16.07.11

 

El P. Lombardi fue ayer muy clarito al describir la situación de Somalia: “Se habla de extenuantes marchas a pie bajo la amenaza y los ataques de bandidos, y de niños atacados incluso por manadas de hienas“. Sólo de imaginarme a un niño devorado por hienas se me abren las carnes. Se me indigna el corazón. Se me parte el alma.

Mientras Occidente anda embarcado en una guerra en Libia para desalojar a un dictador abrazado y agasajado años atrás por presidentes europeos, la población somalí es víctima del hambre, la miseria y el olvido. Mientras nuestros aviones tiran bombas sobre Trípoli, los críos del Cuerno de África son devorados por alimañas. No me negarán ustedes que algo huele a podrido en la comunidad internacional.

De hecho, parece que lo que más preocupa a los países ricos es que sus barcos son atacados y secuestrados por piratas somalíes. Pero eso demuestra que en ese país se da la paradoja de que hay gentuza con el dinero suficiente como para comprar armas y lanchas de abordaje de barcos grandes mientras otros no tienen ni para comer. ¿Quién les vende esas armas? ¿quién puede controlar a las empresas que se lucran de ese nefasto negocio? Occidente llena de aranceles a las importaciones agrícolas de los países del tercer mundo para proteger su sector scundario, mientras deja que el libre mercado campe a sus anchas en el sector armamentista. Y la ONU seguramente está más preocupada en dar condones y animar a abortar a las mujeres somalíes que en hacer algo para poner fin a tanta ignominia.

Es la Iglesia, para no variar, la que mueve su maquinaria de caridad y denuncia para despertar las conciencias adormiladas del primer mundo. No verán ustedes muchas ongs islámicas ocupándose de los hambrientos. Sí verán a monjas y religiosos en medio de ellos. Pero en los medios de comunicación aparecen más los abusos de curas indignos, amparados por algunos obispos igualmente miserables, que las acciones heróicas de quienes abandonan su país para dar de comer al hambriento y beber al sediento. Ellos son la viva presencia de Cristo en medio de los más necesitados.

Luis Fernando Pérez Bustamante