24.07.11

Las “parejas en nueva unión”

A las 1:32 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Teología pastoral, Moral
 

Recientemente el quincenario de la Arquidiócesis de Montevideo publicó en su primera plana la fotografía de un hombre y una mujer visiblemente enamorados entre sí. Esa fotografía no anunciaba un artículo edificante sobre el noviazgo o el matrimonio cristianos, como cabía esperar, sino que estaba asociada a una noticia titulada “Parejas en nueva unión”, que remitía a un artículo titulado “Pastoral de personas separadas en nueva unión. Grupo “El Alfarero”” (véase “Entre Todos”, Nº 257, 9/07/2011, pp. 1 y 4). Ambos textos contienen varias afirmaciones más que preocupantes. A continuación citaré en letra itálica algunas de esas afirmaciones e intercalaré mis comentarios en letra normal.

1. “El grupo “El Alfarero” que atiende parejas en nueva unión cumple siete años buscando la integración en la Iglesia de parejas que han rehecho sus vidas en nueva unión” (p. 1).

Conviene recordar que los divorciados que se vuelven a casar cometen adulterio (un pecado grave), que el pecado grave deshace una vida espiritual en vez de rehacerla, y que la pastoral de las personas divorciadas y vueltas a casar debe buscar su arrepentimiento y conversión, no su integración en la Iglesia en términos de “igualdad absoluta”, sin tener en cuenta su situación irregular.

Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), mantiene que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio.” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650).

2. “La próxima actividad será una “Jornada de Sensibilización”, abierta a todo público comunicando la Buena Nueva de la comprensión de Dios respecto a las parejas en Nueva Unión” (p. 4; cf. p. 1).

Como se verá luego más claramente, hay buenas razones para sospechar que esa actividad será en realidad una “Jornada de In-sensibilización”, en la que se procurará presentar a las “parejas en nueva unión” como algo admisible y admitido por Dios.

3. “Será una ocasión para que parejas en esa situación se interioricen de esta experiencia y puedan integrarse plenamente a la vida de la Iglesia, sin complejos de minusvalía ni falsos prejuicios que, lamentablemente aún persisten” (p. 1).

Sin embargo, el Magisterio de la Iglesia enseña lo siguiente: “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650).

4. “Ellos [el grupo “El Alfarero”] se presentan como un grupo de cristianos que han sufrido el fracaso en un primer matrimonio y están rehaciendo sus vidas en una nueva unión” (p. 4).

Aquí parece insinuarse que todos esos cristianos son inocentes de ese “fracaso”, que siempre han sufrido pasivamente, nunca causado activamente. No es imposible, pero parece improbable. Por lo demás, tampoco el cónyuge injustamente abandonado tiene derecho a casarse de nuevo. El matrimonio cristiano es indisoluble. Por otra parte, es posible que algunos de esos matrimonios fracasados sean nulos, pero eso debe dictaminarlo la autoridad eclesiástica competente, no la conciencia subjetiva de cada persona involucrada. Además, aunque el primer matrimonio sea nulo, la “pareja en nueva unión” no es un matrimonio, y tan pecado mortal es la fornicación como el adulterio.

5. “Comenzaron en la Parroquia Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo, de la calle Cassinoni Nº 1337, con el asesoramiento del P. Fernando Solá y el acompañamiento del Movimiento Familiar Cristiano” (p. 4).

Leyendo la página principal del blog de “El Alfarero”, uno se entera del tipo de asesoramiento que el P. Fernando Solá da o dio a este grupo de cristianos. Véase: http://alfarerouruguay.blogspot.com/ (cito al P. Solá en negritas).

TAMBIÉN SON FAMILIA E IGLESIA
Fernando Solá, op.

(…) No cabe duda que el plan de Dios es que el matrimonio sea para siempre, indisoluble, como también quiere que haya justicia en el mundo. Pero cuando no se da, conseguirlo se convierte en una tarea y un ideal irrenunciable. La entereza con que estas parejas divorciadas y vueltas a casar cuidan y defienden su segunda unión es una prueba de la exigencia del amor y de la necesidad de que el matrimonio sea indisoluble. Cuando el amor y el matrimonio se han roto irreversiblemente, existen varios caminos y uno de ellos es intentar una nueva unión y rehacer la vida.

Es lamentable que, personas que se toman muy en serio su vida de fe y que viven responsablemente el amor conyugal en una segunda unión, sean excluidos de la mesa eucarística y de los sacramentos. Éste es uno de los sufrimientos más agudos de los cristianos que viven esta situación. Es lícito desear y esperar que en un futuro no lejano el magisterio de la Iglesia llegue a declarar que un matrimonio, válidamente celebrado, a causa de una ruptura irremediable del vínculo y con un discernimiento serio y honesto, pudiera considerarse que deja de ser sacramento de la Iglesia, o cuando menos, pueda tener acceso a la plena Comunión de la Eucaristía.

Para la Iglesia, la dificultad, hoy por hoy, está en poder distinguir el criterio evangélico y el jurídico. Un camino podría ser que se fortaleciera el concepto sacramental del amor en el matrimonio, como expresión del amor de Dios, y sin el cual no existe sacramento. Actualmente hay muchos estudios serios que proponen nuevas perspectivas sobre el sacramento del matrimonio, y corresponde a los moralistas seguir en la búsqueda de soluciones a la problemática que se presenta desde la teología, la moral, el ecumenismo, el derecho y la pastoral. Mientras tanto, me parece oportuna la indicación del reconocido sacerdote redentorista, Silvio Botero, al afirmar que “Esta nueva perspectiva conlleva unas exigencias particulares: en primer lugar, educar al pueblo de Dios, no tanto para obedecer a la ley de la indisolubilidad matrimonial, cuanto para cultivar, en forma personal y responsable, el valor de la fidelidad conyugal como vocación que se funda en el amor fiel. En segundo lugar, se debe tener presente que hacer flexible la norma no significa debilidad, complicidad ni tampoco la “ley del menor esfuerzo”. Es un bajar para rehabilitar” (Botero, 2005: 357-377); es decir, atender a la debilidad del hombre para capacitarlo en vista a una respuesta más plena a la vocación de alianza
”.

Este texto del P. Solá no necesita muchos comentarios. La ambigüedad del discurso del grupo “El Alfarero” desaparece totalmente aquí. Lo que este texto preconiza es otra Iglesia posible, distinta de la que durante 2.000 años, aun a costa de grandes persecuciones y sufrimientos, se ha mantenido fiel a las inequívocas enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo, cuyas palabras nunca pasarán.

El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente:

«No es lícito al varón, una vez separado de su esposa, tomar otra; ni a una mujer repudiada por su marido, ser tomada por otro como esposa» (San Basilio Magno, Moralia, regula 73).

El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social
.” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2384-2385).

6. “Tomaron como nombre “El Alfarero” en referencia a Dios que es el único que puede rehacer sus vidas en profundidad (Jeremías 18, 1 al 6)” (p. 4).

El alfarero rehace a la arcilla dándole una nueva forma. La arcilla “se deja rehacer” por el alfarero. El cristiano imita a esta arcilla mediante la docilidad a la voluntad de Dios. Esta docilidad es incompatible con el rechazo teórico o práctico de la doctrina de Jesucristo y de la Iglesia por Él fundada. No hay verdadera docilidad cuando uno rehace su vida en contra de la Ley de Cristo.

7. “Y también una pareja de “El Alfarero” ha sido integrada a la Vicaría de la Familia” (p. 4).

Creo que, con el debido respeto por las personas, a esta altura uno tiene derecho a preguntarse cuál es el objetivo buscado por medio de esta integración: ¿Promover una pastoral de las personas “en nueva unión” acorde con la doctrina católica de hoy y de siempre? ¿O promover otro modelo de familia y de Iglesia?

Concluiré con tres reflexiones de índole más general.

Lo más probable es que un católico medio (de formación doctrinal escasa), después de leer este artículo de “Entre Todos”, saque la siguiente conclusión: “Si uno se divorcia y se vuelve a casar (o a juntar), no se le plantea ningún problema serio desde el punto de vista religioso o moral. Los residuos que todavía quedan de la doctrina y la disciplina católicas tradicionales pronto desaparecerán, y es bueno que así sea”.

Me pregunto también qué pensarán de este artículo los católicos separados o divorciados que hasta hoy, con gran esfuerzo, han procurado tomarse en serio las claras y firmes enseñanzas de la Santa Iglesia, Madre y Maestra en humanidad. ¿No pensarán, quizás, algo así: “Al final, ¡tanto sacrificio para nada…!”?

Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20).

Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (cf FC 83; CIC can. 1151-1155)
.” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1648-1649).

Y por último uno puede preguntarse cuánto faltará para que, extrapolando la línea de este artículo, en la portada de “Entre Todos” figure una feliz pareja homosexual, anunciándonos la Buena Noticia de la “comprensión” de Dios respecto a su situación.

Daniel Iglesias Grèzes