial dirigió en polaco a los compatriotas de Karol Wojtyla, a quienes auguró “el don de la paz, de la unidad y de toda prosperidad”.

Concluyó en italiano, tras agradecer a las autoridades de Roma la colaboración prestada para el evento, que consideró “signo de gran amor hacia el beato Juan Pablo II”.

 



 

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Fallece el cardenal español Agustín García Gasco en Roma
Donde se encontraba para la beatificación de Juan Pablo II
ROMA/VALENCIA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El cardenal español Agustín García-Gasco, arzobispo emérito de Valencia, murió hoy en Roma, ciudad a la que había acudido para participar en la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II.

Según informó hoy Avan, la agencia oficial del arzobispado de Valencia, el cardenal García Gasco falleció esta mañana a los 80 años de edad, víctima de una crisis cardíaca.

“El purpurado ha sido encontrado sin vida en su habitación en la residencia de la Casa de acogida de peregrinos “San Juan de Ribera” de las Obreras de la Cruz cuando se disponía a salir para participar en la ceremonia de beatificación del papa Juan Pablo II en la plaza de San Pedro”, informa el arzobispado.

“Al parecer, se le esperaba para desayunar en el comedor de la residencia y al demorarse, fue avisado en su puerta sin responder. Al entrar en su habitación, inmediatamente fue avisada una ambulancia que trasladó al cardenal al hospital de San Carlos, donde los médicos certificaron su fallecimiento”, añade la nota.

El cardenal, que se encontraba en Roma desde el miércoles 27 de abril, participó “con normalidad” ayer por la noche en la vigilia en el Circo Máximo, “y al regresar se encontraba bien aunque nos indicó que tenía un poco de frío”, según el testimonio de una de las Obreras de la Cruz, recogido por Avan.

El purpurado, original de Corral de Almaguer (Toledo) había cumplido recientemente los 80 años. Fue arzobispo de Valencia entre 1992 y 2009, y en 2007 fue creado cardenal por Benedicto XVI, quien aceptó su renuncia por edad el 8 de enero de 2009.

Fue nombrado obispo auxiliar de Madrid en 1985 por Juan Pablo II, quien le nombraría después arzobispo de Valencia. Fue también secretario de la Conferencia Episcopal Española de 1988 a 1993, presidente de las Comisiones Episcopales para las Relaciones Interconfesionales (1996 a 2002) y de Doctrina de la Fe (desde 2007 hasta su jubilación).



 

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La beatificación más concurrida de la historia
Peregrinos con mantas y jefes de Estado unidos por Juan Pablo II

ROMA, domingo, 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Más de un millón de peregrinos --datos de las fuerzas de seguridad italiana-- han participado este domingo en la beatificación más concurrida de la historia.

Un gran aplauso se extendió desde la plaza de San Pedro, pasando por la Vía de la Conciliación y las calles adyacentes, hasta llegar al Circo Máximo (donde miles de personas siguieron la celebración a través de grandes pantallas) cuando Benedicto XVI leyó la fórmula de beatificación.

"Concedemos que el venerable siervo de Dios Juan Pablo II, papa, de ahora en adelante sea llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre", dijo en latín.

La sonrisa de Karol Wojtyla fue descubierta en ese momento en un gran tapiz, inmortalizada en la copia de una foto de 1995, en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro. Las lágrimas de los peregrinos, muchísimos polacos, se hicieron irresistibles.

La religiosa francesa Marie Simon-Pierre, cuya curación inexplicable de Parkinson ha permitido concluir el proceso de beatificación, acompañada por la religiosa polaca que asistía a Juan Pablo II, sor Tobiana, presentaron la reliquia, una ampolla con sangre de Karol Wojtyla.

En la plaza de san Pedro, en algunas áreas, se podían ver por el suelo las mantas con las que las personas se habían abrigado durante la fría noche. Las fuerzas de seguridad decidieron abrir los ingresos antes de lo previsto, a las 2 de la mañana, por razones de seguridad.

En esa misma plaza estaban representantes de los grandes del mundo. Sesenta y dos delegaciones guiadas por jefes de Estado y de Gobierno, así como por familias reales, además de los otros países que han sido oficialmente representados.

Italia estaba representada tanto por su presidente, Giorgio Napolitano, y su primer ministro, Silvio Berlusconi; Polonia por su presidente, Bronislaw Komorowski, y la Comisión Europea por Jose Manuel Durao Barroso.

En la plaza se encontraba el ministro Yossi Peled, salvado en Bélgica del Holocausto por una familia católica, en representación del Estado de Israel.

Antes de la celebración declaró que "El acontecimiento es particularmente significativo. Este hombre nacido en un período en el que se respiraba un clima de antisemitismo públicamente aprobado, se opuso y desafío a quienes habrían querido servir al espíritu de la raza humana".

México estuvo representado por el presidente Felipe Calderón, y Honduras por su jefe de Estado, Porfirio Lobo.

Las cinco casas reales estaban presentes cerca del Papa: España (con don Felipe y doña Letizia), Bélgica, Luxemburgo, Liechtenstein y Reino Unido).

Estados Unidos estuvo representado por el representante del Barack Obama ante el Vaticano, el embajador a la Miguel Díaz; y Cuba por Caridad Diego Bello, jefa de la Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido. Francia se hizo presente con su primer ministro, François Fillon.

Los periodistas que han venido para cubrir el evento han sido 2.300, 1.300 canales de televisión.

El cansancio y el sol provocaron desmayos entre peregrinos, pero la organización mantuvo el orden que permitió garantizar una auténtica fiesta de fe, a pesar de que el número de los peregrinos ha superado las previsiones.

"La organización ha resistido, todo ha salido bien. Ahora esperamos que el regreso se desarrolle sin inconvenientes", observa el delegado para la seguridad de Roma Capital, Giorgio Ciardi.

 



 

Por Jesús Colina

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La santidad de Juan Pablo II nace en Auschwitz
Habla el responsable del programa del Centro de Diálogo y de Oración de Oświęcim
ROMA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- “Auschwitz fue la escuela de santidad de Juan Pablo II: estoy convencido de que Wojtyla comprendió en este sitio la verdad sobre el hombre porque las preguntas que todos se hacen, son las fundamentales sobre el sentido de la vida”.

No tiene dudas el padre Manfred Deselaers, responsable del programa del Centro de Diálogo y de Oración de Oświęcim, surgido en 1992 cerca del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, por voluntad del cardenal Franciszek Macharski de acuerdo con los obispos de toda Europa y los representantes de las instituciones judías. En los últimos siete años de funcionamiento han pasado más de 34.000 personas, muchas para participar en los seminarios y ejercicios espirituales propuestos, sobre todo alemanes, noruegos y estadounidenses.

Se llama “Centro de Diálogo y de oración” aunque si, advierte el folleto informativo, se tenga la impresión que desde este lugar no puedan surgir la oración ni el diálogo”. “Todo el que venga al centro -afirma Deselaers- debe acudir con la intención de escuchar. En la visita al campo de concentración, en el encuentro con los ex-prisioneros, en el estudio de los documentos”.

Pero no se trata sólo de visitar un museo y de mirar las vitrinas con la impresionante cantidad de gafas, maletas y hasta cabellos de los internos. “En Polonia -explica- existe la profunda convicción de que la sangre de los muertos habla: es necesario escuchar las voces de la tierra de Auschwitz y tener tiempo para reflexionar sobre la pregunta “¿qué significa todo esto para mí?”. Y la respuesta es distinta según si se es “polaco o italiano, judío o católico o sacerdote y alemán como yo”. “El respeto recíproco por las distintas sensibilidades -afirma de nuevo Deselaers- es la primera respuesta al campo de concentración donde había una absoluta negación del otro”.

Auschwitz. Escuelas enteras atraviesan las puertas de entrada, pasan debajo de la inscripción marcada de forma indeleble en la memoria colectiva de por las películas y los memoriales “Arbeit macht frei (el trabajo libera)” y entrando en las calles que pasan al lado de los edificios de ladrillo rojo, mucho con los ojos enrojecidos, frente a la memoria de al menos un millón y medio de hombres, mujeres y niños que perdieron allí la vida del modo más cruel.

Birkenau evidencia la sistemática de la voluntad del exterminio, traducida en filas ordenadas de barracas, una extensión doble de alambradas que separaban las zanjas cavadas por los mismo prisioneros. Sólo los bloques de cemento de los hornos crematorios -que los nazis hicieron volar antes de abandonar el campo en un intento de esconder sus propios crímenes- aparecen destruidos, derruidos unos sobre los otros como un castillo de naipes.

Todo sugiere un horror que a la mente le cuesta aceptar que haya sido posible concebirlo: ¿Cómo han podido personas hacer esto a sus semejantes?. “Muchos preguntan -cuenta Deselaers-: ¿dónde estaba Dios?” que es “la misma pregunta que hacía el premio Nobel por la paz Elie Wiesel cuando afirmaba: “Antes de que Dios me pregunte '¿dónde estabas?' yo le pregunto a él, '¿dónde estabas tú cuando asesinaban a mi hermano, mi hermana, mi nación?'”.

“No hay respuestas fáciles -afirma Deselaers-, sólo oración y silencio: en la teología posterior a Auschwitz se afirma que no puede haber oración auténtica que prescinda de este lugar”.

Juan Pablo II, según el responsable del Centro de Diálogo y de Oración que ha estudiado todos los documentos del Papa relacionados con este tema, “tiene es en este sentido un papel esencial”. No sólo Wojtyla, como obispo de Cracovia, era el obispo de Auschwitz, sino que “se puede decir que el concebía su sacerdocio como respuesta a todo lo que sucedió durante la II Guerra Mundial, los inmensos sufrimientos que otros vivieron también en su lugar”.

De hecho, “es justo durante la guerra cuando Wojtyla decidió hacerse sacerdote y entra en el seminario clandestino organizado por el cardenal Adam Sapieha”. “Para él -añade Deselaers- que en la infancia tuvo amigos judíos, lo de Auschwitz no fue una tragedia abstracta sino que forma parte de su vida”. Según Deselaers, su fuerte compromiso a favor de la dignidad y de los derechos del hombre, la búsqueda del diálogo entre los cristianos y judíos, el encuentro en Asís entre los responsables de las religiones para que todas cooperasen en la civilización del amor, las raíces de sus tensiones por la unidad del género humano: todo nace de la experiencia de Auschwitz”.

“En 1965, como joven obispo -cuenta Deselaers – Wojtyla vino a Oświęcim por la fiesta de Todos los Santos. En la homilía explicó que era posible mirar este lugar con los ojos de la fe”. Si Auschwitz es el lugar, dijo “que nos muestra hasta que punto el hombre puede ser o convertirse en malvado” sin embargo “no podemos permanecer aplastados por esta terrible impresión sino que es necesario mirar a los signos de la fe, como hizo Maximiliano Kolbe”.

Su ejemplo “nos muestra como Auschwitz evidencia también toda la grandeza del hombre, todo lo que el hombre 'puede' ser, venciendo la muerte en nombre del amor, como hizo Cristo”. Y cuando vino aquí por primera vez como Papa “afirmó que la victoria sobre el odio en nombre del amor no pertenecen sólo a los creyentes y que toda victoria de la humanidad sobre un sistema anti-humano ha de ser un símbolo para nosotros”.

Quizás también por esto Edith Stein-Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que une la confesión de la fe cristiana y la tragedia de la shoah, se ha convertido en patrona de Europa: “Wojtyla quiso decir que si Europa busca su identidad en la era moderna no puede olvidar Auschwitz”. Auschwitz fue la escuela que plasmó la santidad de Juan Pablo II, que fue inmediatamente percibida por la gente: “porque aquí -concluye Deselaers – Wojtyla comprendió totalmente lo que la 'fe' significa para el hombre de hoy. La gente de todo el mundo lo comprendía porque él les comprendía a ellos”.

Por Chiara Santomiero. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

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La vida de Karol Wojtyla en cifras
Los datos contenidos en el libro litúrgico del rito de beatificación
ROMA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Humillime a Sanctitate Vestra petit ut Venerabilem Servum Dei Ioannem Paulum II, papam, numero Beatorum adscribere benignissime digneris. Con esta fórmula latina (traducida en español: “Pido humildemente a Su Santidad la incorporación al número de los Beatos, al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa”) el cardenal Agustín Vallini, vicario del Papa en la diócesis de Roma, comenzará el domingo por la mañana, el rito de la beatificación de Karol Wojtyla.

El cardenal lee, entonces, como esta prescrito para este rito, algunos datos biográficos esenciales del Siervo de Dios, contenidos en el libro de la liturgia.

Se hacen presentes los números del pontificado: Juan Pablo II realizó 146 visitas en Italia, visitó 317 de las actuales 332 parroquias de Roma. Los viajes al extranjero fueron 104. Escribió 14 encíclicas, 15 Exhortaciones Apostólicas, 11 Constituciones Apostólicas y 45 Cartas Apostólicas, además de 5 libros. Celebró 9 Consistorios en los que nombró 231 cardenales, más uno “in pectore”, nunca revelado. En 26 años, 5 meses y 17 días de pontificado presidió 6 reuniones plenarias del Colegio Cardenalicio. Convocó 15 asambleas generales del Sínodo de los Obispos.

Y a propósito de beatificaciones... Wojtyla celebró 147 ritos de beatificación, en los que proclamó 1338 beatos y 51 canonizaciones para un total de 482 santos.

“Ningún Papa -se lee en el libro- se reunió con tantas personas como Juan Pablo II”. Las audiencias generales del miércoles fueron 1160; en las que participaron 17 millones y 600 mil fieles. Sólo en el Año Jubilar de 2000, vio a 8 millones de peregrinos. Fueron 38 las visitas oficiales de personalidades gubernamentales de todo el mundo, mientras que concedió 738 audiencias y encuentros privados con jefes de Estado y 246 con primeros ministros.

“Proponiendo al pueblo de Dios momentos de especial intensidad espiritual -siguen diciendo las notas biográficas- convocó el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía además del Gran Jubileo de 2000”. No se puede olvidar tampoco que “acercó a las nuevas generaciones convocando las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud”.

Además promulgó el nuevo Código de derecho canónico para las Iglesias Latinas y el de las Iglesias orientales y el Catecismo de la Iglesia Católica.

Una vida, la de Juan Pablo II, marcada por las tragedias de la historia: la ocupación nazi de Polonia que lo obligó a frecuentar el seminario clandestino de Cracovia y el régimen comunista al que se opuso en nombre de la dignidad del hombre y de la libertad religiosa. También los dramas personales: la muerte de su madre en 1929, la de su único hermano en 1932 y de su padre en 1941, que lo dejaron sólo en el mundo a los 21 años de edad.

Ordenado sacerdote en 1946, fue ordenado obispo auxiliar de Cracovia en 1958, arzobispo de la misma diócesis en 1964 y cardenal en 1967. Participó en el Concilio Vaticano II (1962-1965) haciendo una aportación importante en la elaboración de la constitución Gaudium et spes. Fue elegido Papa el 16 de octubre de 1978.

El 13 de mayo de 1981 sufrió en la Plaza San Pedro “un grave atentado” del que lo salvó “la mano materna de la Madre de Dios” y “después de una larga convalecencia perdonó a su agresor”. “Consciente de haber recibido una nueva vida -añade el libro- intensificó sus esfuerzos pastorales con heroica generosidad”.

Por Chiara Santomiero. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

 

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El mundo del teatro rinde homenaje a Wojtyla
Meditando sobre la “Pasión y muerte de Karol”
ROMA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- “Pasión y muerte de Karol”: con este evento el mundo del teatro ha querido rendir homenaje a Juan Pablo II a través de una meditación que se realizó en Roma el pasado viernes por la noche.

Tomando como escenario el Palacio de la Cancillería, 28 actores con la ayuda de grandes voces de la prosa evocaron la atmósfera de aquellas horas.

Los textos de dicha meditación eran citas elegidas del libro “Papa Wojtyla, el adiós”, escrito por el periodista Marco Politi. De los 22 capítulos del volumen fueron elegidos los más importantes, dividiéndose en XIV “estaciones” para contar las últimas semanas del Papa polaco.

En el salón del siglo XVI, más de 700 personas se emocionaron escuchando la lectura de las citas relacionadas con diversos momentos de la enfermedad del Santo Padre, mientras se proyectaban algunas fotografías relativas a este periodo histórico: los ingresos en el hospital, el Papa que se asoma por la ventana del hospital, el público que lo saluda en el recorrido que va del Vaticano a la clínica Gemelli, los medios de comunicación alrededor del hospital en una especie de asedio mediático, el cardenal Leonardo Sandri que lee el mensaje del Papa, sus palabras contra la guerra de Iraq.

El encuentro fue organizado por Elea, el instituto de alta formación de los Padres Concepcionistas, con el apoyo del IDI.

La parte audiovisual fue adaptada por el director Riccardo Leonellie y por el organizador de eventos de Elea, Pietro Schiavazzi, que presentó el evento.

La meditación recordó el sentimiento colectivo que se apoderó y arrastró a millones de hombres y de mujeres entre febrero y abril de 2005, cuando el Papa que vino de lejos consiguió hablar también a quien no practica, a quien piensa diversamente, a quien sigue otras confesiones y a quien lo había criticado.

Entre una estación y otra, un cuarteto dirigido por Stelvio Cipriani interpretó pasajes musicales de la misa solmene compuesta por él y dedicada a Juan Pablo II.

Intervinieron entre otros: Serena Autieri, Giulio Base, Massimo Dapporto, Monica Guerritore, Francesco Salvi, Sebastiano Somma, Euridice Axe'n, Vincenzo Bocciarelli, Danilo Brugia, Valeria Cavalli, Rodolfo Corsato, Lorenzo Flaherty, Khaled Fouad Allam, Giuliano Gemma, Andrea Giordana, Eleonora Ivone, Lucrezia Lante della Rovere, Riccardo Leonelli, Eleonora Mazzoni, Olek Mincer, Francesco Montanari, Giuseppe Pambieri, Francesco Pannofino, Nicoletta Romanoff, Edoardo Siravo, Lia Tanzi, Massimo Wertmuller, Giuseppe Zeno.





 

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Regina Caeli


Benedicto XVI: ¡Caminad en compañía del beato Juan Pablo II!
Intervención durante el rezo del Regina Coeli
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras de saludo que el Papa Benedicto XVI dirigió en los distintos idiomas a los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro para la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II.

* * * * *

[En francés dijo]

Saludo con alegría a las Delegaciones oficiales, las Autoridades civiles y militares de los países francófonos, así como a los cardenales, los obispos, los patriarcas, los sacerdotes y los numerosos peregrinos venidos a Roma para la beatificación. ¡Queridos amigos, que la vida y la obra del Bienaventurado Juan Pablo II sea fuente de un compromiso renovado al servicio de todos los hombres y de todo el hombre! Le pido a él que bendiga los esfuerzos de cada uno para construir una civilización del amor, en el respeto de la dignidad de cada persona humana, creada a imagen de Dios, con una atención particular a la que es más frágil. ¡Con él, marchad tras las huellas luminosas de los beatos y los santos de vuestros países! ¡Que la Virgen María os acompañe! Con mi bendición.

[En inglés dijo]

Saludo a los visitantes de habla inglesa presentes en la Misa de hoy. De modo particular, doy la bienvenida a las distinguidas autoridades civiles y representantes de todas las naciones del mundo que se unen a nosotros para honrar al Beato Juan Pablo II. Que si ejemplo de fe firme en Cristo, el Redentor del Hombre, os inspire para vivir plenamente la nueva vida que hemos celebrado en la Pascua, para ser imágenes de la divina misericordia, y para trabajar por un mundo en el que la dignidad y los derechos de todo hombre, mujer y niño sean respetados y promovidos. ¡Confiando en sus oraciones, invoco de corazón sobre vosotros y sobre vuestras familias la paz del Salvador Resucitado!

[En alemán dijo]

Con gran alegría os saludo a todos los hermanos y hermanas de lengua alemana, entre ellos a los hermanos en el Episcopado y a las distintas delegaciones gubernamentales. El beato Papa Juan Pablo II sigue todavía vivo ante nuestros ojos, al igual que cuando nos anunció la frescura del Evangelio, y encarnó a través de su acción la misericordia de Dios y el amor de Cristo. Pidamos al nuevo beato que podamos ser testigos gozosos de la presencia de Dios en el mundo. La paz del Señor Resucitado os acompañe en todos vuestros caminos.

[En español dijo]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, y en especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y numerosos fieles, así como a las delegaciones oficiales y autoridades civiles de España y Latinoamérica. El nuevo Beato recorrió incansable vuestras tierras, caracterizadas por la confianza en Dios, el amor a María y el afecto al Sucesor de Pedro, sintiendo en cada uno de sus viajes el calor de vuestra estima sincera y entrañable. Os invito a seguir el ejemplo de fidelidad y amor a Cristo y a la Iglesia, que nos dejó como preciosa herencia. Que desde el cielo os acompañe siempre su intercesión, para que la fe de vuestros pueblos se mantenga en la solidez de sus raíces y la paz y la concordia favorezcan el progreso necesario de vuestras gentes. Que Dios os bendiga.

[En portugués dijo]

Dirijo una cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, de modo especial a los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y numerosos fieles, así como a las Delegaciones oficiales de los países lusófonos venidos para la beatificación de el Papa Juan Pablo II. A todos deseo la abundancia de los dones del Cielo por intercesión del nuevo Beato, cuyo testimonio debe seguir resonando en vuestros corazones y en vuestros labios, repitiendo con él como en el inicio de su pontificado: “¡No tengáis miedo! Abrid las puertas, mejor, abrid de par en par las puertas a Cristo!” ¡Que Dios os bendiga!

[En polaco dijo]

Mi cordial saludo va a los polacos participantes en esta beatificación, tanto en persona como a través de los medios de comunicación. Saludo a los cardenales, los obispos, los presbíteros, las personas consagradas y a todos los fieles. Saludo a las autoridades del Estado y de las regiones, empezando por el Señor Presidente de la República. Confío a todos a la intercesión de vuestro Beato compatriota, el papa Juan Pablo II. Que obtenga para vosotros y para su patria terrena el don de la paz, de la unidad y de toda prosperidad.

[En italiano dijo]

Dirijo finalmente mi cordial saludo al Presidente de la República Italiana y a su séquito, cn un especial agradecimiento a las Autoridades italianas por su apreciada colaboración en la organización de estas jornadas de fiesta. Y cómo podría aquí dejar de mencionar a todos aquellos que han preparado, desde hace tiempo y con gran generosidad, este acontecimiento: mi Diócesis de Roma con el cardenal Vallini, el Ayuntamiento de la Ciudad con su Alcalde, todas las Fuerzas del Orden y las diversas Organizaciones, Asociaciones, los numerosísimos voluntarios y cuantos, también individualmente, se han hecho disponibles para ofrecer su propia contribución. Mi reconocimiento va también a las Instituciones y a las Oficinas vaticanas. En tanto empeño veo un signo de gran amor hacia el Beato Juan Pablo II. Finalmente, dirijo mi más afectuoso saludo a todos los peregrinos – reunidos aquí en la Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros diversos lugares de Roma – y a cuantos se unen a nosotros mediante la radio y la televisión, cuyos dirigentes y operadores no se han escatimado para ofrecer también a los que están lejos la posibilidad de participar en este gran día. A los enfermos y a los ancianos, hacia quienes el nuevo Beato se sentía particularmente unido, llegue un saludo especial. Y ahora, en unión espiritual con el Beato Juan Pablo II, nos dirigimos con amor filial a María, confiándole a ella, Madre de la Iglesia, el camino de todo el Pueblo de Dios.

[Traducción realizada por ZENIT - ©Libreria Editrice Vaticana]

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Entrevistas


Las confidencias del fiel secretario de Juan Pablo II
Encuentro con el cardenal Stanislaw Dziwisz
CRACOVIA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El cardenal Stanislaw Dziwisz es arzobispo de Cracovia, pero aún ahora se le conoce como el secretario de Juan Pablo II, cargo que desempeñó durante cuarenta años, desde cuando Karol Wojtyla fue nombrado arzobispo de esa ciudad.

En esta entrevista, que puede verse también íntegra en www.aleteia.org/index.php/es/encuentro-con-el-cardenal-stanislaw-dziwisz , el secretario del nuevo beato explica su secreto.

-Todos aquellos que conocieron de cerca a Juan Pablo II confirman su extraordinaria capacidad de sumergirse en la oración: ¿es verdad?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: Me preguntan: ¿Cuántas horas rezaba el Papa? ¿Cuántos rosarios decía al día? Yo contesto que él rezaba con toda su vida. Llevaba siempre el rosario consigo, pero sobre todo estaba unido a Dios, hombre de Dios, inmerso en Dios. Aunque la gente no lo sabía, él rezaba siempre por las personas que venían a él, después del coloquio rezaba también con las personas con las que había hablado. Toda jornada comenzaba con oración, meditación, y terminaba siempre con la bendición de su ciudad, Roma. Siempre, cuando aún podía caminar, iba a la ventana; al final, cuando estaba muy débil, pedía “levantadme” para ver de nuevo Roma y bendecirla. Este era siempre el último gesto de cada día, bendecir al pueblo de Roma, su diócesis.

- Juan Pablo II, durante su pontificado, creó más santos que todos los demás papas juntos: ¿por qué sentía tanta necesidad de indicar testigos en la vida de la gente?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: Quería cumplir la voluntad del Concilio. El Concilio dijo que era necesario facilitar todos los procesos, sobre todo para los candidatos a los honores de los altares de los países alejados de Roma, porque antes, cuando se miraban los candidatos, normalmente eran fundadores de congregaciones, obispos, pero sobre todo en el ámbito de Europa. El Papa vio la necesidad de dar la posibilidad también a otros países que nunca habían tenido un beato o santo y así, cumpliendo la voluntad del Concilio, daba esta satisfacción de tener santos. Los santos son importantes para la vida de la Iglesia local, pero también para las naciones, son sus guías seguros. Cuando la vida es más laica, Dios manda a los santos para dar una señal: ¿a dónde vamos? ¿en qué dirección? El Santo Padre comprendía perfectamente la – por así decirlo – utilidad, necesidad de dar ejemplos al mundo de hoy. Cuando la vida es menos santa, vienen los santos. Así era en la historia de la Iglesia y de la humanidad. Leía los signos de los tiempos: vida más secularizada, más necesario dar ejemplos de santidad.

-¿Qué enseñanza quiso dar Juan Pablo II con su sufrimiento llevado a los ojos del mundo?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: Él decía siempre que que Dios, Jesucristo salvó al mundo, redimió al mundo con su sufrimiento, por la cruz, y también la cruz, enfermedad, sufrimiento, tiene sentido. Mostró que tiene un sentido profundo también el sufrimiento en la vida del hombre y así lo acogía, no se lamentaba nunca y no escondía tampoco sus debilidades, sus enfermedades. Y daba fuerza a la gente que sufre, que está enferma. Cuando veían al Papa tan enfermo, débil, pero que todo eso lo ofrecía a Jesucristo, y también por el mundo, era también un apostolado profundo, convincente, a través del sufrimiento. Y también a través de la muerte. He escuchado, he leído, que su muerte fue las encíclica más importante que escribió, escrita con su vida, cómo se comportó al final de su vida y también en la muerte.

- “Nueva evangelización” es una expresión acuñada por Juan Pablo II: ahora hay un Consejo Pontificio dedicado a su promoción, y también el Centro Juan Pablo II que está surgiendo en Cracovia quiere ser un estímulo en esta dirección: ¿qué entendemos por nueva evangelización?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: La nueva evangelización era el programa pastoral de Juan Pablo II. Él no solamente proclamaba la necesidad de la nueva evangelización, sino que la hacía, con los jóvenes y también presentando diversos problemas al mundo: defensa de la vida. O sea, dar un nuevo empuje a la vida espiritual a través de la Sagrada Escritura, a través del Evangelio. Volver a las raíces de nuestra fe, porque vio que el mundo se ha alejado de las raíces, de las fuentes, de nuestra fe. Volver a las fuentes, pero para anunciar la Buena Noticia, anunciar a aquellos que no conocen a Jesucristo, proclamar a Jesucristo.

- El Papa amaba profundamente a su tierra: ¿hay un mensaje que deja, en particular, a Polonia?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: Él era pastor de toda la Iglesia. Todo lo que decía en Polonia era válido para todos. Y lo mismo que decía, hablaba, enseñaba fuera era válido para Polonia. Él amaba su patria pero servía a toda la Iglesia y respondía a toda la humanidad. Era un hombre que amaba su patria, pero no era cerrado, no era nacionalista, era un hombre muy abierto, consciente del compromiso para el que Dios le llamaba. Ciertamente para los polacos esta enseñanza, es la herencia más preciosa de parte de un hombre que era cercano, que era amado y estimado.

- ¿Puede contarnos un recuerdo suyo personal?

Cardenal Stanislaw Dziwisz: Tengo que decir que debo descubrirle de nuevo. Descubrirle y quizás amarle más aún. Hombre con gran riqueza espiritual, todo eso estaba dentro de él. Se abría raramente, pero la gente notaba que había algo dentro de él. Y hoy veo la necesidad de descubrir esta profundidad espiritual y también intelectual. Le estimaba como padre y ahora le estimo como padre y como beato.

Por Chiara Santomiero. Traducción por Inma Álvarez


 

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Foro


Juan Pablo, testigo de la misericordia
Por monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián

ROMA, domingo, 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A los seis años de su muerte, celebramos la beatificación de Juan Pablo II. Su proceso de beatificación ha sido rápido, ciertamente, pero no ha tenido más privilegio que la dispensa de los cinco años exigidos tras la muerte para el inicio de la causa, tal y como ocurrió en el caso de la Madre Teresa de Calcuta. Benedicto XVI juzgó que el clamor popular en los funerales de Juan Pablo II ("¡Santo Subito!"), había que dirigirlo con prudencia. Su consigna fue: "Trabajad rápido, pero sobre todo... ¡trabajad bien!".

No pretendo hacer una semblanza neutral de la figura de Juan Pablo II, desde el momento en que me considero un hijo espiritual de su prolongado pontificado de más de 26 años. Me limito a subrayar las declaraciones de Slawomir Oder, postulador de la causa de beatificación; un hombre por cuyas manos habrán pasado muchos miles de folios que recopilan los testimonios de quienes le conocieron: "Una de las cosas que más me ha sorprendido es que no me ha sorprendido casi nada. Es decir, Juan Pablo II era transparente. Tal y como lo veíamos, así era. No existió un "Wojtyla mediático" y un 'Wojtyla privado'". Más aún, se conserva documentación de los Servicios Secretos de la Polonia comunista, en la que se advertía de la peligrosidad que la figura de Karol Wojtyla suponía para el régimen, precisamente porque entre las abundantes cualidades que le otorgaban un gran liderazgo, no habían descubierto ningún episodio que lo hiciese vulnerable moralmente. ¡Juan Pablo II fue, antes que nada, alguien transparente y auténtico!

En mi opinión, la gran aportación del pontificado de Juan Pablo II nace de la integración de dos intuiciones que nuestra cultura ha solido contraponer equivocadamente: el humanismo y la apertura a la misericordia de Dios. Su carisma estaba lleno de frescura, alegría, proximidad, diálogo, cariño, optimismo...; pero sin caer en el error de olvidar la profunda herida que el pecado ha infligido en la naturaleza humana y en las estructuras sociales. El pontificado de Juan Pablo II afrontó el riesgo de ruptura por los dos extremos: el integrismo lefevrista y la teología de la liberación secularizada. Sus convicciones eran muy claras: La Iglesia no ha de limitarse a proclamar el depósito de la fe, sino que al mismo tiempo tiene que hacer un esfuerzo de diálogo con el mundo. Pero, por otra parte, el verdadero humanismo no debe caer nunca en la ingenuidad de ensalzar la autonomía del hombre, hasta el punto de hacer innecesaria la gracia de Dios. ¡No podemos alcanzar la felicidad ni la salvación sin la gracia de Jesucristo! (cfr. Jn 15, 5).

La fecha elegida para la beatificación de Juan Pablo II es muy ilustrativa: el segundo domingo de Pascua, solemnidad de la Divina Misericordia. Se trata de la fiesta litúrgica instituida por él mismo, y en cuya víspera falleció.

Entender a Juan Pablo II, es adentrarse en su convicción de la necesidad que tiene el ser humano de misericordia. Karol Wojtyla había experimentado los horrores de la Segunda Guerra Mundial y había comprobado los límites a los que puede llegar el pecado del hombre, y también su santidad. Por ello, en los años de la recuperación económica y del progreso fácil, no pudo por menos de levantar su voz contra el olvido de Dios en las sociedades del bienestar, así como contra la riqueza acumulada sobre la pobreza de los más débiles.

Insisto, la palabra clave es MISERICORDIA. Cercano ya el "atardecer" de su vida, Wojtyla no dudó en hacer el siguiente balance: "El mensaje de la Divina Misericordia ha formado la imagen de mi pontificado". El humanismo de Juan Pablo II -que irradia vitalismo- transmite a su vez la convicción de que el hombre moderno sigue siendo "mendigo de misericordia".

El broche de oro en la vida de Juan Pablo II fue el testimonio de su vejez y de su muerte, vividas ante los ojos del mundo. Aquello formó parte de la "escuela" de la misericordia: "...porque cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Co 12, 10). Juan Pablo II ganó más almas y más corazones viviendo su debilidad y su decrepitud en pleno abandono en las manos de Dios, que con todos los esfuerzos que realizó en sus años de plenitud.

Cuenta el postulador de la causa de beatificación, que entre la multitud de cartas recibidas en su oficina, le llamó la atención la de un niño que sólo había puesto en la dirección: "Juan Pablo II, Paraíso". Esto quiere decir dos cosas: que el servicio de correos italiano es muy eficaz; y en segundo lugar, que desde la inocencia ya sabíamos que Juan Pablo II continúa siendo nuestro padre y pastor desde el Cielo.

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Documentación


Beato Juan Pablo II: Himno de la Beatificación
 
ROMA, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación una traducción al español realizada por ZENIT del himno oficial de la beatificación, originalmente en italiano, que fue distribuido por la diócesis de Roma a través de la página web oficial de la Beatificación (www.karol-wojtyla.org).

* * * * *

Estribillo: ¡Abrid, las puertas a Cristo,
no tengáis miedo!
Abrid de par en par
Vuestro corazón a Dios.



 

Testigo de esperanza
para quien espera la salvación, 
peregrino por amor
en los caminos del mundo. Est.

Verdadero padre para los jóvenes
a quienes envista al mundo, 
centinelas de la mañana, 
signo vivo de esperanza. Est.

Testigo de la fe
que anunciaste con la vida,
firme y fuerte en la prueba
confirmaste a tus hermanos. Est.

Enseñaste a cada hombre
la belleza de la vida 
indicando a la familia 
como signo del amor. Est.

Portador de la paz
y heraldo de justicia, 
te hiciste entre las gentes
nuncio de misericordia.  Est.

El el dolor revelaste
el poder de la Cruz. 
Guía siempre a tus hermanos
en el camino del amor. Est.

En la Madre del Señor
nos indicaste una guía, 
en su intercesión 
el poder de la gracia. Est.

Padre de misericordia,
Hijo nuestro Redentor, 
Santo Espíritu de Amor, 
a ti, Trinidad, la gloria. Amén. Est.



 

[Mas información: www.vicariatusurbis.org

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Beato Juan Pablo II: Breve Biografía
 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el breve extracto biográfico oficial ofrecido en el Libreto de la Celebración editado por la Santa Sede para la ceremonia de hoy, y que, con algunas variaciones, fue leída por el cardenal Agostino Vallini, Vicario General para la diócesis de Roma, durante el rito de beatificación.

* * * * *

Karol Józef WoJtyła nació en Wadowice (Polonia), el 18 de mayo de 1920.

Fue el segundo de los dos hijos de Karol Wojtyła y de Emilia Kaczorowska, que murió en 1929. Su hermano mayor Edmund, de profesión médico, murió en 1932 y su padre, suboficial del ejército, en 1941.

A los nueve años recibió la Primera Comunión y a los dieciocho el sacramento de la Confirmación. Terminados los estudios en la escuela media de Wadowice, en 1938 se matriculó en la Universi­dad Jagellónica de Cracovia.

Cuando las fuerzas de la ocupación nazi cerraron la Universidad en 1939, el joven Karol trabajó (1940-1944) en una cantera y en una fábrica química de Solvay para poder mantenerse y evitar la deportación a Alemania.

Sintiendo la llamada al sacerdocio, a partir de 1942 siguió los cursos de formación en el seminario mayor clandestino de Cracovia, dirigido por el Card. Arzobispo Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también éste clandestino.

Después de la guerra, continuó sus estudios en el seminario mayor de Cracovia, nuevamente abierto, y en la Facultad de Teología de la Universidad Jagellónica, hasta su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar en Cracovia el 1 de noviembre de 1946. Seguidamente, fue enviado por el Card. Sapieha a Roma, donde obtuvo el doctorado en teología (1948) con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de san Juan de la Cruz. En este período -durante las vacaciones- ejerció el ministerio pastoral entre los emigrantes polacos en Francia, Bélgica y Holanda.

En 1948, regresó a Polonia y fue coadjutor, primero, en la parroquia de Niegowić, en los alrededores de Cracovia, y después en la de San Florián, en la ciudad, donde fue también capellán de los universitarios hasta 1951, cuando retomó sus estudios filosóficos y teológicos. En 1953, presentó en la Universidad Católica de Lublín una tesis sobre la posibilidad de fundamentar una ética cristiana a partir del sistema ético de Max Scheler. Más tarde, fue profesor de Teología Moral y Ética en el seminario mayor de Cracovia y en la Facultad de Teología de Lublín.

El 4 de julio de 1958, el Papa Pío XII lo nombró Obispo Auxiliar de Cracovia y titular de Ombi. Recibió la ordenación episcopal el 28 de septiembre de 1958, en la catedral de Wawel (Cracovia), de manos del Arzobispo Eugeniusz Baziak.

El 13 de enero de 1964, fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, que lo crearía Cardenal el 26 de junio 1967.

Participó en el Concilio Vaticano II (1962-65) dando una importante contribución a la elaboración de la constitución Gaudium et spes. El Cardenal Wojtyła participó también en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos, anteriores a su Pontificado.

Fue elegido sucesor de San Pedro, con el nombre de Juan Pablo II, el 16 de octubre de 1978, y el 22 de octubre inició su ministerio de Pastor universal de la Iglesia.

El Papa Juan Pablo II realizó 146 visitas pastorales en Italia y, como Obispo de Roma, visitó 317 de las 332 actuales parroquias romanas. Los viajes apostólicos por el mundo -expresión de la constante solicitud pastoral del Sucesor de Pedro por todas las Iglesias- han sido 104.

Entre sus documentos principales, se encuentran 14 Encíclicas, 15 Exhortaciones apostólicas, 11 Constituciones apostólicas y 45 Cartas apostólicas. Al Papa Juan Pablo II se le atribuyen también 5 libros: "Cruzando el umbral de la esperanza" (octubre 1994); "Don y

misterio: en el cincuenta aniversario de mi sacerdocio" (noviembre 1996); "Tríptico romano", meditaciones en forma di poesía (marzo 2003); "¡Levantaos, vamos!" (mayo 2004) y "Memoria e Identidad" (febrero 2005).

El Papa Juan Pablo celebró 147 ritos de beatificación -en los cuales proclamó 1338 beatos- y 51 canonizaciones, con un total de 482 santos. Tuvo 9 consistorios, en los que creó 231 (+ 1 in pectore) Cardenales. Presidió también 6 reuniones plenarias del Colegio Cardenalicio.

Desde 1978, convocó 15 asambleas del Sínodo de los Obispos: 6 generales ordinarias (1980, 1983, 1987, 1990, 1994 y 2001), 1 asamblea general extraordinaria (1985) y 8 asambleas especiales (1980, 1991, 1994, 1995, 1997, 1998 [2] y 1999).

El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la plaza de San Pedro. Salvado por la mano maternal de la Madre de Dios, después de una larga hospitalización y convalecencia, perdonó a su agresor y, consciente de haber recibido una nueva vida, intensificó sus compromisos pastorales con heroica generosidad.

En efecto, su solicitud de Pastor encontró además expresión en la erección de numerosas diócesis y circunscripciones eclesiásticas, en la promulgación de los Códigos de derecho canónico latino y de las iglesias orientales, en la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Proponiendo al Pueblo de Dios momentos de particular intensidad espiritual, convocó el Año de la Redención, el Año Mariano y el Año de la Eucaristía, además del Gran Jubileo de 2000. Se acercó a las nuevas generaciones con las celebraciones de la Jornada Mundial de la Juventud.

Ningún otro Papa ha encontrado a tantas personas como Juan Pablo II: en las Audiencias Generales de los miércoles (más de 1.160) han participado más de 17 millones y medio de peregrinos, sin contar todas las demás audiencias especiales y las ceremonias

religiosas (más de 8 millones de peregrinos sólo durante el Gran Jubileo del año 2000), y los millones de fieles con los que se encontró durante las visitas pastorales en Italia y en el mundo; numerosas también las personalidades políticas recibidas en audiencia: se pueden recordar a título de ejemplo las 38 visitas oficiales y las 738 audiencias o encuentros con Jefes de Estado, e incluso las 246 audiencias con Primeros Ministros.

Murió en Roma, en el Palacio Apostólico Vaticano, el sábado 2 de abril de 2005 a las 21.37 h., en la vigilia del Domingo in Albis y de la Divina Misericordia, instituida esta última por él. Los solemnes funerales en la Plaza de San Pedro y su sepultura en las Grutas Vaticanas fueron celebrados el 8 de abril.


 

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Beato Juan Pablo II: Rito de la Beatificación de Juan Pablo II
Minuto a minuto, todas las palabras y gestos
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación una traducción española realizada por ZENIT del rito de beatificación de Juan Pablo II, que tuvo lugar al principio del rito inicial, antes del Gloria y de la Oración Colecta.

* * * * *

En San Pedro, en el transcurso de la Misa, a las 10,37 horas se acercó a la sede del Santo Padre el cardenal Agostino Vallini, vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma, con el postulador, para pedir al Papa que se proceda a la beatificación del siervo de Dios Juan Pablo II.

El cardenal Agostino Vallini: Beatísimo Padre, el Vicario General de Vuestra Santidad para la Diócesis de Roma pide humildemente a Vuestra Santidad que inscriba en el número de los Beatos al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa.

Inmediatamente después, el cardenal Vallini leyó una breve biografía de Karol Wojtyla.

Tras ello, todos se pusieron de pie.

El Santo Padre: Nos, acogiendo el deseo de Nuestro Hermano Agostino cardenal Vallini, Nuestro Vicario General para la Diócesis de Roma, de muchos otros Hermanos en el Episcopado y de muchos fieles, tras haber recibido el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica concedemos que el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa, de ahora en adelante sea llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Prorrumpió inmediatamente un larguísimo aplauso de la muchedumbre; aplauso que duró muchos minutos.

Mientras el Coro cantaba el amén, se colocaron en el altar las reliquias de Juan Pablo II.

El cardenal Agostino Vallini: Beatísimo Padre, el Vicario general de Vuestra Santidad para la diócesis de Roma da las gracias a Vuestra Santidad por haber hoy proclamado Beato al Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, papa.

El cardenal Vallini, el postulador monseñor Oder y el Papa se intercambiaron un abrazo de paz. Acto seguido, se entonó el Gloria y prosiguió la celebración.

 


 

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Beato Juan Pablo II: Homilía de Benedicto XVI
En la ceremonia de beatificación
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 1 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, en la Plaza de San Pedro.

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Queridos hermanos y hermanas.

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

«Dichosos los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo» (Mt 16, 17). ¿Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en «Pedro», la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: «Dichoso, tú, Simón» y «Dichosos los que crean sin haber visto». Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).

También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: «Por ello os alegráis», y añade: «No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación» (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. «Es el Señor quien lo ha hecho –dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente», patente a los ojos de la fe.

Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios –Obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojtyła, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła: una cruz de oro, una «eme» abajo, a la derecha, y el lema: «Totus tuus», que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojtyła encontró un principio fundamental para su vida: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón». (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).

El nuevo Beato escribió en su testamento: «Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszyński, me dijo: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio"». Y añadía: «Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado». ¿Y cuál es esta «causa»? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: «¡No temáis! !Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!». Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su «timonel», el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar «umbral de la esperanza». Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al Cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el Cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de «adviento», con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.

Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una «roca», como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.

En el texto de la homilía: ¡Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. [E improvisando, Benedicto XVI añadió:] Tantas veces nos has bendecido desde esta plaza. Santo Padre, hoy te pedimos, bendícenos. Amén.

[Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana]

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