El Espíritu Santo, don de la Pascua

 

Como los discípulos reunidos en oración, en comunión con María, también nosotros queremos recibir este don de lo alto, el Espíritu Santo, que es por excelencia el don de la Pascua.

11/06/11 10:51 PM


 

Estamos celebrando con gozo el tiempo de Pascua. Cristo resucitado se hace presente en medio de nosotros y nos acompaña en nuestro caminar. Como ocurrió con los testigos de Emaús, le pedimos que sane nuestra incapacidad de percibirle vivo y presente en todos los acontecimientos de nuestra vida, que ilumine nuestro corazón con su Palabra, que podamos reconocerle en la fracción del pan, en la celebración de la Eucaristía, y que le reconozcamos en quienes encontramos a lo largo del camino, principalmente en los más necesitados.

Este tiempo pascual concluye con la celebración del día de Pentecostés. Como los discípulos reunidos en oración, en comunión con María, también nosotros queremos recibir este don de lo alto, el Espíritu Santo, que es por excelencia el don de la Pascua. “Cuando venga el Espíritu que os enviaré desde el Padre, Él os guiará a la verdad plena” (cfr. Jn 16, 13). El Espíritu Santo nos conforma más perfectamente con Jesucristo y nos convierte en testigos suyos, enviados hasta el confín de la tierra para anunciar el Evangelio de la vida, el amor y la esperanza..

Ese día celebraremos, así mismo, la fiesta del Apostolado Seglar. Todos los cristianos, en virtud de nuestro bautismo hemos sido constituidos en discípulos de Jesús y testigos y anunciadores del Evangelio. Pidamos que el Espíritu Santo nos ayude a impulsar y llevar a cabo gozosamente nuestro IV Plan de Evangelización, con el fin de revitalizar nuestras comunidades cristianas. Con ocasión del día de Pentecostés, tendré el gozo de erigir las primeras Unidades Pastorales, culminación de un trabajo iniciado hace ya años y, al mismo tiempo, consolidación de esta nueva experiencia pastoral en la Diócesis. Pidamos al Espíritu que estas Unidades sean lugar privilegiado de renovación profunda de nuestra vida cristiana y de un nuevo impulso evangelizador.  

En las puertas ya del verano, la fiesta del Corpus Cristi nos invita a hacer memoria agradecida de la presencia real y sacramental del Señor en la Eucaristía. Él no quiso dejarnos simplemente un recuerdo. Quiso quedarse con nosotros personalmente y para siempre y lo hace de un modo totalmente singular en este sacramento. El memorial de la presencia del Señor en la Eucaristía nos remite al mandato del amor: “Amaos unos a otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12).

Por eso, en la fiesta del Corpus celebramos el día de la caridad. En la situación actual, en que la crisis sigue alargándose y atrapando duramente a tantas personas y familias, sumiéndolas en graves dificultades económicas, de falta de trabajo, de recursos necesarios para vivir, la llamada a compartir es, aún si cabe, más acuciante. Seamos generosos en responder a las necesidades de nuestros hermanos y impulsemos decididamente la reforma profunda de aquellas estructuras que impiden la justa distribución de bienes entre nosotros, así como del desarrollo integral y fraterno de todos los pueblos de la Tierra.   

Llegamos al término de nuestro año pastoral. Un año que ha sido del todo singular. El Santo Padre, el verano pasado, me confiaba el cuidado pastoral de nuestra Diócesis. El día de la Virgen de Begoña inicié este ministerio confiando plena y solamente en Dios que me envía a vosotros. Este curso ha estado jalonado por la constitución de los diversos Consejos. Los nuevos vicarios tomaron posesión de sus cargos e iniciaron su andadura el Consejo del Presbiterio y el Consejo Pastoral Diocesano. Ellos colaboran conmigo en el gobierno. Pidamos al Dueño de la mies que entre todos seamos capaces de impulsar las iniciativas pastorales que acrecienten nuestra comunión y nos ayuden a impulsar la tarea evangelizadora a la que hemos sido convocados.

Quisiera concluir con una invitación específica a nuestros jóvenes. Este año, como sabéis, tiene lugar en Madrid una nueva Jornada Mundial de la Juventud, instituida por el recientemente proclamado beato Juan Pablo II. Desde el 11 al 15 de agosto acogeremos en la diócesis a 2.000 jóvenes provenientes de las más diversas partes del mundo. Constituye una oportunidad singular para compartir con ellos la fe y la vida, para poner en común nuestras inquietudes, anhelos y esperanzas, para conocernos y experimentar la alegría de la comunión. El 15 de agosto nos pondremos en camino hacia Madrid para tomar parte de unos días inolvidables presididos por el Santo Padre, que es quien nos convoca.

Me gustaría recordar tres elementos de la espiritualidad de estos encuentros. El primero es la espiritualidad de camino. Nuestra vida es un camino en el que Jesús nos sale al encuentro y nos invita a seguirle. Este camino lo vivimos en la compañía de tantos hermanos y hermanas, constituyendo la familia de Jesús que se llama Iglesia. En su recorrido, experimentamos la fatiga y el cansancio, pero también el apoyo y la fuerza del Señor, el alimento de su Palabra y su Eucaristía y el aliento y sustento de nuestros hermanos y de los santos.

El segundo elemento es la espiritualidad de la acogida. Ésta consiste siempre en un precioso intercambio de dones. Cuando acogemos y somos acogidos, recibimos ciertamente mucho más de lo que ofrecemos, pues la presencia y el testimonio del hermano nos enriquecen personal y comunitariamente. El tercer elemento es la espiritualidad de comunión. Es una hermosa experiencia de Pentecostés, donde tantos hermanos y hermanas procedentes de realidades diferentes, experimentaremos el don de compartir una misma fe, esperanza y amor. Os animo vivamente a participar en estas Jornadas como un auténtico don de Dios. Invitad a vuestros amigos y conocidos. Estad seguros de que nadie quedará defraudado de esta experiencia de gracia.    

Que este verano sea ocasión de descanso, encuentro con familiares y amigos, experiencia de fe en la oración y meditación de la Palabra y en la participación en Eucaristía. Que al retornar, con fuerzas renovadas, iniciemos llenos de gozo y esperanza el nuevo curso pastoral. Pido al Señor que os bendiga. Con afecto.

 

+ Mario Iceta, obispo de Bilbao