"Los lazos de comunión han resistido la tempestad del infierno"

Monseñor Munilla, el clero donostiarra y la rebelión de Coré

"Lo único que intenta monseñor Munilla es introducir la pluralidad en sus iglesias"

José Antonio Fortea, 28 de julio de 2011 a las 11:32

 

(José Antonio Fortea).- Hoy quiero hacer algo sorprendente, algo que a muchos les dejará descolocados: quiero felicitar a los sacerdotes de San Sebastián.

Quiero felicitarles sinceramente, sin ninguna reserva. ¿Por qué? Pues porque a pesar de toda la poderosa campaña de desprestigio contra de su obispo, los clérigos donostiarras se han mantenido en sus puestos, la obediencia ha sido mantenida de forma global, los lazos de comunión han resistido la tempestad del infierno, las vigas de la Casa de Dios siguen en su sitio a pesar de que los torbellinos del caos, de la rebelión y del error han rugido con una fuerza inaudita.

Problemas con algunos del Consejo Presbiteral, problemas con algunos del seminario, problemas con pastores disidentes, problemas con laicos que no se someten a nada ni a nadie, problemas, problemas, problemas. Pero problemas no con el sucesor de los Apóstoles, sino problemas con los problemáticos. Problemas con aquellos pocos que exigen libertad, cuando bien sabemos qué libertad han ofrecido ellos durante decenios. Libertad para los pocos que nunca han ofrecido libertad alguna. Diálogo con aquellos que se negaron a todo diálogo: o te sometes o te vas, fue la respuesta de ellos a todos los que no participaban de su línea pastoral.

Lo único que intenta monseñor Munilla es introducir la pluralidad en sus iglesias. Pero los hay que no quieren oír hablar de eso. Libertad significa línea única, la de ellos.

Y a pesar del grandísimo mal que pueden hacer unos pocos pero que griten mucho, cualquier párroco sabe esto, a pesar de todo, los pastores han aguantado en sus sitios. El grito de la rebelión ha resonado en la diócesis, pero no han sido secundados. Hasta ahora, el grupo de agitadores ha tenido que retornar a sus casas jurando que retornaría para intentarlo de nuevo.

Así que felicito a los sacerdotes de esa diócesis. Pues incluso aquellos que están en el número de los inficionados con ideas que son contrarias a la Santa Tradición que hemos recibido, incluso ellos, se dan cuenta que romper los lazos de comunión con su obispo es algo gravísimo. Hasta muchos de los inficionados callan cuando otros gritan, porque su conciencia les dice: no te es lícito, darás cuentas a Dios, lo que vas a hacer es la traición de Judas.

Sí, es imposible romper ese lazo sin seccionar el lazo que une a Cristo. Puedes ponerte en el lado contrario al obispo, pero desde ese momento sabes que Jesús está no de tu lado, sino enfrente a ti. Desde ese momento sabes que están intentando entrar en el redil a por las ovejas como un ladrón.

Hasta curas muy progresistas, muy modernos, muy liberales, muy aperturistas, saben que de ese lazo depende su salvación eterna. No hay sacerdote que corte ese lazo que pueda salvarse si no lo restaura aunque sea en el último momento de vida, antes de comparecer ante el inapelable juicio de Dios. Eso lo sabía Lefevre, y por eso dudó durante decenios antes de dar el paso de ordenar obispos. Alguien podía pensar que daba lo mismo una suspensión a divinis que una excomunión. Pero él sabía que no. Él sabía que la gravedad de sus actos descenderían otro escalón, que su salvación resultaría más difícil.

El lazo que une a un pastor con su obispo es sagrado. Romperlo implica una profanación, un sacrilegio, una ruptura en las leyes sagradas, un quebrantamiento en la construcción de la Iglesia. Los mismos ángeles se horrorizan en el Cielo al ver que un constructor decide un día ponerse a destruir.

Hay quienes piensan que después basta con pedir perdón y no ha pasado nada y ya está todo. No se dan cuenta de que hay cosas con las que no eso es suficiente. Si la gente supiera lo que es el purgatorio, comprenderían lo que es la Justicia Divina. Algunos al entrar en el Cielo después de su purgatorio si pudieran hablarnos a los que estamos en la tierra, nos mirarían con una mirada que nos penetraría hasta lo más profundo de nuestra alma, una mirada que jamás olvidaríamos, y nos dirían: tras siglos en el purgatorio he comprendido una cosa, que de Dios nadie se ríe, que con las cosas sagradas no se juega, que el mal requiere reparación.