20.05.11

Juan Pablo II: Permitid a Cristo que hable al hombre

A las 12:36 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

1. Introducción. Cristo y el hombre

Entre Cristo y el hombre no existe oposición ni, mucho menos, contradicción. No temer a Cristo; es más, servir a Cristo y, con su potestad, servir al hombre y a la humanidad entera configuran un mismo proyecto, de total coherencia: “¡No tengáis miedo! Cristo conoce ‘lo que hay dentro del hombre’. ¡Solo Él lo conoce!”, decía el beato Juan Pablo II en la homilía del inicio de su pontificado . La respuesta a la duda, a la inseguridad con respecto al sentido de la propia vida y a la amenaza de la desesperación, es la persona de Jesucristo: “Permitid, pues – os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza – permitid que Cristo hable al hombre. ¡Solo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!”.

En síntesis, hallamos en estas frases de Juan Pablo II un programa de todo su ministerio petrino ; un programa que, como veremos, hunde sus raíces en la constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II, toma cuerpo en la primera encíclica del papa, Redemptor hominis, publicada el 4 de marzo de 1979, y se despliega en la totalidad de su pontificado .

2. La “Gaudium et spes”

La constitución pastoral “Gaudium et spes” sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo fue promulgada el 7 de diciembre de 1965. Basándose en unos principios doctrinales, la constitución pretende exponer la actitud de la Iglesia en relación con el mundo y con los hombres. No podemos olvidar la significativa participación del entonces obispo Wojtyła en las cuestiones tratadas en esta constitución, especialmente en lo que atañe al problema del ateísmo.

En su primera parte (n. 11-45), la Iglesia desarrolla la doctrina sobre el hombre, sobre el mundo y sobre la relación Iglesia-mundo. En la segunda parte (n. 46-90), toma en consideración diversos aspectos de la vida y de la sociedad humanas . Como expresó en su día el papa Pablo VI, “la Iglesia del concilio se ha ocupado mucho no solo de sí misma y de las relaciones que la unen con Dios, sino también del hombre, tal como se presenta realmente hoy” (7 de diciembre de 1965).

En una aproximación fenomenológica, la “Gaudium et spes” intenta “conocer y comprender el mundo en el que vivimos, sus expectativas, sus aspiraciones y su índole muchas veces dramática” a fin de “responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas” (GS 4). Pero esta fenomenología tiende a establecer una antropología inspirada en una versión del hombre en Jesucristo, el Hombre nuevo .

El concilio, a la luz de Cristo, Imagen de Dios invisible y primogénito de toda criatura, “pretende hablar a todos para iluminar el misterio del hombre y para cooperar en el descubrimiento de la solución de los principales problemas de nuestro tiempo” (GS 10). En términos que evocan los Pensamientos de Pascal, la “Gaudium et spes” expresa la paradoja miseria-grandeza constitutiva del hombre, que “se exalta a sí mismo como regla absoluta o se hunde hasta la desesperación” (GS 12).

En los números del 12 al 18, la constitución pastoral propone las líneas generales de la antropología cristiana: El hombre ha sido creado a imagen de Dios; se encuentra, de hecho, marcado por el pecado; y, uno en cuerpo y alma, está dotado de inteligencia, de conciencia moral y de libertad. En la muerte, “el enigma de la condición humana alcanza su cumbre” (GS 18).

Después de abordar la cuestión del ateísmo - aludiendo, entre otras cosas, al ateísmo de raíces humanistas de quienes “exaltan tanto al hombre, que la fe en Dios resulta debilitada, ya que les interesa más, según parece, la afirmación del hombre que la negación de Dios” (GS 19) - , la “Gaudium et spes” presenta en el n. 22 a Cristo, el Hombre nuevo, como la verdadera respuesta al misterio del hombre: “Realmente, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado […]. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22).

Cristo aparece, en este texto que estará tan presente en el magisterio del beato Juan Pablo II, como la clave del enigma humano, como aquel que descubre su sentido, ya que es el nuevo Adán de la nueva creación y del nuevo estatuto de la humanidad. Cristo restauró en el hombre la imagen de Dios, alterada por el pecado. Él es el Redentor que, por su sangre, nos mereció la vida. Él es la salvación de los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad, asociados también al misterio pascual.

Es el misterio de Cristo - quien “con su encarnación, se ha unido, en cierto modo con todo hombre” - el que finalmente revela el hombre al hombre. Lo revela como hijo llamado a entrar en la vida trinitaria de Dios. Sin esta revelación, el hombre no podría identificarse a sí mismo.

Conviene insistir en que, en la “Gaudium et spes”, “se pone de relieve que no es la antropología [la] que dirige la Cristología, sino que es el misterio de Cristo en su unidad [el] que da valor y significado al misterio del hombre” .

3. La encíclica “Redemptor hominis”

La encíclica programática de Juan Pablo II, “Redemptor hominis”, fue promulgada el 4 de marzo de 1979 y está centrada en Jesucristo. Propone a Cristo como “el centro del cosmos y de la historia” (RH 1), en el horizonte de la proximidad del segundo milenio de la era cristiana: “Nos estamos acercando ya a tal fecha que —aun respetando todas las correcciones debidas a la exactitud cronológica— nos hará recordar y renovar de manera particular la conciencia de la verdad-clave de la fe, expresada por San Juan al principio de su evangelio: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», y en otro pasaje: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna»” (RH 1).

Por la encarnación, “la historia del hombre ha alcanzado su cumbre en el designio de amor de Dios. Dios ha entrado en la historia de la humanidad y en cuanto hombre se ha convertido en sujeto suyo, uno de los millones y millones, y al mismo tiempo Único. A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva…” (RH 1).

Por la redención, queda reanudado el lazo de amistad con Dios que Adán había roto: “En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre —el mundo que, entrando el pecado está sujeto a la vanidad— adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, «amó Dios tanto al mundo, que le dio su unigénito Hijo». Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo” (RH 8).

El mundo de la nueva época, el mundo de las conquistas científicas y técnicas, es un mundo que gime y espera la liberación. “Cristo, Redentor del mundo, es Aquel que ha penetrado, de modo único e irrepetible, en el misterio del hombre y ha entrado en su «corazón»” (RH 8), afirma el papa justo antes de citar GS 22. Un texto, GS 22, que Juan Pablo II interpreta hablando de la dimensión divina de la Redención – la misericordia- y de la dimensión humana de la Redención – la vocación del hombre al amor -. Cristo, con su muerte en la cruz, revela al hombre la misericordia, el amor infinito que el Padre tiene por él: “Esta revelación del amor es definida también misericordia, y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo” (RH 9).

El misterio de la Redención tiene también una dimensión humana, ya que el hombre no puede vivir sin amor, si no se le revela el amor: “Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su humanidad” (RH 10).

Para encontrarse a sí mismo, el hombre ha de entrar en Cristo con todo su ser: “El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo” (RH 10).

La conciencia de la dignidad del hombre está profundamente ligada al cristianismo: “ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso, y quizá aún más, «en el mundo contemporáneo». Este estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. Él determina también su puesto, su —por así decirlo— particular derecho de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad” (RH 10).

La Iglesia “sabe con toda la certeza de la fe que la Redención llevada a cabo por medio de la Cruz, ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo, sentido que había perdido en gran medida a causa del pecado” (RH 10). De esa certeza brota la propia misión de la Iglesia, particularmente en nuestra época: “dirigir la mirada del hombre, orientar la conciencia y la experiencia de toda la humanidad hacia el misterio de Cristo, ayudar a todos los hombres a tener familiaridad con la profundidad de la Redención, que se realiza en Cristo Jesús. Contemporáneamente, se toca también la más profunda obra del hombre, la esfera —queremos decir— de los corazones humanos, de las conciencias humanas y de las vicisitudes humanas” (RH 10).

La solicitud de la Iglesia se dirige a conducir al hombre hacia Cristo. Caminando hacia Cristo, la Iglesia se encuentra con el hombre y, caminando hacia el hombre, la Iglesia se encuentra con Cristo. Por eso el papa puede afirmar, a la vez, que Jesucristo es “el camino principal de la Iglesia (RH 13) y que cada hombre es el “el camino primero y fundamental” que ha de recorrer en el cumplimiento de su misión (RH 14).

Ante los miedos y las contradicciones del hombre contemporáneo, la Iglesia ha de velar por los derechos inalienables del hombre y permanecer como guardiana de la verdad (cf RH 18.19).

4. Conclusión: El despliegue de un programa

Resultaría imposible señalar en detalle los numerosos ámbitos en los que se concreta esta confluencia del camino hacia Cristo y hacia el hombre: el mundo del trabajo, el problema del desarrollo, la defensa y la promoción de los derechos del hombre, la vigilancia por el esplendor de la verdad, la apuesta decidida en favor del valor y del carácter inviolable de la vida humana, la defensa de la razón humana y de su capacidad de conocer la verdad o el incansable apoyo a la familia, constituyen sin duda algunos de ellos.

El camino hacia Cristo resulta salvador porque no es un camino sin salida que aprisione al hombre en un humanismo reductivo, sino que lo abre a la verdadera novedad de la vida eterna, a la fuente vivificadora del Espíritu Santo y a la insondable riqueza de la misericordia del Padre. Lo abre, en definitiva, a la esperanza.

Como ha señalado el papa Benedicto XVI, en la homilía de la beatificación de su predecesor: “Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible”.

En su testamento, Juan Pablo II pedía que su propia muerte, su pascua, fuese “útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los hombres, la salvaguarda de la familia humana y, en ella, de todas las naciones y pueblos” . No solo su muerte, sino su intercesión y su ejemplo constituyen, sin duda, una valiosa ayuda para disipar el miedo y acoger las palabras de vida eterna.

Guillermo Juan Morado.