10.05.11

Si, a lo mejor no es una idea muy popular en estos tiempos, pero creo que la gran inversión educativa que estamos realizando con nuestros hijos, merece ir contracorriente, especialmente en este tema. Tenemos los medios, y por tanto, la obligación de hacer de nuestros jóvenes personas diferentes, ajenas a la mediocridad y al mal gusto; sin complejos y sin vergüenza, que no es lo mismo que sinvergüenzas; libres y valientes, que se atrevan a plantar cara a la “normalidad” . En definitiva, en jóvenes extraordinarios.

Cuenta Leopoldo Abadia en uno de sus artículos que “en muchas conferencias, se levanta una señora (esto es pregunta de señoras) y dice esa frase que a mí me hace tanta gracia: “¿qué mundo les vamos a dejar a nuestros hijos?” (…) Yo suelo tener una contestación, de la que cada vez estoy más convencido: “¡y a mí, ¿qué me importa?! Quizá suena un poco mal, pero es que, realmente, me importa muy poco".

Y “el gurú de la crisis Ninja” continua con esta anécdota: “Al acabar una conferencia la semana pasada, se me acercó una señora joven con dos hijos pequeños. Como también aquel día me habían preguntado lo del mundo que les vamos a dejar a nuestros hijos, ella me dijo que le preocupaba mucho más qué hijos íbamos a dejar a este mundo” . Chapeau!

Y esto me hace pensar que el problema del consumo excesivo de alcohol de nuestros jóvenes no radica solamente en los peligros físicos que, según lo expertos, tiene beber unas copas – adormecimiento progresivo de los centros cerebrales superiores, pérdida del autocontrol conductual y emocional, incoordinación muscular, afecciones cardiovasculares, complicaciones hepáticas, retrasos del crecimiento, microcefalias, delirios, coma etílico,…-, sino en los efectos morales que deterioran su dignidad, el respeto hacia uno mismo, a su imagen personal y social, a su autoestima…; abocándolos inevitablemente a sentimientos de tristeza, de culpa, y de frustración.

Pues como bien señala el filósofo José Antonio Marina, miembro de La Fundación Alcohol y Sociedad, el consumo de alcohol y drogas se ha instalado en el circuito juvenil y no sirve decirle al joven que beber de forma abusiva va a provocarle cirrosis y problemas de salud. Hay que hacerle comprender que va a ser repudiado socialmente, que no va a saber comportarse adecuadamente.

Al fin y al cabo, ¿A quién le gusta que le recuerden las barbaridades que pudo llegar a hacer con unas copas de más, las groserías que llegó a decir a sus padres y amigos, y/ o los actos vandálicos que promovió en pleno colocón?

De todos es conocido que muchos de nuestros jóvenes asocian el ocio, la fiesta y las vacaciones con el consumo de alcohol. Es más, creen que beber les hará más populares, más atractivos, más felices. Pero no son conscientes de que el alcohol no es tan divertido como parece.

Al contrario, esta especie de ritual incorporado, desgraciadamente, a la “normalidad”, es uno de los peores compañeros de diversión que se puede elegir. De hecho provoca muchos dolores de cabeza.

En primer lugar, porque el consumo de alcohol esclaviza, y sin advertirlo, crea una dependencia física y psíquica de la que es difícil salir, incluso para los adolescentes, puesto que cuanto más joven se es, más sensible resulta a los efectos del alcohol y más vulnerable a los posibles riesgos

Y en segundo lugar, por los peligros que conlleva: de la euforia inicial se pasa a la confusión y la incoordinación motora. Luego viene el estupor, la pérdida de voluntad, y la pérdida de reflejos que puede provocar un coma etílico, o lo que es peor, la ausencia de reflejos que te lleva, irremediablemente, a la muerte.

De ahí que, y a pesar de que muchos padres nos encontramos desbordados ante este fenómeno, y aceptamos con “resignación” o con “ignorancia” que nuestros hijos se reúnan con sus amigos para beber, e incluso, “toleramos”, con un “pacto de no agresión”, que para superar sus complejos, vencer la timidez para hacer nuevas amistades, pasar un rato alegre y divertido bailando, necesitan una copa para inhibirse; no podemos seguir justificándolo con comentarios como que “es algo por lo que hay que pasar, ya pasará…",¡yo también lo hacía a su edad!, ¡por beber un poco no pasa nada!,…

¡Padres, despertémonos de la resaca! ¡”Perdamos el tiempo” con ellos y ayudémosles a decir que NO al alcohol!

Sólo así, no arriesgaremos a nuestros hijos, a nuestra familia, y podremos ayudarles a plantarle cara a una “normalidad” que, sin duda, les puede esclavizar.

Por ello, y dado que el consumo de alcohol está tan arraigado en nuestra cultura y nuestras costumbres, propongo que les demos ejemplo y consumamos con moderación, no seamos permisivos y fijemos unas normas de cumplimiento obligatorio (“si bebes no conduzcas”, “los adolescentes no deben beber”,” no se bebe en zonas comunes donde pueda ser un ejemplo nocivo para los pequeños”,…), hablemos con nuestros hijos, démosles información y expongámosles los riesgos y las posibles consecuencias de llevar unas copas de más.