7.05.11

Serie José María Iraburu - 6- Elogio del pudor

A las 12:54 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

“Y un aspecto de la castidad es el pudor…
ordena más bien las miradas, los gestos,
los vestidos, las conversaciones, es decir,
todo un conjunto de circunstancias que está
más o menos en relación con aquel impulso sexual”

Elogio del pudor (E.-del p.)
José María Iraburu

Aviso previo

Elogio del pudor

El artículo, éste, que va a referirse al libro del P. Iraburu titulado “Elogio del pudor”, puede levantar más de una ampolla en aquellas mentalidades cristianas, aquí católicas, que, habiéndose hecho al mundo y, por tanto, alejándose de Cristo, puedan pensar que sobre el sentido del pudor lo tienen todo claro y, en definitiva, que no van con ellas. Pues se van a equivocar gravemente.

Así están las cosas

El P. Iraburu empieza su libro de la siguiente manera:

“Hace poco tiempo, en un retiro que yo daba a un grupo de jóvenes seglares sobre la santificación de los laicos en el mundo, señalé la profunda mundanización que hoy padecen muchos bautizados, incluidos también a veces los más fieles, y cómo en buena parte la sufren sin advertirlo. Y para que se dieran buena cuenta de esa realidad, quise ilustrar el tema con varios ejemplos. Uno de ellos se refería al impudor, hoy tan generalizado entre los cristianos:

‘No es decente que hombres y mujeres se queden semidesnudos en playas y piscinas, o dicho de otro modo, es indecente. Esa costumbre está hoy moralmente aceptada por la inmensa mayoría, también de los cristianos: pero es mundana, no es cristiana. Jesús, María y José no aceptarían tal uso, por muy generalizado que estuviera en su tierra. Y tampoco los santos. ‘La Biblia, en efecto, presenta la vergüenza de la propia desnudez como un sentimiento originario de Adán y Eva, como una actitud cuya bondad viene confirmada por Dios, que ‘les hizo vestidos, y les vistió’ (Gén 3,7.21). Quedarse, pues, casi desvestidos es contrario a la voluntad de Dios. Ciertas modas, ciertas playas y piscinas mixtas –en las que casi se elimina ese velamiento del cuerpo humano querido por Dios– no son sino una costumbre mundana, ciertamente contraria a la antigua enseñanza de los Padres y a la tradición cristiana, que venció el impudor de los paganos. La desnudez total o parcial –relativamente normales en el mundo grecoromano, en termas, gimnasios, juegos atléticos y orgías–, fue y ha sido rechazada por la Iglesia siempre y en todo lugar. Volver a ella no indica ningún progreso –recuperar la naturalidad del desnudo, quitarle así su malicia, generalizándolo, etc.–sino una degradación. ‘Al menos a cierta edad y condición, es poco probable que una persona asuma ese alto grado de desnudez inusual sin pecado de vanidad positiva: orgullo de la belleza propia, o negativa: pena por la propia fealdad –lo que viene a ser lo mismo–; y sin peligro próximo, propio o ajeno, de pecado de impureza (“todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón”, Mt 5,28). ‘Y aunque esa persona se viera exenta de las tentaciones aludidas, cosa difícil de creer, hace un mal en todo caso al apoyar activamente con su conducta una costumbre mala, que a otros ocasiona muchas tentaciones, y que, desacralizando la intimidad personal, devalúa el cuerpo –y consiguientemente la persona misma–, ofreciendo su vista a cualquiera. ‘Por lo demás, los religiosos fieles a su vocación no frecuentan playas ni piscinas, y los laicos que busquen la santidad tampoco deben hacerlo, como no sea en condiciones de lugar, hora y compañía sumamente restrictivas (1).”

 

Ante lo dicho, entonces, por José María Iraburu, a lo mejor se podían producir reacciones seguramente esperadas.

Y así fue, porque, continúa diciendo que “en los días siguientes me fueron llegando las reacciones de aquellos jóvenes. Fueron muy variadas, desde la aceptación al rechazo. Pero en casi todas ellas había un fondo común de perplejidad: ‘nunca se nos había dicho esto’. Eso me hizo pensar que, aunque sea en forma parcial y poco ordenada, merece la pena ampliar un tanto el tratamiento de la cuestión, pues todo parece indicar que no hay en nuestro tiempo, ni siquiera en el pueblo cristiano más cultivado, suficientes noticias del pudor.” (2)

La cosa está, entonces, de tal manera planteada. A nadie, al parecer, le interesa mucho qué es el pudor o la castidad. Sin embargo, no es un tema poco importante porque supone una forma de comportamiento que, si es ajena a lo que la doctrina dice y entiende como bueno, bien podemos decir que el ser católico se es de una forma muy, demasiado “sui generis”.

Lo que fue y lo que vino con el cristianismo

Dice el P. Iraburu que en la antigüedad regía un “antiguo impudor” (3) y que, tanto en el mundo judío o el pagano, no eran ni el pudor ni la castidad, los valores más en alza aquellos tiempos. Así, por ejemplo, “la vida de la castidad en Israel tuvo un desarrollo bastante precario. Los antiguos patriarcas guardaron una monogamia muy relativa. La sagrada Escritura habla de las concubinas de Abraham (Gén 25,6). Jacob toma por esposas a dos hermanas, Lía y Raquel, y cada una de ellas le da su esclava (Gén 29,15-30; 30,1-9). Esaú tiene tres mujeres, y las tres con el mismo rango (26,34; 28,9; 36,1-5), dos de ellas extranjeras, hititas (Gén 26,34). Hasta puede decirse que ‘las costumbres del período patriarcal aparecen menos severas que las de Mesopotamia en la misma época’ (De Vaux 56).” (4)

Y el mundo pagano no le andaba a la zaga:

La castidad y el pudor, e incluso la virginidad, fueron valores en alguna medida conocidos por el mundo pagano antiguo. Esta moderación honesta, obligada no pocas veces por la necesidad, fue vivida sobre todo entre los pobres. Pero entre los ricos, y también entre los pobres, aunque en otra medida, reinaron ampliamente la lujuria y el impudor, de tal modo que sobre estos pecados había una conciencia moral sumamente oscurecida. Más aún, en no pocas ocasiones había que decir, como dice San Pablo, que sobre estas cuestiones apenas había conciencia de pecado.” (5)

El cristianismo, sin embargo, no entendía, en principio, las cosas de igual forma.

Recordemos, por ejemplo, que no se trata de nada nuevo ni que inventaran los discípulos de Cristo sino que “En el relato bíblico ya citado, Adán y Eva, antes de ser pecadores, estaban ambos desnudos, ‘sin avergonzarse de ello’, pues en alma y cuerpo eran santas imágenes de Dios. Pero una vez degradados por el pecado, sus sentidos se rebelan contra el dominio de la libre voluntad, experimentan –como dice San Juan en el Apocalipsis– ‘la vergüenza de la desnudez’ (3,18), tratan ellos mismos de taparse de algún modo, y el Señor Dios, acudiendo en su ayuda, vistió al hombre y a su mujer, y los arrojó fuera del Paraíso.” (6).

Es decir, que fue el pecado original el que, junto a tal mal, hizo entrar en el mundo el sentido de lo que antes era normal y que ahora se veía como extraño. Por eso “El vestido, pues, ese velamiento habitual del cuerpo, que Dios impone al hombre y que incluso éste se impone a sí mismo, viene a ser para el ser humano un recordatorio permanente de su propia indignidad, es decir, de su propia condición de pecador. Y al mismo tiempo –adviértase bien–, el vestido es para el hombre una añoranza de la primera dignidad perdida, un intento permanente de recuperar aquella nobleza primitiva, siquiera en la apariencia” (7) y es, a partir de entonces, cuando se puede tener una visión propia del cristiano o impropia del mismo: tener en cuenta el pudor y la castidad o no tenerlos en cuenta.

Según lo dicho, entonces, el cristianismo tuvo, también, que afirmar un sentido del pudor que no era propio del mundo pagano y, según lo visto, tampoco del judío y, así, “el pudor cristiano hubo de afirmarse con sumo esfuerzo en medio de un impudor generalizado. Fue ésta, pues, sin duda una de las buenas noticias que el hombre nuevo de Cristo llevó a los hombres viejos del paganismo.” (8)

Y, como era de esperar, junto a cristianismo y a su práctica creció la mala costumbre del castigo de nuestra creencia y el surgir de mártires. Y esto porque “mientras predominen unas estructuras de pecado –unas formas mentales o conductuales– fuertemente adversas, esa virtud no podrá ser afirmada sino a costa de grandes marginaciones y sufrimientos, incluso con peligro de la vida (desarrollo este tema en De Cristo o del mundo, 202-214). Nada tiene, por tanto, de extraño que en los primeros siglos de la Iglesia la afirmación del pudor y de la castidad sea una de las causas más frecuentes de martirio, junto con la cuestión del culto al emperador (Paul Allard 185-191) ( 9).

Al respecto del impudor y de su contrario, el pudor, la existencia de los baños públicos en aquellos tiempos primeros del cristianismo daba ocasión de criticar lo que allí se hacía y el ejemplo de falta de pudor e, incluso, de falta a la castidad, que en ellos acaecía sobre todo si atenemos a “la cuestión de la desnudez y de los baños mixtos” (10) donde es más que conocido que el pudor no campaba por sus respetos y la castidad era una virtud desconocida.

Pues bien, Padres de la Iglesia como Clemente de Alejandría (11), San Cipriano (12) que ante la pregunta que se hace “¿Y qué decir de las que acuden a los baños en promiscuidad, y prostituyen ante las miradas curiosas y lascivas la castidad?” (13), se responde que “Cuando allí ven desnudos a los hombres y son vistas por ellos con desvergüenza ¿acaso no fomentan y provocan la pasión de los presentes para su propia ignominia y afrenta? Pero, dirás, “allá se las haya quien lleve tales intenciones; yo no tengo otro interés que reparar y lavar mi cuerpo”. ‘no te excusa este pretexto, ni te libras del pecado de lascivia e inmodestia. Ese baño más bien te ensucia que te lava, y no limpia tus miembros, sino que los mancilla. Podrás tú no mirar a nadie con ojos deshonestos, pero otros te mirarán a ti. No afeas tus ojos con vergonzoso deleite, pero causando placer a otros tú misma te afeas. Haces del baño un espectáculo, y más vergonzoso que el teatro mismo, a donde acudes. Allí queda excluido todo recato; allí se despoja el cuerpo a un tiempo del vestido y de su dignidad y pudor, poniendo al descubierto unos miembros virginales para ser objeto de miradas y curiosidad. Considera, pues, ahora si van a creer casta los hombres, cuando estás vestida, a aquella misma que ha tenido la audacia de desnudarse sin pudor”. (14)

Y, visto lo visto, aconseja lo siguiente; “Váyase a los baños, pero con las de vuestro sexo, para que vuestro lavado resulte decente mutuamente”. (15).

Así, a lo largo de la historia desde que el cristianismo dejó de estar prohibido y pudo empezar a dejar su impronta y a purificar determinados comportamientos, tanto las leyes de la Iglesia y del Estado (16) tratan de poner fin al comportamiento que se daba en los baños públicos. Incluso el emperador Justiniano (528) “llega a declarar causa legítima de separación matrimonial la indecencia de la mujer que frecuentara por liviandad los baños comunes. Y dispone la pena de muerte para el varón que fuerza a una mujer a frecuentar los baños públicos (Codex Iustin. V, 17,11)” (17), aunque aquellos, claro, eran otros tiempos.

La llegada de la llamada “época medieval” trae, como consecuencia del influjo del cristianismo, una purificación grande de mucho de lo que estaba y permanecía impuro de la época de dominación pagana. Así, “Las termas paganas van a ser completamente vencidas e incluso olvidadas en la Edad Media. En efecto, la Cristiandad medieval cristaliza socialmente las normas morales patrísticas procedentes del Evangelio. Por eso entonces, al menos como costumbre social, desaparece el problema moral de los baños mixtos, como tantos otros males del mundo pagano –la esclavitud, el concubinato, el divorcio–. Y por eso, de hecho, la cuestión de los baños mixtos apenas es tratado por los autores espirituales o por los cánones de los concilios. Es una cuestión totalmente superada.” (18)

Y, por fin, llega el siglo XX y, ahora, el XXI en el que vivimos.

Muchas cosas han cambiado desde que, en los primeros siglos del cristianismo, se luchara contra el mal ejemplo de los baños públicos mixtos. Ahora se ha generalizado el comportamiento esencial poco pudoroso y la falta de conocimiento de lo que supone tal cosa la daba, por ejemplo, a entender, en el primer texto que acompaña a este artículo, justo al comienzo del mismo.

Ya se sabe lo que, hoy día, son, por ejemplo, las playas y las piscinas públicas o privadas.

Y aquí, el P. Iraburu pone un ejemplo de lo que, aún casi hoy día es el pudor para algunos cristianos. Y el citado ejemplo lo es, digamos, de los primeros tiempos del uso de espacios públicos destinados al baño.

Y dice que “Es, pues, normal, que en esos años las personas totalmente dóciles al Espíritu Santo mostraran una reticencia más o menos tajante frente a los baños mixtos. Del tiempo en que la Venerable niña Mari Carmen González-Valerio (1930-39), poco antes de morir, estaba en San Sebastián, su prima María del Carmen Sáenz de Heredia, que era de su edad, cuenta esta anécdota: ‘Recuerdo que, cuando iba a la playa, no quería bajo ningún concepto ir sin que le pusieran sobre el traje de baño una faldita. Y aún quiero recordar que ni en esta forma le gustaba mucho ir y que, cuando la llevaban, sobre todo, si no era el traje todo lo modesto que ella quería, protestaba con vehemencia y organizaba fuertes rabietas’ (Proceso 70). La abuela de Mari Carmen confirma lo mismo, y dice que un día la doncella que había acompañado a la niña a la playa le dijo al volver: ‘no la obliguen a la niña a ir a la playa, porque se ha pasado toda la mañana llorando detrás del palo de un toldo’. Y por eso, cuando iban sus hermanos, ella se quedaba jugando en el jardín’ (Proceso 140; en J. Mª Granero, Víctima 79-80).

Estas actitudes de extremado pudor no le vienen a Mari Carmen de la sociedad, ni tampoco de su familia, que se extraña de ellas, sino directamente del Espíritu Santo, el mismo que ha inspirado a la mártir Perpetua y a todos los cristianos fieles de la historia cristiana.
” (19)

Cualquiera diría, sin embargo, que la doctrina católica no dice nada al respecto y que la falta de pudor es un comportamiento conveniente para el católico.

Traemos, aquí, tan sólo, dos ejemplos que son, a saber, el beato Juan Pablo II y, sin ir más lejos, el propio Catecismo de la Iglesia Católica.

Al respecto del primero “en muchas ocasiones, pero concretamente en varias de las catequesis sobre El amor humano en el plan divino, reitera la enseñanza bíblica y tradicional de la Iglesia sobre la pérdida de la inocencia original, la concupiscencia que procede del pecado y a él inclina, la necesidad del pudor, el necesario recogimiento de los sentidos, concretamente de la vista, etc. Recuérdense los profundos análisis psicológicos, morales y teológicos que hace el Papa acerca de la naturalidad del pudor en la actual condición humana pecadora (catequesis 19-XII-1979; +14-V-1980; cf. El amor humano en el plan divino)” (20).

Al respecto del segundo, refiriéndose al Catecismo, “también enseña, como no podía ser de otro modo, la doctrina católica tradicional sobre estas materias: La modestia es uno de los frutos del Espíritu Santo, como se enseña en Gálatas 5,22-23 (1832). Y ‘la pureza exige el pudor, que es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas’ (2521). Por eso mismo, ‘inspira la elección de la vestimenta’ (2522). ‘Este pudor rechaza los exhibicionismos del cuerpo humano… Inspira una manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda’ (2523). ‘Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual propia del hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana’ (2524)” (21).

Y esto lo que, en esencia quiere decir es que las cosas, al respecto del sentido del pudor, son fácilmente entendibles por cualquiera que quiera entenderlas. Por eso, tanto a en lo referido a pornografía (22), vestidos (23) Espectáculos (24) hay que tener claro que los católicos “si están mundanizados, son ‘sal desvirtuada’, sin fuerza alguna para preservar al mundo de la corrupción, y carece de toda fuerza para transformarlo” (25)

Los religiosos como ejemplo a seguir

Como en otras obras del P. Iraburu aquí también hace mención al papel que los religiosos han de desempeñar. Ejemplo de modestia y pudor (26), resulta paradójico que hoy día, escandalice “la ascesis tradicional de los religiosos” (27) cuando es bien cierto que son verdadero ejemplo “en todo para los laicos” (28). Y esto es así porque “Unos y otros, religiosos y laicos, han de vivir de un mismo Espíritu, aunque en modos diferentes. Y aquéllos son modelos para éstos. Siempre lo han sido, y así lo ha entendido sin dudarlo el pueblo cristiano y fiel. Y que esta ejemplaridad de los religiosos esté viva y sea recibida por los laicos es algo de suma importancia para la santificación del pueblo cristiano” (29).

Para achacar imposibilidad de ejemplo a los religiosos se dice de ellos, en muchas ocasiones, que o bien son demasiado “tristes” o demasiado “anacrónicos”.

Pues bien, José María Iraburu, buen conocedor de la realidad de las personas que llevan una vida consagrada de tal forma y manera, entiende que los religiosos aunque lleven una vida muchas veces llevada por las privaciones eso no quiere decir que la misma sea triste. Es más, “A más Cruz, más Resurrección: es una conexión necesaria” (30). Y al respecto del supuesto anacronismo de los religiosos en el sentido mismo de lo que tal quiere decir, es decir que lo que hace ahora a lo mejor se hacía en otros tiempos… pues muy bien dice el P. Iraburu que “Si una persona o comunidad capta en conciencia unas ciertas mociones del Espíritu Santo, ¿antes de seguirlas, tendrá que mirar primero el calendario y asegurarse luego de que tales prácticas son tolerables para la mentalidad del mundo en que se mueven?” (31). Es más, de hacerlo de tal forma no se comportaría como debe sino, en todo caso, como quiere el mundo.

Seguramente lo que más impera

El P. Iraburu detecta, en el mundo actual, una serie de realidades que hacen que prolifere una sensación de “descristianización e impudor” (32) verdaderamente preocupante. Así, mediante una real “apostasía” (33) consistente en “la disminución o la pérdida del pudor” (34) se ha dado cabida al “pelagianismo” (35), al “naturalismo” (36), al “hedonismo” (37) o al “modernismo progresista” (38).

Todas estas formas de pensar lo cristiano plantean la posibilidad de que “la historia del pudor cristiano vendría, pues, a ser la historia de un gran error de la Iglesia, del que ésta sólo ha podido librarse en la segunda mitad del siglo XX, cuando los cristianos progresistas, felizmente, se abrieron mucho más al influjo del mundo pagano” (39). Y termina con un irónico “pobres insensatos” (40).

Predicar acerca del pudor

Pero, para quien piense que no hay tradición en la defensa del pudor por parte del cristianismo, es el mismo San Pablo el que, presentándose como crítico contra la lujuria, “predica la castidad” (41) al decir, por ejemplo que “es ya público que reina entre vosotros la fornicación “(1 Cor 5,1). Así, “San Pablo, en su primera carta a los Corintios, les llama con insistencia a la castidad, queriendo apartarlos de la fornicación generalizada y del impudor que necesariamente lleva ésta consigo. Y para ello emplea varios argumentos de gran fuerza. Les dice: –Renováos en Cristo, el hombre nuevo. «Despojáos de la vieja levadura, para ser una masa nueva… Celebremos nuestra Pascua no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad» (1Cor 6,7-8).

Sois miembros de Cristo. ‘El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo… ¿No sabéis acaso que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Y voy a tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? De ninguna manera… El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Huid de la fornicación’ (6.15-18). –Sois templos del Espíritu Santo. ‘¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y que habéis recibido de Dios?. No os pertenecéis, pues habéis sido comprados ¡y a qué precio! Glorificad, pues, a Dios en vuestros cuerpos’ (6,19-20). –Temed el castigo divino contra la lujuria.’No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas… poseerán el reino de Dios. Y algunos de vosotros esto erais. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios’ (6,9-11). ‘¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros’ (3,16-17) (42).

 

Y, sin embargo, pueden aducirse razones para que no se predique acerca del pudor pues tal cosa es lo que, exactamente, pasa hoy día.
Algunas puede ser, por ejemplo, que se estime “que es o era una doctrina falsa” (43), por “temor a la cruz” (44), por miedo a “desprestigiar a la Iglesia” (45).

Pero también se dice lo siguiente:

Estando los hombres tan alejados del Evangelio, prediquémosles las virtudes fundamentales, las más urgentes, y no estas otras, como el pudor, que son mucho menos importantes” (46).

Guardemos hoy silencio sobre el pudor y la castidad, pues demasiado se habló ayer de esas virtudes” (47).

Quienes hoy incurren en impudor, como ignoran el pudor, no tienen culpa. No es, por tanto, tan urgente predicarles el pudor” (48).

Dejémosles en su ignorancia del pudor, y no les creemos problemas de conciencia” (49).

Pues, ante todo esto, José María Iraburu ofrece el “Evangelio del pudor” (50) porque “es preciso predicar el Evangelio de la castidad y del pudor, y educar en este espíritu a todos los fieles (Catecismo 2524)” (51) y porque “hoy gran parte del pueblo cristiano vive en Babilonia, o si se prefiere en Corinto, ciudad presidida por el magnífico templo dedicado a Venus” (52), ”ha de ser iluminado y fortalecido constantemente por la Palabra divina, la única que transmite al Espíritu Santo, que es a un tiempo luz de conocimiento verdadero y fuego de vida y de libertad” (53)

Algunas propuestas

Pero, como no todo puede ser negativo, el P. Iraburu ofrece unos “criterios operativos de discernimiento” (54) que son, a saber:


Enteráos de que sois miembros de Cristo y de que no debéis someter a Cristo a costumbres y lugares, gestos y modas, que de ninguna manera son dignos de Él.” (55)

Aceptad en la fe que la desnudez, y aquello que, ciñendo o descubriendo el cuerpo, se aproxima a ella, ofende a Dios, es contrario a su voluntad, es pecado; material o formal, pero pecado.” (56)

Enteráos también de que, siendo cristianos, estáis destinados a la cruz, y que si no tomáis la cruz en vuestra vida diaria, también en las cosas referentes al pudor, no podréis seguir a Cristo.” (57)

Acabad de enteráos de que no sois del mundo, pues tampoco Cristo es del mundo (Jn 15,19; 17,14.16)” (58)

Leed vidas de santos, y eso os ayudará a modelar vuestras vidas con una gran libertad respecto al mundo y con una ilimitada docilidad al Espíritu Santo.” (59)

Siendo seglares, recordad en las cuestiones del pudor el ejemplo de vuestros hermanos religiosos.” (60)

Tened en cuenta que estáis enviados a evangelizar el mundo, y que no debéis pretender solamente ‘libraros del mal» mundano o «no escandalizar’”. (61)

Recordad las enseñanzas de Cristo sobre el escándalo. Y no penséis que por el hecho de que a veces vuestras conductas sean menos indecentes que las de otros, siendo éstos mayoría, ya por eso son decentes.” (62)

Y todo esto para que no se pueda aducir que no existen criterios que tomar en consideración acerca del pudor, de la castidad y de lo que tales virtudes suponen para el católico.

Para terminar con lo bueno y mejor

Si hay algo que caracteriza al P. Iraburu es su voluntad de traer lo que dice según sea entendido en las Sagradas Escrituras en el sentido de no querer aportar a quien quiera escucharlo o leerlo, sino aquello que se deriva de lo que está escrito en la Palabra de Dios.

Por eso, como final de su libro “Elogio del pudor” dice que “Finalmente, a todos nos dice el Señor: ‘el que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias’ (Apoc 2,29). ‘No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado… El que pueda entender, que entienda’ (Mt 19,11-12).” (63)

Y así quedan las cosas: que cada cual, si tiene ojos para ver que vea y entendimiento para entender, que entienda pero, si es posible, no se haga el sordo o el despistado.

NOTAS

(1) Elogio del pudor (E.-del p.). Introducción, p. 3.
(2) E.-del p. Introducción, p. 4.
(3) E.-del p. 1, p. 5.
(4) Ídem nota anterior.
(5) E.-del p. 1, p. 6.
(6) E.-del p. 2, p. 10.
(7) Ídem nota anterior.
(8) E.-del p. 2, p. 11.
(9) E.-del p. 2, p. 11-12. Y aporta como ejemplo, en la página 12, que “Las santas mártires Perpetua y Felicidad fueron expuestas en el anfiteatro de Cartago a la furia de una vaca muy brava. ‘La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua [de 22 años, madre reciente], y cayó de espaldas; pero apenas se incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió la pierna, acordándose antes del pudor que del dolor’ (Actas 20).
(10) Ídem nota anterior.
(11) E.-del p. 2, p. 13.
(12) E.-del p. 2, p. 14.
(13) Ídem nota anterior.
(14) Ídem nota 12.
(15) Ídem nota 12.
(16) E.-del p. 2, p. 15.
(17) Ídem nota anterior.
(18) E.-del p. 2, p. 15-16.
(19) E.-del p. 2, p. 16.
(29) E.-del p. 2, p. 18.
(21) Ídem nota anterior.
(22) E.-del p. 2, p. 20.
(23) E.-del p. 2, p. 21.
(24) E.-del p. 2, p. 22.
(25) E.-del p. 2, p. 24.
(26) Ídem nota anterior.
(27) E.-del p. 3, p. 25.
(28) E.-del p. 3, p. 27.
(29) Ídem nota anterior.
(30) E.-del p. 3, p. 28.
(31) E.-del p. 3, p. 29.
(32) E.-del p. 4, p. 31.
(33) Ídem nota anterior.
(34) Ídem nota 32.
(35) Ídem nota 32. Dice, a este respecto, el P. Iraburu, que “Los cristianos pelagianos no quieren ver al hombre como un ser espiritualmente enfermo, herido por un pecado original, inclinado fuertemente al mal por la concupiscencia, y que, por tanto, requiere un régimen de vida sumamente estricto, concretamente en su relación con el cuerpo y con el mundo. No. Ésas son, según ellos, visiones antiguas, oscuras, pesimistas, que devalúan la naturaleza humana, y que felizmente están superadas por el cristianismo actual, más positivo y optimista; y en definitiva, más verdadero.”
(36) E.-del p. 4, p. 31-32. Dice, a este respecto, el P. Iraburu que “En sintonía con esa visión pelagiana, y rechazando la tradición católica, se va formulando en los últimos decenios un cristianismo naturalista, en el que, negando o silenciando el pecado original, se estima posible para la humanidad una vida sana y feliz. No es, pues, necesaria la gracia, pues basta con la naturaleza. No es necesaria la Sangre de Cristo; basta con su ejemplo. Esta multiforme falsificación del cristianismo surge sobre todo en los países más cultos y ricos, hoy, en general, los más profundamente descristianizados.”
(37) E.-del p. 4, p. 32. Dice, a este respecto, el P. Iraburu, que “En todo el siglo XX, pero especialmente en su segunda mitad, en los años que siguen a la II Guerra Mundial, se aviva mucho en Occidente, como reacción a los sufrimientos pasados y con el estímulo del rápido enriquecimiento económico, la avidez de gozar de este mundo presente. Y este impulso coincide, también en muchos ambientes cristianos, con el optimismo pelagiano y el naturalismo, que ignorando el pecado original y la necesidad del recogimiento y del pudor, falsifican la vida cristiana, y pretendiendo llevarla a la alegría, la llevan a la tristeza del pecado.”
(38) E.-del p. 4, p. 33. Dice, a este respecto, el P. Iraburu, que “El progresismo cristiano actual, consciente de haberse liberado de muchos lastres multiseculares de la tradición católica –plagada de ignorancias, errores y falsificaciones–, está convencido de que ha llegado a descubrir el verdadero cristianismo.”
(39) E.-del p. 4, p. 34.
(40) Ídem nota anterior.
(41) E.-del p. 5, p. 35.
(42) E.-del p. 5, p. 35-36.
(43) E.-del p. 5, p. 36.
(44) Ídem nota anterior.
(45) E.-del p. 5, p. 37.
(46) E.-del p. 5, p. 37-38.
(47) E.-del p. 5, p. 38.
(48) Ídem nota anterior.
(49) E.-del p. 5, p. 39.
(50) E.-del p. 5, p. 40.
(51) Ídem nota anterior.
(52) Ídem nota 50.
(53) E.-del p. 5, p. 41.
(54) Ídem nota anterior.
(55) E.-del p. 5, p. 42.
(56) Ídem anterior.
(57) Ídem nota 55.
(58) Ídem nota 55.
(59) E.-del p. 5, p. 43.
(60) ídem nota anterior.
(61) Ídem nota 59.
(62) Ídem nota 59.
(63) E.-del p. 5, p. 44.

Eleuterio Fernández Guzmán