26.08.11

Parece que la cosa va de evangelizar

A las 12:35 PM, por Luis Fernando
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La Iglesia nos pide que evangelicemos. El Papa nos pide que evangelicemos. Varios cardenales y obispos nos piden que evangelicemos. Y, de hecho, Jesucristo nos pidió que evangelizáramos, que hicieramos discípulos en todas las naciones. Por no hablar de que San Pablo fue quien afirmó aquello de “Ay de mí si no evangelizara” (1ª Cor 9,16).

Benedicto XVI ha creado incluso un nuevo órgano curial llamado “Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización". Lo hizo a través del Motu Proprio Ubicumque et semper, que empieza afirmando: “La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo“.

He de reconocer que no tengo muy claro por qué se le llama nueva evangelización a algo que la Iglesia viene haciendo, con mayor o menor intensidad, desde hace 20 siglos. La evangelización siempre es novedad porque al fin y al cabo lo que anunciamos es la Buena Nueva de la salvación que Dios ofrece a los hombres en Cristo. Y es evidente que cada generación requiere ser evangelizada, porque Dios no tiene nietos sino hijos. Es decir, en el término evangelización va incluido lo de “nueva". Aun así, si la Iglesia lo quiere llamar así, sólo me queda decir amén.

Por más que hablemos de nueva evangelización, hay algo que jamás puede cambiar. Me refiero a lo que hacemos al evangelizar. O más bien lo que hace el Espíritu Santo, principal evangelizador, al usarnos como instrumentos en la evangelización. Leemos en el evangelio de Juan: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Jn 15,26); y “… cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn 16,8-11).

No creo que exista una evangelización verdadera si no se incluye la necesidad de conversión. No presentamos a Cristo sólo para que la gente sepa quién es, sino para que la genta se convierta a Él. Y para que se produzca la conversión, es necesario que el pecador sea consciente de su pecado y de la necesidad de ponerlo a los pies de Dios, aceptando por gracia el don gratuito de la fe y de la salvación. Por tanto, y aunque por prudencia pastoral sea necesario hablar antes del bien que se ofrece al incrédulo que del mal en el que vive, no podemos obviar esto último. De hecho, no olvidemos cómo empezó Jesucristo su ministerio: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 4,17).

Creo esencial que junto con la evangelización de los incrédulos, de los que nunca han creído o de aquellos que abandonaron la fe y se alejaron de Cristo y de su Iglesia, es absolutamente necesario el catecumenado actualizado de los creyentes. Dice la Escritura en Hebreos: “Pues debiendo ser ya maestros en razón del tiempo, volvéis a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y os habéis hecho tales que tenéis necesidad de leche en lugar de manjar sólido. Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la justicia, porque es niño. En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal” (Heb 5,12-14).

Aunque para evangelizar no hace falta ser doctor en teología fundamental por la Gregoriana, aunque en muchas ocasiones se evangeliza desde la santidad y el ejemplo personal, es conveniente y necesario que los fieles maduren en la fe para poder ser instrumentos de evangelización en el mundo que les rodea. Como bien le dijo San Pablo a Timoteo: “Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1ª Tim 4,16). Y como advirtió el Señor por medio del profeta Oseas “Perece mi pueblo por falta de conocimiento…” (Ose 4,6). Ya me dirán ustedes cómo puede evangelizar un pueblo “muerto”.

En mi opinión, uno de los obstáculos principales para la evangelización estriba en la secularización interna de la Iglesia. Se habla mucho, y con razón, de la descristianización de muchos países, especialmente en Occidente. Se señala al avance del laicismo radical como causa del retroceso del evangelio en donde hace siglos estaba aquello que se llamaba Cristiandad. Pero el verdadero enemigo de la nueva evangelización no está fuera sino dentro. La presencia de falsos maestros -y maestras-, que reciben un apoyo mediático importante sin que se haga gran cosa por situarles en el lugar que les corresponde por expandir sus falsas doctrinas, es como una especie de bola de hierro encadenada a los pies de la nueva evangelización. Si su Cristo no es el de la Iglesia, si su doctrina no es el de la Iglesia, si su moral no es la de la Iglesia, ¿qué hacen en la Iglesia? ¿qué pueden hacer los verdaderos evangelizadores si cuando predican la verdad al mundo, se encuentran de frente con la quintacolumna de la mentira presumiendo de ser tan católicos como ellos?

Y no hablo solo de quienes deforman el evangelio desde la propia Iglesia. Están también aquellos que ocultan partes esenciales del mismo. O la verdad se predica de forma completa, o no habrá verdadera evangelización. Desde el buenismo no se evangeliza. Se engaña. Dios no es el Juez implacable que busca la manera de que te pases la eternidad quemándonte en las calderas del infierno, pero Cristo sudó sangre antes aceptar la voluntad del Padre para ofrecernos gratuitamente la salvación, así que no podemos esconder las espinas que rodean a la rosa de la evangelización y de la vida cristiana.

Acabo refiriéndome a un aspecto de la evangelización en la que prácticamente todos estamos de acuerdo. Sin el ejercicio de la caridad no hay transmisión de la fe. Como dice la epístola de Santiago: “Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe” (Stg 2,18); y “Porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Stg 2,26). Evangelizamos cuando predicamos y cuando la gracia de Dios obra en nosotros para ayudar al prójimo necesitado. En la evangelización han de ir unidos los dos principales mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Si falta uno, no hay evangelización. Puede que no todos sepamos o estemos llamados a predicar como los ángeles, pero la gracia de Dios nos capacita a todos para obrar el bien y dar testimonio de su reinado en nuestras vidas.

Luis Fernando Pérez Bustamante