20.05.11

 

El próximo domingo celebramos en España elecciones municipales. Elegimos a los concejales y alcaldes, responsables de la administración más cercana a los ciudadanos. Además, salvo en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía, también votaremos para elegir a los diputados de las cortes autonómicas. Muchos son los que ven esta cita electoral como una especie de primarias ante las próximas generales de marzo del 2012.

Son bastantes los obispos que han querido orientar a los fieles a la hora de votar. Todos han coincidido en que el voto es poco menos que un deber ciudadano, la herramienta que tenemos para cambiar las cosas o dejarlas como están. E independientemente de la pobreza democrática de nuestro sistema, con un sistema electoral que favorece a los partidos mayoritarios y hace muy difícil que los pequeños lleguen a obtener representación en las instituciones, lo cierto es que la papeleta en la urna indica el tipo de gobernantes que queremos. Siempre he dicho que una de las “ventajas” de la democracia en relación a otros sistemas políticos es que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. Al fin y al cabo, los ha votado.

Un cristiano debe meditar seriamente el sentido de su voto. Dad al César lo que es del César, dijo Cristo. Pues bien, con nuestro voto podemos contribuir a elegir un César “mejor”. Incluso aunque en España somos minoría los católicos practicantes, si todos votáramos teniendo en cuenta los principios no negociables señalados por Benedicto XVI en su exhortación apostólica postsinodal “Sacramentum caritatis”, este país podría empezar a liberarse de la cultura de la muerte en la que está sumido desde hace ya demasiado tiempo. ¿Cuáles son esos principios?:

1. VIDA. La persona es sagrada e inviolable, desde la concepción hasta la muerte natural.

2. FAMILIA. La familia nace del compromiso conyugal. El matrimonio es un voto, en el que un hombre y una mujer hacen donación de sí mismos y se comprometen a la procreación y el cuidado de los hijos.

3. LIBERTAD DE ENSEÑANZA. Los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos. Son ellos -no el Estado, ni los empresarios educativos, ni los profesores- los titulares de ese derecho.

4. BIEN COMUN. El Estado está al servicio de la sociedad y no al revés. El papel de la autoridad es ordenar la comunidad política no según la voluntad del partido mayoritario sino atendiendo a los fines de la misma, buscando la perfección de cada persona, aplicando el principio de subsidiariedad y protegiendo al más débil del más fuerte".

Se puede ser de derechas, de izquierdas o de centro. Pero si antes que nada somos católicos, esos principios deben ser la clave a la hora de decidir nuestro voto. Y nadie dude que desde un ayuntamiento se pueden hacer muchas cosas bien en esas áreas. Por ejemplo, no es igual un concejal de servicios sociales que tenga claro que la vida y la familia son una prioridad absoluta de su departamento que otro concejal que considere más importantes la economía o los estilos de vida “alternativos". No es igual tener a un concejal que dé orden a los asistentes sociales para que no deriven a clínicas abortistas a las mujeres que tienen dificultades para llevar adelante su embarazo, ofreciéndolas a cambio apoyo económico y psicológico, o tener a un concejal que esté dispuesto a financiar con dinero público esos abortos. No es igual que una comunidad autónoma dedique su gasto social a apoyar a las familias jóvenes que otra que se dedique a subvencionar a los amigotes de los gobernantes.

El mal menor, que en la democracia se disfraza de voto útil, es una especie de cáncer que ha hecho metástasis en las conciencias de muchos católicos. Voto a este, aunque no me gusta, porque no quiero que siga gobernando aquel. Y si voto a quien realmente me gusta, como sé que muy pocos harán lo mismo, entonces estaré tirando mi voto. Esa mentalidad sólo sirve para enquistar un régimen que, lo estamos viendo estos días, empieza a hacer aguas por todas partes. Y si tenemos un poco de perspectiva histórica, comprenderemos que España tiene una tendencia considerable a caer en un cainismo peligrosísimo cuando la clase política no cumple su papel de servicio al bien común. Es por eso que la alternativa de votar a partidos minoritarios que defienden nuestros valores es el verdadero voto útil.

Personalmente sé a quién voy a votar para que llegue a ser concejal en la ciudad de Huesca. Se trata de la lista encabezada por José María Solanes. Ni siquiera creo necesario señalar por cuál partido se presenta porque he de reconocer que lo tenía muy fácil. Si José María se hubiera presentado por el Partido de los Utópicos de Santo Tomás Moro, también le votaría. Le he conocido personalmente en los últimos meses y sé que es un hombre de bien, cristiano a carta cabal, próvida, profamilia y pro doctrina social de la Iglesia. Conoce la ciudad como pocos, ha participado en todo tipo de asociaciones de vecinos, ha sido secretario del ayuntamiento durante décadas y tiene muy claro que si llega a darse el milagro de que obtenga la concejalía y la misma fuera determinante para elegir alcalde, pediría ocuparse precisamente del área de servicios sociales. A decir verdad, veo imposible que obtenga los 1000-1200 votos que necesita para ser concejal. De hecho, me sorprendería que llegara a los 300, porque aunque es muy conocido y querido por multitud de oscenses, una cosa es que te conozcan y aprecien y otra que te voten.

Votar a quien cree y defiende lo mismo que tú es una oportunidad que no se puede dejar escapar. Sólo cuando no existe ninguna opción política que defienda esos principios no negociables cabe pensar en el mal menor. La Iglesia en España lleva demasiado tiempo siendo identificada con una opción política que no defiende, ni de lejos, el modelo social que un católico debería desear. Desde la jerarquía falta determinación como para decir que es complicidad con el mal, y por tanto inaceptable, apoyar con el voto opciones políticas con una ideología claramente contraria a los valores del Evangelio. Falta la valentía suficiente como para animar a votar a quienes no se avergüenzan de reconocer que son católicos y pretenden defender un modelo de sociedad conforme a la cosmovisión cristiana. No hace falta que los obispos den siglas. Ya nos encargaremos otros de mencionarlas.

Hoy sábado es día de reflexión. Reflexiona a quien das tu voto. Pon por delante tu condición de cristiano fiel al Señor y vota en consecuencia. La verdadera revolución no consiste en acampar en una plaza pública. La verdadera revolución no consiste en lanzar soflamas propias de la extrema izquierda o la extrema derecha. La verdadera revolución pendiente en este país es lograr que los que creemos en el evangelio logremos que en nuestras instituciones haya personas como nosotros, cuya fidelidad no sea a unas siglas sino a Aquel que nos da la vida.

Luis Fernando Pérez Bustamante

PD: Este post refleja sólo mi opinión personal y no la “institucional” de InfoCatólica, que solamente se refleja en los editoriales.