Entrevista a monseñor Charles Scicluna, promotor de Justicia de la CDF

El buen pastor, cuando ve al enemigo, no huye, sino que le espera a la puerta para defender el rebaño

 

El sacerdote maltés respondió el sábado a las preguntas de Zenit, después de la presentación del simposio internacional «Hacia la curación y la renovación». Afirmó que la respuesta de la Iglesia a los casos de abusos sexuales por parte de clérigos «comprende dos acciones fundamentales: asistir a las víctimas y educar a las comunidades eclesiales».

20/06/11 8:06 AM


 

(Chiara Santomiero/Zenit) La respuesta de la Iglesia a los casos de abusos sexuales por parte de clérigos “comprende dos acciones fundamentales: asistir a las víctimas y educar a las comunidades eclesiales”, explica el “fiscal” general de la Iglesia en este ámbito, tras la rueda de prensa en que participó en Roma para presentar el simposio internacional “Hacia la curación y la renovación”, convocado por la Universidad Pontificia Gregoriana para febrero de 2012.

Monseñor Charles Scicluna, promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, recuerda asimismo que corresponde a los obispos diocesanos garantizar esta respuesta, como lo indica la Carta circular enviada por esa Congregación vaticana a las conferencias episcopales, e informa que los fieles pueden prestar también su ayuda gracias a los nuncios apostólicos en su país. 

--¿Cuáles son las implicaciones del binomio: asistir las víctimas-educar las comunidades? 

--Monseñor Scicluna: Hay que comenzar por la formación de los clérigos en el seminario. El estudio norteamericano más reciente en materia de abusos sexuales sobre los menores de edad por parte de sacerdotes católicos, el informe John Jay sobre las causas y el contexto de este fenómeno, confirma que allí donde nace en los seminarios la conciencia de la importancia de la formación humana, incluyendo en ésta también una actitud muy sana ante la sexualidad, se registra una disminución de abusos sexuales por parte de los clérigos formados en esa generación. Esto significa que una formación sana de los seminaristas, una actitud sana ante el erotismo y la sexualidad, ayuda a la persona a vivir las justas exigencias del celibato de una manera más consciente, no represiva, de manera que no se den desahogos traumáticos y destructivos. 

--¿Cómo entran en juego las comunidades?

--MonseñorScicluna: Hay una esfera de abusos sexuales que nunca podremos desarraigar, pues es generada por la constitución psicológica de cada individuo. Aquí no se plantea sólo un problema de formación, sino la necesidad de una terapia a largo plazo para afrontar una perturbación muy difícil de diagnosticar y de descubrir. Por tanto, hay que poner siempre a la comunidad en condiciones de protegerse, de reconocer adecuadamente los signos del abuso de poder, que además pueden ser erotizados en el ámbito del abuso de la intimidad con los muchachos o convertirse en un auténtico abuso sexual de menores.

La formación del clero tiene que ir, por tanto, acompañada por la formación de la comunidad. Ésta es importante también para garantizar la curación de las víctimas, que a causa del peso que llevan dentro se sienten “fuera” de la misma comunidad. Nace la exigencia de una actitud de misericordia de la comunidad eclesial que acoge al individuo herido como una parte integrante de sí, pues esto es el Evangelio: el Evangelio trae curación, no sólo trata de evitar el pecado, sino que donde hay un trauma propicia un ambiente en el que la persona herida puede recogerse y volver a encontrar en su propia vida los signos de caridad, de esperanza y de fe que puede haber perdido a causa del abuso sufrido.

--La responsabilidad de afrontar el problema corresponde a los obispos, que sin embargo en muchas ocasiones no han estado a la altura de esta tarea...

--Monseñor Scicluna: Como se dice en inglés, hay obispos de todas las “medidas”, de todos los tipos, pero hay una actitud del obispo que no procede de una opción personal, sino de su vocación a ser “buen pastor”. El buen pastor, cuando ve al enemigo, no huye, sino que le espera a la puerta para defender el rebaño, como dice Jesús. También Benedicto XVI, al inicio de su pontificado, dijo: “rezad por mí para que no huya ante el enemigo, sino que tenga la valentía de ser un buen pastor”. Las palabras de Jesús, actualizadas también por el papa, pueden ser hoy el ideal de cada obispo.

--Y cuando los obispos nos son buenos pastores, ¿qué se puede hacer? 

--La Carta circular enviada por esa Congregación de la Doctrina de la Fe, al dar a los obispos parámetros de actuación, representa una señal muy fuerte por parte de la Santa Sede. Cuando recibimos a los obispos en las visitas ad limina nos damos cuenta de que se da una conciencia difundida sobre el problema y también sobre la posición del papa en este sentido. Cada fiel, además, tiene el derecho de expresar su preocupación por la diócesis directamente a la Santa Sede, a través del nuncio. Mi trabajo me ha hecho apreciar mucho la actividad de los nuncios, que representan ante la comunidad local, no sólo ante los gobiernos, la cercanía del Santo Padre. La gente debe saber que puede dirigirse al nuncio cuando hay cuestiones que repercuten en el ministerio pastoral de sus obispos, pero no para denunciarles, sino para decir: “tenemos confianza en el ministerio de Pedro, que el nuncio representa; tenemos una preocupación, y tenemos el deber, no sólo el derecho, de presentarla a Pedro”. Esta posibilidad también forma parte de la educación de la comunidad eclesial. 

--Usted ha dicho en una entrevista que los casos de abuso que se presentan a la Congregación están disminuyendo, ¿qué impacto ha tenido en ello el eco dado por los medios de comunicación? 

--Los medios de comunicación han abierto los ojos de todos sobre este fenómeno y nos han obligado a afrontar la verdad de los hechos. Jesús nos ha dicho que la verdad nos hará libres. No puede haber curación, no es posible liberarse de este peso, si no somos suficientemente humildes y valientes para afrontar la verdad de los hechos, la verdad de la herida, la exigencia de cumplir mejor nuestro deber. Desde este punto de vista, veo cómo Benedicto XVI, con gran humildad, ha sabido dar un gran ejemplo no sólo a la Iglesia, sino también al mundo.