6.05.11

Cuando el Papa pone en su lugar a los obispos

A las 11:47 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia Universal
 

Si algo tiene en claro Benedicto XVI es el carácter colegial de la Iglesia católica. Lo ha demostrado en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera eclesiástica, desde que era cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Su respeto a la autoridad de los obispos ha sido siempre irrestricto, incluso en situaciones difíciles. Pero ese respeto tiene un límite y si un obispo debe dejar su puesto por traicionar la investidura, al pontífice no le tiembla la mano: aquí los ejemplos más recientes.

En las últimas semanas El Vaticano ha tenido que afrontar casos delicados. Todos incluían a obispos y todos eran susceptibles de sanción. En varios se actuó drásticamente y en los restantes se informó sobre las medidas que se tomarán. Así el Papa sumó ya varias destituciones de prelados en diversas partes del mundo, situación que ofrece dos claves de lectura: por un lado la evidente decisión del obispo de Roma de actuar cuando sea necesario y, por otra, una preocupación sobre la eficacia de los métodos para elegir a los pastores.

Pero vayamos de adelante para atrás o del presente hacia pasado cercano, como se quiera. El último episodio ocurrió esta semana: el lunes pasado la sala de prensa de la Sede Apostólica anunció el cese del obispo australiano de Toowoomba, William Morris. Un comunicado de dos líneas bastó para informar de la determinación, sin mayores explicaciones.

Finalmente se supo (porque en la Iglesia todo se sabe) que su despido fue consecuencia de una investigación vaticana a esa diócesis realizada por el arzobispo estadounidense Charles Chaput. Morris, quien se negó a presentar su renuncia “por causas de fuerza mayor” y por eso fue cesado, en una carta pastoral de 2006 sostuvo que, ante la escasez de vocaciones sacerdotales, la Iglesia católica debería abrirse “a todas las eventualidades”, incluyendo la ordenación sacerdotal de mujeres, de hombres casados, la reintegración de los ex curas y el reconocimiento de la validez de las celebraciones litúrgicas de los anglicanos y luteranos.

Además del escándalo público desatado por las afirmaciones del pastor, en realidad esa no fue la única motivación de su salida. Otros abusos de autoridad y mala gestión obligaron a la Sede Apostólica a actuar.

Apenas esta misma semana el vocero papal, Federico Lombardi, debió salir a aclarar la posición del ex obispo canadiense Raymond Lahey, quien se declaró culpable de poseer en su computadora 588 imágenes y 60 videos de pornografía infantil. En una nota advirtió que el ex responsable de la diócesis de Antigonish (Canadá) deberá someterse a las “apropiadas medidas disciplinares y penales” que le impondrá El Vaticano. Como para decir: “la cosa aún no termina”.

La cosa tampoco ha terminado para Robert Vangheluwe, ex obispo de Brujas (Bélgica), quien conmocionó a la opinión pública mundial a mediados de abril cuando salió en la televisión relatando los abusos sexuales que, durante años, cometió contra dos de sus sobrinos. Sus abominables acciones le llevaron a dimitir anticipadamente a su puesto eclesiástico en abril de 2010 tras reconocer públicamente sus culpas. Todo por la presión de uno de los sobrinos abusados, quien lo amenazó con denunciar los ataques sufridos.

Aunque Vanghleuwe fue obligado a recluirse en un convento francés y someterse a un periodo de terapia psicológica, hizo caso omiso a las recomendaciones y desde ese mismo claustro salió en vivo para la cadena VT4, en una de las intervenciones televisivas más repugnantes que un pastor de la Iglesia católica haya podido realizar.

El estupor ante las palabras del pedófilo invadió no sólo a los obispos belgas sino, también, a la Santa Sede. Por eso intervino inmediatamente la Congregación para la Doctrina de la Fe ordenando al personaje recluirse en otro lugar reservado para no generar mayores daños, en tanto termina su investigación canónica y decide la sanción merecida.

En los casos de Vangheluwe y Lahey resulta evidente la necesidad de aplicar correctivos adecuados. La destitución se queda corta y, sin afán de erigirme en advenedizo canonista, el desenlace natural sería la aplicación de sanciones que reduzcan al estado laical a estos personajes. Aquí entra en juego una regla no escrita del Vaticano: “al obispo no se le quita jamás su investidura episcopal”. ¿No será hora de poner las cosas en su lugar, tomando en cuenta la flagrante traición de ellos al ministerio?

El 31 de marzo pasado El Vaticano también anunció el cese (no la renuncia voluntaria) de Jean-Claude Makaya Loemb como obispo del Congo-Brazzaville. En este caso no hubieron explicaciones oficiales sobre los motivos, pero se supo que la salida se debió problemas de administración pastoral.

Según fuentes eclesiásticas la determinación papal tuvo origen en una “negativa” gestión de la diócesis congoleña, incluso en el ámbito económico, la cual derivó en una tensión insostenible entre el obispo y sus sacerdotes, quienes le perdieron la confianza.
Así las cosas el mito del “obispo intocable” parece caer por su propio peso, aunque seguramente los pastores que necesitan una que otra apretada de tuerca son muchos más. Ojalá se hiciera, por el bien del pueblo católico.