Fotos, oraciones, peticiones y besos al altar donde está enterrado

La tumba del Papa beato, un imán para los fieles

El nuevo beato está flanqueado por dos reinas y dos grandes Papas

José Manuel Vidal, 06 de mayo de 2011 a las 20:51

 

(José Manuel Vidal, Roma).- La capilla de San Sebastián no era una de las "grandes" de la Basílica de San Pedro del vaticano. Pero, en pocos días, ha pasado de desconocida a una de las más visitadas. Por obra y gracia de Juan Pablo II. Antes pasaba desapercibida, entre La Pietá y la capilla del Santísimo. Pero, tras siglos de oscuridad, se reivindica y, desde que alberga bajo su altar la tumba de Karol Wojtyla, actúa como un imán sobre la gente. Tanto que ya se le llama la "capilla de Juan Pablo II"

Son las 8 de la mañana del viernes, día 7. A esta hora temprana, son ya decenas los fieles que entran apresurados en la plaza de San Pedro. Tras pasar las consabidas medidas de seguridad (incrementadas tras la muerte de Osama), casi todos se dirigen a la carrera hacia la segunda capilla situada en la parte derecha de la basílica vaticana.

Muchos, cámara en ristre, hacen fotos. Otros se postran de rodillas. Todos, antes o después, se acercan al altar y tocan la sencilla inscripción de la tumba que reza así: Beatvs Ioannes Pavlvs PP.II

Encima de la tumba del papa beato un gran cuadro de San Sebastián, el santo que da nombre a la capilla. La escena de su martirio es una versión en mosaico, realizada en 1631.

La guardia de honor del nuevo inquilino de la capilla la forman dos reinas y dos Papas. Las reinas son Matilde de Canosa (1046-1115) y Cristina de Suecia (1626-1689). Los Papas, en sus grandes estatuas de bronce, Pío XI y Pío XII. Este último, el Papa al que Wojtyla admiraba y que lo nombró auxiliar de Cracovia en 1958.

Tanto Pío XI como Pío XII parecen observar alucinados el súbito interés que suscita su capilla, haciéndole un guiño de complicidad a su nuevo compañero, el santo súbito.
Sobre el altar del nuevo beato se suceden las misas. Hay cola para celebrar allí. Cardenales, obispos y sacerdotes se apuntan a una lista en la sacristía, que ya está llena para varios meses. Y llegan peticiones de todo el mundo.

Esta mañana de viernes le ha tocado la misa a un nutrido grupo de fieles, sacerdotes y obispos polacos presididos por un cardenal. Inmediatamente después, celebra un grupo de sacerdotes hispanos, entre ellos un cura de Córdoba.

En el primer banco, un matrimonio de católicos iraquíes reza de rodillas. El marido lleva una camiseta con la bandera iraquí y la foto de los curas asesinados en el atentado de Al Qaeda contra la catedral de Bagdad las pasadas Navidades. La mujer, con un rosario en las manos, llora plácidamente.

Al verlos, el sacerdote, que pronuncia unas palabras en guisa de homilía, ensalza la figura del Papa de la paz, el Papa que dijo no a la guerra de Irak y a todas las guerras. Sin entenderlo bien, la pareja de iraquíes miran al sacerdote, le sonríen agradecidos y se secan las lágrimas.

Termina la misa y siguen llegando ríos de gente que repiten los mismos ritos: fotos, rezos y besos a la tumba. Algunos incluso dejan sobres con dinero y cartas de agradecimiento en sendas bandejas colocadas sobre una mesita al final de la capilla.

Un flujo de fieles que demuestra, otra vez, que Juan pablo II fue más que un Papa. Fue un fenómeno social y espiritual. Con un impacto en el pueblo sólo comparable al del otro Papa beato, Juan XXIII. Aunque Wojtyla contó con los modernos medios de viaje y de comunicación que le brindaron un púlpito planetario y lo convirtieron en el párroco del mundo.

Quizás por eso y por estar tan reciente la elevación a los altares de Juan Pablo II, ante la tumba del Papa Bueno hay unas 10 personas rezando. Ante la de Karol Wojtyla, centenares. El talismán del Papa polaco sigue funcionando. Ahora, más aún, porque está oficialmente en el cielo y tiene una varita de hacer milagros.