30.07.11

Los panes y los peces

A las 5:11 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Homilía para el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (ciclo A)

El Señor anticipa, con la multiplicación de los panes y de los peces, el banquete del Reino de los cielos (cf Mt 14,13-21); es decir, el misterio de la comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están unidos a Cristo. No somos capaces de imaginar del todo o de comprender perfectamente qué es el cielo. San Pablo dice que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Co 2,9). La Sagrada Escritura emplea imágenes para hablarnos de esa realidad: la vida, la luz, la paz, el vino del reino, la casa del Padre, la Jerusalén celeste, el paraíso y, de un modo señalado, el banquete (cf Catecismo 1027).

Jesús, con los discípulos, es el anfitrión de ese banquete. Él es quien invita y quien da de comer. Participar en una comida crea entre el anfitrión y los comensales una comunidad de existencia. El Señor, al alimentar al gentío, está creando ese vínculo entre Él y los suyos; está, en definitiva, estableciendo su Iglesia, que es en la tierra el germen y el comienzo del Reino de los cielos. Él es quien bendice y da los alimentos para que todos queden saciados de un modo sobreabundante.

Con este signo milagroso, el Señor manifiesta su identidad: Él es el Mesías, el Salvador, que habla las palabras de Dios y obra las acciones de Dios. Su compasión indica la misericordia y la clemencia divinas. En Jesús se cumple lo que dice el Salmo 144: “Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente”.

La comida milagrosa nos hace pensar en la Última Cena, en la que Jesús también bendijo el pan y el vino y se lo dio a sus discípulos. La Eucaristía es el sacramento de la Comunión, porque recibiendo el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo nos unimos a Él y a los demás cristianos en la Iglesia santa y, de ese modo, se nos da en prenda la gloria futura, el cielo.

La orden dada por Jesús a los discípulos: “dadles vosotros de comer” debe resonar en nuestra mente y en nuestro corazón. El papa Benedicto XVI enseña que “en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana” (Sacramentum Caritatis, 88) y así nos impulsa a trabajar por un mundo más justo y fraterno.

Un signo de este compromiso es la colecta que se hace en las iglesias para los más pobres: “Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf Hch 4,32) y ayudar a los pobres (cf Rm 15,26). La colecta en las asambleas litúrgicas no sólo nos lo recuerda expresamente, sino que es también una necesidad muy actual” (Sacramentum Caritatis 90). No podemos limitar nuestro compromiso por la justicia a participación en la colecta, pero su misma existencia es un acicate para tenerlo presente en todas nuestras actividades.

Como los primeros discípulos, tampoco nosotros tenemos los medios para ayudar a tantas personas que lo necesitan. Nuestra responsabilidad, como la de ellos, es ser colaboradores del Reino de los cielos, entregando a los demás lo que Jesús bendice y nos da: Su Palabra, el alimento de su Cuerpo y de su Sangre y la fuerza para ver en el otro a un hermano.

Guillermo Juan Morado.