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ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 29 de junio de 2011

Santa Sede

Confesiones de Benedicto XVI, en el sexagésimo aniversario de sacerdocio

Jornadas Mundiales de la Juventud

Benedicto XVI sigue de cerca la preparación de la JMJ

Mundo

Sor Teresita bate el récord: 84 años de clausura

Entrevistas

El hermano del papa recuerda sus sesenta años de sacerdocio

Angelus

Benedicto XVI: Pedro y Pablo, “manos” del Evangelio

Documentación

Benedicto XVI: memoria íntima de sesenta años de sacerdocio


Santa Sede


Confesiones de Benedicto XVI, en el sexagésimo aniversario de sacerdocio
Sintetiza la emoción de aquel día en las palabras de Jesús: “Ya no os llamo siervos, sino amigos”
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Benedicto XVI dejó espacio a las confidencias este miércoles, día en el que celebró los sesenta años de sacerdocio, al presidir en la Basílica Vaticana la concelebración eucarística de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de la diócesis de Roma

“Ya no os llamo siervos, sino amigos”, esta palabras de Jesús constituyen, como él mismo confesó, el recuerdo más íntimo de aquella estupenda jornada de verano, en la que junto a 43 seminaristas, entre quienes se encontraba su hermano Georg, recibió la ordenación sacerdotal de manos del cardenal Michael von Faulhaber (1869-1952), en la catedral de Freising, cerca de Munich.

Las pronunció el purpurado, gran opositor al nazismo, a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de la ordenación, y Joseph Ratzinger sintió que el mismo Cristo se las dirigía a él.

“Yo sabía y sentía que, en ese momento, esta no era sólo una palabra 'ceremonial', y era también algo más que una cita de la Sagrada Escritura. Era bien consciente: en este momento, Él mismo, el Señor, me la dice a mí de manera totalmente personal”, confesó ante los peregrinos que llenaban el templo más grande del catolicismo.

Entre ellos, se encontraban los 41 arzobispos metropolitanos de todo el mundo nombrados en el último año, a quienes les entregó el palio, símbolo de su comunión con el papa, en ese mismo rito.

Asimismo, estaba presente una delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla, un gesto con el que el patriarca Bartolomé I se une todos los años en “el día del papa”, confiriendo de este modo al encuentro un claro carácter ecuménico.

Benedicto XVI evocó cómo en la ordenación comprendió que Cristo “me llama amigo”.

“Me acoge en el círculo de aquellos a los que se había dirigido en el Cenáculo --explicó en la homilía--. En el grupo de los que Él conoce de modo particular y que, así, llegan a conocerle de manera particular. Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados”.

“Él se fía de mí: 'Ya no os llamo siervos, sino amigos'. Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí”, siguió diciendo al sintetizar seis décadas después la emoción de su primera misa.

Esta evocación se convirtió después en una súplica humilde y muy personal: “Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo”.

El papa ha tenido la alegría de poder celebrar este aniversario con su hermano, monseñor Georg, gran músico, quien fue durante años director de los niños cantores de la catedral de Ratisbona (Domspatzen). Precisamente la música sacra de algún disco compacto debía ambientar momentos de su encuentro en el Palacio Apostólico, ayudándoles a revivir más íntimamente el día más importante de sus vidas.

Por Jesús Colina

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Jornadas Mundiales de la Juventud


Benedicto XVI sigue de cerca la preparación de la JMJ
La máquina organizativa en la recta final
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– “El Papa está bien informado y sigue los trabajos de preparación de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Madrid”, confió el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de la capital española a los periodistas presentes este martes en la sala de prensa del Vaticano.

En el encuentro, presentó el programa de la JMJ que iniciará dentro de menos de cincuenta, con la participación de más de un millón de jóvenes.

“Sabemos que el Santo Padre ha preguntado si en Madrid hace mucho calor y tiene mucha esperanza en los resultados del evento”, reveló a ZENIT el director ejecutivo de la JMJ, Yago de la Cierva.

Asimismo recordó que el número de participantes en general es tres veces superior al de los inscritos hasta un mes antes, o sea los 400 mil indicados por el cardenal Stanisław Ryłko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos.

Y por primera vez en una JMJ el Papa confesará a algunos jóvenes, en los jardines del Buen Retiro de Madrid.

Además de los dos purpurados y del director ejecutivo de la JMJ, participaron en el encuentro con la prensa una voluntaria, Elsa Vázquez Maggio; el responsable de la secretaría general de las inscripciones, José Antonio Martínez Fuente, y el director de la Oficina de Información de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi S.I..

“Cada JMJ es una gran siembra evangélica --subrayó el cardenal Ryłko--, un evento puesto bajo la intercesión de los santos patronos de la JMJ”, de manera especial de Juan Pablo II; “que con el título de beato vuelve a encontrarse con los jóvenes, a los que quiso tanto”.

Los números principales revelados por el cardenal Ryłko indican que “se han inscrito formalmente más de 400 mil jóvenes, cifra nunca alcanzada en otra JMJ, dado que los jóvenes normalmente lo hacen en el último momento”.

Hay casi 90 mil inscritos  del continente americano, de los cuales unos 60 mil de América Latina. 

En el almuerzo que Benedicto XVI mantendrá con 12 jóvenes, los invitados fueron sorteados entre dos voluntarios por cada continente. De Asia había solamente dos, uno de Taiwán y otro de Vietnam, de modo que no tuvieron necesidad de pasar por el sorteo.

Ya se han inscrito, además, 14 mil sacerdotes que acompañarán a jóvenes, 744 obispos de los cuales 263 dirigirán la catequesis a los jóvenes, en 250 lugares, en 30 idiomas. “¡Un auténtico Penteconstés!”, añadió el purpurado polaco.

Y precisó que se entregarán 700 mil copias en seis idiomas de YouCat, un catecismo en forma de preguntas y respuestas pensado particularmente en los jóvenes.

Por otra parte, 24 mil voluntarios provenientes de varios países estarán comprometidos en diversos servicios.

Muchos jóvenes pasarán varios días en 68 diócesis españolas, mostrando cómo toda la Iglesia en España participa directamente en la experiencia de la JMJ.

El cardenal Ryłko recordó que a estos números hay que agregarle el de aquellos que seguirán el evento por Mundovisión o Internet.

El cardenal Rouco definió como positiva la colaboración con las autoridades españolas y, en particular, con el gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero.

Yago de la Cierva precisó entre otras cosas que la organización “se apoya sobre una estructura diocesana muy vasta, pues de lo contrario no se hubiera podido realizar”.

Además cuenta con “una gran plataforma civil: contribuciones de jóvenes y menos jóvenes, instituciones públicas, contribuciones de empresas particularmente con cosas concretas”.

La estructura para las refecciones en Madrid empleará tickets aceptados en más de 6 mil restaurantes.

El costo total de la JMJ será entorno a los 55 y 62 millones de euros: Los servicios fueron convocados con concursos públicos y las cifras finales serán publicadas una vez concluido el evento.

De la Cierva precisó que los jóvenes deberán pagar dos tercios de  los gastos, pues no son considerados como niños. 

Entre los eventos culturales, el Museo del Prado ofrecerá gratuitamente visitar su famosa pinacoteca, con cuadros de Rubens, El Greco, Velázquez, Zurbarán y Caravaggio.

También el cine tendrá un papel especial. El miércoles 17 de agosto, en la Calle Fuencarral, se instalará el “JMJ Punto Cine”, un espacio que invita a los peregrinos y al público en general a ver en las películas las historias de cristianos de sólida fe, con proyección de filmes, encuentros y debates con directores cinematográficos, actores y profesionales del mundo del cine.

La voluntaria Elsa Vázquez Maggio, de origen mexicano y nacionalidad australiana, reveló que “unos 50 voluntarios trabajan en 18 idiomas en las redes sociales, como en Facebook, en donde han informado a unas 160.000 personas” sobre el evento. 

El responsable de la secretaría general de las inscripciones, José Antonio Martínez Fuente, indicó que España concederá gratuitamente las visas para los jóvenes que vayan a la JMJ y la soliciten presentando una carta del Comité Organizador de la JMJ.

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Mundo


Sor Teresita bate el récord: 84 años de clausura
Ingresó en el convento el mismo día que nació Benedicto XVI
BUENAFUENTE DE SISTAL, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Sor Teresita es la monja de clausura que más tiempo lleva en un monasterio: 84 años. Un verdadero récord Guinness. En la actualidad tiene 103 años y sigue viviendo en su convento de toda la vida: Buenafuente del Sistal (Guadalajara).

Pertenece a la orden del Císter y ha sido durante más de 20 años superiora de su comunidad religiosa. Española nacida en Foronda (Álava), ha participado con otros nueve monjas de clausura en un libro titulado “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?” (LibrosLibres),para explicar la riqueza interior y la felicidad que supone la vida contemplativa.

“No sabía nada de monjas”

El día quenació Benedicto XVI, sor Teresita ingresaba en el Convento Cisterciense de Buenafuente. “Me dio miedo entrar. Pero el Señor me ayudó. Yo venía 'zote', no sabía nada de monjas, pero Él y santa Teresita me ayudaron y entre ellos se las arreglaron para que no me acobardara”.

Dedica su vida a la oración por los demás y al trabajo en el Convento. Según sus propias palabras, “aunque rezo mucho, tengo mis fugas… Tengo una imaginación muy loca. En cuanto me descuido, ya estoy distraída. Entonces vuelvo a rezar a la Virgen María y ella me trae a la oración o a mi trabajo.

“Siempre he sido un poco 'trasto' y lo seguiré siendo. Por eso le digo a la Virgen tantas veces: Quiero mirar en tus ojos, hablar con tu boca, oír con tus oídos y amar con tu corazón”. Vivo en su corazón, porque sé cómo soy yo...”.

“No puedo vivir aburrida en el Convento”

Sor Teresita es la imagen de lafelicidad: “No se puede vivir aburrida en el Convento. Terminas mal. O eres feliz o nada”.


¿Su secreto para la felicidad?: “Cada uno es feliz en su profesión. La felicidad se siente siguiendo cada uno su vocación. Eso sólo lo sabe quién lo vive”.


Sor Teresita (Valeria de nombre de civil), sin embargo tuvo una vocación tardía: “No me gustaban las monjas, ¡con lo bien que se estaba en casa! Éramos labradores. Estábamos en el campo de la mañana a la noche, trabajando, pero lo pasábamos bien. Yo era la mayor de 7 hermanos y con mi hermana me pasaba el día haciendo bromas, éramos felices”.

“Pero mi padre, viendo la vida que llevábamos en el campo, ¡y pensando que las monjas no trabajaban!, nos decía a mi hermana y a mí: ¿y no querríais ser monjas…? Y yo, por contentar a mi padre, le recé a la patrona de Vitoria y le pedí que me diese vocación… ¡Y vaya si me la dio!”.

“Una vez tuve la tentación de imaginar cómo hubiera sido mi vida fuera, porque me pareció que aquí no hacía nada. Es una crisis que pasamos muchas, pensar que aquí no hacemos nada. Pero lo hablé con un sacerdote y me dijo que tenía una vocación muy hermosa. Merece la pena, no tiene ni punto de comparación darle tu vida a Dios con nada más. Yo soy muy feliz y no envidio nada de fuera. Es una gracia de Dios. La vocación y la perseverancia. Son dos gracias que me ha dado Dios”.

Esta experta en tortilla de patatas (las mejores según el resto de las hermanas del Convento), todos los días recibe y lee la prensa y cree que todavía le quedan cosas por hacer: “Si Dios me sigue teniendo aquí, por algo será”. “Sé que muchos no entenderán mi manera de vivir, pero yo no entiendo otra”.

¿El resumen de su vida?: “El don más grande que he recibido en estos más de 100 años ha sido la oración. Sin ella no se puede sostener uno. Cada día es una opción de oración. Yo no dejo de repetir: “Gracias, perdón, Gracias, perdón”.

Un periodista traspasa los muros del convento

Por primera vez en España, un periodista ha traspasado los muros de varios monasterios de clausura para entrevistar a diez religiosas.Es algo único que no se había dado anteriormente. Pertenecen a distintas congregaciones y carismas. Hay testimonios de religiosas Agustinas, Clarisas, Carmelitas Descalzas, de la Inmaculada Concepción, Hijas de María Nuestra Señora, Reparadoras de la Virgen de los Dolores...

A través de las páginas del libro “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?” (LibrosLibres), el lector se convierte en el visitante de un Monasterio de Papel, cuyas celdas están habitadas por diez mujeres auténticas de nuestro mundo y nuestro tiempo, que responden abiertamente a éstas y más preguntas sobre la vocación, explicando cómo es la vida en una clausura, qué valor tiene la pobreza, qué las hace tomar semejante decisión, o si ya cumplidos los cien años ha merecido la pena vivir casi un siglo dedicada nada menos, y nada más, que a Dios.

“¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?” es la pregunta que el propio autor se ha realizado varias veces en sus visitas a monasterios de clausura, conventos y misiones por medio mundo. Ahora, ofrece una respuesta cercana de boca de sus propias protagonistas.

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Entrevistas


El hermano del papa recuerda sus sesenta años de sacerdocio
Entrevista con monseñor Georg Ratzinger
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Junto a Joseph Ratzinger, en un 29 de junio de hace sesenta años, también fue ordenado sacerdote en la catedral de Freising su hermano mayor, Georg Ratzinger (Pleiskirchen, 1924), quien dedicaría buena parte de su vida a la alabanza a Dios con la música litúrgica.

En esta entrevista, emitida por Radio Vaticano, el prelado, quien fue conocido durante años como el director de los niños cantores de la catedral de Ratisbona (Domspatzen), recuerda el día más importante de la vida tanto para él como para su hermano, hoy papa.


--¿Cuáles son sus recuerdos de la ordenación sacerdotal de hace 60 años?

--Monseñor Georg Ratzinger: Es difícil explicarlo con palabras. Era un día muy solemne. Nos habíamos preparado muy bien para aquel momento, tanto desde el punto de vista espiritual como práctico. Era una hermosa fiesta. Con el ingreso en la catedral de Freising, estaba claro para nosotros que aquel día era muy importante para nuestra vida. Por desgracia aquella tarde teníamos que partir de Freising, porque al día siguiente teníamos que participar en la ordenación de un amigo.

--Eran más de 40 candidatos para la ordenación sacerdotal ¿Cuál fue la experiencia en este grupo?

--Monseñor Georg Ratzinger: Éramos un grupo muy variado. Muchos eran jóvenes. Mi hermano era el penúltimo por cuanto se refiere a la edad. Pero había también alguno que tenía algún año más sobre sus hombros. Esto era causado por la guerra, que aplazó la llegada al sacerdocio de muchos jóvenes. De cualquier manera éramos un bonito grupo. Cada uno de nosotros era capaz de ofrecer algo especial con su propia vida.

--Usted hace referencia a las diversas edades de los candidatos que fueron ordenados con ustedes. Su hermano es tres años más joven que usted. El día de su ordenación, ¿se sentía usted como el hermano mayor o no le importó la diferencia de edad con su hermano?
 

--Monseñor Georg Ratzinger: No, la edad para mí no contaba nada. Mi hermano era muy maduro. El día de la ordenación lo más importante era precisamente la ordenación.

--Usted ha seguido tanto el camino sacerdotal como el musical ¿Recuerda la música de la santa misa de aquel día?


--Monseñor Georg Ratzinger: Lamentablemente no la recuerdo con exactitud. De todos modos, en aquella época yo era miembro de un coro de sacerdotes y para las ordenaciones sacerdotales cantábamos más o menos siempre los mismos cantos. Pienso en el “Veni Creator”, o en el “Christus Vincit”, que se canta todavía hoy en Freising al concluir las ordenaciones sacerdotales. Lamentablemente no recuerdo los nombres de los compositores. Ha pasado tanto tiempo desde aquel día.

--¿Usted y su hermano han conservado un objeto particular de aquel día?
 

--Monseñor Georg Ratzinger: Yo conservo la estola y la sotana de aquel día. Por lo demás, no hemos conservado objetos particulares.

--La ordenación sacerdotal es en un cierto sentido como una fiesta de matrimonio. Hay invitados, los familiares, los amigos, que acuden a festejar este día particular ¿Quién participó de la familia Ratzinger?

--Monseñor Georg Ratzinger: Estaban nuestros padres y nuestra hermana. Pero no había más personas en particular. Para nosotros era importante la participación de nuestros padres y estar unidos.

--Su sobrenombre era Orgel-Ratz (Ratz: musical) y su hermano en cambio tenía el sobrenombre Bucher-Ratz (Ratz- amante de los libros). ¿El día de la ordenación ya estaba claro en qué dirección irían sus vidas?

--Monseñor Georg Ratzinger: Mi hermano ya había obtenido una cierta experiencia en el campo de la ciencia teológica. Estaba claro que su camino habría sido el de la teología. En cambio mi vida me llevó hacia la música. Pero no nos quedaba claro hasta dónde nuestras vocaciones particulares nos habrían conducido. En la época de la ordenación lo más importante era para nosotros ser sacerdotes.

--¿Usted y su hermano pensaron alguna vez en entrar a formar parte de una orden religiosa?
 

--Monseñor Georg Ratzinger: Yo nunca lo pensé y creo que tampoco mi hermano. Pero no lo puedo decir con certeza.

--A su parecer ¿es más importante la ordenación sacerdotal o la elección como sucesor de Pedro?

--Monseñor Georg Ratzinger: La ordenación sacerdotal es fundamental, también para ser papa es necesario haber recibido este sacramento. Obviamente la responsabilidad y las funciones son mucho más difíciles para un pontífice que para un sacerdote. De cualquier manera la ordenación sacerdotal es el fundamento para la ordenación episcopal y para la elección pontificia.

--¿Para el sexagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal tiene en mente la interpretación de alguna pieza musical en particular?
 

--Monseñor Georg Ratzinger: Lamentablemente tengo dificultad para leer las notas y también mis manos ya no están en grado de moverse del modo adecuado. De cualquier modo llevo en la mente las notas que quisiera escuchar. Tengo muchos discos compactos de mis años como director del coro de los Domspatzen. Éstos son recuerdos muy bellos.

--¿Tiene quizá algunos discos compactos para escuchar con su hermano este miércoles?

--Monseñor Georg Ratzinger: No he traído nada. Pero en su apartamento él tiene todo lo que necesita.

Por Gudrun Sailer

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Angelus


Benedicto XVI: Pedro y Pablo, “manos” del Evangelio
Alocución con motivo del Ángelus
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Publicamos la alocución que pronunció Benedicto XVI este miércoles, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, antes de rezar la oración mariana del Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro.

* * *

Perdonad el largo retraso. La misa en honor de los santos Pedro y Pablo ha sido larga y hermosa. Y hemos meditado también en ese hermoso himno de la Iglesia de Roma que comienza con las palabras: “O Roma felix”. Hoy en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de esta ciudad, cantamos así: “Dichosa Roma, porque fuiste empurpurada por la preciosa sangre de estos grandes príncipes. No por tu alabanza, sino por sus méritos ¡superas toda belleza!”. Como cantan los himnos de la tradición oriental, los dos grandes apóstoles son las “alas” del conocimiento de Dios, que han recorrido la tierra hasta sus confines y han subido al cielo; ellos son las “manos” del Evangelio de la gracia, los “pies” de la verdad del anuncio, los “ríos” de la sabiduría, los “brazos” de la cruz (cf. MHN, t. 5, 1899, p. 385). El testimonio de amor y de fidelidad de los santos Pedro y Pablo ilumina los pastores de la Iglesia, para conducir los hombres a la verdad, formándolos a la fe en Cristo. San Pedro, en particular, representa la unidad del colegio apostólico. Por este motivo, durante la liturgia celebrada esta mañana en la Basílica Vaticana, he impuesto a 40 arzobispos metropolitanos el palio, que manifiesta la comunión con el obispo de Roma en la misión de guiar el pueblo de Dios a la salvación. Escribe san Ireneo, obispo de Lyón, en el siglo II, que a la Iglesia de Roma, "propter potentiorem principalitatem” [por su peculiar principalidad], deben converger en ella todas las demás Iglesias, es decir, los fieles que están en todas partes, porque en ella ha sido custodiada siempre la tradición que viene de los apóstoles (Adversus haereses, III,3,2).

Es la fe profesada por Pedro la que constituye el fundamento de la Iglesia: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios viviente”, dice el Evangelio de Mateo (16, 16). El primado de Pedro es una predilección divina, como lo es también la vocación sacerdotal: “porque eso no lo ha revelado ni la carne ni la sangre, -dice Jesús- sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16,17). Así ocurre a quien decide responder a la llamada de Dios con la totalidad de la propia vida. Lo recuerdo con mucho gusto en este día, en el cual se cumple mi sexagésimo aniversario de Ordenación sacerdotal. Le doy las gracias al Señor por su llamada y por el ministerio que me ha confiado, y doy las gracias a todos aquellos que en esta circunstancia, me han manifestado su cercanía y apoyo a mi misión con la oración, que de todas las comunidades eclesiales sube incesantemente hacia Dios (Cf. Hechos 12, 5), traduciéndose en adoración a Cristo Eucaristía para acrecentar la fuerza y la libertad de anunciar el Evangelio.


En este clima, saludó cordialmente a la delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, presente hoy en Roma, siguiendo la significativa tradición, para venerar a los santos Pedro y Pablo y compartir conmigo el auspicio de la unidad de los cristianos querida por el Señor. Invoquemos con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, para que todo bautizado se convierta cada vez más en una “piedra viva” que construye el Reino de Dios.

[Tras rezar el Ángelus, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Dirijo mi cordial saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los provenientes de Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y Guatemala, que acompañan a los arzobispos metropolitanos que acaban de recibir el Palio. Invito a todos a rezar intensamente en esta solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, para que, estimulados por su ejemplo y ayudados por su intercesión, la Iglesia permanezca en el mundo como signo de santidad e instrumento de reconciliación. Que Dios os bendiga.

[Traducción del original italiano

©Libreria Editrice Vaticana]

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Documentación


Benedicto XVI: memoria íntima de sesenta años de sacerdocio
Homilía en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI este miércoles, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de la diócesis de Roma, día del papa, y sexagésimo aniversario de la ordenación sacerdotal de Joseph Ratzinger.

En la celebración eucarística, que tuvo lugar en la Basílica Vaticana, concelebraron los 41 arzobispos metropolitanos nombrados en el último año, que han recibido el palio, símbolo de su comunión con el Santo Padre, durante el sagrado rito.

En la celebración, participó una delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla, compuesta por Su Eminencia Emmanuel (Adamakis), metropolitano de Francia; Su Excelencia Athenagoras (Yves Peckstadt), obispo de Sinope, auxiliar del metropolitano de Bélgica; el archimandrita Maxime Pothos, vicario general de la metropolía de Suiza.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

«Non iam dicam servos, sed amicos» - «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (cf.Jn 15,15). Sesenta años después de mi Ordenación sacerdotal, siento todavía resonar en mi interior estas palabras de Jesús, que nuestro gran Arzobispo, el Cardenal Faulhaber, con la voz ya un poco débil pero firme, nos dirigió a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de Ordenación. Según las normas litúrgicas de aquel tiempo, esta aclamación significaba entonces conferir explícitamente a los nuevos sacerdotes el mandato de perdonar los pecados. «Ya no siervos, sino amigos»: yo sabía y sentía que, en ese momento, esta no era sólo una palabra «ceremonial», y era también algo más que una cita de la Sagrada Escritura. Era bien consciente: en este momento, Él mismo, el Señor, me la dice a mí de manera totalmente personal. En el Bautismo y la Confirmación, Él ya nos había atraído hacia sí, nos había acogido en la familia de Dios. Pero lo que sucedía en aquel momento era todavía algo más. Él me llama amigo. Me acoge en el círculo de aquellos a los que se había dirigido en el Cenáculo. En el grupo de los que Él conoce de modo particular y que, así, llegan a conocerle de manera particular. Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados. Él quiere que yo – por mandato suyo – pronuncie con su «Yo» unas palabras que no son únicamente palabras, sino acción que produce un cambio en lo más profundo del ser. Sé que tras estas palabras está su Pasión por nuestra causa y por nosotros. Sé que el perdón tiene su precio: en su Pasión, Él ha descendido hasta el fondo oscuro y sucio de nuestro pecado. Ha bajado hasta la noche de nuestra culpa que, sólo así, puede ser transformada. Y, mediante el mandato de perdonar, me permite asomarme al abismo del hombre y a la grandeza de su padecer por nosotros los hombres, que me deja intuir la magnitud de su amor. Él se fía de mí: «Ya no siervos, sino amigos». Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí. «Ya no sois siervos, sino amigos»: esta es una afirmación que produce una gran alegría interior y que, al mismo tiempo, por su grandeza, puede hacernos estremecer a través de las décadas, con tantas experiencias de nuestra propia debilidad y de su inagotable bondad.

«Ya no siervos, sino amigos»: en estas palabras se encierra el programa entero de una vida sacerdotal. ¿Qué es realmente la amistad? Ídem velle, ídem nollequerer y no querer lo mismo, decían los antiguos. La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor nos dice lo mismo con gran insistencia: «Conozco a los míos y los míos me conocen» (cf. Jn 10,14). El Pastor llama a los suyos por su nombre (cf. Jn 10,3). Él me conoce por mi nombre. No soy un ser anónimo cualquiera en la inmensidad del universo. Me conoce de manera totalmente personal. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. La amistad no es solamente conocimiento, es sobre todo comunión del deseo. Significa que mi voluntad crece hacia el «sí» de la adhesión a la suya. En efecto, su voluntad no es para mí una voluntad externa y extraña, a la que me doblego más o menos de buena gana. No, en la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo. Además de la comunión de pensamiento y voluntad, el Señor menciona un tercer elemento nuevo: Él da su vida por nosotros (cf. Jn 15,13; 10,15). Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo.

Las palabras de Jesús sobre la amistad están en el contexto del discurso sobre la vid. El Señor enlaza la imagen de la vid con una tarea que encomienda a los discípulos: «Os he elegido y os he destinado para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). El primer cometido que da a los discípulos, a los amigos, es el de ponerse en camino –os he destinado para que vayáis-, de salir de sí mismos y de ir hacia los otros. Podemos oír juntos aquí también las palabras que el Resucitado dirige a los suyos, con las que san Mateo concluye su Evangelio: «Id y enseñad a todos los pueblos...» (cf. Mt 28,19s). El Señor nos exhorta a superar los confines del ambiente en que vivimos, a llevar el Evangelio al mundo de los otros, para que impregne todo y así el mundo se abra para el Reino de Dios. Esto puede recordarnos que el mismo Dios ha salido de si, ha abandonado su gloria, para buscarnos, para traernos su luz y su amor. Queremos seguir al Dios que se pone en camino, superando la pereza de quedarnos cómodos en nosotros mismos, para que Él mismo pueda entrar en el mundo.

Después de la palabra sobre el ponerse en camino, Jesús continúa: dad fruto, un fruto que permanezca. ¿Qué fruto espera Él de nosotros? ¿Cuál es el fruto que permanece? Pues bien, el fruto de la vid es la uva, del que luego se hace el vino. Detengámonos un momento en esta imagen. Para que una buena uva madure, se necesita sol, pero también lluvia, el día y la noche. Para que madure un vino de calidad, hay que prensar la uva, se requiere la paciencia de la fermentación, los atentos cuidados que sirven a los procesos de maduración. Un vino de clase no solamente se caracteriza por su dulzura, sino también por la riqueza de los matices, la variedad de aromas que se han desarrollado en los procesos de maduración y fermentación. ¿Acaso no es ésta una imagen de la vida humana, y particularmente de nuestra vida de sacerdotes? Necesitamos el sol y la lluvia, la serenidad y la dificultad, las fases de purificación y prueba, y también los tiempos de camino alegre con el Evangelio. Volviendo la mirada atrás, podemos dar gracias a Dios por ambas cosas: por las dificultades y por las alegrías, por las horas oscuras y por aquellas felices. En las dos reconocemos la constante presencia de su amor, que nos lleva y nos sostiene siempre de nuevo.

Ahora, sin embargo, debemos preguntarnos: ¿Qué clase de fruto es el que espera el Señor de nosotros? El vino es imagen del amor: éste es el verdadero fruto que permanece, el que Dios quiere de nosotros. Pero no olvidemos que, en el Antiguo Testamento, el vino que se espera de la uva selecta es sobre todo imagen de la justicia, que se desarrolla en una existencia vivida según la ley de Dios. Y no digamos que esta es una visión veterotestamentaria ya superada: no, ella sigue siendo siempre verdadera. El auténtico contenido de la Ley, su summa, es el amor a Dios y al prójimo. Este doble amor, sin embargo, no es simplemente algo dulce. Conlleva en sí la carga de la paciencia, de la humildad, de la maduración de nuestra voluntad en la formación e identificación con la voluntad de Dios, la voluntad de Jesucristo, el Amigo. Sólo así, en el hacerse todo nuestro ser verdadero y recto, también el amor es verdadero; sólo así es un fruto maduro. Su exigencia intrínseca, la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, requiere que se cumpla siempre también en el sufrimiento. Precisamente de este modo, crece la verdadera alegría. En el fondo, la esencia del amor, del verdadero fruto, se corresponde con las palabras sobre el ponerse en camino, sobre el salir: amor significa abandonarse, entregarse; lleva en sí el signo de la cruz. En este contexto, Gregorio Magno decía una vez: Si tendéis hacia Dios, tened cuidado de no alcanzarlo solos (cf. H Ev 1,6,6: PL 76, 1097s); una palabra que nosotros, como sacerdotes, hemos de tener presente íntimamente cada día.

Queridos amigos, quizás me he entretenido demasiado con la memoria íntima sobre los sesenta años de mi ministerio sacerdotal. Es hora de pensar en lo que es propio de este momento.

En la solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, dirijo ante todo mi más cordial saludo al Patriarca Ecuménico Bartolomé I y a la Delegación que ha enviado, y a la que agradezco vivamente su grata visita en la gozosa ocasión de los Santos Apóstoles Patronos de Roma. Saludo cordialmente también a los Señores Cardenales, a los Hermanos en el Episcopado, a los Señores Embajadores y a las Autoridades civiles, así como a los sacerdotes, a mis compañeros de Primera Misa, a los religiosos y fieles laicos. Agradezco a todos su presencia y su oración.

A los Arzobispos Metropolitanos nombrados desde la última Fiesta de los grandes Apóstoles, les será impuesto ahora el palio. ¿Qué significa? Nos puede recordar ante todo el suave yugo de Cristo que se nos pone sobre los hombros (cf. Mt 11,29s). El yugo de Cristo es idéntico a su amistad. Es un yugo de amistad y, por tanto, un «yugo suave», pero precisamente por eso es también un yugo que exige y que plasma. Es el yugo de su voluntad, que es una voluntad de verdad y amor. Así, es también para nosotros sobre todo el yugo de introducir a otros en la amistad con Cristo y de estar a disposición de los demás, de cuidar de ellos como Pastores. Con esto hemos llegado a un nuevo significado del palio: está tejido con la lana de corderos que son bendecidos en la fiesta de santa Inés. Nos recuerda de este modo al Pastor que se ha convertido Él mismo en cordero por amor nuestro. Nos recuerda a Cristo que se ha encaminado por las montañas y los desiertos en los que su cordero, la humanidad, se había extraviado. Nos recuerda a Él, que ha tomado el cordero, la humanidad – a mí – sobre sus hombros, para llevarme de nuevo a casa. De este modo, nos recuerda que, como Pastores a su servicio, también nosotros hemos de llevar a los otros, cargándolos, por así decir, sobre nuestros hombros y llevarlos a Cristo. Nos recuerda que podemos ser Pastores de su rebaño, que sigue siendo siempre suyo, y no se convierte en el nuestro. Por fin, el palio significa muy concretamente también la comunión de los Pastores de la Iglesia con Pedro y con sus sucesores; significa que tenemos que ser Pastores para la unidad y en la unidad, y que sólo en la unidad de la cual Pedro es símbolo, guiamos realmente hacia Cristo.

Sesenta años de ministerio sacerdotal. Queridos amigos, tal vez me he extendido demasiado en los detalles. Pero en esta hora me he sentido impulsado a mirar a lo que ha caracterizado estas décadas. Me he sentido impulsado a deciros – a todos los sacerdotes y Obispos, así como también a los fieles de la Iglesia – una palabra de esperanza y ánimo; una palabra, madurada en la experiencia, sobre el hecho de que el Señor es bueno. Pero, sobre todo, éste es un momento de gratitud: gratitud al Señor por la amistad que me ha ofrecido y que quiere ofrecer a todos nosotros. Gratitud a las personas que me han formado y acompañado. Y en todo ello se esconde la petición de que un día el Señor, en su bondad, nos acoja y nos haga contemplar su alegría. Amén.

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede

©Libreria Editrice Vaticana]

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