Olegario González de Cardedal, sobre la financiación a la Iglesia

"Ha pasado la hora de esperar a que nos sostengan financieramente quienes no creen en nosotros"

La campaña "XTantos", activa hasta el 30 de junio, coincidiendo con la Campaña de la Renta

Olegario González de Cardedal, 09 de junio de 2011 a las 20:47

 

(Olegario González de Cardedal, en Xtantos.es).-Amigo Luis: Me preguntas cómo pensar, cómo proponer y cómo fundamentar la colaboración económica con la Iglesia por quienes somos creyentes, y sobre todo cómo responder a quienes la ponen en cuestión o la niegan.

En diálogo con ellos deberíamos preguntarles cómo comprenden la Iglesia y cómo piensan su integración en ella. ¿La ven como visitantes ocasionales, como turistas acelerados, como quienes en alguna ocasión necesitan sus servicios lo mismo que necesitan los de una farmacia o de una ferretería? Para quienes están en tal posición, la Iglesia es algo externo, circunstancial y prescindible, cuyos servicios pagan si los necesitan, pero nada más.

Para un creyente, en cambio, la Iglesia es algo totalmente distinto. Ella es nuestra familia, en la que hemos renacido a esa experiencia radicalmente nueva que es sabernos hijos de Dios, por nuestra configuración a Cristo en el bautismo, por la iluminación y fortalecimiento interior que nos confiere el Espíritu Santo en la confirmación, por la llamada a la santidad, por la vocación misionera, por la fraternidad que nos une a todos los miembros de ese cuerpo vivo, por la comunión de los santos, es decir la solidaridad en el dolor y en la gracia entre todos los que han sido antes y los que somos ahora miembros de esa santa Madre Iglesia.

Y ella no es una masa amorfa en la que solo habría instituciones, autoridad, organización, estructuras. La Iglesia son, ante todo, las almas, somos cada uno de nosotros. Cada cristiano es una "microeclesia", a quien le están dados todos los tesoros de la vida sobrenatural y le están confiadas todas las responsabilidades evangélicas en el mundo. En la medida en que el mundo es más mundano y secular, la Iglesia tiene que ser más cristiana y eclesial. En la medida en que crece el anonimato en todos los campos, tiene que crecer la personalización en cada vida y la responsabilidad en la Iglesia. Cada uno de nosotros somos una piedra viva, que sostiene ese edificio viviente que es la Iglesia.

Quien piensa así su fe, quien así la personaliza, quien la comparte con los demás creyentes y la profundiza, para ese la colaboración económica no es un problema difícil sino una gozosa evidencia. ¿Cómo no va a colaborar en la construcción y reparación, fortalecimiento y extensión de su propia casa?

Nuestro hogar moral y nuestra familia espiritual es la Iglesia. Ha pasado la hora de esperar a que nos sostengan financieramente quienes no creen en nosotros, quienes nos ven desde fuera, quienes no valoran la aportación más esencial que ofrecemos a los hombres: la presencia viva de Dios, la santidad de Cristo, la gracia de los sacramentos, el perdón de los pecados, los ejemplos vivos de servicio al prójimo en la enfermedad, desvalimiento, soledad y muerte.

¿No es un gozo, al mismo tiempo, saber que las instituciones de la Iglesia se han acreditado, se están acreditando hoy, como las más eficaces, misericordes y realistas ayudas en estos momentos de crisis económicas y familiares? ¿Qué movimientos y grupos hay en la sociedad española que cuenten con el crédito y la adhesión de que gozan, por ejemplo, Cáritas o Manos Unidas? ¿Qué fraternidades y sororidades están más cercanas al hambre, la miseria y la emigración que las Hijas de la Caridad o las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta?

Esto explica que incluso muchos no católicos colaboren económicamente con la Iglesia, porque les merece confianza, porque no desvía las ayudas públicas a bolsillos individuales, porque los dineros llegan intactos a su destino y no se quedan en el camino. Y si ellos desde fuera ayudan por puro sentido de eficacia histórica, ¿no vamos a colaborar nosotros que somos los miembros de esa familia?

Deberíamos añadir, aun cuando solo sea estimulante, lo que son exigencias de una conciencia democrática, a la hora de reclamar derechos y de cumplir deberes: en tal sociedad libre y moderna, cada uno es consciente de lo que las cosas cuestan, de que hay que colaborar para poder compartir. Y cuando se colabora se exigen cuentas, se reclama que nos den razón rigurosa de la distribución de esos fondos, que exista absoluta trasparencia sobre los gastos y fines a los que se destinan. Nada puede quedar oscuro ni simulado.

La Iglesia es un misterio de gracia, pero es también una institución sostenida y financiada con medios humanos. Por eso me permito concluir con las palabras del Papa que orientan en esta dirección: "La Iglesia ha de tener también una constitución concreta. Necesita también corporeidad. Necesita formas jurídicas externas. Y, por supuesto el ser cristiano, implica también que se haga algo por la propia comunidad" (Benedicto XVI, Luz del Mundo. Barcelona 2010, pág 121). Hacer algo es asumir activamente sus tareas, participar en sus acciones internas y en su presencia pública, orar en comunidad y colaborar con nuestro dinero.

Querido Luis, como ves la cuestión no es por qué o cómo colaborar financieramente con la Iglesia. La real cuestión es ser iglesia en clara conciencia y generosa libertad, realizarse en Iglesia y como Iglesia dentro de la situación histórica y social que en cada momento vivimos.

También aquí la verdad es concreta y abarca desde el Espíritu Santo al Derecho canónico, desde los Evangelios a los dineros. Cuando uno está así lúcidamente enraizado y gozosamente implantado en ella, lo demás viene por añadidura.

El mejor saludo de tu amigo,
Olegario González de Cardedal