28.05.11

Serie José María Iraburu 9- Infidelidades en la Iglesia

A las 12:58 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Serie José María Iraburu
 

Casi siempre se difunden a través de un lenguaje
deliberadamente impreciso, ambiguo eufemístico,
en el que quizá podrá ser aceptable lo que se dice,
pero no lo que se quiere decir,
que es lo realmente comunicado

Infidelidades en la Iglesia (I.-e)
1.- Disidencia

José María Iraburu

Infidelidades en la Iglesia

Empezar por la realidad

El P. Iraburu, al expresar lo que aquí se ha traído como cita introductoria, se refiere al error. Por eso este libro es tan importante: determina qué pasa en materia de doctrina católica con ciertas actuaciones de los que deberían defenderla y transmitirla y las razones por las que pasa. Además, aquí lo que conviene saber es que casi siempre se mira para otro lado cuando se deja entrar el humo de Satanás en la Iglesia católica por parte de quien lo insufla.

La disidencia…

El Concilio Vaticano II y, en concreto el beato Juan XXIII que lo convocó sabía cuál era unos de los fundamentos del mismo: “la Iglesia quiere que el Concilio ‘transmita la doctrina pura e íntegra, sin atenuaciones, que durante veinte siglos’ ha mantenido firme entre tantas tormentas. Los errores nunca han faltado. Y «siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos” (1).

Por lo tanto, si bien se prefería mostrar lo correcto antes que condenar los errores, lo bien cierto es que la voluntad de la Iglesia católica ha sido, desde entonces, claramente determinada hacia la preservación de la doctrina

Sin embargo, no todas las personas parecen haber entendido lo mismo porque, “En los años que siguen al Concilio, sin embargo, la situación de la Iglesia se va haciendo gravemente alarmante. Los errores doctrinales y los abusos disciplinares proliferan en esos años y van creciendo hasta producir conflictos muy fuertes” (2). Así sucedió, por ejemplo, con el denominado “Catecismo Holandés” (3) y en el “Concilio pastoral de Holanda (1967-1969)” (4).

Pero el asunto más grave con el que se tuvo que enfrentar la Iglesia católica y, en concreto, Pablo VI fue de su encíclica Humanae vitae (25 de julio de 1968) y que puso el listón de la disidencia muy bajo causando, además, al Santo Padre un sufrimiento personal bastante grave porque no era muy del gusto de determinadas personas que se condenara, en un documento tan importante, los denominados “métodos de regulación artificial de la natalidad” o, por hablar claro, a los “anticonceptivos”.

Por ejemplo, el P. Häring sostuvo que “El tono de la encíclica deja muy pocas esperanzas de que [un cambio doctrinal] suceda en vida del Papa Paulo… a menos que la reacción de toda la Iglesia le haga darse cuenta de que ha elegido equivocadamente a sus consultores y que los argumentos recomendados por ellos como sumamente apropiados para la mentalidad moderna [alude a HV 12] son simplemente inaceptables… Lo que se necesita ahora en la Iglesia es que todos hablen sin ambages, con toda franqueza, contra esas fuerzas reaccionarias” (5)

Así, poco a poco, se fue formando un grupo de disidentes que, dentro de la Iglesia católica campan por sus respetos porque “En los decenios postconciliares la autoridad de la Iglesia siempre ha estado atenta a enseñar la verdad y a refutar los errores con fuerza persuasiva –Mysterium fidei, Sacerdotalis cælibatus, Humanæ vitæ, etc.–. Pero no pocas veces ha sido muy lenta o muy suave a la hora de reprobar a los maestros del error. Y éstos, mientras no se produce su pública y nominal reprobación, siguen difundiendo eficazmente sus errores, por luminosos que sean los documentos contemporáneos de la Iglesia, que afirman la verdad y niegan el error” (6).

Con ser esto grave, lo bien cierto es que, en determinadas ocasiones, por lo dicho arriba, se ha acabado tolerando la disidencia cuando no la misma ha supuesto, para los disidentes, la obtención de un “punto de excelencia” (7) para su curriculum personal.

Pero, sobre todo, lo que es de destacar y que resulta importante tener en cuenta es lo que recogemos en la cita que encabeza el artículo y que dice que “Casi siempre se difunden a través de un lenguaje deliberadamente impreciso, ambiguo y eufemístico, en el que quizá podría ser aceptable lo que se dice, pero no lo que se quiere decir, que es lo realmente comunicado” (8). Y conviene repetirlo porque por ahí entra, en la Iglesia católica, el humo de Satanás.

…y la confusión

Seguramente, lo que se consigue con la disidencia es sembrar, entre los fieles, la confusión acerca de determinados temas que, si bien están doctrinalmente terminados y, digamos, claros como el agua limpia, pretenden ser enturbiados por planteamientos alejados de la doctrina.

El mismo Pontífice, Pablo VI, que sufrió la disidencia (y que arriba se ha tratado) “es el primero en denunciar esta generalización de errores y abusos en la Iglesia católica” (9). Así lo dice:

“’La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. Es como una inversión aguda y compleja que nadie se habría esperado después del Concilio. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma’ (Disc. al Seminario Lombardo, Roma 7-XII-1968).

Parece que ‘"por alguna rendija se ha introducido el humo de Satanás en el templo de Dios’. Se ven en el mundo signos oscuros, pero ‘también en la Iglesia reina este estado de incertidumbre. Se creyó que después del Concilio vendría una jornada de sol para la historia de la Iglesia. Ha llegado, sin embargo, una jornada de nubes, de tempestad, de oscuridad’ (30-IV-1972).

Es lamentable ‘la división, la disgregación que, por desgracia, se encuentra ahora en no pocos sectores de la Iglesia’. Por eso «la recomposición de la unidad, espiritual y real, en el interior mismo de la Iglesia, es uno de los más graves y de los más urgentes problemas de la Iglesia’ (30-VIII-1973).

‘La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia». Así ésta ahora se debilita y pierde fuerza y fisonomía propias: ‘tal vez hemos sido demasiado débiles e imprudentes’ (23-XI-1973)”
(10).

Y tal forma de actuar, como hemos dicho arriba, hizo sufrir a Pablo VI. De tal forma fue así que “en la segunda parte de su pontificado, hubo de sufrir un verdadero calvario. La multiplicación escandalosa de las secularizaciones sacerdotales, miles y miles, y la igualmente escandalosa disidencia doctrinal y disciplinar amargaron sus últimos años. Muy especialmente dolorosa fue para él la resistencia, ya descrita, a la gran encíclica Humanæ vitæ” (11).

En lo mismo, errores, disidencia y confusión, abundó el cardenal Joseph Ratzinger en su “Informe sobre la fe” donde dice que “Gran parte de la teología parece haber olvidado que el sujeto que hace teología no es el estudioso individual, sino la comunidad católica en su conjunto, la Iglesia entera. De este olvido del trabajo teológico como servicio eclesial se sigue un pluralismo teológico que en realidad es, con frecuencia, puro subjetivismo, individualismo que poco tiene que ver con las bases de la tradición común» (80)…

Así se ha producido un ‘confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica’ (114). Entre los errores más graves y frecuentes, en efecto, pueden señalarse temas como el pecado original y sus consecuencias (87-89, 160-161), la visión arriana de Cristo (85), el eclipse de la teología de la Virgen (113), los errores sobre la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la devaluación de la redención (89), y tantos otros errores relacionados necesariamente con éstos.

Actualmente corren otros muchos errores contra la fe en el campo católico, referidos a la divinidad de Jesucristo, a la condición sacrificial y expiatoria de su muerte y de la eucaristía, a la veracidad histórica de sus milagros y de su resurrección, al purgatorio, a los ángeles, al infierno, a la presencia eucarística, a la Providencia divina sobre lo pequeño, a la necesidad de la gracia, de la Iglesia, de los sacramentos, al matrimonio, a la vida religiosa, al Magisterio, etc. Puede decirse que las herejías teológicas actuales han impugnado hoy, prácticamente, todas las verdades de la fe católica.

Los errores más ruidosos son, sin duda, los referidos a las cuestiones morales. ‘Muchos moralistas occidentales, con la intención de ser todavía creíbles, se creen en la obligación de tener que escoger entre la disconformidad con la sociedad y la disconformidad con la Iglesia… Pero este divorcio creciente entre Magisterio y nuevas teologías morales provoca lastimosas consecuencias’ (94-95)”. (12)

Sobra, pues, cualquier comentario al respecto de lo dicho tanto por Pablo VI como por el actual Benedicto XVI porque “nunca en la Iglesia tanta verdad” (13) establecida en un cuerpo de doctrina y nunca, como ahora, ha habido “tantos errores y abusos” (14). Y, tristemente, “nunca ha sido tan débil la lucha contra errores y abusos” (15) porque muchas veces se llega demasiado tarde para corregir el daño que se ha podido hacer en personas que, siguiendo de buena fe lo que otros decían, se han visto inmersas en la comisión de errores doctrinales que, a lo mejor, ya no tienen remedio para ellas.

La Unidad…

Hay algo que, frente a lo dicho arriba, debería concienciar a los católicos y es que, “Si la división de opiniones es congénita en los protestantes, que edifican su fe sobre la arena de su propia opinión, la unidad es, por el contrario, la nota propia de los católicos, que construyen individual y comunitariamente su edificio espiritual sobre la roca de la Iglesia. De ahí se deduce que la confusión sólo puede introducirse en aquella parte de la Iglesia católica que en alguna medida admita el libre examen y en la que no se ejercite suficientemente la autoridad apostólica, que es la única capaz de guardar el rebaño en la unidad de la verdad y en la cohesión fraterna eclesial” (16).

La unidad, por lo tanto, es la esencia misma del catolicismo y no puede sembrarse algo que sea contrario, puramente protestante, en el seno de la Iglesia católica y que consista en que cada cual haga lo que buenamente quiera al respecto de la doctrina.

Así, la Iglesia católica es “una” (17) pero también es “una en la verdad” (18). Esto tiene como consecuencia que, en cuanto hay disidencia, error o/y confusión, lo que acaece es un verdadero escándalo que acaba ocasionando división en el seno de la Esposa de Cristo.

El P. Iraburu se pregunta que cómo ha podido llegar a suceder lo que aquí se ha traído. Y se responde que “Muchas son las causas, pero las dos principales, sin duda, son éstas: que se ha sembrado abundantemente el error y que los Obispos no han impedido suficientemente esta mala siembra. Son numerosos los fieles cristianos de buena voluntad y vida santa –sacerdotes, religiosos, seglares– que llegan hoy de modo coincidente a ese diagnóstico. Y creemos que no se equivocan” (19).

Por lo tanto: ha habido, hay, errores y, sobre todo, no se han sanado a tiempo y, a lo mejor, no se ha cumplido, a veces, el “deber de denunciar el error” (20) o el “deber de combatir el error” (21). Además, se ha olvidado, por parte de las personas que incurren en los errores, las disidencias o causan confusiones e, incluso, por parte de las que deberían poner fin a tales desmanes, tanto el ejemplo de Cristo, el de los apóstoles (y dentro de ellos el de San Pablo) y el de los santos (22) personas, a las cuales, no gustaban, para nada, de equivocar a los fieles de Dios.

…y la inhibición

Sin embargo, ante lo que se ha apuntado que pasa al respecto de la doctrina católica y lo que se podría derivar de seguir lo dicho por Cristo y lo hecho por los apóstoles y los santos, lo bien cierto es que “Ese vigor de Cristo, de los apóstoles y de los santos para proclamar la verdad, denunciar el error e impugnar a los maestros del error –y en general para gobernar la Iglesia–, aparece hoy sumamente debilitado. ¿Cuáles son las causas?” (23)

La pregunta que se hace el P. Iraburu pretende encontrar una respuesta que pueda iluminar el gran problema que suponen ciertas actuaciones contrarias a la doctrina católica. Ve varias que son, a saber:

-“La autoridad pastoral debilitada” (24) que no cumple con la función que le corresponde.

-“La relajación de la ley eclesiástica” (25), heredera de una actuación típicamente protestante que consiste en sostener que “toda ley eclesiástica falsifica y judaiza el cristianismo, poniendo la salvación no en la gracia, sin en las obras de la ley” (26).

-La “débil fe en el Magisterio apostólico” (27) en la que pueden caer aquellos pastores que no quiera afrontar la realidad espiritual como le corresponde.

-La “débil fe en la razón” (28) que se deriva, precisamente, de la manifestación de una débil fe en el Magisterio apostólico.

-El “ecumenismo externo o interno” (29) que sin cumplir lo que tal forma de relacionarse con el otro ha llegado a difundir “versiones más o menos falseadas del ecumenismo, que con el tiempo irán prevaleciendo” (30)

Los errores

Como era de esperar, y teniendo el libro del P. Iraburu “Infidelidades en la Iglesia” el sentido que tiene, tenía que poner, negro sobre blanco, los errores (al menos, algunos) que pululan por el catolicismo y que, muchas veces, son tristemente tolerados durante, al menos, mucho tiempo.

Todos estos errores tienen antecedentes. Es decir, no han surgido de la noche a la mañana ni por iluminación de ningún creyente ávido de novedades.

Así, “El liberalismo es un naturalismo militante, que rechaza la soberanía de Dios y la pone en el hombre –«seréis como dioses» (Gén 3,5)–. Es, pues, un ateísmo práctico, una rebelión de los hombres contra Dios, y por eso ha sido muchas veces condenado por la Iglesia (por ejemplo, León XIII, enc. Libertas 1888). El socialismo y el comunismo, por otra parte, son obviamente hijos naturales del liberalismo.

Pues bien, en este sentido, el liberalismo, actualmente generalizado en las naciones más ricas como forma cultural y política, es hoy la tentación mayor del cristianismo. Es el error que más fuerza tiene para falsificar el Evangelio y para alejar de él a los hombres y a los pueblos.

Puede decirse, en síntesis brevísima, que el racionalismo crítico del protestantismo liberal de mediados del siglo XIX, pasa en buena parte al campo católico con los autores del modernismo. Aquellos y estos errores fueron combatidos sobre todo por el Beato Pío IX (1864, Syllabus), y por San Pío X (1907, decreto Lamentabili; 1907, encíclica Pascendi; 1910, Juramento antimodernista)”
(31).

Y, acto seguido, José María Iraburu diferencia entre la “disidencia escandalosa” (32) y “disidencia moderada” (33).

Así, entre el primer tipo de disidencia destaca a José María Castillo, Benjamín Forcano, José María González Ruiz, José Ignacio González Faus, Jon Sobrino, Juan José Tamayo, Andrés Torres-Queiruga, etc. y, entre la segunda forma de disentir, digamos, menos acusada que la primera, a Felipe Fernández Ramos, Luis Francisco Ladaria, Olegario González de Cardedal, José Ramón Flecha Andrés o Dionisio Borobio. (34)

Por tanto, muchas son las personas que, dentro de la Iglesia católica, disienten de la doctrina que deberían defender y transmitir cuando, en realidad, y por ejemplo, los manuales de teología (de los cuales los arriba citados han escrito algunos) “han de caracterizarse

1. por el orden, la concisión y la claridad con que exponen la doctrina católica sobre un tema;

2. por la calificación de las diversas tesis enseñadas según el grado de certeza en la fe, de modo que no se tenga luego como de fe lo que es opinable, ni se considere opinable una doctrina que es de fe;

3. por la certeza de las doctrinas enseñadas, ya que en un manual no deben proponerse hipótesis teológicas más o menos aventuradas, sino que han de afirmarse las doctrinas de la fe o al menos aquellas que están ampliamente recibidas en la mente de la Iglesia;

4. por la eficaz descripción y refutación de los errores históricos y actuales sobre las cuestiones estudiadas.”
(35)

Eso, en esencia, no suele cumplirse en la labor teológica de las personas aquí citadas y supone, tal comportamiento, por una parte, la manifestación de un grave “deterioro doctrinal” (36) e, incluso, la manifestación de un grave “deterioro intelectual y verbal” (37) que provoca, en la Iglesia católica, un daño muy difícil de reparar.

Las infidelidades…

Todo lo aquí dicho es, en efecto, ejemplo de comportamiento infiel. Son, por tanto, no fieles aquellas personas que, desde su posición teológica manifiestan unas discordancias tan grandes con la Iglesia católica que a través de sus errores y disidencias no pueden responder a lo que la nueva evangelización necesita de sus personas y, claro, de los demás.

Refiere el P. Iraburu a lo que el beato Juan Pablo II entendía como “nueva evangelización”. Tendría que ser “nueva en su ardor, en sus método y en sus expresiones” (38).

Pero como el ya beato tenía una perspicacia a tener en cuenta, ya decía que la nueva evangelización tenía que comenzar por los propios evangelizadores porque, a lo mejor, era la mejora forma de evangelizar. Y, atendiendo lo hasta aquí dicho por el P. Iraburu, el Papa polaco tenía más razón que un santo.

¿Y esto como se lleva a cabo?

Dice el P. Iraburu, para que nadie se lleve a engaño, que “La nueva evangelización no podrá darse allí donde la Iglesia se ve abrumada por innumerables errores, infidelidades y abusos. Allí donde Ella no reconozca estos pecados, no son posibles ni la conversión, ni las reformas necesarias, ni menos aún la nueva evangelización” (39).

Por lo tanto, lo mejor, como dirían las Sagradas Escrituras, es empezar por el principio (“En el principio…) que es la única forma de poner fin a ciertos desmanes. Y, para empezar, “La Iglesia, pues, necesita urgentemente escandalizarse gravemente de sus graves males e infidelidades. No basta para superarlos partir de tibios discernimientos de situación: ‘hay luces y sombras’. Son engañosos. Y no olvidemos que uno de los fines del concilio Vaticano II es la reforma de la Iglesia” (40).

Pues bien, para que se produzca una verdadera conversión que de al traste con los errores, disensiones e infidelidades se requiere una serie de convicciones que José María Iraburu llama “humildes de fe” y que son, a saber:

1-Reconocer que vamos mal.
2-Reconocer que estamos sufriendo penalidades.
3-Reconocer que son, en todo caso, castigos medicinales los que se tienen que sufrir.
4-Reconocer que no tenemos remedio humano.
5-Reconocer que Dios quiere y puede salvarnos.
6-Reconocer que es necesaria la oración de súplica.
7-Estar en la seguridad de que todo se hace para la gloria de Dios.

Así, y sólo así, se puede iniciar un camino de conversión y, con éxito, tratar de llevarlo adelante.

Para llevar a cabo un cambio en el corazón de una Iglesia católica perturbada por tantos errores e infidelidades se ha de partir de un hecho insoslayable y que consiste en reconocer que “la enseñanza de la Iglesia ha de ser entendida como una doctrina obligatoria o más bien solamente orientativa” (41). Esto lo propone el P. Iraburu porque, en realidad, si no se tiene la seguridad de que es obligatoria acabará siendo orientativa y luego pasará lo que pasará y, en efecto, pasa.

Pero, también, se ha de partir de saber qué es lo que, exactamente, pasa o, al menos, tratar de conocer lo que es error, tergiversación, etc. Así, por ejemplo, la falta de “adoración eucarística” (42), el llevar a cabo una “comunión eucarística sin penitencia sacramental” (43) o la práctica de las “absoluciones colectivas” (44). Pero tampoco se pueden desdeñar temas como el “pudor y la castidad” (45) o la “anticoncepción” (46) tema que, como se ha dicho arriba, causó gran dolor a Pablo VI con relación a su “Humanae vitae”.

No podía dejar de citar José María Iraburu el tema de la acción política que deben llevar a cabo los cristianos porque no es poco importante que sea, la misma, de acuerdo a la doctrina que se suponen siguen los mismos.

Por eso se ve en la obligación de decir que “En los países descristianizados de Occidente, los católicos llevamos medio siglo viéndonos en la necesidad de abstenernos en las votaciones políticas o de votar a partidos criminales del Estado liberal, que ni respetan la tradición cristiana, ni guardan las normas más elementales de la ley natural. ¿Hasta cuándo va a durar esta ignominia? ¿Acaso es inevitable, como estiman los católicos liberales?” (47).

En realidad, resulta sintomático que una gran parte de las infidelidades en las que incurre el cristiano, aquí católica, sea verse “obligado” a comulgar con las ruedas de molino que le proponen los partidos políticos que, por no decirse de izquierdas, pueden dar la impresión de que defienden la doctrina católica cuando no es así. Y esto porque “La Bestia liberal es intrínsecamente perversa” (48) y devora a los cristianos dejándoles sin principios por estar a la moda o seguir al siglo con sus mundanidades.

Por eso se ve en la obligación de hacerse dos preguntas a cada cual de mayor gravedad:

“¿Cómo puede explicarse la inoperancia casi absoluta de los cristianos de hoy en el mundo de la política y de la cultura?” (49).

“¿Hasta cuándo esta Bestia liberal será alimentada por los votos de los ciudadanos católicos?” (50).

Y el P. Iraburu responde lo que sigue:

“El catolicismo liberal es inerte en la política, porque se ha mundanizado completamente en su mentalidad y costumbres” (51).

“Mientras se evite en principio, como un mal mayor, la confrontación de la Iglesia con el mundo, no es posible que se organice ninguna opción política cristiana” (52).

“Es necesario que los votos católicos se unan para procurar el bien común en la vida política” (53)

…y las reformas

Y, sin embargo, es posible la reforma de todo lo dicho. El P. Iraburu se presta a dar pautas para que los errores, las disidencias y las infidelidades se puedan dejar de lado y, simplemente, la Iglesia católica pueda seguir adelante sin un lastre tan pesado.

Cita cuatro caminos por los que se puede transitar y que son:

1.- El camino de la humildad (54).
2.- El camino de la fe (55).
3.- El camino de la esperanza (56).
4.- El camino de la caridad (57).

A partir de ellos y a través de ellos aquello que daña a la misma esencia de la Iglesia católica puede quedar restaurado y volver a su antiguo y eterno cauce.

Por terminar con lo bueno y mejor

Seguramente, lo que salve, al fin y al cabo, a la Iglesia católica no son sus miembros sino Quien la fundó, Jesucristo, pues atendiéndole con oídos de hermanos e hijos de Dios, el devenir de su Esposa pueda ser el que debería ser y no el que procuran los que actúan como si no fueran, en realidad, hijos suyos.

Así, “En medio de tantos pecados y escándalos en el mundo y en la Iglesia ¿cuáles son las esperanzas de los cristianos?… Nuestras esperanzas son nada menos que las promesas de Dios en las Sagradas Escrituras: todos los pueblos bendecirán el nombre de Jesús y lo reconocerán como único Salvador (Tob 13,13; Sal 85,9; Is 60; Jer 16,19; Dan 7,27; Os 11,10-11; Sof 2,11; Zac 8,22-23; Mt 8,11; 12,21; Lc 13,29; Rm 15,12; etc.). Finalmente, con toda certeza, resonará formidable entre los pueblos el clamor litúrgico de la Iglesia, cantando la gloria de Cristo Salvador:

‘Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios, soberano de todo. Justos y verdaderos tus designios, Rey de las naciones’ (Ap 15,3)
(58).

Esto lo confirma el saber que “la gloria de Cristo es la gloria de la Iglesia, pues Ella es su Cuerpo, su Esposa amada: ‘vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo del lado de Dios, ataviada como una esposa que se adorna para su esposo’ (Ap 21,2) (59) pero, sobre todo, porque “Ella es en Cristo el ‘sacramento universal de salvación’ entre los pueblos (Vaticano II: LG 48, AG 1). Sacramento que significa la santificación de los hombres, y que realiza con maravillosa eficacia aquello que significa” (60).

Bendita sea la Iglesia católica.

NOTAS

(1) Infidelidades en la Iglesia (I.-e). 1, p. 4.
(2) Ídem nota anterior.
(3) Ídem nota 1.
(4) Ídem nota 2.
(5) I.-e. 1, p. 6.
(6) I.-e. 1, p. 11.
(7) I.-e. 1, p. 8.
(8) I.-e. 1, p. 11.
(9) I.-e. 2, p. 13.
(10) I.-e. 2, p. 13-14.
(11) I.-e. 2, p. 14.
(12) I.-e. 2, p. 14-15.
(13) I.-e. 2, p. 15.
(14) Ídem nota anterior.
(15) I.-e. 2, p. 16.
(16) I.-e. 3, p. 18.
(17) Ídem nota anterior.
(18) I.-e. 3, p. 19.
(19) I.-e. 3, p. 20.
(20) I.-e. 3, p. 21.
(21) Ídem nota anterior.
(22) Las referencias hechas aquí acerca de a quién no se ha seguido en su ejemplo, doctrina y vida (Jesucristo, apóstoles y santos) puede leerse en las páginas 23 a 27 de “Infidelidades en la Iglesia”.
(23) I.-e. 4, p. 28.
(24) Ídem nota anterior.
(25) I.-e. 4, p. 31.
(26) Ídem nota anterior.
(27) I.-e. 4, p. 36.
(28) I.-e. 4, p. 37.
(29) Ídem nota anterior.
(30) I.-e. 4, p. 38.
(31) I.-e. 5, p. 43.
(32) I.-e. 5, p. 44.
(33) I.-e. 5, p. 45.
(34) Se recomienda, vivamente, la lectura del análisis que hace, de los textos referidos a las personas aquí traídas, el P. Iraburu. En concreto, se encuentran entre las páginas 45 y 62 de su libro “Infidelidades en la Iglesia”. Si aquí no se trae, siquiera, alguna referencia es por no querer mutilar el análisis pormenorizado que ha hecho el autor del libro.
(35) I.-e. 5, p. 44.
(36) I.-e. 5, p. 63.
(37) I.-e. 5, p. 64.
(38) I.-e. 6, p. 65.
(39) I.-e. 6, p. 68.
(40) Ídem nota anterior.
(41) I.-e. 6, p. 69.
(42) I.-e. 6, p. 76.
(43) Ídem nota anterior.
(44) I.-e. 6, p. 77.
(45) I.-e. 6, p. 78.
(46) Ídem nota anterior.
(47) I.-e. 6, p. 80.
(48) Ídem nota anterior.
(49) I.-e. 6, p. 82.
(50) Ídem nota anterior.
(51) I.-e. 6, p. 83.
(52) Ídem nota anterior.
(53) Ídem nota 51.
(54) I.-e. 6, p. 89.
(55) Ídem nota anterior.
(56) Ídem nota 54.
(57) I.-e. 6, p. 90.
(58) I.-e. 6, p. 90-91.
(59) I.-e. 6, p. 91.
(60) Ídem nota anterior.

Eleuterio Fernández Guzmán