1.05.11

Biblia

Jn 20, 19-31. A los ocho días, llegó Jesús.

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» 26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.»27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» 28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» 29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»
30 Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. 31 Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

COMENTARIO

Fe, lo que es la Fe

Seguramente los apóstoles tenían mucho miedo a lo que, con ellos, podían hacer aquellos que habían acabado, hacía pocos días, de crucificar a Jesús. Se escondieron porque no querían acabar como lo había hecho el Maestro.

Pero Jesucristo, como lo había hecho tantas otras veces, les sorprende y cuando más alejados están del mundo que les rodea, los devuelve a una maravillosa realidad: ¡Está vivo el Hijo de Dios!

Muy bien podría, de no haber sido Quien era, haberles echado un buen rapapolvo por su forma de actuar y por cómo lo habían dejado casi solo en el terrible momento de la muerte. Pero eso no entraba en la forma de ser de Jesús. Quien tanto había perdonado tenía que extender su perdón a sus más cercanos, a sus más prójimos.

Y los envía. Por primera vez antes de Pentecostés, Jesús les da un santo trabajo: transmitir la Palabra de Dios por el mundo y hacer, si eso cabe y es posible, nuevos discípulos. Podrán perdonar pecados e, incluso, retenerlos si es que así se daba el caso siendo, esto, un gran regalo porque sólo Dios puede hacer tal cosa y su mismo Hijo les estaba dando tan gran poder.

Pero no todos estaban allí cuando Jesús exhaló, sobre ellos, el Espíritu Santo. Tomás se había ausentado porque, a lo mejor, estaba comprando comida o solventando alguna necesidad de aquel miedoso grupo.

Como les había pasado al resto de apóstoles, no creyó hasta que vio, con sus propios ojos, lo que ellos le decían pues el resto, en el fondo de su corazón, sólo estuvieron seguros de que todo lo que les había dicho en aquellos años pasados era cierto cuando les dijo que les daba la paz y comprendieron que resucitar no era, en el caso de Jesús, imposible.

Pero Tomás sirvió, como tantas otras veces pasa con el Padre, como instrumento de Dios. Gracias a su incredulidad Jesús acuña lo que es la definición perfecta de Fe al decir “Dichosos los que no han visto y han creído” porque, en realidad, la Fe es, en el fondo y en la superficie, un creer sin ver, un confiar en Dios sólo porque así se cree.

Aquel “Dios mío y Señor mío” dice mucho de Tomás. Comprendió… luego, creyó.

PRECES

Por todos aquellos que necesitan ver para creer.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no confían, en el fondo de su corazón, en Dios.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a tener fe.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán