21.05.11

Serie José María Iraburu 8- Sacralidad y secularización

A las 12:13 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

No saldremos de las miserias de la secularización
como no sea reafirmando en la Iglesia
la orientación bíblica y tradicional

Sacralidad y secularización (S.-s)
Introducción

José María Iraburu

Planteamiento

Sacralidad y secularización

Hace unos veinticinco años, en torno al 1970, es decir, poco después del concilio Vaticano II, se produjo en amplios sectores de la Iglesia un cambio brusco de dirección y de estilo de vida. Si antes, en las relaciones Iglesia-mundo, predominaba el contraste, incluso el enfrentamiento, entonces iba a inaugurarse una época nueva de conciliación. Si la tradición católica, por ejemplo, había dibujado al paso de los siglos una figura de sacerdote y de religioso distinta de los hombres seculares, se imponía ya un cambio de clave ideológica y espiritual, que diera la primacía a una asimilación sin miedos de la secularidad… En realidad ese cambio venía gestándose hace siglos, desde el Renacimiento y la Reforma protestante, y más concretamente desde la Ilustración, el liberalismo y el modernismo… Ahora tomó el nombre de ‘teología de la secularización’” (1).

Las palabras, éstas, con las que da comienzo el P. Iraburu su libro “Sacralidad y secularización” dicen mucho del contenido del mismo pero, sobre todo, del origen mismo del fenómeno secularizador que viene padeciendo la Iglesia católica desde hace unos decenios.

Sin embargo, es bien cierto que no todo el fenómeno secularizador tiene, en puridad, un sentido negativo sino que existe una “teología de la secularización conciliable con la doctrina y la tradición de la Iglesia” (2). A tal teología no se va a referir José María Iraburu en este libro sino, lógicamente a aquella que no es conforme con la doctrina o la tradición de la Iglesia católica.

Son importantes, pues, los aspectos sagrados de la vida de los seres humanos porque le dan una consistencia sin los cuales estaría, seguramente, vacío y sin rumbo fijo. Por eso resulta de radical importancia reconocer que se ha ido produciendo una secularización que, afectando a la Iglesia católica, la han ido privado de aquello que la caracterizaba.

Para empezar, “Hay que señalar, antes que nada, que el vocabulario de lo sagrado, incluso en el interior de la teología católica, padece una semántica variable y sumamente escurridiza. Autores, por ejemplo, que usan términos como Dios, pecado, sacrificio en su acepción cristiana, sin previo aviso usan de pronto el vocablo sagrado en su acepción pagana o judía, o incluso en su sentido pseudoreligioso más precario.
Así se produce la paradoja de que teólogos que admiten la vigencia de lo sagrado en el cristianismo -los sacramentos, por ejemplo-, en un momento dado declaran que ‘Jesucristo borró decididamente toda línea de división entre el supuesto sagrado y el pretendido profano, y eso lo mismo tratándose de personas que de lugares o cosas’ (Congar, Situación 479). ¿Será posible?… En efecto: ‘por este culto que él inaugura, Jesús sobrepasa toda religión, superando la escisión entre sagrado y profano’ (Manaranche, Al servicio 33). Así pues, ‘la realidad cristiana transciende las categorías de lo sagrado y lo profano’ (Thils, Cristianismo 68). ‘Lo sagrado ha de buscarse en lo interior’, no en las exterioridades (Martimort, Le sens 53ss). Nada menos que Congar, Manaranche, Thils, Martimort diciendo tales barbaridades… ¿Qué entienden, pues, por lo sagrado cristiano?
” (3).

Por lo tanto, si bien lo sagrado caracteriza, digamos, el ser de la Iglesia católica, no es menos cierto que la secularización hace lo que puede para transformar lo que es poco ordinario en común y corriente.

¿Qué problema puede suponer la secularización?

Pues mucho porque “El amor a lo sagrado en la Iglesia pertenece a la esencia de la espiritualidad católica. El cristiano no ignora ni menosprecia el orden sacral dispuesto por el Señor con tanto amor, sino que se adentra en él gozosamente, sin confundir nunca lo sagrado y el Santo, sin temor a falsas ilusiones, pues la Iglesia ya se cuida bien de que las sacralidades cristianas no caigan en idolatría, superstición, tabú o magia. El cristiano genuino es practicante, por supuesto: busca asiduamente al Santo en las cosas sagradas de la Iglesia: en la Escritura, en el templo, en los ministros sagrados, en los sacramentos, en la asamblea de los fieles, en el Magisterio, en el domingo y el Año litúrgico, y también en los sacramentales (SC 7, 47-48, 59-60, etc.). El cristiano, en fin, busca al Santo -no exclusivamente, pero sí principalmente- en lo sagrado, allí donde él ha querido manifestarse y comunicarse con especial intensidad, certeza y significación sensible. Este es un rasgo constitutivo de la espiritualidad católica.” (4)

Secularización de la Iglesia católica

Tanto la Sagrada Escritura como la tradición cristiana han postulado, desde que una fue escrita y otra fue estableciéndose, una concepción sagrada de las cosas que, basándose en una “fidelidad al lenguaje original de la Revelación y de los Padres” (5) ha procurado una teología de la sacralización vivificante para el pueblo de Dios.

Sin embargo existe una “tendencia secularizadora” (6) que, al contrario de lo dicho arriba acerca de que existe una que lo es compatible con la doctrina y la tradición de la Iglesia católica, no es, ni de lejos, positiva. La misma puede ser considerada de dos formas o, mejor, existe en ella elementos “doctrinalmente falsos” (7) como las que siguen:

1. Algunos consideran que, a diferencia de las sacralidades paganas o judías, la sacralidad cristiana es puramente interior. Éste es un error teológico, un mal entendimiento de la verdadera naturaleza de lo sagrado cristiano. Y de este error se siguen en la práctica dos actitudes falsas, una más moderada, otra más radical:

-Se piensa que la apariencia sensible de lo sagrado debe asemejarse lo más posible a lo profano, y esto lo mismo en personas, lugares, celebraciones o cosas. La distinción sería motivo de separación. A mayor semejanza en las formas exteriores, mayor unión, mayor facilidad de acceso a los hombres.

-Se estima que se debe quitar de lo sagrado cristiano toda significación sensible peculiar. No un cáliz, sino un vaso. No un templo, sino una sala de reunión. Nada de fiestas peculiarmente religiosas, ni de vestimentas litúrgicas, ni de hábitos religiosos. Todo lo sagrado-sensible sería una paganización o judaización del Evangelio genuino.

-2. Algunos, llevando secularización y desacralización más allá de su extremo, llegan a negar la misma existencia de lo sagrado cristiano. Éstos ya no pretenden una ocultación prudente de lo sagrado, una atenuación o eliminación de sus significaciones sensibles, una renovación oportuna de sus formas históricas concretas, no. Estos simplemente niegan la existencia misma de lo sagrado-cristiano en cuanto tal
” (8).

Lo dicho hasta ahora viene a significar que determinados movimientos teológicos secularizadores lo son en un sentido equivocado y de tendencia claramente tergiversadora de la realidad sagrada. Y esto se debe a que existe:

-Un “analfabetismo del lenguaje simbólico” (9).
-La escenificación de una “negación del sagrado cristiano en cuanto tal” (10).
-Una “tendencia de lo sagrado a la manifestación” (11) pero en el sentido contrario o, lo que es lo mismo, que se trata de ocultar tal manifestación; la “ocultación de lo sagrado” (12).
-Una “secularización de sacerdotes y religiosos” (13).

Ante esto, el recordado Pablo VI “ante el empeño secularizador de la vida y ministerio de los sacerdotes, ve la urgencia de defender la visión bíblica y tradicional impulsada por el Vaticano II. Y así señala «el inconveniente, hoy muy extendido, de querer hacer del sacerdote un hombre como otro cualquiera en su modo de vestir, en la profesión profana, en la asistencia a los espectáculos, en la experiencia mundana, en el compromiso social y político, en la formación de una familia propia con renuncia al celibato. Se habla de querer integrar al sacerdote en la sociedad. ¿Es así como debe entenderse el significado de la palabra magistral de Jesús, que nos quiere en el mundo, pero no del mundo? ¿No ha llamado y escogido Él a sus discípulos, a aquellos que debían extender y continuar el anuncio del reino de Dios, distinguiéndoles, más aún, separándolos del modo común de vivir, y pidiéndoles que lo dejaran todo para seguirle solamente a Él?” (14).

Secularización: ¿Hasta dónde llega?

Responder a esta pregunta es, sin duda alguna triste porque si se responde, con conocimiento de causa, que es poco el nivel de secularización de la Iglesia católica, se está tergiversando la realidad de las cosas pero si, al contrario, de pone negro sobre blanco la verdadera situación de aquella, la verdad es la alarma puede cundir con bastante facilidad.

Así, aprecia el P. Iraburu que existe, por una parte, “secularización de los laicos” (15) pero en un sentido equivocado porque es bien cierto que el laicos, por sí mismo, vive en el mundo y, por decirlo así, su carácter secular se da por entendido. Sin embargo, como dijo el entonces cardenal Ratzinger (en su “Informe sobre la fe”), poniendo el dedo donde más duele, “muchos católicos, en estos años, se han abierto sin filtros ni frenos al mundo y a su cultura, al tiempo que se interrogaban sobre las bases mismas del depositum fidei, que para muchos habían dejado de ser claras” (16). Por lo tanto, cuando se corre sin frenos lo más normal es que el batacazo, aquí espiritual, esté asegurado y alejarse paulatinamente de Dios sea el destino inmediato de tal tipo de fieles sui generis.

También existe la “secularización de las obras de caridad” (17) que se cuando “desde hace años, organizaciones católicas de caridad plantean su actividades y campañas sin apenas hacer mención del nombre de dios y de su Cristo” (18) lo cual implica, por decirlo pronto y con toda claridad, un comportamiento bastante perjudicial para la causa a la que sirven y para el Amor al que representan.

Existe, por otra parte, la “secularización de la acción pastoral y misionera” (19) cuando, por ejemplo, se combate “no el pecado, sino las consecuencias del pecado” (20) cuando, en realidad, “los misioneros de la Iglesia han ido al mundo, ante todo, a combatir e el pecado, anunciando y comunicando a Cristo Salvador, el único que quita el pecado del mundo y, con ello, han trabajado siempre cuanto han podido para ayudar al mundo /…/ a soportar el peso de las consecuencias del pecado” (21).

No podía olvidar la “secularización de la liturgia” (22) y reproduce, para ello, un texto del cardenal Ratzinger de su la mencionado “Informe sobre la fe” cuando dice que:

Ha habido años -dice- en que los fieles, al prepararse para asistir a un rito, a la misma Misa, se preguntaban de qué modo se desencadenaría aquel día la creatividad del celebrante… Lo cual -recuerda- estaba en abierta contradicción con la advertencia insólitamente severa y solemne del Concilio (+SC 22,3). La liturgia no vive de sorpresas simpáticas, de ocurrencias cautivadoras, sino de repeticiones solemnes. No debe expresar la actualidad, el momento efímero, sino el misterio de lo Sagrado. Muchos han pensado y dicho que la liturgia debe ser hecha por toda la comunidad para que sea verdaderamente suya… De este modo se ha dispersado el proprium litúrgico, que no proviene de lo que nosotros hacemos, sino del hecho de que aquí acontece Algo que todos nosotros juntos somos incapaces de hacer… Para el católico, la liturgia es el hogar común, la fuente misma de su identidad: también por esta razón debe estar predeterminada y ser imperturbable, para que a través del rito [sagrado] se manifieste la Santidad de Dios’ (Informe sobre la fe 138-139). Y entre otras consecuencias, ésta: ‘no más música sacra, sino sólo música al uso, cancioncillas, melodías fáciles, cosas corrientes… Una Iglesia que sólo hace música corriente cae en la ineptitud y se hace ella misma inepta. La Iglesia tiene el deber de ser también ciudad de gloria, ámbito en que se recogen y elevan a Dios las voces más profundas de la humanidad. La Iglesia no puede contentarse sólo con lo ordinario, con lo acostumbrado; debe despertar las voces del cosmos, glorificando al Creador y descubriendo al mismo cosmos su magnificencia, haciéndolo hermoso, habitable y humano’ (140-142)” (23) texto que resulta bastante clarificador al respecto de lo que puede ser considerada una secularización de la liturgia a tener en cuenta para, si eso es posible, dar al traste con ella.

Causas de la secularización

Como es de imaginar, la secularización no surge de la noche al día ni se produce por arte de birlibirloque mágico sino que tiene un origen y unas causas que José María Iraburu tiene bastante identificadas y, mal que le pueda pesar a más de uno, claramente dibujadas. Son las que siguen:

-La llamada “conexión protestante” (24) porque “La visión secularizada del mundo presente queda bastante próxima a los planteamientos luteranos, y no es, por tanto, extraño que los teóricos principales de la teología de la secularización hayan sido en nuestro tiempo protestantes” (25).

-El “Nestorianismo” (26) porque el mismo establece una desmitificación de la humanidad de Cristo que incide, luego, en la secularización de la Iglesia católica.

-El “Pelagianismo” (27), realidad que el P. Iraburu persigue con tesón, lógicamente, por el daño que hace, actualmente incluso (diría que más que nunca) a la Iglesia católica, porque “el pelagianismo de la secularización trae consigo la devaluación de Cristo y de su gracia, y al mismo tiempo la exaltación del hombre, de los valores humanos, y del mundo secular -o también de las religiones no cristianas-“(28).

-El “Igualitarismo” (29) como “psicología enfermas” (30) porque el primero “implica una profunda distorsión del orden natural, una gran ceguera para todos los valores de la Revelación y de la gracia, y lleva en sí una sorda exigencia de eliminar lo sagrado, lo distinto, lo superior, lo que manifiesta autoridad” (31).

-El denominado “Humanismo a la baja” (32), heredero del Nestorianismo y el igualitarismo (citados arriba) supone, para la sacralización, algo así como un ataque en toda regla. Esto es así porque si bien el catolicismo en su esencia tiene a Cristo como hombre perfecto y, por lo tanto, digno de ser imitado en sus acciones y formas, para el citado “humanismo a la baja” tal consideración se tiene por obsoleta. En realidad “El hombre perfecto, el Cristo católico, en quien no hay pecado original ni verdadera inclinación al mal, la Virgen santa e inmaculada, apenas serían humanos. Y el ministro sagrado, el religioso consagrado, el laico santo, que están ‘muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús’ (Rm 6,11), serían hombres deshumanizados, apenas humanos” (33).

Y así, tristemente, están las cosas para quien quiera verlas con ojos que no permanezcan ciegos ante la realidad de las cosas.

Existe, por lo tanto, un “menosprecio de lo sagrado y de la Iglesia“(34) y, por el contrario, una “admiración por el mundo secular” (35) a lo que, irónicamente, llama José María Iraburu, “reconciliación de la Iglesia con el mundo” (36) como si eso tuviera que haber pasado y, ahora, estar pasando en una aplicación excesivamente rigurosa y extralimitada del término y de la expresión.

¿Qué tiene como consecuencia todo esto?

En un sentido totalmente acertado de lo que pasa con el fenómeno de la secularización mal entendida lo que sólo podía suceder es, precisamente, lo que sucede: se duda de Cristo Salvador (37) que es lo peor que le puede pasar a un discípulo del Hijo de Dios.

Ante esto se pregunta el P. Iraburu que si, como consecuencia de lo dicho hasta ahora, lo que pasado, en los últimos tiempos, es que se ha producido una brusca disminución de conversiones al catolicismo (se refiere en el ámbito de las misiones católicas), habría que preguntar “a los teólogos de la secularización, tan distantes de los planteamientos bíblicos y tradicionales de la Iglesia, tan admiradores del mundo secular, y tan respetuosos ante las virtualidades salvíficas de las religiones no cristianas. Aunque quizá ellos nos remitieran al teólogo jesuita Karl Rahner. De su cristología, sumamente ambigua, y de su teoría de los cristianos anónimos, pueden derivarse perfectamente, en formas radicalizadas, los escritos antes aludidos que ponen en duda o niegan la unicidad de la salvación por Cristo y por su Iglesia” (38).

Y, a lo mejor, responden con argumentos bastante alejados de la fe católica…

Ampliaciones

Aporta el P. Iraburu lo que llama “Algunas ampliaciones” a lo dicho sobre la sacralidad y la secularización que son importantes. Son, a saber:

1.-La referida a la “Historia de la figura del sacerdote” (39) en la que se argumenta acerca del rechazo de la Iglesia católica acerca de la “secularización del sacerdote” (40) en la que se dice que “a Pablo VI le correspondió reafirmar la fe de la Iglesia y la fidelidad a la tradición. Él enseñó una preciosa teología de la sacralidad sacerdotal y religiosa, frente a ‘aquellos que querrían borrar de sí toda distinción clerical o religiosa de orden sociológico, de hábito, de profesión, o de estado, para asemejarse a las personas comunes y a las costumbres de los demás’ (17-2-72). A este gran Papa le tocó llevar aún más adelante la línea tradicional ascendente de la Iglesia sobre la vida y el ministerio de sacerdotes y religiosos“ (41).

2.-La referida al “vestir de sacerdotes y religiosos” (42) al que ya refiere en su obra “Hábito y clerman” (43).

3.-La referida a “pastoral tradicional o secularizada” (44) relativa a “los reflejos que los planteamientos tradicionales o secularizantes tienen en la vida pastoral” (45).

Aquí se parte de que “Los secularistas dan por supuesto que su lenguaje, con todo su contenido de planteamientos y orientaciones, conecta mucho mejor con el pueblo que el lenguaje de los tradicionales, que se supone arcaico y superado” (46). Por lo tanto, consideran que el lenguaje tradicional no es adecuado para el mundo que nos ha tocado vivir.

Sin embargo, “La predicación cristiana apostólica, es decir, la tradicional, que no parte de la realidad del hombre pecador, sino de la realidad de Cristo salvador, es la que sacude y conmueve a los hombres hasta su más honda médula” (47). Por lo tanto “Todo lo que se diga sobre la necesidad del testimonio de vida en la evangelización es poco. La palabra más elocuente del predicador es su propia vida. Y sin la elocuencia de este testimonio personal las palabras de la predicación serán huecas, aire, inútiles, ‘que no está en palabras el reino de Dios, sino en realidades’ (1Cor 4,20). Cristo predicó con palabras y obras, ‘hizo y enseñó’ (Hch 1,1). Y los predicadores, con toda humildad y aunque sea a una escala modestísima, han de estar en condiciones de decir con el Apóstol: ‘sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo’ (1Cor 11,1; +4,16; Flp 3,17; 1Tes 1,6)” (48).

En contra, justamente en contra, de tal visión de las cosas, “Los predicadores que admiran y veneran el mundo secular le hablan en voz baja, con suaves palabras, sólo cuando son interrogados, únicamente si es inevitable, y procuran siempre adular a sus oyentes. Le tienen miedo al mundo, ésta es la verdad. ’Nadie tiene el monopolio de la verdad’, confiesan juiciosamente. ‘Vamos a los hombres más para aprender que para enseñar’. Conmovedor… ¿Pero tiene esto algo que ver con la predicación bíblica y tradicional?… El Señor le dice a Jeremías: ‘No los temas, que yo estaré contigo. Diles todo cuanto yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos’ (Jer 1,8.17). Y Cristo evangeliza con una fuerza inmensa, que sacude las conciencias: ‘¿No acabáis de entender ni de comprender?¿Es que estáis ciegos?’ (Mc 8,17-18.20; +7,1-23). ‘Gente sin fe, ¿hasta cuándo habré de soportaros?’ (9,19). ‘El que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará’ (16,16)… ¡Ay, Señor! ¿Cómo podremos hoy evangelizar si no queremos predicar el Evangelio?” (49).

Así, plantea el P. Iraburu lo que es, frente a la tradición sacralizada, la secularización que perturba tal sacralización de la realidad espiritual y, por extensión, material del creyente (pues sin la segunda no puede haber verdadera “unidad de vida”).

Para finalizar

Lo bien cierto es que el, digamos, panorama que nos pone delante de los ojos José María Iraburu no es el mejor de los mundos para la creencia en Dios desde el catolicismo. La tendencia secularizadora ha acaparado amplias, grandes, inmensas, capas de la Iglesia católica y eso hace que se difícil, siquiera, la comprensión de lo sagrado.
Y esto porque “Los secularistas quieren moverse por sí mismos, no moverse desde Cristo por la Iglesia. Esa actitud frena gravemente la santificación personal; el cristiano que mantiene ante la Iglesia una actitud de adulto, es como el adolescente que, cerrándose a los mayores, compromete su maduración personal. Y del mismo modo disminuye grandemente la fecundidad apostólica, por grande y empeñosa que sea la actividad. ¿Por qué habría de dar fruto el trabajo apostólico de un ministro del Señor que en su vida personal, en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas, en sus predicaciones, está actuando frecuentemente contra la doctrina y la disciplina de la Iglesia? Sin Cristo no se puede dar fruto (Jn 15,5)” (50).

Acaba, sin embargo, José María Iraburu, de la mejor de las maneras su libro “Sacralidad y secularización”. Y es como sigue:

’Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento’ (1Cor 3,7). El Protagonista indudable de toda acción pastoral y misionera es Dios, que ‘resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia… A Él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén’ (1Pe 5,5.11).

NOTAS

(1) Sacralidad y secularización (S.-s). Introducción, p. 3.
(2) Ídem nota anterior.
(3) S.-s. 1ª Parte, p. 5.
(4) S.-s. 1ª Parte, p. 11-12.
(5) S.-s. 2ª Parte, p. 24.
(6) Ídem nota anterior.
(7) S.-s. 2ª Parte, p. 25.
(8) Ídem nota anterior.
(9) Ídem nota 7.
(10) S.-s. 2ª Parte, p. 26.
(11) S.-s. 2ª Parte, p. 27.
(12) S.-s. 2ª Parte, p. 28.
(13) S.-s. 2ª Parte, p. 29.
(14) S.-s. 2ª Parte, p. 31-32.
(15) S.-s. 2ª Parte, p. 32.
(16) Ídem nota anterior.
(17) S.-s. 2ª Parte, p. 33.
(18) Ídem nota anterior.
(19) S.-s. 2ª Parte, p. 36.
(20) Ídem nota anterior.
(21) Ídem nota 19.
(22) S.-s. 2ª Parte, p. 37.
(23) S.-s. 2ª Parte, p. 38.
(24) S.-s. 2ª Parte, p. 39.
(25) Ídem nota anterior.
(26) S.-s. 2ª Parte, p. 40.
(27) S.-s. 2ª Parte, p. 42.
(28) Ídem nota anterior.
(29) S.-s. 2ª Parte, p. 43.
(30) Ídem nota anterior.
(31) S.-s. 2ª Parte, p. 43-44.
(32) S.-s. 2ª Parte, p. 48.
(33) Ídem nota anterior.
(34) Ídem nota 32.
(35) S.-s. 2ª Parte, p. 51.
(36) Ídem nota anterior.
(37) S.-s. 2ª Parte, p. 54.
(38) S.-s. 2ª Parte, p. 55.
(39) S.-s. 3ª Parte, p. 57
(40) S.-s. 3ª Parte, p. 66.
(41) Ídem nota anterior.
(42) S.-s. 3ª Parte, p. 68.
(43) Sobre “Hábito y clerman” permítanme que les refiera que ya tratamos tal tema en el artículo nº 2 de esta misma seria. Allí, pues, les remitimos.
(44) S.-s. 3ª Parte, p. 74.
(45) Ídem nota anterior.
(46) Ídem nota 44.
(47) S.-s. 3ª Parte, p. 75.
(48) S.-s. 3ª Parte, p. 76.
(49) S.-s. 3ª Parte, p. 77.
(50) S.-s. 3ª Parte, p. 79.

Eleuterio Fernández Guzmán