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Servicio diario - 6 de mayo de 2011

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Santa Sede

Existe el riesgo de un “saqueo espiritual” a los jóvenes, dice el Papa

El Papa defiende la reforma litúrgica llevada a cabo por el Vaticano II

El Papa: el cristianismo no es creer en “algo” sino en “Alguien”

Mundo

Portugal: La Iglesia creará un Observatorio Social

Tras enfermedad, arzobispo de asunción recuperó su actividad

“Cruzada” de oración por la paz en Nicaragua

Brasil: comenzará el proceso de beatificación de monseñor Luciano Mendes

Testimonio

Sacerdote italiano promotor de vocaciones será beatificado este sábado

Informe Especial

España: obispos advierten sobre una ley que “abre la puerta” a la eutanasia

Espiritualidad

Evangelio del domingo: Con luz en los ojos y lumbre en el corazón

Documentación

Audiencia del Papa a los miembros del Instituto Litúrgico San Anselmo

Discurso del Papa en el Concierto ofrecido por el Presidente de Italia

Audiencia del Papa a los nuevos reclutas de la Guardia Suiza

Carta de los obispos de Aragón sobre derecho a morir dignamente


Santa Sede


Existe el riesgo de un “saqueo espiritual” a los jóvenes, dice el Papa
Hoy juraron 34 nuevos reclutas de la Guardia Suiza
ROMA, viernes 6 mayo de 2011 (ZENIT.org). – Hoy por la tarde juraron los 34 reclutas de la Pontificia Guardia Suiza, el ejército más famoso y pequeño del mundo.

Fue en el patio de San Damián del Palacio Apostólico ante la presencia diplomáticos, autoridades políticas y militares suizas y los parientes de los futuros guardias.

Tras el toque de tres trompetas desde el balcón del Palacio Apostólico, entraron a paso de marcha y en uniforme de gala unos 70 guardias suizos, banda incluida.

Allí antes del juramento se recordó a los 147 guardias suizos que murieron, de los 189 que defendieron de manera extrema a Clemente XII en el saqueo de Roma, a manos de los lansquenetes en 1527.

Poco antes en la Sala Clementina, siempre en el Palacio Apostólico, Benedicto XVI recordando el saqueo de Roma indicó al Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia, que en el mundo de hoy existe el peligro de un saqueo espiritual especialmente para los más jóvenes.

“El recuerdo de aquel saqueo terreno nos debe hacer reflexionar en el hecho de que existe también la amenaza de un saqueo más peligroso, el que podemos definir como espiritual” subrayó el Pontífice.

En el actual contexto social, muchos jóvenes corren el riesgo, de hecho, de caer en un empobrecimiento progresivo del alma, porque siguen ideales y perspectivas de vida superficiales, que colman sólo las necesidades y las exigencias materiales”.

“Haced posible que vuestra estancia en Roma constituya un tiempo propicio para disfrutar al máximo las muchas posibilidades que esta ciudad os ofrece, para dar un sentido cada vez más sólido y profundo a vuestra vida” exhortó a los miembros de la guardia suiza. 

“El periodo que viviréis en la “Ciudad Eterna” será un momento excepcional en vuestra existencia: vividlo con espíritu de sincera fraternidad, ayudándoos los unos a los otros a llevar una vida ejemplarmente cristiana, que se corresponda a vuestra fe y a vuestra peculiar misión en la Iglesia”.

Mirar a Cristo

“Cuando alguno de vosotros – pidió el Papa – jure desarrollar fielmente el servicio en la Guardia Suiza Pontificia y otros renueven este juramento en su corazón, pensad en el rostro luminoso de Cristo, que os llama a ser auténticos hombres y verdaderos cristianos, protagonistas de vuestra existencia”.

Y añadió que la pasión, muerte y resurrección de Jesús  “son una llamada elocuente a afrontar con consciente madurez los obstáculos y los retos de la vida”.

Sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida. Él debe convertirse, cada día más, en el parámetro de nuestra vida y de nuestro comportamiento, así como Él ha elegido la plena y total fidelidad a la misión de salvación confiada por el Padre, como medida y objetivo de su vida”. 

“El Señor, queridos jóvenes, camina con vosotros, os sostiene y os anima a seguirlo en la misma fidelidad” recordó el Papa, deseándole a los presentes que “sintáis siempre la alegría y la consolación de su presencia luminosa y estimulante”.

“Vuestra significativa presencia en el corazón de la cristiandad, donde multitudes de fieles llegan sin descanso para reunirse con el Sucesor de Pedro y para visitar las tumbas de los Apóstoles, suscite cada vez más, en cada uno de vosotros, el propósito de intensificar la dimensión espiritual de la vida, como también el compromiso de profundizar en vuestra fe cristiana, siendo testigos gozosos de ella con una conducta de vida coherente”, concluyó. 



 

Celebraciones

La celebración anual de los 147 soldados que murieron en el Saqueo de Roma y el juramento de los reclutas inició el jueves en la iglesia de Santa María en Campo santo, en el Cementerio Teutónico situado en el Vaticano, en presencia del comandante de la guardia suiza, coronel Daniel Anrig.

Hoy viernes por la mañana el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano ha celebrado una misa en la basílica de San Pedro por los guardias, familiares y amigos. 

A continuación se recordó a los caídos con una corona de laureles en el patio del barrio suizo y la condecoración de algunos miembros del Cuerpo.

El cuerpo de la guardia suiza fue fundado por el papa Julio II en 1506. Pueden integrarlo solamente hombres suizos de fe católica entre 19 y 30 años de edad. Tienen que superar el metro y setenta y cuatro de altura, ser solteros y adiestrados en el ejército.

El juramento

“Juro servir fielmente, lealmente y honorablemente al Sumo Pontífice Benedicto XVI y sus legítimos sucesores, como dedicarme a ellos con todas las fuerzas, sacrificando cuando necesario también la vida en su defensa. Asumo similares empeños respecto al Sacro Colegio Cardenalicio durante la Sede vacante. Prometo además al capitán comandante y a los superiores respeto, fidelidad y obediencia. Lo juro. Que Dios y nuestros santos patronos me asistan”.

Después los nuevos reclutas, llamados por su nombre, se acercan a la bandera, la aferran con la mano izquierda y con la derecha levantada con tres dedos en alto como símbolo de la Trinidad confirman y juran:

“Yo… juro observar fielmente, lealmente y honorablemente todo lo que en este momento me fue dicho. Que Dios y sus santos me asistan”.


 

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El Papa defiende la reforma litúrgica llevada a cabo por el Vaticano II
“No hay oposición entre tradición y legítimo progreso”
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- La Liturgia de la Iglesia “vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio”, y en este sentido, la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II no se contrapone a la tradición anterior.

Lo aclaró el Papa Benedicto XVI al recibir hoy en audiencia a los miembros del Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, institución creada por Juan XXIII hace cincuenta años como centro de estudios y de investigación “para asegurar una sólida base a la reforma litúrgica conciliar”.

En su discurso, el Papa se refirió a la reforma llevada a cabo por el Concilio, recordando que "existe un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la Liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia”.

“La Liturgia de la Iglesia va más allá de la propia 'reforma conciliar' – afirmó el Pontífice –, cuyo objetivo, de hecho, no era principalmente el de cambiar los ritos y los gestos, sino más bien renovar las mentalidades y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio Pascual de Cristo”.

“Por desgracia, quizás, también por nosotros Pastores y expertos, la Liturgia fue tomada más como un objeto que reformar que no como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana”, reconoció.

En este sentido, admitió que en la vigilia del Concilio “aparecía cada vez más viva en el campo litúrgico la urgencia de una reforma, postulada también por las peticiones realizadas por varios episcopados”.

Por otra parte, añadió, “la fuerte exigencia pastoral que animaba al movimiento litúrgico requería que se favoreciese y suscitase una participación más activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas a través del uso de las lenguas nacionales, y que se profundizase en el tema de la adaptación de los ritos en las diversas culturas, especialmente en tierra de misión”.

Además, “se revelaba clara desde el principio la necesidad de estudiar de modo más profundizado el fundamento teológico de la Liturgia, para evitar caer en el ritualismo o favorecer el subjetivismo, el protagonismo del celebrante”.

Otra de las necesidades fue “que la reforma estuviese bien justificada en el ámbito de la Revelación y en continuidad con la tradición de la Iglesia”.

Este es el motivo por el que Juan XXIII, instituyó el Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, añadió. Recordó, en este sentido, el trabajo de “pioneros” como Cipriano Vagaggini, Adrien Nocent, Salvatore Marsili y Burkhard Neunheuser.

Ambos términos, “tradición” y “legítimo progreso”, explicó, fue utilizado por los Padres conciliares para “consignar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro”.

“No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad viva, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso”, afirmó el Papa.

Por último, el Papa quiso subrayar “el doble carácter teológico y eclesiológico de la Liturgia. La celebración realiza al mismo tiempo una epifanía del Señor y una epifanía de la Iglesia, dos dimensiones que se conjugan en unidad en la asamblea litúrgica”.

“En la acción litúrgica de la Iglesia subsiste la presencia activa de Cristo: lo que realizó en su paso entre los hombres, Él sigue haciéndolo operante a través de su acción personal sacramental, cuyo centro lo constituye la Eucaristía”.

“La Liturgia cristiana es la Liturgia de la promesa realizada en Cristo, pero es también la Liturgia de la esperanza, de la peregrinación hacia la transformación del mundo, que tendrá lugar cuando Dios sea todo en todos”, concluyó el Papa.


 

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El Papa: el cristianismo no es creer en “algo” sino en “Alguien”
Discurso tras el concierto del 6º aniversario del inicio de su pontificado
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- La fe cristiana no se basa en creer algo, sino en Alguien, recordó Benedicto XVI el pasado jueves, en el discurso que pronunció después del concierto celebrado para festejar su sexto aniversario del inicio de su pontificado.

La exhibición musical fue ofrecida en honor al Papa, por el presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, y fue realizado por la orquesta y el coro del Teatro de la Ópera de Roma, y dirigido por el maestro Jesús López Cobos y por el maestro Roberto Gabbiani.

Las piezas interpretadas fueron el Credo RV 591 de Antonio Vivaldi y el “Stabat Mater” de Joaquín Rossini.

“'Creo', 'Amén': son las dos palabras con las que se inicia y se concluye el “Credo”, la “Profesión de fe” de la Iglesia”, observó el Pontífice.

“¿Qué quiere decir creo?”, preguntó, indicando que la palabra tiene “varios significados: indica acoger algo entre las propias convicciones, dar confianza a alguien, estar seguros”.

“Cuando, sin embargo, la decimos en el “Credo”, asume un significado más profundo”, constató. “Es afirmar con confianza el sentido verdadero de la realidad que nos sostiene, que sostiene al mundo; significa acoger este sentido como el sólido terreno en el que podemos estar sin temores; es saber que el fundamento de todo, de nosotros mismos, no puede estar hecho de nosotros, sino que sólo puede ser recibido.

“ La fe cristiana no dice 'Yo creo algo', sino que 'Creo en Alguien', en el Dios que se ha revelado en Jesús, en Él percibo el verdadero sentido del mundo; y este creer implica toda la persona, que está en camino hacia Él”, destacó.

“ La palabra “Amén”, que en hebreo tiene la misma raíz que la palabra 'fe', retoma este mismo concepto: el apoyarse con confianza en la base sólida, Dios”.

Vivaldi y Rossini

El Papa expresó su “gran agradecimiento” por el concierto, sea al presidente Napolitano por su “ exquisita y acostumbrada cortesía”, sea al resto de personalidades presentes, así como al “director, a los solistas, a la orquesta y al coro del Teatro de la Ópera de Roma por la espléndida ejecución de dos obras maestras de Antonio Vivaldi y de Joaquín Rossini, dos grandes músicos de los que Italia, que celebra el 150 aniversario de su unificación política, debe estar orgullosa”.

Sobre la pieza de Vivaldi, el Pontífice quiso “destacar tres cosas”, comenzando por un “hecho anómalo en la producción vocal vivaldiana: la ausencia de solistas, hay sólo un coro”.

“En este modo”, explicó, “Vivaldi quiere expresar el 'nosotros' de la fe. El 'Creo' es el 'nosotros' de la Iglesia que canta, en el espacio y en el tiempo, como comunidad de creyentes, su fe; 'mi' afirmación 'creo' está dentro del 'nosotros' de la comunidad”.

Después destacó “los dos espléndidos cuadros centrales: Et incarnatus est y Crucifixus. Vivaldi se detiene, como era costumbre, en el momento en que el Dios que parece lejano se hace cercano, se encarna y se dona a nosotros en la cruz. Aquí se repiten las palabras, las modulaciones continúan expresando el sentido profundo del estupor frente a este Misterio y nos invitan a la meditación, a la oración”.

“Una última observación -prosiguió-. Carlo Goldoni, gran exponente del teatro veneciano, en su primer encuentro con Vivaldi, destacaba : 'Lo encontré rodeado de música y con el Breviario en mano'. Vivaldi era sacerdote y su música nace de su fe”.

En cuanto al “Stabat Mater” de Joaquín Rossini, el Papa lo ha definido como “una gran meditación sobre el misterio de Jesús y sobre el dolor de María”.

“La religiosidad de Rossini expresa una gama rica de sentimientos frente a los misterios de Cristo, con una fuerte tensión emotiva”.

La obra rossiniana, añadió, está caracterizada por “una intensidad emotiva que se convierte en una oración sincera”, “una fe simple y genuina”.

“Queridos amigos, que las piezas de esta noche nutran nuestra fe”, deseó el Papa al final de su discurso, renovando a todos, su gratitud por el evento y pidiendo que se acuerden “de rezar por mi ministerio en la Viña del Señor”.

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Mundo


Portugal: La Iglesia creará un Observatorio Social
"Cada vez más, todos tenemos que trabajar en red”, explica el secretario de la CEP
FÁTIMA, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org) – La Iglesia católica en Portugal creará durante este año un “Observatorio Social de la Iglesia”. El objetivo de este organismo será hacer un diagnóstico siempre actualizado de la situación social del país.

El proyecto fue presentado durante la asamblea plenaria de la CEP (Conferencia Episcopal Portuguesa), realizada entre el 2 y el 5 de mayo en Fátima.

El observatorio dará indicaciones sobre “las necesidades sociales de la población y soluciones de futuro”, valorar “en términos eclesiales y pastorales los efectos de la acción social de la Iglesia” y contribuir “para definir metas y métodos de intervención, integrada e integral, de actores y organizaciones” – explica el episcopado en el comunicado final de la plenaria.

En declaraciones ayer a los periodistas, el secretario de la CEP, padre Manuel Morujão, afirmó que la institución del observatorio es una forma de promover “el discernimiento debido y la acción necesaria” en el campo social.

"Cada vez más todos tenemos que trabajar en red, para conocer exactamente cuál es la situación y, concretamente en el campo social, para ver cuáles son las urgencias y las prioridades y para, finalmente, poder actuar convenientemente", dijo, según informó la agencia lusa Ecclesia.

Morujão afirmó también que la nueva estructura – anunciada por la CEP en noviembre de 2010 – "no sólo servirá para observar, sino también para dar debida información, para poder actuar y actuar en red".

La estructura reunirá a todas las organizaciones ligadas a la Iglesia católica en las que se “ejerce la acción social”, como las Misericordias, los centros sociales o parroquiales, los hogares o jardines de infancia.

El secretario de la CEP subrayó que el trabajo deberá ayudar al “sector más crítico del pueblo portugués”, que sufre las consecuencias de la crisis. “Todos” deben“estar con los que están en mayores dificultades”, dijo.

Reunión

La Asamblea plenaria de la CEP discutió también otros temas importantes para la vida de la Iglesia en Portugal. Siendo una reunión electiva, como sucede cada tres años, fue elegido para volver a la presidencia de la CEP el cardenal José Policarpo, patriarca de Lisboa.

Sobre las elecciones legislativas de junio en el país, los obispos afirman que “es fundamental que nuestras opciones sean bien reflexionadas y ponderadas”.

Los obispos exhortan a los electores que no se abstengan sino que participen, responsable y libremente.

“Apelan a las diversas fuerzas sociales y políticas para que se esfuercen por encontrar un amplio consenso que promueva la gobernabilidad de nuestro país, a fin de responder al desafío urgente de la solución de la actual crisis, procurando siempre defender y servir a los más frágiles, y construir el bien común”.

Otro tema tratado por la asamblea fue la elección del nuevo Rector del Santuario de Fátima, ya que el actual, monseñor Virgílio do Nascimento Antunes, fue nombrado la semana pasada obispo de la diócesis de Coimbra.

La Asamblea Plenaria dio su aprobación (nihil obstat) para que el obispo de Leiria-Fátima proceda al nombramiento del padre Carlos Manuel Pedrosa Cabecinhas como nuevo Rector del Santuario de Fátima.

Carlos Cabecinhas es sacerdote de la diócesis de Leiria-Fátima, doctor en Liturgia por el Pontifício Ateneo de San Anselmo, en Roma. Es el actual Capellán del Santuario de Fátima.


 

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Tras enfermedad, arzobispo de asunción recuperó su actividad
Al regresar exhortó a los sacerdotes a ser como Cristo
ASUNCIÓN, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Luego de un cuadro gripal y de un dengue grave que le impidieron estar presente durante las celebraciones de Semana Santa, el arzobispo de Asunción y presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya, monseñor Pastor Cuquejo reanudó el miércoles sus actividades pastorales.

Monseñor Cuquejo aseguró que desea reaparecer en los actos del Bicentenario que se celebrará entre el 14 y 15 de mayo próximos.

La enfermedad

Pese a que el prelado retomó sus actividades, todavía guarda un régimen estricto de fisioterapia, informó este martes en un comunicado de prensa la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP).

"Recuperado de estos males es tratado por una afección de origen inmunológico”, señala el comunicado, “agravada por todo el cuadro anterior, que por el reposo prolongado desencadenó una inflamación de los nervios con debilitamiento de las extremidades inferiores".

Según dice el comunicado, el arzobispo de Asunción ingresó al servicio hospitalario en el Sanatorio Migone, luego de haber padecido de gripe en dos ocasiones, además de neumonía y dengue severo.

El comunicado indica que los obispos de Paraguay exhortan a "seguir unidos en la oración por la pronta y plena recuperación de la salud del señor Arzobispo y Presidente de la CEP".

Mensaje a los sacerdotes

Monseñor Cuquejo aprovechó el regreso a sus actividades para exhortar a los sacerdotes a que sean reflejo de Jesús.

“¿Qué espera de sus sacerdotes el Paraguay, en la celebración de su Bicentenario?”, dice el arzobispo en su mensaje. “Esta pregunta es como la que Jesús hizo a sus apóstoles, ¿qué dice la gente que soy yo?”, anota el Prelado.

Después el obispo hizo alusión a los tipos de comentarios que hace la gente al referirse a los consagrados y mostró el poco conocimiento que tienen algunos de la misión del sacerdote.

Así el prelado exhortó a los sacerdotes a que sepan reflejar el rostro de Dios, como el Padre Misericordioso, y el de Jesucristo, como Buen Pastor; dijo que anhelaba ver a sus sacerdotes llenos del Espíritu Santo: “El pueblo quiere vernos al sacerdote y a Dios, como una unidad comunicacional. El sacerdote debe ser el reflejo del rostro misericordioso de Dios, como nos dice Benedicto XVI en su enseñanza durante las audiencias vaticanas”, concluye el mensaje.

Por Carmen Elena Villa

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“Cruzada” de oración por la paz en Nicaragua
Comenzará el próximo lunes con el rezo del Rosario
MANAGUA, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org El Observador).- El próximo lunes 9 de mayo, la Iglesia católica nicaragüense iniciará una “cruzada” a lo largo de todo el país Centroamericano para rezar por la paz, a través del Santo Rosario.

Nicaragua, que fuera sacudida por oleadas de violencia en las décadas pasadas, enfrenta un año electoral que pone en peligro el frágil equilibrio político y social en el que se encuentra en la actualidad.

La “cruzada” nacional de oración habrá de iniciar cuando nueve obispos se reúnan el próximo lunes 9 en la sureña ciudad de Rivas, a 113 kilómetros de Managua, según dijo a medios de prensa el vicepresidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) y obispo de Estelí, monseñor Abelardo Mata.

En su presentación a medios locales de televisión, el vicepresidente de la CEN informó que las jornadas de oración con el rezo colectivo del Rosario, se efectuarán todos los jueves en las distintas diócesis del país, para invocar la protección de la Virgen María y para lograr las paz entre los nicaragüenses, muchos de los cuales todavía conservan resabios de la dolorosa guerra que sacudió el país en la década de los ochenta del siglo pasado.

"La cruzada nacional del rezo del Santo Rosario y las Siete visitas a Jesús Sacramentados nos invitan a recordar y vivir el mensaje de Nuestra Señora de la Vírgen de Cuapa (que tiene su santuario en el centro del país), quien nos llama a la conversión personal y a construir la paz y no solo pedir la paz", dijo monseñor Abelardo Mata.

El obispo de Estelí indicó que es convicción de la Conferencia Episcopal que los nicaragüenses "necesitamos una verdadera transformación de corazón que nos lleve a reconocer a Jesús vivo en la Eucaristía, Él no está muerto".

Más adelante, en la presentación de estas importantes jornadas, el prelado nicaragüense sostuvo que “sólo así podremos despojarnos con la gracia divina de la ceguera espiritual y poder con la luz del Espíritu Santo, este sexto sentido que da la fe, ver en profundidad la propia realidad humana".

Hay que recordar que Nicaragua elegirá el próximo 6 de noviembre a un presidente, un vicepresidente, 90 diputados ante la Asamblea Nacional y 20 ante el Parlamento Centroamericano.

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Brasil: comenzará el proceso de beatificación de monseñor Luciano Mendes
Los obispos firman una petición que será entregada en la Santa Sede
APARECIDA, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil (CNBB), monseñor Geraldo Lyrio Rocha, anunció este miércoles a los obispos reunidos en la 49ª asamblea general del organismo, en Aparecida, que desde agosto la archidiócesis de Mariana comenzará el proceso de beatificación de monseñor Luciano Mendes de Almeida, muerto el 27 de agosto 2006.

Según publicado por la oficina de prensa de la CNBB, en el transcurso de la plenaria, monseñor Lyrio Rocha ha pedido a los obispos que firmen la petición de beatificación para remitirla a la Santa Sede.

Los más de 300 obispos presentes respondieron con un gran aplauso, deseosos de acoger la petición. Según el presidente de los obispos brasileños, sólo después de la aprobación de la petición por parte de la Santa Sede, la archidiócesis podrá instaurar el tribunal que llevará el proceso de beatificación.

Monseñor Luciano Mendes fue el arzobispo de Mariana durante 18 años (desde el 1988 al 2006). Fue secretario y presidente de la CNBB durante dos mandatos consecutivos en cada una de estas funciones.

Querido por todo el episcopado brasileño, es conocido sobre todo por su amor por los pobres y los excluidos y por la defensa de los derechos humanos.

 

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Testimonio


Sacerdote italiano promotor de vocaciones será beatificado este sábado
Se trata del fundador de la Sociedad de las Divinas Vocaciones
POZZUOLI, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- “Haceos santos, de verdad que todo lo demás es cero”. Era el lema de Justino María Russolillo, fundador de la sociedad de las Divinas Vocaciones, quien será beatificado mañana sábado en una ceremonia presidida por el cardenal Angelo Amato SDB, prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.

Dondequiera que iba, su objetivo principal era la búsqueda y el cultivo de las vocaciones, especialmente entre los pobres y los desfavorecidos. La Santísima Trinidad, la Sagrada Familia y la Iglesia fueron los tres grandes pilares para su obra.

Hoy viernes su cuerpo será expuesto a las 18:30 horas en la Iglesia – cripta del vocacionario de Pianura, (municipio cercano a Nápoles), su lugar nativo, donde se celebrará una liturgia de la palabra.

Una vocación que contagió

Don Justino, como le llaman sus devotos, nació en Pianura, 18 de enero de 1891. Su familia era sencilla y rica en valores cristianos. Fue educado, especialmente por su tía Michelena. Desde pequeño ya mostraba una inclinación a la vida sacerdotal: “Junto con sus amiguitos improvisaba pequeñas procesiones y liturgias en el patio de la casa paterna”, dijo a ZENIT el postulador para su causa, padre Giacomo Capraro SDV. 

Era el tercero de diez hijos de una familia acomodada. Su hermano Ciro también entró a ser sacerdote vocacionista y su hermana Giovanna fue religiosa y la primera superiora general de la rama femenina de esta comunidad. 

La familia pasó por un momento difícil económicamente y aún así él se empeñaba en su llamado al sacerdocio. “No te preocupes, que empeñaría mis ojos con tal de hacerte sacerdote”, le dijo un día su madre. 

Era tan destacado en el seminario que el padre Antonio Stravino, en ese entonces rector del Pontificio Seminario Regional de Napoli-Posillipo dijo un día: “Si tuviéramos 30 alumnos como Russolillo, seríamos el seminario más envidiado de Italia”.

“Siempre se dejó guiar por el padre espiritual mostrando gran disponibilidad a las divinas inspiraciones y atribuyendo una gran obediencia a sus directores espirituales”, asegura el padre Capraro. 

Servir a las vocaciones

Cuando era joven seminarista, el 16 de julio de 1912 participó en una lectura de la circular consistorial en la que invitaba a todos los ordinarios de Italia a examinar la situación de los seminarios.

“Don Justino la meditó. ¡El beato tenía sólo 21 años!”, anota el padre Caprarro. “Ese fue el motivo inspirador para una familia religiosa dedicada enteramente a la formación y a la cultura de las vocaciones al estado eclesiástico – religioso”, agrega.

Era el inicio de la Sociedad de las Divinas Vocaciones. Así instituyó los vocacionistas, una casa para educar a quienes presentan signos de vocación pero tuvieran una orientación adecuada. 

Las dos congregaciones religiosas vocacionistas se convirtieron luego en congregaciones de derecho pontificio. La primera en 1948 y la segunda en 1947.

Estas comunidades se encuentran en diferentes diócesis de Italia, así como en Francia, Brasil, Argentina, Estados Unidos, Nigeria, India, Filipinas, Madagascar, Colombia y Ecuador.

“Los padres y hermanas vocacionistas deben ser para quienes se inician en la vocación a la vida consagrada como los padres y las madres: prontos a educar a quienes la Divina Providencia ha llamado a donarse para la Iglesia”, dice el postulador de don Justino, que pertenece a esta comunidad.

Pero no sólo la acción caracteriza a los miembros de esta familia espiritual. El padre Russolillo dijo a sus hijos que deberían dedicar tres santas horas al día: “una a la lectura espiritual, una a la meditación y una al trabajo”, dice el padre Caparro.

Además, nutrido de varios maestros espirituales, dejó muchos escritos, los cuales han sido publicados en 20 volúmenes, según su postulador quien asegura. “Era un hombre de gran prudencia, oración y discernimiento”.

Así la diócesis de Pozzuoli prepara para la beatificación de este fundador con momentos de vigilia, oración y reflexión, cuya celebración se extiende a los países donde está presente su obra: “La beatificación de don Justino Russolillo representa un motivo de gran alegría para todo el presbiterio y para muchos países de la diócesis de Pozzuoli que don Justino ha podido visitar y en cuyas iglesias ha predicado”, concluye su postulador.

Por Carmen Elena Villa

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Informe Especial


España: obispos advierten sobre una ley que “abre la puerta” a la eutanasia
Carta pastoral de los obispos aragoneses
ZARAGOZA, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Este miércoles 4 de mayo, se hizo pública la carta pastoral "Sólo Dios es el Señor de la Vida", del episcopado de las diócesis aragonesas (España), que puede leerse en la página web de ZENIT, sección Documentos (www.zenit.org/article-39172?l=spanish).

Los obispos publican la carta, firmada el 24 de abril, con ocasión de la promulgación por parte del gobierno autonómico aragonés de la "ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte".

Denuncian que esta ley permitiría de facto la aplicación de la eutanasia, además de que "no considera el derecho de los profesionales de la Sanidad a la objeción de conciencia".

Las cortes de Aragón aprobaron el 24 de marzo pasado la citada norma, abreviada por los medios como "ley de muerte digna".

Aragón es la segunda comunidad autonómica, tras Andalucía, que aprueba una norma en una materia que será objeto de una ley estatal del Gobierno central. Sin esperar a la misma, han empezado a legislar los gobiernos autonómicos, dando lugar a posibles diferencias entre españoles en cuanto al ejercicio de sus derechos en el itinerario del fin de la vida.

Los obispos aragoneses, en primer lugar, plantean dudas sobre la necesidad y finalidad de esta ley. Afirman que las leyes sanitarias existentes, las directrices y orientaciones de las sociedades médicas y científicas, y el compromiso diario de los profesionales sanitarios en favor del enfermo están siendo suficientes en la práctica diaria para resolver los dilemas que pueden plantearse.

Subrayan como positiva la petición de la ley de mejorar la atención a los enfermos en la fase terminal y a sus familias, incluida la fase del duelo, así como la petición de una mejor dotación en medicina paliativa, hospitalaria y domiciliaria.

Peligro de eutanasia encubierta

Pero cabría temer --advierten- que esta ley "pudiera proteger acciones de eutanasia encubierta, por abandono terapéutico o sedación final inadecuada, así como también obligar a los médicos y personal sanitario a realizar o a colaborar en acciones contrarias a los principios éticos fundamentales y al verdadero fin de la medicina. Por lo menos, da la sensación de poder abrir la puerta a ello".

Afirma la ley que todos los seres humanos tienen derecho a vivir dignamente, que el morir del hombre pertenece a su vida y que, por tanto, su dignidad ha de ser reconocida y atendida en esa etapa final de su vida.

"Es un principio irrenunciable con el que estamos plenamente de acuerdo", dicen los obispos pero se preguntan: "En qué consisten la entidad y el valor de la vida humana? ¿Qué significa su dignidad y qué reclama su respeto y su cuidado médico en la etapa final?".

“A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona”, recuerdan con el magisterio de la Iglesia católica. Por ello, reiteran que "la vida humana es siempre un bien inviolable e indisponible. Su valor fundamental lo expresa y tutela el mandamiento 'no matarás'. Ninguna excepción cabe ante esta norma moral".

"La acción de quitar la vida intencionalmente a alguien es, pues, siempre inmoral. No caben excepciones. Es siempre y en toda circunstancia gravemente inmoral porque la vida es un bien tan nuclear en la persona que ningún otro bien puede ser puesto en la balanza para justificar la eliminación de alguien inocente", subrayan.

En este sentido, recuerdan que "el fin de la medicina y, por tanto, de toda acción médica, es el bien del enfermo", que incluye una verdadera relación médico-enfermo no meramente técnica, sino "profundamente humana". "Es el encuentro de una confianza con una conciencia".

"Considerar al enfermo sólo desde el punto de vista técnico impediría descubrir la respuesta a las preguntas más importantes para él, aquellas que le permitirán vivir de modo verdaderamente digno tanto la enfermedad grave como el morir", aseguran los prelados.

"Tanto el médico como el paciente deben ser libres de tomar decisiones sobre la base del conocimiento de los datos y, por supuesto, desde la fidelidad a la verdad del ser humano. Uno y otro son agentes moralmente responsables. Así pues, ninguno de los dos debe imponer al otro sus propios valores", advierten.

"La última decisión sobre las posibles acciones diagnósticas y terapéuticas corresponde al enfermo", quien tiene derecho a un consejo de aquellos que "tienen verdadera sabiduría para hacerlo y están puestos para ello".

¿Puede una persona dejar de serlo y quedar sólo con vida biológica?, se preguntan los prelados. Y responden con palabras del beato Juan Pablo II, que “el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o impedido en el ejercicio de sus funciones superiores, es y será siempre un hombre. Jamás se convertirá en un vegetal o en un animal”.

"Todo ser humano es persona --afirman--. Persona es el modo propio de ser de cada ser humano, no una cualidad añadida que el ser humano adquiere y puede éste perder".

Por otra parte, subrayan, "la persona es, desde el primer instante de su existencia, esencialmente relacional". Por lo cual, "la persona se realiza, de acuerdo con su dimensión social, en su existir desde el otro y para el otro".

Por ello, cuando la entidad, el valor y la dignidad de una persona no se pueden percibir, entonces es necesario hacer más patentes la entidad, el valor y la dignidad de tal persona


mediante un comportamiento hacia ella, basado "en el más vivo respeto y en la más fina caridad".

"Calidad de vida" y "falsa piedad"

Advierten los pastores aragoneses de los peligros del uso de la expresión "calidad de vida" y la mentalidad equívoca que tal expresión encierra.

El que alguien se haya convertido en una "carga" para los otros o para sí mismo, por su grave deterioro físico o mental, "no significa que su vida no valga la pena de ser vivida, que sea una vida sin valor vital", aseveran. Su mera existencia reta a la medicina "a descubrir ayudas y terapias adecuadas para el enfermo".

Por ello declaran que "abandonarle a su suerte o eliminarle, escudados en una falsa piedad" es "una gravísima injusticia de los fuertes hacia los más débiles". "¿Quién tiene autoridad legítima para decidir que alguien no tiene derecho a existir?", se preguntan.

"La primera y fundamental condición para poder vivir el morir con dignidad es saber que uno está a las puertas de la muerte. La segunda condición es el compromiso de no dejar solo al enfermo ni sola a su familia", señalan los obispos.

Se muestran contrarios a la "conspiración del silencio", el ocultar al enfermo la verdad de lo que le sucede por parte de cuantos le rodean. "El enfermo tiene derecho a conocer la verdad de su situación, salvo que conscientemente renuncie a ello o haya sospecha fundada de que va a ser perjudicial para él".

La información al paciente, señalan, no es un mero requisito legal que se cumple aprisa porque resulta incómodo dar malas noticias. La información médica "ha de ser una comunicación personal continuada que se inicia desde la primera visita médica".

Un adecuado concepto de la legítima autonomía del paciente ha de armonizarse con el reconocimiento del profesional sanitario como sujeto moral responsable: "Lo que se ofrece al paciente en la atención sanitaria son acciones médicas intrínsecamente morales, no acciones técnicas éticamente neutras", afirman.

Recuerdan el artículo 18, 2 de la ley, que dice que “todos los profesionales sanitarios implicados en la atención del paciente tienen la obligación de respetar los valores, creencias y preferencias del paciente en la toma de decisiones clínicas, […] debiendo abstenerse de imponer criterios de actuación basados en sus propias creencias y convicciones personales, morales, religiosas o filosóficas”.

Derecho a la objeción de conciencia

Señalan también que el profesional sanitario no es un mero eslabón de una cadena o engranaje en el centro médico sino "un sujeto moral personalmente responsable de sus acciones".

Por ello, "la libertad de conciencia es un derecho humano fundamental", afirman indicando que "existen el derecho y el deber a la objeción de conciencia cuando el profesional se ve obligado a colaborar en una acción intrínsecamente injusta".

Denuncian que "la  presente ley no considera el derecho de los profesionales de la Sanidad a la objeción de conciencia, lo que supone una grave carencia de la misma".

Los prelados ofrecen un principio claro del magisterio: "ni acortar intencionadamente la vida ni retrasar indebidamente la muerte". Recuerdan "la obligación moral de curarse y de hacerse curar". Afirman también que "es éticamente relevante distinguir entre enfermedad crónica y enfermedad en fase terminal".

En el primer caso, hay que asistir al paciente y a su familia para que puedan vivir bien la
enfermedad. En el segundo, hay que asistir al enfermo y a su familia para que aquél y ésta puedan vivir éticamente el morir.

Cuando el paciente se encuentra ante la inminencia de una muerte inevitable, afirman, “es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una
prolongación precaria y penosa de la existencia, pero no interrumpiendo los cuidados normales debidos al enfermo en casos similares”

"La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia, sino que expresa, más bien, la aceptación de la condición humana ante la muerte” por lo que "no es obligatoria ni por otra parte parece aceptable moralmente una conducta médica de obstinación terapéutica que mantuviera medios desproporcionados o extraordinarios".

Subrayan que a un paciente en estado vegetativo permanente se le deben proporcionar los cuidados ordinarios, como la alimentación y la hidratación, aunque hayan de procurarse por medios artificiales (por sonda).

"La falta de esperanzas fundadas de recuperación en estos enfermos no puede justificar éticamente el abandono terapéutico o la interrupción de los cuidados normales al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación". "Ello equivaldría a una acción de eutanasia por omisión", afirman.

Señalan que es éticamente importante distinguir entre medios de conservación de la vida y cuidados normales: "Los tratamientos médicos pueden ser retirados o no iniciados cuando no son útiles para la salud relativa del enfermo. Los cuidados, incluidas la alimentación y la hidratación artificiales, han de ser mantenidos siempre, porque siempre son debidos a la dignidad incondicional de la persona enferma".

No toda sedación es siempre buena

Dedican un último punto del documento a afrontar el tratamiento del dolor y la sedación paliativa.

Constatan que un avance de la medicina actual es la capacidad para tratar el dolor. La posibilidad de eliminarlo o de aliviarlo, dicen, "es un beneficio para el enfermo que ha de ser utilizado eficazmente", aunque "la ausencia de dolor no es el fin supremo que justifica el uso de cualquier medio para alcanzarlo".

La  sedación, por tanto, no es moralmente mala en sí misma, ahora bien "no toda acción de sedar es siempre buena. Puede ser médica o éticamente mala".

"Atenuar o impedir temporalmente las funciones humanas superiores sólo puede estar justificado por razón de un bien suficientemente alto para el propio sujeto, no por razón de un bien para terceros, sean éstos familiares, cuidadores o sanitarios", afirman.

"Por tanto, la sedación paliativa habrá de ser siempre el  último recurso de una terapéutica adecuada; deberá estar médicamente indicada actualmente para cada caso particular; y la indicación habrá de ser revisada y justificada periódicamente.

Deberá contar con el consentimiento informado del paciente, lo más actualizado posible. Para aplicar la sedación paliativa de forma  permanente e irreversible, la justificación médica y ética deberá ser mucho más estricta y quedar restringida a la fase de agonía".

Catalogar la sedación paliativa de “derecho del paciente” del modo como lo hace el artículo 14 de la presente ley, les parece a los obispos que permite abrir la puerta a acciones de eutanasia. En este artículo se equiparan “situaciones graves e irreversibles”, “situaciones terminales” y “situaciones de agonía”.

Y advierten que "un enfermo –por ejemplo– tetrapléjico, o con parálisis cerebral, o con Parkinson; un anciano con demencia senil, no están en fase terminal ni en agonía". "La diferencia es de gran relevancia ética", reiteran.

Por otra parte, añaden, "no puede afirmarse –como hace esta ley– que 'el rechazo del tratamiento, la limitación de medidas de soporte vital y la sedación paliativa (...) nunca buscan deliberadamente la muerte, sino aliviar o evitar el sufrimiento, respetar la autonomía del paciente y humanizar el proceso de la muerte'”.

"El rechazo del tratamiento, su retirada y la sedación paliativa pueden y deben buscar esto último, y en ese caso son acciones legítimas si cumplen las condiciones, pero también pueden buscar
provocar la muerte”.

“Se conocerá cuál es la clase de acción moral realizada a la luz de la intención del sujeto agente o por la falta de indicación médica o por los tipos o las dosis de fármacos utilizados. En ese caso la acción moral realizada será eutanasia, siempre gravemente inmoral”, añaden.

Por ello, no se puede afirmar –como hace esta ley en su Preámbulo– que “ninguna de estas prácticas puede ser considerada contraria a una ética basada en la idea de dignidad y en el respeto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, advierten los obispos.

Pueden ser prácticas éticamente correctas, pero también pueden no serlo. En este sentido, afirman, "es insuficiente la definición restrictiva de eutanasia que recoge esta ley en la parte II de su Preámbulo y con la cual persigue no sean etiquetadas de eutanasia acciones que sí lo son".

"Las acciones realizadas intencionalmente para causar la muerte del enfermo y así evitarle sufrimientos –por acción positiva o por acción de omisión–, aunque se sumen a la causa de la enfermedad presente, han de calificarse de eutanasia. Y esto aunque esa enfermedad fuera a llevar al enfermo inevitablemente a la muerte en breve o a largo plazo", subrayan.

"Se califica moralmente no el resultado final, sino la acción intencional que la persona realiza libremente", afirman y concluyen que "la ley por sí sola no basta para garantizar la rectitud de la conducta moral".

Por Nieves San Martín 

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Espiritualidad


Evangelio del domingo: Con luz en los ojos y lumbre en el corazón
Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm
OVIEDO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org) -Publicamos el comentario al Evangelio del tercer domingo de Pascua (Juan 24,13-35), 8 de mayo, redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm arzobispo de Oviedo.

* * *

Es uno de los evangelios pascuales más hermosos, y en el que más fácilmente nos podemos reconocer. Emaús es un nombre que aparece en nuestro mapa biográfico. Dos discípulos desencantados y abrumados por los acontecimientos de los últimos días, deciden fugarse de aquella in­tragable realidad. Emaús no era Jerusalén, estaban en direcciones diversas y con diverso significado. En ese camino fugitivo y huidizo, les esperaba el Señor. Él va reuniendo su comunidad tan dispersa y asustada. A cada uno lo encontrará en su drama y en su evasión: llorando a la puerta del sepulcro, a María Magdalena; en el cenáculo escondidos por miedo a los judíos, a la mayoría de los discí­pulos; y camino de Emaús, a nuestros dos protagonistas de este domingo.

La maravillosa narración de Lucas nos pone ante uno de los diálogos más bellos e impresionantes de Jesús con los hombres. Efectivamente, Él se encuentra con dos per­sonas que acaso habían creído y apostado por tan afamado Maestro... pero a su modo, con sus pretensiones y con sus expectativas liberacionistas para Israel, como deja en­trever el Evangelio de hoy. Pero el Hijo del hombre no se dejaba encasillar por nada ni por nadie, y actuó con la radical libertad de quien solo se alimenta del querer del Padre y vive para el cumplimiento de su Hora.

Y entonces interviene Jesús en una ejemplar actitud de acompañar y enseñar a esta pareja de "alejados": les explicará la Escritura y les partirá el pan, narrando la tra­dición de todo el Antiguo Testamento que confluye en su Persona, en quien vino como pan partido para todas las hambres del corazón humano.

Finalmente se les abrieron los ojos a los dos fugitivos hospederos de Jesús en el atar­decer de su escapada, y pudieron reconocerlo. Es interesante el apunte cargado de sin­ceridad: "¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?". Les ardía, pero no le reco­nocían; les ocurría algo extraño ante tan extraño viajero, pero no le reconocían. Bastó que se les abrieran los ojos para descubrir a quien buscaban, sin que jamás se hubiera ido de su lado. Y bastó simplemente esto para escuchar a quien deseaban oír, sin que jamás hubiera dejado de hablarles. Dios estaba allí, Él hablaba allí. Eran sus ojos los que no le veían y sus oídos los que no le escuchaban.

Volvieron a Jerusalén, en viaje de vuelta, no para huir de lo que no entendían, sino para anunciar lo que habían reconocido y comunicárselo a los demás, que en un cenáculo cerrado a cal y canto habían encontrado su particular Emaús. Entonces como ahora, en aquellos como en nosotros. Desandar nuestras fugas, abrirse nuestros ojos, y ser misioneros de lo que hemos encontrado.

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Documentación


Audiencia del Papa a los miembros del Instituto Litúrgico San Anselmo
Con motivo del 50 aniversario de su fundación
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto de la audiencia que el Papa Benedicto XVI concedió hoy a los miembros del Pontificio Instituto Litúrgico San Anselmo, con motivo del 50 aniversario de su fundación.

* * * * *

Eminencia,

Reverendo Padre Abad Primado,

Reverendo Rector Magnífico,

Ilustres Profesores,

Queridos Estudiantes,

Os acojo con alegría con ocasión del IX Congreso Internacional de Liturgia que celebráis en el ámbito del quincuagésimo aniversario de fundación del Pontificio Instituto Litúrgico. Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, en particular al Gran Canciller, el Abad Primado Notker Wolf, y le doy las gracias por las corteses palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos vosotros.

El Beato Juan XXIII, recogiendo las instancias del movimiento litúrgico que pretendía dar un nuevo empuje y un nuevo respiro a la oración de la Iglesia, poco antes del Concilio Vaticano II y durante su celebración quiso que la Facultad de los Benedictinos en el Aventino constituyese un centro de estudios y de investigación para asegurar una sólida base a la reforma litúrgica conciliar. En la vigilia del Concilio, de hecho, aparecía cada vez más viva en el campo litúrgico la urgencia de una reforma, postulada también por las peticiones realizadas por varios episcopados. Por otra parte, la fuerte exigencia pastoral que animaba al movimiento litúrgico requería que se favoreciese y suscitase una participación más activa de los fieles en las celebraciones litúrgicas a través del uso de las lenguas nacionales, y que se profundizase en el tema de la adaptación de los ritos en las diversas culturas, especialmente en tierra de misión. Además, se revelaba clara desde el principio la necesidad de estudiar de modo más profundizado el fundamento teológico de la Liturgia, para evitar caer en el ritualismo o favorecer el subjetivismo, el protagonismo del celebrante, y para que la reforma estuviese bien justificada en el ámbito de la Revelación y en continuidad con la tradición de la Iglesia. El Papa Juan XXIII, animado por su sabiduría y por espíritu profético, para acoger y responder a estas exigencias creó el Instituto Litúrgico, al que quiso atribuir en seguida el apelativo de "Pontificio" para indicar su vínculo particular con la Sede Apostólica.

Queridos amigos, el título elegido para el Congreso de este Año Jubilar es de lo más significativi: “El Instituto Pontificio, entre memoria y profecía". En lo que concierne a la memoria, debemos constatar los frutos abundantes suscitados por el Espíritu Santo en medio siglo de historia, y por esto debemos dar gracias al Dador de todo bien, a pesar también de los malentendidos y los errores en la realización concreta de la reforma. ¿Cómo no recordar a los pioneros, presentes en el acto de fundación de la Facultad: Cipriano Vagaggini, Adrien Nocent, Salvatore Marsili y Burkhard Neunheuser, quienes, acogiendo las instancias del Pontífice fundador, se empeñaron, especialmente después de la promulgación de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, en profundizar “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (n. 7).

Pertenece a la "memoria" la propia vida del Pontificio Instituto Litúrgico, que ha ofrecido su contribución a la Iglesia comprometida en la recepción del Vaticano II, a través de un cincuentenio de formación litúrgica académica. Formación ofrecida a la luz de la celebración de los santos misterios, de la liturgia comparada, de la Palabra de Dios, de las fuentes litúrgicas, del magisterio, de la historia de las instancias ecuménicas y de una sólida antropología. Gracias a este importante trabajo formativo, un elevado número de diplomados y licenciados prestan ya su servicio a la Iglesia en varias partes del mundo, ayudando al Pueblo santo de Dios a vivir la Liturgia como expresión de la Iglesia en oración, como presencia de Cristo en medio de los hombres y como actualidad constitutiva de la historia de la salvación. De hecho, el Documento conciliar pone en viva luz el doble carácter teológico y eclesiológico de la Liturgia. La celebración realiza al mismo tiempo una epifanía del Señor y una epifanía de la Iglesia, dos dimensiones que se conjugan en unidad en la asamblea litúrgica, donde Cristo actualiza el Misterio pascual de muerte y de resurrección y el pueblo de los bautizados bebe más abundantemente de las fuentes de la salvación. En la acción litúrgica de la Iglesia subsiste la presencia activa de Cristo: lo que realizó en su paso entre los hombres, Él sigue haciéndolo operante a través de su acción personal sacramental, cuyo centro lo constituye la Eucaristía.

Con el término "profecía", la mirada se abre a nuevos horizontes. La Liturgia de la Igleisa va más allá de la propia "reforma conciliar" (cfr Sacrosanctum Concilium, 1), cuyo objetivo, de hecho, no era principalmente el de cambiar los ritos y los gestos, sino más bien renovar las mentalidades y poner en el centro de la vida cristiana y de la pastoral la celebración del Misterio Pascual de Cristo. Por desgracia, quizás, también por nosotros Pastores y expertos, la Liturgia fue tomada más como un objeto que reformar que no como un sujeto capaz de renovar la vida cristiana, desde el momento en el que "existe un vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la Liturgia y la renovación de toda la vida de la Iglesia. La Iglesia toma de la Liturgia la fuerza para la vida". Nos lo recuerda el el beato Juan Pablo II en la Vicesimus quintus annus, donde la liturgia es vista como el corazón latiente de toda actividad eclesial. Y el Siervo de Dios Pablo VI, refiriéndose al culto de la Iglesia, con una expresión sintética afirmaba: "De la lex credendi pasamos a la lex orandi, y esta nos lleva a la lux operandi et vivendi" (Discurso en la ceremonia de la ofrenda de los cirios, 2 de febrero de 1970).

Culmen hacia el cual tiende la acción de la Iglesia y al mismo tiempo fuente de la que brota su virtud (cfr Sacrosanctum Concilium, 10), la Liturgia, con su universo celebrativo, se convierte así en la gran educadora en la primacía de la fe y de la gracia. La Liturgia, testigo privilegiado de la Tradición viviente de la Iglesia, fiel a su deber original de revelar y hacer presente en el hodie de las vicisitudes humanas la opus Redemptionis, vive de una relación correcta y constante entre sana traditio y legitima progressio, lúcidamente explicitada por la Constitución conciliar en el n. 23. Con ambos términos, los Padres conciliares quisieron consignar su programa de reforma, en equilibrio con la gran tradición litúrgica del pasado y el futuro. No pocas veces se contrapone de manera torpe tradición y progreso. En realidad, los dos conceptos se integran: la tradición es una realidad vive, que por ello incluye en sí misma el principio del desarrollo, del progreso. Es como decir que el río de la tradición lleva en sí también su fuente y tiende hacia la desembocadura.

Queridos amigos, confío en que esta Facultad de Sagrada Liturgia siga con renovado impulso su servicio a la Iglesia, en plena fidelidad a la rica y preciosa tradición litúrgica y a la reforma querida por el Concilio Vaticano II, según las líneas maestras de la Sacrosanctum Concilium y de los pronunciamientos del Magisterio. La Liturgia cristiana es la Liturgia de la promesa realizada en Cristo, pero es también la Liturgia de la esperanza, de la peregrinación hacia la transformación del mundo, que tendrá lugar cuando Dios sea todo en todos (cfr 1Cor 15,28). Por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, en comunión con la Iglesia celeste y con los patronos san Benito y san Anselmo, invoco sobre cada uno la Bendición Apostólica. Gracias.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Discurso del Papa en el Concierto ofrecido por el Presidente de Italia
Con ocasión del sexto año de pontificado
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Santo Padre Benedicto XVI, dirigió al Presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, y a otras autoridades reunidas en el Aula Pablo VI, con ocasión de un concierto para celebrar el sexto año de pontificado del Papa, ayer jueves 5 de mayo por la tarde.

* * * * *

Señor Presidente de la República,

Señores cardenales,

Honorables ministros y autoridades,

Venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,

¡Estimados señores y señoras!

También este año, con la exquisita y acostumbrada cortesía, el Presidente de la República Italiana, el Honorable Giorgio Napolitano, ha querido hacernos vivir un momento de elevación musical por el aniversario del inicio de mi Pontificado. Mientras que le dirijo un deferente saludo, Señor Presidente, en unión con su gentil Señora, expreso mi agradecimiento por este agradable homenaje y por las cordiales palabras que me ha dirigido, manifestando también la cercanía del querido pueblo italiano al Obispo de Roma y recordando el inolvidable momento de la beatificación de Juan Pablo II. Saludo también a las autoridades del Estado Italiano, a los Señores embajadores, las distintas personalidades, el Ayuntamiento de Roma, y a todos vosotros. Un particular agradecimiento al director, a los solistas, a la orquesta y al coro del Teatro de la Ópera de Roma por la espléndida ejecución de dos obras maestras de Antonio Vivaldi y de Joaquín Rossini, dos grandes músicos de los que Italia, que celebra el 150 aniversario de su unificación política, debe estar orgullosa. Un “gracias” a todos los que han hecho posible este evento.

“Creo”, “Amén”: son las dos palabras con las que se inicia y se concluye el “Credo”, la “Profesión de fe” de la Iglesia, que hemos escuchado. ¿Qué quiere decir creo?. Es una palabra con varios significados: indica acoger algo entre las propias convicciones, dar confianza a alguien, estar seguros. Cuando, sin embargo, la decimos en el “Credo”, asume un significado más profundo: es afirmar con confianza el sentido verdadero de la realidad que nos sostiene, que sostiene al mundo; significa acoger este sentido como el sólido terreno en el que podemos estar sin temores; es saber que el fundamento de todo, de nosotros mismos, no puede estar hecho de nosotros, sino que sólo puede ser recibido. La fe cristiana no dice “Yo creo algo”, sino que “Creo en Alguien”, en el Dios que se ha revelado en Jesús, en Él percibo el verdadero sentido del mundo; y este creer implica toda la persona, que está en camino hacia Él. La palabra “Amén”, que en hebreo tiene la misma raíz que la palabra “fe”, retoma este mismo concepto: el apoyarse con confianza en la base sólida, Dios.

Y llegamos a la obra de Vivaldi, gran representante del s.XVIII veneciano. Por desgracia de él se conoce poca música sacra, que encierra tesoros preciosos: del que es ejemplo la pieza de esta noche, compuesta probablemente en 1715. Querría destacar tres cosas. Antes que nada, un hecho anómalo en la producción vocal vivaldiana: la ausencia de solistas, hay sólo un coro. En este modo, Vivaldi quiere expresar el “nosotros” de la fe. El “Creo” es el “nosotros” de la Iglesia que canta, en el espacio y en el tiempo, como comunidad de creyentes, su fe; “mi” afirmación “creo” está dentro del “nosotros” de la comunidad. Después querría destacar los dos espléndidos cuadros centrales: Et incarnatus est y Crucifixus. Vivaldi se detiene, como era costumbre, en el momento en que el Dios que parece lejano se hace cercano, se encarna y se dona a nosotros en la cruz. Aquí se repiten las palabras, las modulaciones continúan expresando el sentido profundo del estupor frente a este Misterio y nos invitan a la meditación, a la oración. Una última observación. Carlo Goldoni, gran exponente del teatro veneciano, en su primer encuentro con Vivaldi, destacaba : “Lo encontré rodeado de música y con el Breviario en mano”. Vivaldi era sacerdote y su música nace de su fe.

La segunda obra maestra de esta noche, el “Stabat Mater” de Joaquín Rossini, es una gran meditación sobre el misterio de Jesús y sobre el dolor de María. Rossini había concluido la fase operística de su carrera a los 37 años, en 1829, con el Guillermo Tell. Desde este momento no escribió piezas de grandes proporciones, sólo dos excepciones, ambas de música sacra: el “Stabat Mater” y la “Petite Messe Solennelle”. La religiosidad de Rossini expresa una gama rica de sentimientos frente a los misterios de Cristo, con una fuerte tensión emotiva. Del gran fresco inicial del “Stabat Mater” doliente y afectuoso, a los fragmentos en los que emerge la lírica italiana y propia de Rossini, pero siempre rica en tensión dramática, hasta la doble fuga final con el poderosos Amén, que expresa la firmeza de la fe, y la In sempiterna saecula, que pretende dar el sentido de la eternidad. Creo que dos verdaderas perlas de esta obra son las dos piezas “a capella”, la Eja mater fons amoris y el Quando corpus morietur. Aquí el Maestro vuelve a la lección de la gran polifonía, con una intensidad emotiva que se convierte en una oración sincera: “Cuando mi cuerpo hace que el alma vaya a la gloria del Paraíso”. Rossini a los 71 años, después de haber compuesto la “Petite Messe Solennelle”, escribe: “Buen Dios, aquí está terminada esta pobre Misa... ¡Sabes bien que nací para la ópera buffa!. Poca ciencia, un poco de corazón y ya está. Bendito seas y concédeme el paraíso”. Una fe simple y genuina.

Queridos amigos, que las piezas de esta noche nutran nuestra fe. Al señor Presidente de la República Italiana, a los solistas, a todos los del Teatro de la Ópera de Roma, a los organizadores y a todos los presente, renuevo mi gratitud y pido que os acordéis de rezar por mi ministerio en la Viña del Señor. Que Él continúe bendiciéndoos a vosotros y a vuestros seres queridos.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Audiencia del Papa a los nuevos reclutas de la Guardia Suiza
En la conmemoración del “Saqueo de Roma”
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los miembros de la Guardia Suiza Pontificia y sus familiares, con ocasión del juramento de nuevos reclutas.

* * * * *

Señor Comandante,
Monseñor Capellán,
Queridos oficiales y miembros de la Guardia Suiza,
¡Queridos hermanos y hermanas!,

Estoy particularmente contento de reunirme con vosotros en ocasión de esta jornada de celebración y deseo dirigir un cordial saludo especialmente a los nuevos reclutas, que siguiendo el ejemplo de muchos compatriotas, han elegido dedicar algunos años de su juventud al servicio del Sucesor de Pedro. La presencia de vuestros padres, parientes y amigos, que han venido a Roma a participar de estos días de fiesta, expresa, no sólo el vínculo de muchos católicos suizos con la Santa Sede, también la enseñanza, la educación moral y el buen ejemplo, mediante los cuales los padres han transmitido a los hijos, la fe cristiana y el sentido del servicio desinteresado.

La actual jornada constituye la ocasión para dirigir una mirada al glorioso pasado de la Guardia Suiza Pontificia. Recuerdo particularmente el suceso -recordado muchas veces porque es fundamental para vuestra historia- del famoso “Saqueo de Roma” donde los Guardias Suizos, comprometidos hasta el extremo en la defensa del Papa, dieron la vida por él. El recuerdo de aquel saqueo terreno nos debe hacer reflexionar en el hecho de que existe también la amenaza de un saqueo más peligroso, el que podemos definir como espiritual. En el actual contexto social, muchos jóvenes corren el riesgo, de hecho, de caer en un empobrecimiento progresivo del alma, porque siguen ideales y perspectivas de vida superficiales, que colman sólo las necesidades y las exigencias materiales.

Haced posible que vuestra estancia en Roma constituya un tiempo propicio para disfrutar al máximo las muchas posibilidades que esta ciudad os ofrece, para dar un sentido cada vez más sólido y profundo a vuestra vida. Esta ciudad es rica en historia, cultura y fe; aprovechad, por tanto, las oportunidades que se os dan para ampliar vuestro horizonte cultural, lingüístico y, sobre todo, espiritual. El periodo que viviréis en la “Ciudad eterna” será un momento excepcional en vuestra existencia: vividlo con espíritu de sincera fraternidad, ayudándoos los unos a los otros a llevar una vida ejemplarmente cristiana, que se corresponda a vuestra fe y a vuestra peculiar misión en la Iglesia.

[En francés dijo]

Cuando alguno de vosotros juren desarrollar fielmente el servicio en la Guardia Suiza Pontificia y otros renueven este juramento en su corazón, pensad en el rostro luminoso de Cristo, que os llama a ser auténticos hombres y verdaderos cristianos, protagonistas de vuestra existencia. Su pasión, muerte y resurrección son una llamada elocuente a afrontar con consciente madurez los obstáculos y los retos de la vida, sabiendo, como nos ha recordado la Liturgia de la Vigilia Pascual, que el Señor Resucitado es “Rey eterno que ha vencido las tinieblas del mundo”. Sólo Él es la Verdad, el Camino y la Vida. Él debe convertirse, cada día más, en el parámetro de nuestra vida y de nuestro comportamiento, así como Él ha elegido la plena y total fidelidad a la misión de salvación confiada por el Padre, como medida y objetivo de su vida. El Señor, queridos jóvenes, camina con vosotros, os sostiene y os anima a seguirlo en la misma fidelidad: os deseo que sintáis siempre la alegría y la consolación de su presencia luminosa y estimulante.

Este encuentro me da la oportunidad de manifestar a los nuevos reclutas, mi profunda gratitud por su elección de ponerse, durante un periodo de tiempo, a disposición del Sucesor de Pedro y su contribución a garantizar el orden necesario y la seguridad dentro de la Ciudad del Vaticano. Aprovecho de buen grado la oportunidad de extender mi reconocimiento a todo el Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia, llamado a desarrollar, entre otros deberes, el de acoger con cortesía y amabilidad a los peregrinos y visitantes del Vaticano. Esta obra de vigilancia que vosotros realizáis con diligencia, amor y solicitud es ciertamente considerable y delicada: requiere, a veces, mucha paciencia, perseverancia y disponibilidad a escuchar.

Queridos amigos, vuestro servicio es muy útil al desarrollo tranquilo y seguro de la vida cotidiana y de las manifestaciones espirituales y religiosas de la Ciudad del Vaticano. Vuestra significativa presencia en el corazón de la cristiandad, donde multitudes de fieles llegan sin descanso para reunirse con el Sucesor de Pedro y para visitar las tumbas de los Apóstoles, suscite cada vez más, en cada uno de vosotros, el propósito de intensificar la dimensión espiritual de la vida, como también el compromiso de profundizar en vuestra fe cristiana, siendo testigos gozosos de ella con una conducta de vida coherente. Os prometo mi ferviente oración y de corazón os imparto a cada uno de vosotros y a cuantos os rodean en esta celebración, la Bendición Apostólica.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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Carta de los obispos de Aragón sobre derecho a morir dignamente
Ante una ley local que podría “favorecer la eutanasia”
ZARAGOZA, viernes 9 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos a nuestros lectores el documento de los obispos de Aragón sobre la nueva ley aprobada por el Parlamento Regional sobre “Derechos y Garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir dignamente”.

En ella, advierten sobre la posible deriva a favor de la práctica clínica de la eutanasia, contenida en el texto legal.

* * * * *


SÓLO DIOS ES EL SEÑOR DE LA VIDA

CARTA PASTORAL DEL EPISCOPADO ARAGONÉS

CON OCASIÓN DE LA PROMULGACIÓN DE LA

LEY DE DERECHOS Y GARANTÍAS DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

EN EL PROCESO DE MORIR Y DE LA MUERTE



 

A todos los sacerdotes y consagrados, religiosos y seculares, y a todos los fieles cristianos de nuestras Iglesias particulares, como también a todos los hombres de buena voluntad.



 

0. INTRODUCCIÓN

El 26 de abril de 2010, el Boletín Oficial de las Cortes de Aragón publicó la “Proposición de Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de la muerte”. Esta proposición ha seguido su andadura en las Cortes. Y, por fin, el pasado 24 de marzo de 2011, nuestro Parlamento Regional aprobó en sesión plenaria la „Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte‟[1].

Los obispos de la Provincia Eclesiástica de Zaragoza y el obispo de Jaca, en el ejercicio de nuestra responsabilidad pastoral y cívica, nos sentimos en la obligación de decir una palabra autorizada al respecto.

La fidelidad a Cristo, que presupone la fidelidad al ser de la persona humana, intangible en sí misma en todos sus hemisferios y en todos y en cada uno de sus periodos vitales, nos interpela y urge a exponer la Doctrina social de la Iglesia en lo que concierne a esta materia. En virtud de esta fidelidad, hacemos pública la valoración católica de la nueva ley autonómica, con el fin de defender a los enfermos más frágiles y vulnerables, y a aquellos que están en los umbrales de la muerte. Así mismo, es deber nuestro irrenunciable pronunciarnos en favor de un ejercicio de la medicina fiel a su fin propio, que es y será siempre la defensa de la vida humana, lo que implica pronunciarnos en este caso sobre algunos aspectos éticos del ejercicio de la medicina en relación con los enfermos en la etapa final de su vida temporal.

1. Dudas sobre la necesidad y finalidad de una ley semejante.

Nuestra sociedad se caracteriza por la pluralidad de culturas e ideales de vida. El evangelio del valor y de la dignidad de cada vida humana, así como también del carácter inviolable de ésta, alcanza su máxima claridad y certeza en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne. Pero el Evangelio responde a las exigencias de la razón y a los anhelos más profundos del corazón de todo hombre de buena voluntad. Por eso, el Evangelio es la fuente más fecunda de toda humanización. Como afirma la encíclica Evangelium vitae, “el Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son un único y mismo Evangelio”[2].

El progreso de la medicina ha alargado el tiempo de vida de los enfermos y de los ancianos en nuestras sociedades occidentales, pero con frecuencia dejando a unos y a otros en condiciones limitadas de salud. Aparecen nuevas patologías que antes no daba tiempo a que se produjeran, condiciones de vida precarias y, con ello, se suscitan nuevas cuestiones éticas. Las leyes sanitarias existentes, las directrices y orientaciones de las sociedades médicas y científicas, y el compromiso diario de los profesionales sanitarios en favor del enfermo están siendo suficientes en la práctica diaria para resolver los dilemas que pueden plantearse. ¿Era, pues, realmente necesaria una ley para la atención sanitaria de esta etapa de la vida?

Es positiva y recibe nuestro apoyo la petición que encierra la presente Ley de mejorar la atención a los enfermos en la fase terminal de su enfermedad y a sus familias, incluida la fase del duelo. Es positiva y apoyamos la petición de una mejor dotación en medicina paliativa, hospitalaria y domiciliaria.

Pero cabría temer que esta ley pudiera proteger acciones de eutanasia encubierta, por abandono terapéutico o sedación final inadecuada, así como también obligar a los médicos y personal sanitario a realizar o a colaborar en acciones contrarias a los principios éticos fundamentales y al verdadero fin de la medicina. Por lo menos, da la sensación de poder abrir la puerta a ello.

2. La vida humana es siempre un bien inviolable e indisponible.

Afirma la “Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte‟, que todos los seres humanos tienen derecho a vivir dignamente, que el morir del hombre pertenece a su vida y que, por tanto, su dignidad ha de ser reconocida y atendida en esa etapa final de su vida [3].

Es un principio irrenunciable con el que estamos plenamente de acuerdo. Ahora bien, ¿en qué consisten la entidad y el valor de la vida humana? ¿Qué significa su dignidad y qué reclama su respeto y su cuidado médico en la etapa final?

“A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona”[4]. Esta afirmación del magisterio de la Iglesia está al alcance de la razón y, por tanto, de todos. Este deber de reconocimiento es permanente y nos obliga a todos: a personas, instituciones y gobiernos.

La vida humana es un bien inviolable e indisponible. Su valor fundamental lo expresa y tutela el mandamiento “no matarás”. Ninguna excepción cabe ante esta norma moral. La misma legítima defensa de las personas y de las sociedades, que puede suponer en algún caso la emergencia de la muerte del agresor, no es una excepción de la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario [5]. Como dice Santo Tomás de Aquino, “la acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el primero es la conservación de la propia vida; el segundo, la muerte del agresor… Pues bien, sólo es querido el primer efecto; el segundo, no” [6]. La acción de quitar la vida intencionalmente a alguien es, pues, siempre inmoral. No caben excepciones. Es siempre y en toda circunstancia gravemente inmoral porque la vida es un bien tan nuclear en la persona que ningún otro bien puede ser puesto en la balanza para justificar la eliminación de alguien inocente [7].

3. Una práctica de la medicina centrada en la persona y fiel a su verdadero fin, al fin de la medicina, capacita para el reconocimiento y para el respeto absolutos de la dignidad del enfermo y de su familia.

El fin de la medicina y, por tanto, de toda acción médica, es el bien del enfermo. No es sólo el bien físico de la salud, sino el bien de la persona en su globalidad, pues el ser de la persona no se agota en su dimensión corporal. Ese bien médico concreto, para esta persona concreta, sólo puede ser reconocido adecuadamente dentro de una verdadera relación médico-enfermo. Como bien saben y practican los propios médicos, no es ésta una mera relación técnica, sino una relación profundamente humana de alguien con necesidad que se confía a alguien con capacidad y con disposición de ayudarle. Es el encuentro de una confianza con una conciencia [8]. En esa relación de amistad médica, de alianza terapéutica, podrán descubrir ambos, el médico y el enfermo, el bien de éste último, que es siempre el objeto de toda acción médica.

Considerar al enfermo sólo desde el punto de vista técnico impediría descubrir la respuesta a las preguntas más importantes para él, aquellas que le permitirán vivir de modo verdaderamente digno tanto la enfermedad grave como el morir.

Tanto el médico como el paciente deben ser libres de tomar decisiones sobre la base del conocimiento de los datos y, por supuesto, desde la fidelidad a la verdad del ser humano. Uno y otro son agentes moralmente responsables. Así pues, ninguno de los dos debe imponer al otro sus propios valores. Ambos deben ser libres de retirarse de la relación si los conflictos de valores no son resolubles. En la relación clínica, los médicos tienen la responsabilidad mayor por su capacidad profesional recibida y por el poder que ello les confiere. Por ello, deben ser individuos virtuosos, de integridad moral personal en lo que se refiere al ejercicio de la medicina, porque deben ser capaces de formular juicios prudentes tanto médicos como éticos en cada caso particular. Deben respetar y comprender la complejidad moral, no abandonando, sin embargo, la búsqueda de aquello que es verdadero, justo y bueno.

La última decisión sobre las posibles acciones diagnósticas y terapéuticas corresponde al enfermo. Así ha de ser. Pues bien, éste no podrá decidir sin una información adecuada, comprendida, leal y continua. No basta la información meramente técnica cuando lo que está por decidir son cuestiones sobre el propio vivir y morir. ¿Cómo vivir esta situación de enfermedad grave o terminal que se me anuncia? ¿Cómo seguir siendo yo en esta situación que amenaza con impedírmelo? ¿Quién estará a mi lado para ayudarme a vivirla? ¿Quién cuidará de los míos? ¿Qué me espera? Obviamente, el enfermo no podrá exigir a todos los médicos la respuesta a tales cuestiones. Pero puede planteárselas y pedir vengan a ayudarle quienes tienen verdadera sabiduría para hacerlo y están puestos para ello.

4. ¿Puede una persona dejar de serlo y quedar sólo con vida biológica?

Como hemos dicho, los avances de la Medicina ponen a nuestro alcance beneficios admirables, pero también se generan nuevas cuestiones éticas y morales. Es, por ejemplo, el caso especial de las personas que, dada la patología que sufren, se mantienen vivas con cuidados básicos y tienen eclipsadas sus facultades superiores de modo persistente. ¿Cuál es su entidad, dignidad y valor? En el modo como las consideremos y tratemos se pondrá de manifiesto con claridad qué entendemos verdaderamente por dignidad de la persona.

Pues bien, con palabras de S.S. el Papa Juan Pablo II, afirmamos que “el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian, cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre, aunque esté gravemente enfermo o impedido en el ejercicio de sus funciones superiores, es y será siempre un hombre. Jamás se convertirá en un vegetal o en un animal” [9].

El valor y la dignidad de toda persona radican en el ser mismo de la persona, esto es, se dan en la persona desde el momento mismo de su constitución ontológica, desde que ella es. Por lo tanto, el valor y la dignidad de la persona no están vinculados a la calidad de vida, a la consciencia o a la capacidad de autodeterminación. La dignidad es el valor intrínseco que posee todo ser humano, independientemente de sus circunstancias, edad, condición social, estado físico o psíquico. La condición digna de la vida humana es invariable desde que se comienza a existir hasta la muerte y es independiente de condiciones cambiantes a lo largo de la existencia. La dignidad del ser personal humano es ontológica, pues es un valor intrínseco, inviolable, incondicional, que no varía con el tiempo y no depende de circunstancias exteriores, de consideraciones subjetivas ni de la misma dignidad moral. Ésta es una dignidad que presupone la ontológica, que se edifica sobre la ontológica y que, como dignidad moral, es alcanzada por la persona en virtud de sus acciones conscientes, libres y responsables.

Por consiguiente, cuando nos encontramos ante el organismo vivo por sí mismo de un ser humano, nos encontramos ante una persona humana, y nuestro comportamiento con ésta ha de ser conforme con su dignidad. Todo ser humano es persona. Persona es el modo propio de ser de cada ser humano, no una cualidad añadida que el ser humano adquiere y puede éste perder. Pueden no notarse desde el exterior sus cualidades personales (su inteligencia, su capacidad de querer y de hacer, de comunicarse, etc.), porque, para que éstas se noten, es necesario que el cuerpo tenga suficiente desarrollo o integridad, ya que la persona se manifiesta a través de su cuerpo.

En el embrión o en el feto, en el recién nacido, en el anciano con demencia avanzada, en el joven con daño neurológico grave, o en el que está durmiendo o bajo anestesia no se nota que tengamos delante a personas, lo que no significa que estos seres hayan dejado de ser personas. Ningún ser humano tiene nunca vida sólo biológica. La realidad de ser persona no se reduce al hecho de tener consciencia. Su vida biológica es siempre la vida de una persona y, por tanto, vida personal. Los hombres, varones o mujeres, siempre somos un alguien, nunca fuimos ni nunca nos convertimos en un algo, en „una cosa‟, bien sea este algo un ente del mundo mineral, del mundo vegetal o del mundo animal inferior.

Por otra parte, la persona es, desde el primer instante de su existencia, esencialmente relacional. Y, de hecho, conforme va madurando, así se manifiesta. Por lo cual, la persona se realiza, de acuerdo con su dimensión social, en su existir desde el otro y para el otro. Esto supuesto, cuando la entidad, el valor y la dignidad de una persona no se pueden percibir en ésta –por su falta de desarrollo o por su grave deterioro–, entonces es necesario hacer más patentes la entidad, el valor y la dignidad de tal persona mediante un comportamiento hacia ella basado en el más vivo respeto y en la más fina caridad, pues el ser profundo de esa persona puede haberse eclipsado, pero en modo alguno puede haberse perdido. No olvidemos nunca que el prójimo en situación de necesidad nos interpela, aunque no hable, llore ni sonría.

5. Los peligros del uso de la expresión ‘calidad de vida’ y la mentalidad equívoca que tal expresión encierra.

Es un hecho que la medicina es capaz de prolongar la vida, pero no siempre de mantenerla con una integridad deseada. Ahora bien, el que alguien se haya convertido en una “carga‟ para los otros o para sí mismo, por su grave deterioro físico o mental, no significa que su vida no valga la pena de ser vivida, que sea una vida sin valor vital.

La vida humana es siempre un bien [10]. Ciertamente, puede ser una “carga‟, pero asumida con la actitud de la natural y normal solidaridad humana, puede ser y, en el fondo, lo es siempre, una carga bendita, un don que nos saca de nuestro egoísmo miope e insolidario y nos abre a crecer en el amor que el enfermo necesita y que nosotros le debemos. Su mera existencia reta a la medicina a descubrir ayudas y terapias adecuadas para el enfermo. Declarar a éste inútil, abandonarle a su suerte o eliminarle, escudados en una falsa piedad, no es ayuda para él ni para los demás enfermos que le seguirán en situaciones semejantes. En realidad, es esto una gravísima injusticia de los fuertes hacia los más débiles.

Es nuestro egoísmo insolidario, ese egoísmo que siempre desprecia al otro, el que hace creer, incluso al mismo enfermo o anciano, que su vida no vale, que no tiene “calidad‟ suficiente para ser querida y vivida. Descartar a las personas por su falta de “calidad‟ vital es fruto del materialismo, que es siempre inhumano. La expresión “calidad de vida‟, aplicada a la vida humana, puede en muchos casos generar confusión desde el punto de vista ético.

Medir el empeño y la dedicación que merecen los enfermos y los ancianos por la cantidad y calidad de vida futuras o por las posibilidades de recuperación de la integridad funcional de la vida personal, es enormemente equívoco y puede llevar a actuaciones injustas e insolidarias hacia ellos. Porque, al fin y al cabo, ¿quién goza de tal integridad? ¿Quién tiene autoridad legítima para decidir que alguien no tiene derecho a existir?

La mentalidad de “quitarse de encima‟ al que estorba entraña un dinamismo que conduce a la eliminación social o incluso física del otro. La mentalidad de “hacerse cargo‟ del prójimo que padece necesidad engendra comunión personal, solidaridad y una cultura en favor de la vida, aunque sea ésta débil y frágil o se encuentre gravemente deteriorada. Las personas débiles también tienen derecho a existir, y están legitimadas para reclamar la solidaridad de los demás.

6. La primera y fundamental condición para poder vivir el morir con dignidad es saber que uno está a las puertas de la muerte. La segunda condición es el compromiso de no dejar solo al enfermo ni sola a su familia.

Es necesario evitar decididamente la llamada “conspiración del silencio‟, el ocultar al enfermo la verdad de lo que le sucede por parte de cuantos le rodean y atienden. El enfermo tiene derecho a conocer la verdad de su situación, salvo que conscientemente renuncie a ello o haya sospecha fundada de que va a ser perjudicial para él.

Ocultarles la verdad de lo que les sucede y de lo que les espera no sólo no les ayuda, sino que les impide ser ayudados. ¿Cómo podrán poner su vida en orden, reconciliarse con Dios y con el prójimo, disponer lo mejor para sus herederos, si ignoran que han entrado en la fase final de su vida terrena?

La información al paciente no es un mero requisito legal que se cumple aprisa porque resulta incómodo dar malas noticias. La información médica ha de ser una comunicación personal continuada que se inicia desde la primera visita médica. Requiere el tiempo, el lugar, el ambiente, el modo adecuados, el médico de confianza. No queda nunca zanjada ni se puede dar por acabada, porque siempre queda algo por preguntar, algo por comprender, algo para ser vivido. No puede ser, pues, algo que se ventila rápidamente en un pasillo.

El enfermo que recibe una mala noticia sobre su diagnóstico y pronóstico, merece la promesa de que no será dejado solo. Ello ha pertenecido desde siempre y pertenece a la praxis de la Iglesia. En esa praxis cristiana nació la Medicina paliativa.

En este sentido, es debido un acto de reconocimiento a quienes trabajan en nuestra Sanidad. Ella es un gran bien social por el que se hace un continuo esfuerzo desde la Administración autonómica de Aragón. Es justo reconocerlo. Inevitablemente conlleva carencias, dado que los recursos materiales y humanos serán siempre limitados. Esta situación relativa de precariedad es corregida incesantemente por la entrega admirable del personal sanitario y auxiliar de nuestra Sanidad. En su actividad ordinaria, ellos van más allá de un régimen de relaciones basado sólo en derechos y deberes. El plus de dedicación que practican a diario más allá del deber estricto, hace posible un nivel de atención sanitaria que cubre las carencias y humaniza la asistencia.

Estimamos necesario y justo hacerlo constar y mostrar nuestro agradecimiento. En esto reside la clave del reconocimiento y del respeto de la dignidad del enfermo, del moribundo, de su familia, de la de los profesionales sanitarios: necesitamos personas no sólo capacitadas técnicamente y competentes. La competencia profesional “no basta por sí sola. En efecto, se trata de seres humanos. Y los seres humanos necesitan siempre algo más que una atención técnicamente correcta. Necesitan humanidad. Necesitan atención cordial” [11], para que el enfermo se sienta atendido no sólo en su cuerpo sino en su realidad única, irrepetible y trascendente; y el médico, reconocido y valorado en el ejercicio recto de su profesión.

7. Un adecuado concepto de la legítima autonomía del paciente ha de armonizarse con el reconocimiento del profesional sanitario como sujeto moral responsable.

Como ya hemos afirmado –en coincidencia con la ley que estamos valorando–, la última decisión sobre las posibles acciones diagnósticas y terapéuticas corresponde al enfermo. Éste no podrá decidir sin una información adecuada, comprendida, leal y continua. A su vez, el médico no podrá informar sin tener un conocimiento adecuado del enfermo y de su situación.

El respeto a la autonomía del paciente y, por tanto, a sus decisiones es expresión del respeto debido a su libertad. En consecuencia, que el usuario de los servicios sanitarios pueda dejar constancia de sus directrices –ante la posibilidad de no encontrarse en condiciones de hacerlo por sí mismo en el futuro– o pueda designar a la persona que le representará fiel y lealmente en esa circunstancia, es un derecho legítimo y verdadero del paciente.

Estas directrices anticipadas tienen valor en la medida en que pueden ofrecer información sobre el enfermo. Pero lo expresado en ellas sólo adquiere verdadero valor en la medida en que es actualizado, pues la voluntad es inmediata a la acción.

Además, en lo que se refiere a la expresión anticipada de los deseos para situaciones médicas futuras, los padres no pueden ser expropiados de su derecho de legítima tutela ni de su potestad sobre sus hijos menores de edad.

Dos observaciones es necesario hacer a propósito de la legítima autonomía del paciente, sus límites, y la interacción de éste con la actuación responsable del profesional sanitario:

7.1. La autonomía en nuestro obrar no es absoluta. No todo lo elegido libremente es bueno por esa mera razón.

La verdad y el bien de nuestras acciones no proceden de nuestra voluntad libre, sino que preceden a ésta. “Hemos de fortalecer el aprecio por una libertad no arbitraria, sino verdaderamente humanizada por el reconocimiento del bien que la precede. Para alcanzar este objetivo específico, es preciso que el hombre entre en sí mismo con el fin de descubrir las preguntas fundamentales de la ley moral natural que Dios ha inscrito en su corazón” [12].

La libertad humana es verdaderamente tal cuando respeta su vínculo constitutivo con la verdad y su carácter relacional con los otros. Para establecer una sólida base racional que fundamente los derechos de la persona y la vida social, de forma que se eviten tanto la arbitrariedad individualista como el totalitarismo encubierto del poder público o de poderes fácticos, hay que unir la libertad a la verdad objetiva [13].

No toda decisión del enfermo es acertada por el mero hecho de que él la tome libremente. La elección puede estar equivocada o puede haber tenido por objeto un mal moral. El verdadero sentido de la libertad “no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser” [14].

7.2. No sólo es sujeto moral el enfermo, sino también el profesional sanitario. También él merece ver respetada su dignidad.

Lo que se ofrece al paciente en la atención sanitaria son acciones médicas intrínsecamente morales, no acciones técnicas éticamente neutras. Son acciones médicas de personas libres, profesionalmente formadas con conocimientos médicos adecuados, realizadas en favor de la persona del paciente. Es decir, son acciones de sujetos morales responsables, no sólo acciones instrumentales de aparatos o técnicas médicas.

El enfermo tiene derecho legítimo a tomar la última decisión en lo referente a su proceso diagnóstico y terapéutico. Pero el acto médico que se realiza tiene dos sujetos morales, el enfermo y su médico, así como el personal de enfermería implicado en la ejecución de las órdenes médicas. Todos ellos son médica y éticamente responsables de las acciones que realizan, lo que significa que también los profesionales tienen derecho a ver respetado su criterio médico, ético y deontológico.

Es preocupante la tendencia de considerar al profesional que trabaja en la Sanidad pública como un mero dispensador instrumental de los servicios ofrecidos a los usuarios y, por tanto, como un sujeto moralmente neutro. Con frecuencia se pretende eliminar de las instituciones públicas al profesional en cuanto sujeto moral agente. Se dice erróneamente que él debería hacer siempre todo lo que oferta la cartera de servicios de la institución, y que él no tendría que tener criterio moral propio. En esta línea parece situarse esta ley, tanto por su alto grado coercitivo como por la gravedad de las sanciones aplicables [15].

Como afirma la ley en su artículo 18, 2, “todos los profesionales sanitarios implicados en la atención del paciente tienen la obligación de respetar los valores, creencias y preferencias del paciente en la toma de decisiones clínicas, […] debiendo abstenerse de imponer criterios de actuación basados en sus propias creencias y convicciones personales, morales, religiosas o filosóficas” [16]. Así debe ser. Ahora bien, también el profesional sanitario tiene derecho a ver respetada y garantizada su dignidad personal en el ejercicio de su profesión.

Todo aquel que actúa libremente, tanto en la vida privada como en la pública, es responsable moral de sus acciones. El profesional sanitario no es un mero eslabón de una cadena o engranaje en la Institución o en el Centro médico. Él es siempre un sujeto moral personalmente responsable de sus acciones. Finalmente, él y sólo él es quien realiza su intervención por acción o por omisión en el proceso médico concreto.

De ello debe dar cuenta ante Dios, ante los demás y ante sí mismo. Por ello, la libertad de conciencia es un derecho humano fundamental. Por esta implicación en sus propias acciones del sujeto moral, que no sólo hace algo, sino que se hace a sí mismo alguien, existen el derecho y el deber a la objeción de conciencia cuando el profesional se ve obligado a colaborar en una acción intrínsecamente injusta. Y puede verse obligado a ello por imposición de la legislación, de la institución o del paciente al que él atiende. La presente ley no considera el derecho de los profesionales de la Sanidad a la objeción de conciencia, lo que supone una grave carencia de la misma. La objeción de conciencia no sólo es un derecho sino un deber [17].

Es posible que, en la relación entre el médico y el paciente, surja una discrepancia que no puede ser resuelta por ellos. En tal caso, es a todas luces insuficiente la medida tomada por la ley 10/2011, de 24 de marzo, de recurrir al Comité de ética asistencial del Centro sanitario en donde se está llevando a cabo la asistencia médica. No debería restringirse el derecho a recabar una opinión ética reduciendo este derecho a la posibilidad de obtener tal opinión sólo a partir del Comité del Centro o de alguna instancia vinculada a éste. Debería reconocerse el derecho a obtener dicha opinión de expertos o comités externos a la Institución en donde se da el conflicto. Esto garantizaría más la imparcialidad del consejo, que, por otra parte, no es nunca vinculante para quien lo solicita.

8. Un principio claro: ni acortar intencionadamente la vida ni retrasar indebidamente la muerte.

Existe la obligación moral de curarse y de hacerse curar. Es éste un principio moral que no debe ser olvidado. Pero ¿es obligatorio someterse a todos los tratamientos posibles o es moralmente lícito renunciar a ellos aunque esto implique que se adelante la muerte? ¿A cuáles tratamientos? ¿En qué situaciones? ¿Cómo valorarlo? Para la así llamada en la ley 10/2011 “adecuación de las medidas terapéuticas”, es éticamente relevante distinguir a los enfermos crónicos de los enfermos en fase terminal, y distinguir también entre tratamientos médicos y cuidados normales.

En caso de enfermedad grave, toda persona tiene el derecho y el deber de procurarse los cuidados médicos necesarios para conservar la vida y la salud. El proceso diagnóstico-terapéutico se orienta a la mejor restauración posible de la salud, pero no siempre se alcanzan las expectativas objetivas de la medicina ni las subjetivas del enfermo, de su familia y del grupo social y laboral al que se pertenece. Ello abre la cuestión de cómo juzgar la proporcionalidad o la futilidad de un tratamiento, y de juzgar hasta dónde llega la obligación del enfermo de procurar activamente la curación.

Es fundamental para esta cuestión distinguir la enfermedad crónica de la que está en fase terminal, delimitar con la mayor claridad ésta última para no calificar de terminal lo que no lo es y diferenciar los tratamientos médicos de los cuidados normales y siempre debidos al paciente. La presente ley no siempre distingue adecuadamente ambas situaciones [18].

8.1. Es éticamente relevante distinguir entre enfermedad crónica y enfermedad en fase terminal.

El criterio médico y ético para determinar y procurar un tratamiento no es el mismo en el enfermo crónico que en el enfermo en fase terminal de su vida. En el primer caso, hay que asistir al paciente y a su familia para que uno y otra puedan vivir bien la enfermedad, y para que vivan del mejor modo posible el proyecto vital en la circunstancia de la enfermedad. En el segundo caso, hay que asistir al enfermo y a su familia para que aquél y ésta puedan vivir éticamente el morir.

En la fase terminal, la enfermedad va a llevar inevitablemente al paciente a la muerte en el plazo de unos seis meses. Ningún tratamiento al alcance lo podrá evitar. El objetivo de la atención médica será controlar los síntomas, procurar el mayor confort y cuidar al paciente y a su familia en todas sus dimensiones, físicas, psíquicas, afectivas, sociales y religiosas.

Cuando el paciente se encuentra ante la inminencia de una muerte inevitable, “es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, pero no interrumpiendo los cuidados normales debidos al enfermo en casos similares” [19]. “La renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia, sino que expresa, más bien, la aceptación de la condición humana ante la muerte” [20]. No es obligatoria ni por otra parte parece aceptable moralmente una conducta médica de obstinación terapéutica que mantuviera medios desproporcionados o extraordinarios.

Cuando el paciente sufre una enfermedad crónica, incluso incurable y gravemente invalidante, por ejemplo un “estado vegetativo permanente‟, pero que no va a llevarle a una muerte inminente y médicamente inevitable, hay que mantener los tratamientos que alcanzan su finalidad propia así como los cuidados ordinarios. Entre éstos, se encuentran la alimentación y la hidratación, aunque hayan de procurarse por medios artificiales (por sonda). Esto último es obligado excepto en aquella situación médica del paciente que impida a éste asimilar el agua y el alimento que le van a ser suministrados, o en aquella situación en la que los medios instrumentales a utilizar provoquen complicaciones que impliquen para el paciente una carga excesiva o una notable molestia física [21]. La falta de esperanzas fundadas de recuperación en estos enfermos no puede justificar éticamente el abandono terapéutico o la interrupción de los cuidados normales al paciente, incluidas la alimentación y la hidratación. Ello equivaldría a una acción de eutanasia por omisión.

8.2. Es éticamente importante distinguir entre medios de conservación de la vida y cuidados normales.

Los tratamientos médicos pueden ser retirados o no iniciados cuando no son útiles para la salud relativa del enfermo. Los cuidados, incluidas la alimentación y la hidratación artificiales, han de ser mantenidos siempre, porque siempre son debidos a la dignidad incondicional de la persona enferma.

Los medios de conservación de la vida pueden ser suspendidos o no iniciados, cuando no ofrecen el resultado terapéutico que les corresponde o cuando se conoce fundadamente que no lo van a ofrecer. Es decir, cuando se juzga médicamente que no son “proporcionados‟ a su efecto de beneficio terapéutico para el enfermo concreto. También pueden ser suspendidos o no iniciados cuando son juzgados por el paciente como “extraordinarios‟ para él. Y esto, bien porque el medio para conservar la vida no esté a su alcance, bien porque su aplicación comporte un dolor insoportable imposible de ser aliviado, bien porque –dada su idiosincrasia– el enfermo sienta un miedo insalvable a soportar ese tratamiento, o bien porque los beneficios esperables no sean a su juicio suficientes [22]. Ambos componentes, la proporcionalidad o desproporcionalidad a juicio del médico y la ordinariedad o extraordinariedad a juicio del paciente, han de ser tomados en cuenta para juzgar el uso o no de los medios de conservación de la vida.

En cambio, los cuidados deben ser mantenidos siempre porque siempre son adecuados al trato que merece toda persona, sea cual sea su situación de salud e integridad psicofísica, incluyendo la alimentación e hidratación incluso por medios artificiales como hemos explicado anteriormente.

9. El tratamiento del dolor y la sedación paliativa. Aspectos apreciables y cautelas.

Un avance de la medicina actual, aunque queda trabajo por hacer tanto en el campo de la investigación como en el de la instrucción de los profesionales, es la capacidad para tratar el dolor.

Como ya hemos dicho, el dolor no es la única causa del sufrimiento del enfermo y de su familia. El sentimiento de soledad y de inutilidad, las limitaciones físicas para cuidar de sí mismo y la necesidad de ser cuidado por los suyos, las dificultades para comunicarse, entender y hacerse entender, y el no haber descubierto el sentido de lo que está sucediendo y de lo que va a suceder son causas incluso mayores.

Pero el dolor es una de ellas y la posibilidad de eliminarlo o de aliviarlo es un beneficio para el enfermo que ha de ser utilizado eficazmente. Los especialistas en medicina paliativa conocen bien estos hechos. Ahora bien, la presencia del dolor no debe ser supuesta, sino verificada, evaluada constantemente y tratada de modo proporcionado, puesto que el dolor es vivido en cada persona de un modo particular y no todo dolor engendra el mismo sufrimiento en todas las personas. La ausencia de dolor no es el fin supremo que justifica el uso de cualquier medio para alcanzarlo.

Recordemos un principio moral que recoge la encíclica Evangelium vitae en el número 65, ya enunciado por Pío XII: “es lícito suprimir el dolor por medio de narcóticos, a pesar de tener esto como consecuencia limitar la conciencia y abreviar la vida, si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales. En efecto, en este caso no se quiere ni se busca la muerte, aunque por motivos razonables se corra ese riesgo. Simplemente se pretende mitigar el dolor de manera eficaz, recurriendo a los analgésicos puestos a disposición por la medicina. Sin embargo, no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo: cuando se acercan a la muerte, los hombres deben estar en condiciones de poder cumplir sus obligaciones morales y familiares y, sobre todo, deben poder prepararse con plena conciencia al encuentro definitivo con Dios”.

La sedación, por tanto, no es moralmente mala en sí misma. Puede estar médicamente indicada y correctamente aplicada desde el punto de vista ético, cuando hay síntomas refractarios que no han respondido a ningún otro tratamiento paliativo. Ahora bien, no toda acción de sedar es siempre buena. Puede ser médica o éticamente mala.

La consciencia del individuo, su capacidad de expresión y comunicación, su capacidad de elección y acción, son cualidades personales de altísimo valor. El enfermo ha de ser siempre, al menos lo más posible, actor y autor de su vivir, no mero espectador pasivo del mismo. Atenuar o impedir temporalmente las funciones humanas superiores sólo puede estar justificado por razón de un bien suficientemente alto para el propio sujeto, no por razón de un bien para terceros, sean éstos familiares, cuidadores o sanitarios.

Por tanto, la sedación paliativa habrá de ser siempre el último recurso de una terapéutica adecuada; deberá estar médicamente indicada actualmente para cada caso particular; y la indicación habrá de ser revisada y justificada periódicamente. Deberá contar con el consentimiento informado del paciente, lo más actualizado posible. Para aplicar la sedación paliativa de forma permanente e irreversible, la justificación médica y ética deberá ser mucho más estricta y quedar restringida a la fase de agonía.

La sedación paliativa es un medio de tratamiento que tiene sus precisas indicaciones médicas y éticas, como hemos visto. Catalogarlo de “derecho del paciente” del modo como lo hace el artículo 14 de la presente ley [23], nos parece que permite abrir la puerta a acciones de eutanasia. En él se equiparan “situaciones graves e irreversibles”, “situaciones terminales” y “situaciones de agonía”. Pues bien, un enfermo –por ejemplo– tetrapléjico, o con parálisis cerebral, o con Parkinson; un anciano con demencia senil, no están en fase terminal ni en agonía. La diferencia es de gran relevancia ética, como hemos expuesto más arriba. Al enfermo en situación grave e irreversible, pero no terminal ni de agonía, hay que atenderle para que pueda vivir en las mejores condiciones posibles. No es aún tiempo de morir.

Por otra parte, no puede afirmarse –como hace esta ley– que “el rechazo del tratamiento, la limitación de medidas de soporte vital y la sedación paliativa […] nunca buscan deliberadamente la muerte, sino aliviar o evitar el sufrimiento, respetar la autonomía del paciente y humanizar el proceso de la muerte” [24]. El rechazo del tratamiento, su retirada y la sedación paliativa pueden y deben buscar esto último, y en ese caso son acciones legítimas si cumplen las condiciones, pero también pueden buscar provocar la muerte. Se conocerá cuál es la clase de acción moral realizada a la luz de la intención del sujeto agente o por la falta de indicación médica o por los tipos o las dosis de fármacos utilizados. En ese caso la acción moral realizada será eutanasia, siempre gravemente inmoral. Por ello, no se puede afirmar –como hace esta ley en su Preámbulo– que “ninguna de estas prácticas puede ser considerada contraria a una ética basada en la idea de dignidad y en el respeto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Antes al contrario, deben ser consideradas buena práctica clínica” [25]. Pueden ser prácticas éticamente correctas, pero también pueden no serlo.

En este sentido, es insuficiente la definición restrictiva de eutanasia que recoge esta ley en la parte II de su Preámbulo [26] y con la cual persigue no sean etiquetadas de eutanasia acciones que sí lo son.

Las acciones realizadas intencionalmente para causar la muerte del enfermo y así evitarle sufrimientos –por acción positiva o por acción de omisión–, aunque se sumen a la causa de la enfermedad presente, han de calificarse de eutanasia. Y esto aunque esa enfermedad fuera a llevar al enfermo inevitablemente a la muerte en breve o a largo plazo.

Se califica moralmente no el resultado final, sino la acción intencional que la persona realiza libremente. Se puede utilizar la retirada de un tratamiento o la sedación con este fin. En ese caso, será eutanasia. Como hemos explicado anteriormente, el rechazo o retirada de un tratamiento y la sedación paliativa pueden estar bien aplicadas médica y éticamente. En ese caso, evidentemente, no será eutanasia, sino correcta adecuación del tratamiento a la situación clínica concreta. Los medios empleados (productos y dosis, indicación médica correcta o no, etc.) y la intención próxima que genera la acción médica, indicarán si se trata de un tipo u otro de acción moral. En algunas conductas, la calificación moral depende de la “intención‟, que no siempre se refleja en las normas legales. Esto significa que la ley por sí sola no basta para garantizar la rectitud de la conducta moral.

10. Conclusión.

Qué sea verdaderamente el hombre, varón y mujer, en qué consista su valor y en qué estribe su dignidad, son cosas que sólo se conocen plenamente en su relación con Dios. A cada ser humano lo ha creado Dios personalmente a su imagen y semejanza, para hacerlo hijo suyo en el Hijo, Jesucristo, nuestro Redentor, por el don del Espíritu Santo. Sólo Dios es el Señor de la vida. Ocultar a Dios impide conocer el valor y la dignidad del hombre, creado a su imagen. Ocultar al Crucificado-Resucitado de nuestra vista en la sociedad es ocultar la proclamación más alta del valor incomparable de cada persona humana [27]. El testimonio del Buen Samaritano, Jesucristo, sigue vivo entre nosotros como luz inextinguible para todos los tiempos.

Decir un sí a la existencia del otro, especialmente cuando su existencia es inicial o precaria, es un acto verdaderamente creativo, porque participa del sí creador y providente de Dios. Él lo dice de modo personal y continuo sobre cada uno de nosotros. Y nos llama a decirlo con Él en nuestro comportamiento. Con ocasión de la aprobación y promulgación de esta “Ley de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte”, nuestras Iglesias diocesanas se sienten llamadas a revisar y a renovar su compromiso de atención a los enfermos y a sus familias, especialmente en las situaciones de soledad, grave dependencia, ancianidad avanzada y proximidad a la muerte.

Nos proponemos formar específicamente agentes pastorales que puedan participar en los cuidados paliativos, formando parte de los equipos interdisciplinares, para cuando el enfermo requiera asistencia religiosa católica. Mantenemos el compromiso, como servicio continuo a las comunidades cristianas y a la sociedad entera, de continuar y de acrecer la atención a los enfermos y a sus familias tanto desde las parroquias como desde los Servicios de Capellanía de los hospitales. Y mantenemos también nuestro empeño en apoyar las actividades que en favor de este ámbito pastoral de caridad desarrollan Congregaciones e Instituciones religiosas, y equipos de voluntariado.

Seguiremos colaborando gustosamente con todas aquellas instancias públicas y privadas que actúen rectamente en el ámbito sociosanitario. Los enfermos y sus familias, los moribundos y agonizantes, los difuntos, ocupan un lugar privilegiado en el Corazón de Cristo y en el corazón y en la actividad de su Iglesia.

María, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos y madre de todos los hombres, nos ayude a todos con su auxilio a que cultivemos en nuestra sociedad la “cultura de la vida‟ y a que evitemos y combatamos la “cultura de la muerte‟.



 

En Zaragoza, a 24 de abril, Domingo de Resurrección, de 2011



 

† Manuel Ureña Pastor, Arzobispo de Zaragoza

† Alfonso Milián Sorribas, Obispo de Barbastro-Monzón

† Carlos-Manuel Escribano Subías, Obispo de Teruel y de Albarracín

† Julián Ruiz Martorell, Obispo de Huesca y de Jaca

† Eusebio Hernández Sola, Obispo de Tarazona



 

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1 Boletín Oficial de Aragón (=BOA), 7 de abril de 2011; nº 70, pp. 7669-7682.

2 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, n. 2.

3 Cf. Ley 10/2011, Preámbulo II. BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7670.

4 CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (=CDF), Instrucción Dignitas Personae, sobre algunas cuestiones de bioética, 8 de septiembre de 2008, n. 1.

5 Cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 2263.

6 Cf. TOMÁS DE AQUINO (s), Sth IIa-IIæ, q 64, a7.

7 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, nn. 64-67.

8 Cf. JUAN PABLO II PP, A los participantes en el Congreso de la Sociedad Italiana de Medicina Interna y en el Congreso de la Sociedad Italiana de Cirugía General, 27 de octubre de 1980.

9 JUAN PABLO II PP, Discurso al Congreso Internacional sobre “estado vegetativo”, 20 de marzo de 2004, n. 3.

10 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, nn. 31ss.

11 BENEDICTO XVI, Carta-encíclica Deus caritas est, sobre el amor cristiano, 25 de diciembre de 2005, n. 31a.

12 BENEDICTO XVI PP, Carta-encíclica Caritas in veritate, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad, 29 de junio de 2009, n. 68.

13 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, n. 96.

14 BENEDICTO XVI PP, Carta-encíclica Caritas in veritate, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad, 29 de junio de 2009, n. 70.

15 Cf. Ley 10/2011, art. 33. BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7680.

16 Ley 10/2011, BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7677.

17 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, n. 73.

18 Cf. Ley 10/2011, art. 14. BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7677.

19 CDF, Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia, 5 de mayo de 1980, parte IV.

20 JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, n. 65

21 CDF, Respuestas a algunas preguntas de la conferencia episcopal estadounidense sobre la alimentación e hidratación artificiales, 1 de agosto de 2007.

22 CDF, Declaración Iura et bona, sobre la eutanasia, 5 de mayo de 1980, parte IV.

23 Ley 10/2011, art. 14. BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7677: “Derecho del paciente a la administración de sedación paliativa. El paciente en situación grave e irreversible, terminal o de agonía que padece un sufrimiento refractario tiene derecho a recibir sedación paliativa”.

24 Ley 10/2011, Preámbulo II. BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7671.

25 BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, p. 7671.

26 BOA, 7 de abril de 2011; nº 70, pp. 7670–7671.

27 Cf. JUAN PABLO II PP, Carta-encíclica Evangelium vitae, sobre el valor inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, n. 2.

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