16.07.11

La Virgen entregando a San Simón Stock el escapulario. Mosaico de la Catedral de Westminster

 

Cuenta la tradición que hace 760 años, el 16 de julio de 1251, Nuestra Madre se apareció en Cambridge a San Simón Stock, atribulado general de la Orden carmelitana, y le entregó el «escapulario» y la promesa a sus portadores.

No hay otro momento de la historia de la Dos Mariae (Dote de María) que haya contribuido más a la salvación de las almas —digo yo—.

Las legítimas dudas acerca de la historicidad del hecho no han conseguido sepultar la devoción y uso del escapulario. No ha faltado el ilegítimo empeño de hacerlo. En mi madrileña parroquia, que atiende a más población que algunas capitales de provincia, las misas estaban abarrotadas un año más: se imponía el escapulario a quien no lo tuviese. Las madres siempre cuidan de sus hijos, la Virgen: más y mejor.

La ocasión merecía un «mythbuster», quizá en otro momento. En el entretanto os dejo con la descripción del hecho y la historia de la fiesta que hacía Rafael Mª López, O.Carm. (Año Cristiano, BAC, 1959).

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Poco después de la milagrosa aprobación de la regla carmelitana por Honorio III en 1226 vinieron los carmelitas a Occidente. El pueblo los recibió como llovidos del cielo. Decían que se llamaban: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Más adelante, el 26 de abril de 1379, el papa Urbano VI concedía tres años y tres cuarentenas de indulgencias a cuantos así los llamaran.

Para algunos príncipes y clero no fué así. Pronto comenzó una negra persecución contra ellos. El general de la Orden, San Simón Stock (1165-1265), acudía con lágrimas de dolor a la Santísima Virgen para que viniera en auxilio de su Orden. Hasta llegó a componerle algunas fervorosas plegarias que rezaba con seráfico fervor. He aquí la redacción breve de la aparición, entrega y promesa del Santo Escapulario. Es una de las más críticas y antiguas que se conocen:

«El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto general de la Orden, el cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera alguna muestra de su protección a la Orden de los carmelitas, que gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de su alma estas palabras:

Flos Carmeli
Vitis Florigera
Splendor coeli
Virgo puerpera
Singularis y singular
Mater mitis
Sed viri nescia
Carmelitis
Sto. Propitia
Stella maris
Flor del Carmelo
viña florida
esplendor del Cielo
Virgen fecunda
¡Oh madre tierna!
intacta de hombre
a los carmelitas
proteja tu nombre
(da privilegios)
Estrella del mar».

 

Se le apareció la Bienaventurada Virgen acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras:

«Este será privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará».

Desde este momento comienza María a obrar prodigios por medio del Santo Escapulario y a propagarse entre ricos y pobres, nobles y plebeyos, hombres y mujeres, hasta llegar a ser nota distintiva de los auténticos cristianos y verdaderos devotos de María el llevar sobre el pecho este escudo invulnerable contra los dardos del infierno.

[…]

Durante este tiempo –aún faltaban tres siglos para ser instituida la Sagrada Congregación de Ritos– había gran libertad para introducir y suprimir en la liturgia. El Carmelo desde un principio celebró como fiesta patronal de la Orden una fiesta mariana. Según épocas y regiones, fueron sobre todo las fiestas de la Asunción y la Inmaculada Concepción las más celebradas.

Juan Bacontorp, el Doctor Resoluto, cuenta que en el siglo XIV, cuando la Curia Romana residía en Aviñón. el Papa y la Curia Cardenalicia asistían el 8 de diciembre a la fiesta de la Inmaculada que se celebraba en la iglesia de los carmelitas, igual que lo hacían el día de San Francisco en la de los franciscanos y el de Santo Domingo en los padres dominicos.

En algunas partes, sobre todo en Inglaterra, quizá poco después de la entrega del Santo Escapulario, se introdujo una nueva festividad mariana: «La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Fué extendiéndose de día en día hasta que, al reunirse la Orden en Capítulo general el 1609, se propuso a todos los gremiales qué festividad debía tenerse como titular o patronal de la Orden, y todos unánimemente contestaron: «La solemne conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». Comenzó como fiesta de familia, pero como por el don del Santo Escapulario, que se extendía tanto como la misma Iglesia, todos se sentían auténticos carmelitas, pronto llegaron a la Santa Sede peticiones e instancias solicitando poder celebrar dicha festividad.

España [NdB: Las Españas] –como siempre cuando se trata de amores marianos– fue la primera en obtener del papa Clemente X, el 1674, el permiso para celebrar esta festividad en todos los dominios del Rey Católico. A esta petición siguieron otras muchas, hasta que el 24 de septiembre de 1726 Su Santidad Benedicto XIII la extendía a toda la cristiandad con rito doble mayor y con la misma oración y lecciones para el segundo nocturno que desde el siglo anterior rezaban ya los religiosos carmelitas. Hoy la fiesta del Carmen, en muchas partes del mundo católico, es considerada como fiesta casi de precepto. En las naciones latinas sobre todo se le profesa una tierna y profunda devoción, y es el Santo Escapulario del Carmen la enseña que con devoción y amor cubre el pecho de todos los auténticos católicos. El significado o fisonomía de la fiesta del Carmen es diferente del de otras festividades marianas, aunque, como es natural, no son sino diferencias accidentales, ya que para que sea devoción mariana y genuinamente ortodoxa debe esencialmente reducirse a la devoción mariana en general.

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Aunque otro día hablemos del sacramental del «escapulario del Carmen», no quería dejar de recordar que, con las obligadas condiciones, hoy, como en otras fiestas carmelitanas, hay indulgencia plenaria a los portadores. Y aprovechando que cae en sábado, reconforta meditar el «privilegio sabatino» que recordaba Pío XII en 1950:

Ciertamente, la piadosa Madre no dejará de hacer que los hijos que expían en el Purgatorio sus culpas, alcancen lo antes posible la patria celestial por su intersección, según el llamado ‘privilegio sabatino’, que la tradición nos ha trasmitido con estas palabras:

«Yo, su Madre de Gracia, bajaré el sábado después de su muerte y a cuantos —religiosos, terciarios y cofrades— hallaré en el Purgatorio los liberaré y los llevaré al monte santo de vida eterna».

Felicitaciones a las Cármenes, Carmelos y derivados, las gentes del mar y a la gloriosa nación de Chile que la tiene como patrona.