La basílica de la Sagrada Familia es "una cartografía de lo sagrado"

Cardenal Sistach: "Un signo de Dios en medio de la ciudad"

"Ofrece a muchos de sus visitantes un atrio de los gentiles donde ser evangelizados"

Cardenal Martínez Sistach, 01 de junio de 2011 a las 07:33

 

(Lluís Martínez Sistach, Cardenal Arzobispo de Barcelona, en L'Osservatore romano).- Antoni Gaudí cuando empezó la construcción de la Basílica de la Sagrada Familia dijo proféticamente que este templo sería el centro de la ciudad de Barcelona. La Basílica aunque nació en lo que era un barrio periférico y marginal de la ciudad, ahora -debido a la constante expansión urbanística - se levanta en el mismo centro geográfico de Barcelona, en un punto equidistante de la montaña y del mar, de los dos ríos que limitan su espacio urbano, el Besós y el Llobregat. Este arquitecto genial acertó.

La Sagrada Familia se levanta en medio de la ciudad cosmopolita de Barcelona, que participa de la secularización propia de las grandes ciudades del occidente europeo. Algunos se preguntan qué significa levantar un templo como el de la Sagrada Familia en la sociedad moderna.

Esta maravillosa y bellísima obra atrae a millones de personas de todo el mundo porque "la nueva arquitectura" de Gaudí descansa sobre aquello que el espíritu humano busca con insistencia: la proporción, la armonía, en definitiva, la belleza. Podemos decir que la basílica es una Ecartografía de lo sagrado, un gran mapa abierto donde el mundo puede leer las grandes preguntas de la vida, del origen y del fin, del cielo y de la tierra.

Benedicto XVI, en la homilía de la dedicación de este templo, manifestó que "en el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquél que es la Luz, la Altura y la Belleza misma".

La construcción de una iglesia y especialmente ésta de la Sagrada Familia en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si Dios no existiera, resulta una obra de mucha significación. Es la presencia de la trascendencia en la vida secular de la ciudad.

El Santo Padre, en la misma homilía de dedicación de este templo, refiriéndose a Gaudí, afirmó que "abriendo así su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma". El arquitecto de Dios afirmaba que "un templo es la única cosa digna de representar el sentir de un pueblo, ya que la religión es la cosa más elevada en el hombre".

La presencia de la belleza y de la simbología de la Basílica de la Sagrada Familia es un anuncio de los grandes misterios de Jesucristo: encarnación, pasión, muerte, resurrección y ascensión a la gloria celestial, que ocupan las dos fachadas terminadas del nacimiento y de la pasión y ocupará la de la gloria en construcción.

El Presidente del dicasterio de la nueva evangelización, el arzobispo Rino Fisichella, ha dicho que "en la Sagrada Familia de Gaudí se reencuentra un gran icono de aquello a lo que el nuevo dicasterio piensa consagrarse. Sus torres, flechas lanzadas hacia lo alto, obligan a mirar hacia el cielo. En medio de un mar de inmuebles modernos, ella coexiste y nos indica que la ciudad y el templo no son dos mundos extraños, sino que están hechos el uno para el otro".

En medio de una ciudad europea y moderna, y en unos tiempos en los que el laicismo parece decidido a recluir la expresión de la fe en el ámbito privado, dificultando la visibilidad de la fe y de las comunidades religiosas, esta basílica gaudiniana visible desde todos los rincones de la ciudad es una invitación a no pararse en la dimensión horizontal de la existencia humana, sino a elevar la mirada hacia lo alto.

Este era precisamente el "sueño de Gaudí", al plasmar esta "catedral" tan original y única en el mundo. Contemplando ya en su imaginación las torres que hoy son como el emblema de la ciudad de Barcelona, decía: "Estas inscripciones serán como una cinta helicoidal que subirá por las torres. Todos los que las lean, incluso los incrédulos, entonarán un himno a la Santísima Trinidad, a medida que vayan descubriendo su contenido: el Sanctus, Sanctus, Sanctus que, mientras lo lean, les conducirá la mirada hacia el cielo".

No cabe ninguna duda de la intención evangelizadora de nuestro genial arquitecto, el siervo de Dios Antoni Gaudí. Estoy seguro de que su deseo de llevar a los no creyentes a la confesión de la gloria de Dios estaba inspirado por su sentimiento de respeto hacia ellos y por la bondad de su corazón. La basílica de la Sagrada Familia en el centro de Barcelona por su singular belleza y su riquísima simbología bíblica y litúrgica continúa ofreciendo a muchos de sus visitantes un atrio de los gentiles donde ser evangelizados y a muchos otros un encuentro personal con el Señor mediante la catequesis de piedra de sus pórticos, sus naves y sus torres.

La dedicación de la basílica se unió a la visita a la Obra Social del "Niño Dios". El Papa puso de relieve la relación entre estas dos realidades. Dijo que "son como dos símbolos en la Barcelona de hoy de la fecundidad de esta misma fe, que marcó también las entrañas de este pueblo y que, a través de la caridad y de la belleza del misterio de Dios, contribuye a crear una realidad más digna del hombre. En efecto, la belleza, la santidad y el amor a Dios conducen al hombre a vivir en el mundo con esperanza".